ATLANTIS II: La Confederación

LA CONFEDERACIÓN


         Tras diez años dedicados a la construcción de puentes y canales, las islas del Egeo se habían visto modificadas. Algunas habían mejorado su economía, sus relaciones y sus expectativas de futuro; otras seguían como antes, aunque era importante el aumento de las relaciones entre unas y otras, las amistades e incluso los matrimonios; otras habían empeorado su situación económica, habían persistido en sus odios, rencores e individualismos, con razón o sin ella. Algunas habían desaparecido, por fenómenos naturales. La Madre Naturaleza, tras varios avisos, había dicho la última palabra.

Lo que no había cambiado demasiado era el poder y dominio de la isla de Creta. Gracias a los puentes interinsulares, los espías de Ira la informaban puntualmente de todos los sucesos de cada isla. Y ella informaba a su esposo, cuando le convenía. A veces, procuraba ocultarle hechos, que él habría considerado importantes.

 

1.- Delos, la brillante 

            Diez años duraron las obras para construir los puentes, que unieran a la isla de Delos con las de Naxos, Paros y Tinos. Sus gobernantes Dión, Hebe y Posidón estuvieron de acuerdo en la forma y situación de los puentes, dejando la entrada y salida cerca del mar, de modo que también se pudieran amarrar allí las naves, por si tenían que seguir viajando por mar.  

           Las obras eran de una belleza extraordinaria, porque habían aceptado el proyecto de un arquitecto famoso, Ineni el egipcio, que había trabajado para varios faraones. Ineni no sólo proyectó los puentes, diciendo cómo se debía trabajar, la forma y estructura más conveniente, en cada caso, los hombres que se necesitarían para las obras y el material más adecuado, sino que habló con Leto y Artemis de la posibilidad de dotar a la isla de canales de agua potable, para que todos los habitantes tuvieran provisión de agua.     
        
             La isla de Tinos tenía fuentes de agua clara y limpia, que su jefe Posidón quería comercializar, pero no puso ninguna pega para que sus vecinos de Paros, Naxos y Delos disfrutaran del agua que tanta salud les reportaba a los habitantes de Tinos. Él ya había pensado cómo mantener relaciones comerciales con ellos, aprovechando los mármoles de color rosado, los magníficos tintes de Delos y las extraordinarias cepas de Naxos, que ya intentaba plantar en Tinos. 

            Artemis accedió enseguida. Le parecía incluso más importante la canalización del agua potable, que los puentes. Sobre todo, porque no le gustaba ser la primera en “obedecer” a Ira y a Palas. Artemis pensaba que no era idea de su padre Zeus, sino de su hija Palas. No le caía bien Palas, aunque la admiraba por su inteligencia y porque compartía con ella la idea de la superioridad femenina y su negativa a casarse. Tenía que pensar muy bien sus actuaciones, porque sabía que todas las Cícladas se mirarían en La Isla Brillante, para cualquier actuación o decisión.
 
            La brillante isla de Delos, estaba de luto. Su querida reina madre acababa de morir. El color azul de los vestidos de sus habitantes se cambió ese día por el blanco, el color del duelo. La reina Artemis organizó juegos atléticos, como ya venía siendo costumbre en la isla, cuando había una defunción. También se hicieron competiciones de caza, para ofrendar a la mujer que había sentado las bases de la felicidad en la isla. Todos los Tintoreros del Clan del Fuego  participaron en el banquete funerario. El lugar de su tumba fue rodeado de cipreses, árbol preferido de Artemis, porque su altura llegaba hasta el éter.

               Los habitantes de la isla decidieron implantar un culto a Leto, como si fuera una divinidad, culto que se extendió rápidamente a otros lugares, no sólo de las islas, sino en tierra firme, tanto en la costa oriental, como en las costas occidentales, La Hélade, el lugar de donde muchos provenían y de donde habían traído costumbres y ritos.
            Artemis ya tenía 17 años y el pueblo le exigía que les diera una heredera, pero ella no quería saber nada de hombres, porque los consideraba inferiores. Su intención era dejar su reino a la primera hija que tuviera su hermano Febo; no sería difícil ni tardaría mucho, porque su hermano era muy enamoradizo. Ella había tenido un admirador, pero se había deshecho de él. Era Acteón, un joven cazador, que la seguía y procuraba verla sin ser visto. Un día Acteón, que la miraba desde detrás de unas ramas, la vio entrar en el agua de una laguna y se quedó tan embobado, que no se dio cuenta de que ella lo había visto y se acercaba. Como castigo por tal atrevimiento, azuzó a los perros de Acteón, que mataron a su dueño. Artemis se libró de él, sin mancharse las manos.


              Mientras tanto, Artemis seguía fabricando sus propias flechas, que, como su arco, eran de madera de roble, árbol que se daba en abundancia en la isla y por el que Artemis sentía una verdadera veneración.


Un día su hermano Febo se acercó a Delos para llevar a cabo una venganza, que él no se atrevía a realizar solo: debían castigar a la orgullosa Níobe, que había ofendido a su madre Leto, aunque ya estaba muerta.

Níobe era hija de Tántalo y hermana de Pélope, el fundador del Peloponeso. Se había casado con Anfión, un músico que llegó a ser rey de Tebas, porque la música de su lira había ayudado a construir las murallas de la ciudad, moviendo los bloques de piedra. La pareja tuvo 14 hijos, de los que Níobe se sentía tan orgullosa que decidió prohibir en su ciudad el culto a Leto, diciendo que Leto sólo había tenido dos hijos, mientras ella había tenido 14.

Febo, ya consumado adivino, se enteró, porque tenía un templo dedicado a la adivinación en Tebas. Y decidió castigar a Níobe, por la ofensa a su madre. Pero a él, de naturaleza dulce y amable, no se le ocurría la forma de vengarse y pensó que su hermana decidiría cómo hacerlo.

Artemis se iba haciendo cada vez más exigente y cruel. Incluso sus propios súbditos la temían, más que quererla, porque no consentía ningún error en las normas que iba imponiendo poco a poco, sobre todo a los hombres, a los que despreciaba. Sólo admitía como compañero de caza al gigantesco Orión, tan cruel y orgulloso como ella y tan certero con el arco. Sólo respetaban, a veces, a los ciervos, animales por los que Artemis sentía una verdadera admiración. La llamaban “Señora de las fieras”.

Efectivamente, Artemis pensó cómo vengarse de Níobe: matando a todos sus hijos. Sabía que sería el peor castigo para ella. Convenció a Febo, que se sentía horrorizado por la propuesta de su hermana, y ambos fueron a Tebas, con la disculpa de participar en unas competiciones atléticas.

Cuando se estaban celebrando los juegos atléticos, los dos hermanos mellizos prepararon su arco, cada uno con siete flechas y empezaron a disparar, Artemis mató a las  siete hijas y Febo a los siete hijos de Níobe. Todos cayeron muertos.

El padre de los caídos, sin entender por qué tenían que morir sus hijos, quiso quemar el templo del oráculo de Febo. Pero Febo, que había adivinado sus intenciones, también mató a Anfión, por indicación de su hermana, aunque le dolió, porque era un músico.

Níobe no encontraba consuelo y huyó al monte Sipilo, en la costa de Asia Menor, a una ciudad que había pertenecido a su padre Tántalo. El viaje fue largo y difícil, pero consiguió llegar al monte. Allí, ya sin fuerzas y deseando morir, quedó convertida en roca, pero seguía llorando, por lo que de la roca empezó a manar un manantial con las lágrimas de la desgraciada madre. Artemis la orgullosa no permitía el orgullo en nadie más.

El tiempo iba empeorando en Delos. Artemis envió mensajeros a las otras islas, para que le dijeran si el cambio atmosférico se daba en todas las tierras cercanas o era una especie de venganza de la Diosa Naturaleza. Ahora llovía todos los días, hecho que reverdecía la isla, cuya vegetación había aumentado y mejorado, Pero la temperatura también era cada vez más fría y los animales se refugiaban antes del atardecer en las cuevas y bosques, de forma que la caza se estaba haciendo cada vez más difícil.

Una noche en que estaba paseando bajo la lluvia por el bosque, vio dormido a un joven que le pareció de una belleza especial. Se trataba de Endimión. Sintió algo especial al contemplarlo; se acercó sigilosamente y le besó en la frente. El joven seguía dormido y ella siguió un buen rato contemplándole. A pesar de que sabía que enamorarse no era su destino, siguió yendo a verlo cada noche. Una noche no lo vio, ni las noches siguientes, de forma que Artemis decidió mantenerlo en su recuerdo hasta que dejó de ir al bosque. Nunca supo quién era ni dónde estaba.

Artemis empezó a estar preocupada, porque cada día llovía más. La isla era flotante, como sabía desde niña, y la historia de que estaba atada al fondo del mar con cadenas ya no le parecía más que un cuento de niños. Su hermano Febo, que para ella lo sabía todo, podría quizá darle una respuesta y decidió visitarle.

Igual que su hermano mellizo, Artemis fue considerada una diosa y llegó a asimilarse a Selene, la diosa de la luna. Como tal, presidía las noches, al igual que sus hermano Helios – Febo presidía los días.



2.- Hebe de Paros
        Cuando en la isla de Paros se iniciaron las obras de los puentes, que la unirían con Naxos y Tinos, y que les proporcionarían el agua pura y clara de Tinos, Hebe vio horrorizada cómo los manzanos empezaban a secarse. No sabía qué hacer ni si tenía que decírselo a sus padres. Se lo contó a su amiga Ilia y luego a los padres de Ilia. Después de mucho pensar, creyeron que lo mejor sería transplantar los manzanos a otra tierra, que pudiera darles vida y no desaparecieran.

         Tenían en cuenta que ellos también solían comer las manzanas, que Hebe les llevaba a diario. Hebe sabía que las manzanas doradas les darían la inmortalidad, que ansiaba para su amiga y sus padres; pero ¿qué haría para seguir enviando las manzanas a sus padres hasta Creta? Por supuesto los puentes mejoraban el transporte, pero, si los manzanos morían, también sus padres morirían.

Se le ocurrió preguntar en primer lugar a su amigo Febo, que parecía ser amigo de todos los nuevos jefes de los clanes. Él ya dominaba la adivinación y seguramente sabría dar una solución. Pero Sérifos estaba lejos y, cuando llegara la respuesta de Febo, los manzanos habrían muerto. Tampoco sus nodrizas sabían dar una solución, hasta que Eunomía pensó en una isla lejana, en otro mar, que podría quizá tener y cuidar los manzanos. Esto tenía que pensarlo bien, porque ese jardín estaba en las Hespérides y era difícil llegar allí y recogerlas.
           Pensaron que, si Dión seguía en Trinacria, quizá él pudiera viajar a las Hespérides, porque los barcos de Trinacria ya habían navegado hacia el oeste y habían encontrado unas islas en el llamado mar de Thetis. Eunomía pensó que quizá Dión también querría llevar las semillas de sus vides a las Hespérides.
            Hebe e Ilia tenían ya 17 años, edad en que muchas jóvenes ya tenían esposo, e incluso hijos. Un suceso inesperado vino a cambiar la tranquila vida de las dos jóvenes: la cantera en la que trabajaba el padre de Ilia se derrumbó; había sido un ligero movimiento de tierras, pero un bloque de mármol dio en la cabeza al padre de Ilia y murió instantáneamente. Todos se quedaron desolados por la muerte del jefe del Clan de la Piedra, pero las más afectadas fueron su esposa y las dos jóvenes.
            Enseguida nombraron a Hebe jefe del clan, aunque Hebe no quería. La madre de Ilia entró en una especie de depresión, que la llevó a la muerte en pocos meses. Hebe e Ilia no podían asumir que todo hubiera cambiado en tan poco tiempo. Seguían siempre juntas, pero ya nada era igual.
            El consejo de marmolistas tomó la decisión de casar a las dos jóvenes. A Hebe porque necesitaban una heredera y a Ilia, porque ambas amigas parecían estar siempre en sintonía y posiblemente podrían celebrar las dos bodas a la vez.
La noticia del movimiento sísmico llegó enseguida a oídos de Zeus  e Ira. Enviaron un mensajero, pidiendo que Hebe se presentara en Creta. Sus padres le propusieron matrimonio con Heracles, un hijo de Zeus, que a Hebe le pareció demasiado grande y demasiado bruto. Las nodrizas Eunomía, Dice e Irene intercedieron a favor de Heracles, diciendo que era un hombre justo y valiente y que siempre defendía al débil, frente a los abusos de los poderosos. Hebe aceptó sin demasiado entusiasmo. Aún no conocía a Heracles y no sabía si iba a estar a gusto con él.
            También Ilia tendría que casarse y el consejo le propuso a un famoso marmolista tallador, llamado Mármaros, cuyas figuras se vendían con gran facilidad, porque su finura y realismo atraía a numerosos compradores de otras islas. Pero a Hebe no le gustaba Mármaros: era orgulloso y se consideraba mejor que nadie. Incluso despreciaba al difunto padre de Ilia, al que consideraba un simple cantero.
            Ilia pospuso la boda hasta que pudo viajar al oráculo de Sibila, para que le dijera lo que tenía que hacer. Ya daría su respuesta. Cuando se presentó en la sala del oráculo, sin avisar a nadie, Sibila se quedó asombrada. Algo grave debía suceder, para que Ilia hubiera hecho un viaje tan difícil, sobre todo con las continuas tormentas que ahora se tragaban a tantos barcos. El oráculo de Sibila le dijo que no se preocupara, porque no tendría que casarse con Mármaros.
No entendió la respuesta. Ella pensaba que le iban a decir otro nombre o que le iban a proporcionar una disculpa para rechazar al pretendiente. De todas formas dio las gracias y se quedó unos días en casa de Sibila. Su casa sí que era una verdadera obra de arte: era de mármol. Ni siquiera en Paros había casas como aquélla.
            La isla y su color rosado iban cambiando y se asemejaba más bien a un cielo grisáceo, intensificado por las continuas tormentas que amenazaban la isla. Todos consideraban que el movimiento sísmico, que había costado la vida a algunos canteros, tendría sus réplicas. Y efectivamente, hubo algunas sacudidas más, en las que la tierra parecía que iba a abrirse y hundirse en el mar.
            Cuando Ilia volvió de su viaje, Hebe le comunicó que su futuro esposo había muerto, de la misma forma que su padre: un bloque de mármol le había caído encima del pecho y había muerto al faltarle el aire para respirar. Lo sacaron de debajo del bloque, pero el rescate fue costoso, porque la tierra se había convertido en un barro espeso y resbaladizo. Cuando consiguieron sacarlo, ya había muerto.

            Ilia no sabía si lamentarlo o alegrarse. Ahora entendía el oráculo de Sibila. Pensó que ahora le propondrían otro esposo y no se quedó tranquila hasta que su propia amiga Hebe le comunicó que se casaría, si quería, con un joven escultor, que había venido con el arquitecto Ineni a construir los puentes. Se llamaba Aache y había pedido a Hebe la mano de Ilia. Era guapo, agradable y tan bueno como escultor, que ya muchas familias le habían pedido que esculpiera los retratos de cada uno de ellos.
            Ilia ya se había fijado en él, pero su característica humildad le había hecho pensar que el joven buscaría a una mujer más bella. Aache la había observado y la consideraba como la mejor modelo que podía tener. Tantas veces la había mirado a escondidas, que acabó enamorándose de ella. Ilia aceptó enseguida.
            La boda se celebró con grandes fiestas. Y en medio de los festejos, empezó a llover de una forma que no habían visto nunca. Parecía un verdadero diluvio. El mar rugía enfurecido y las olas llegaban, hasta el interior de la isla. Todos corrían, sin saber dónde refugiarse, porque el agua lo anegaba todo. La Madre Naturaleza estaba enfadada. Tenían que averiguar la causa de su enfado.
            Aache había construido ya la casa donde vivirían. Allí llevó a su reciente esposa, que quedó asombrada, al ver que era una casa parecida a la casa del oráculo de Sibila. Era toda de mármol y estaba asentada en lo alto de una colina. Era el terreno que el consejo de marmolistas le había entregado como regalo de bodas, como hacían siempre que una pareja iniciaba una nueva vida en común.
            Allí Ilia se sentía segura frente a los temporales y los seísmos. Invitó a su amiga Hebe y a su esposo a ir a vivir con ellos, porque había muchas estancias, aisladas unas de otras por fuertes paredes, también de mármol. Además así Hebe no se sentiría tan sola, por las muchas ausencias de su esposo. Pero Hebe ya había decidido marcharse de la isla, porque su esposo Heracles era un viajero infatigable y se metía en continuas aventuras, defendiendo a los humildes. Se iría con él y fijaría su residencia en una tierra firme, que consideraba más segura que una isla.
Las hazañas de Heracles fueron tantas y tan brillantes que se mitificaron, contándose aventuras que en realidad no habían sucedido. Una de ellas fue su viaje a la lejana Hesperia, donde se asentaría con su esposa, antes de ser divinizados. Allí sus descendientes, los heráclidas, llegarían hasta el fin del mundo: finis terrae, donde construyeron el famoso faro de la actual Coruña.          


 

3.- Los rivales

           Dión tenía ya 14 años. Como jefe del Clan de Viticultores había decidido que todos los habitantes tuvieran las mismas oportunidades, de forma que no quiso ser jefe de nadie en la isla color vino. En cuanto se iniciaron las obras del puente que los uniría a las islas de Tinos y Paros, había intentado preservar sus viñedos del polvo que provocaban los trabajadores.
 
            No quiso que ninguno de sus viticultores dejara sus quehaceres con las viñas y pagó a trabajadores de fuera para que realizaran las obras. Mandó cubrir todas las cepas con telas, que preservaran las plantas. Así consiguió que sus vinos fueran de la misma calidad que antes.
 
            Aprovechando las relaciones que le proporcionaba su colaboración con Posidón, tuvo largas charlas con él: para tratar de eludir el dominio de Creta y para sentar bien las bases de sus futuras amistades. Tenía muy claro que se relacionaría con quien quisiera, no con quien decidiera su padre Zeus. Así pues, sus preferencias fueron para la dulce Hebe y para el rebelde Dédalo. En cambio, empezó a cortar relaciones con Febo y los muchos amigos que éste se había hecho, como Sibila, Selene, por supuesto Artemis, a la que consideraba cruel y despótica y, sobre todo,  no pensaba relacionarse con Palas, que era la viva imagen de su padre, aunque más inteligente.
 
            Nefeli, su querida nodriza había muerto. También en Naxos se habían dado tremendas tormentas y un día, cuando estaba en la playa tomando el sol, una ola arrastró a Nefeli, que no supo defenderse contra el poder del mar. Unos días después, apareció su cadáver en la playa. Dión la lloró, porque era la única madre que había conocido y la persona a la que más quería, después de a sí mismo.
 
            Pero seguía viéndose con Hierón de Trinacria y haciendo algunos viajes. Podía permitírselo, porque, además de las ganancias que obtenía con la venta de las uvas, su padre Zeus le enviaba, de vez en cuando, una bolsa de oro, quizá para compensar el poco caso que le hacía. Nunca había viajado Zeus a Naxos, pero enviaba mensajeros de vez en cuando, para que le llevaran el oro a Dión y para recibir, a cambio, hermosos racimos de uvas, que le gustaban bastante.
 
            La rivalidad con Febo empezó cuando el oráculo dijo que su amistad con Dédalo terminaría de forma brusca. Dión no podía entender por qué Febo se metía en medio de una amistad, que parecía firme. Además Dión era rencoroso y vengativo, a pesar de que casi todo le daba igual, mientras no le atacaran a él directamente. El hecho de que el oráculo hablara sobre algo que no parecía tener fundamento hizo que Dión cortara las relaciones con Sérifos.

            Posidón, que disfrutaba fomentado las rivalidades de los demás, le dijo que Febo se consideraba mucho más inteligente que él. Y Dión sabía que tenía razón, por lo que su envidia se acrecentó. La verdad es que eran muy diferentes: Febo se dedicaba a actividades de la inteligencia, mientras Dión se dedicaba a los placeres materiales, entre ellos, a disfrutar del buen vino que le proporcionaban sus viñedos.
 
           Cuando los viticultores se dieron cuenta de que el tiempo cambiaba ostensiblemente y que sus viñedos peligraban, Dión, como hombre práctico, decidió visitar a su amigo Hierón de Trinacria. Cuando llegó se dio cuenta de que Hierón ya era anciano y pensaba dejar el poder en manos de su hijo Gelón. La familia repetía continuamente los nombres de sus vástagos masculinos: todos se llamaban Hierón o Gelón. ¡Qué poca imaginación!, pensó Dión.


           Lo primero que planteó Dión fue llevar sus cepas a Trinacria, que era una isla muy fértil. Los vientos y lluvias mediterráneas ayudaban a la agricultura, de forma que muchas regiones de la cercana Thirrenia y de la no tan cercana Hélade la consideraban como su granero. Hierón aceptó de buena gana la oferta de Dión y le comentó que él, a su vez, pensaba probar fortuna en las islas de la lejana Hesperia, donde había oído decir que el clima era mejor que en Trinacria, porque estaban más resguardadas de las inclemencias marinas.


          Ambos pensaron que llevarían a Hesperia sus cepas, donde suponían que crecerían en libertad y con buenos resultados. También pensó Dión en su amiga Hebe, que le había dicho que sus manzanos dorados se estaban secando, por causa del polvo de las obras de los puentes y canalizaciones. Probarían suerte con ambas cosas, los manzanos y las cepas.

También conservaba Dión la amistad de Filomelo, el delfín que le había salvado en su primer viaje a Trinacria. Pero el delfín ya estaba viejo y cansado y le había comunicado que en breve iría a morir con los suyos, aunque también había conocido, por medio de Filomelo a otros amigos delfines, que seguirían yendo a pasear con Dión.
Un día en que Dión fue a visitar la tumba de su querida Nefeli a la playa, se encontró a una joven, que le pareció bellísima. Estaba dormida y con vivas señales de haber llorado. Esperó a que despertara, observándola desde una distancia prudencial, para no asustarla. Ella, al verle, volvió a echarse a llorar. Cuando Dión le preguntó por la causa de sus lágrimas, ella le contó su historia.
Era hija de un noble de Creta y había ayudado a un heleno, que había ido a matar a su medio hermano Minotauro, que asustaba a todo el que se atrevía a entrar en el laberinto, donde lo habían encerrado. Ella se llamaba Ariadna y el heleno que la había llevado con él para agradecerle su ayuda, se llamaba Teseo. La verdad era que Ariadna se había enamorado de Teseo, pero él no la correspondía. Cuando la nave de Teseo se acercó a la isla de Naxos para coger agua y comida, Ariadna, cansada, se quedó dormida en la playa. Y Teseo partió sin ella.
Dión la consoló y la llevó con él a su propia cabaña, para que se repusiera y luego le dijera qué quería hacer o dónde quería ir. Los días de estancia en Naxos fueron como un bálsamo para Ariadna, que no parecía querer marcharse de allí. Los días se convirtieron en meses, cuando ambos jóvenes se dieron cuenta de que se habían enamorado.
El siguiente paso de Dión fue proponer matrimonio a Ariadna, que aceptó encantada. Las fiestas fueron espectaculares, con competiciones vinícolas, donde todos los habitantes de la isla competían bebiendo, hasta ver quién quedaba en pie, que sería el ganador. Ariadna y Dión tuvieron un hijo, al que llamaron Enopión, nombre que recordaba el vino que se fabricaba con las uvas de la isla.
Cuando empezaron las lluvias y los viñedos peligraron, Dión decidió marchar de Naxos y buscar fortuna en otras tierras. Ariadna lo acompañó con su hijo y se embarcaron en una nueva aventura. Llegaron a las costas de Hélade y se asentaron en la ciudad de Argos. Allí se enteró Dión de que su ya enemigo Febo iba a conquistar un oráculo en la región del Parnaso. La ciudad se llamaba Delfos. Dión enseguida se propuso disputarle el oráculo a Febo. Dejó a Ariadna en Argos y se embarcó hacia Parnaso.
Llamó a sus amigos delfines, que le habían seguido durante la travesía hacia Hélade, y les preguntó la mejor forma de llegar hasta Delfos. La región era montañosa y el mar resultaba muy peligroso, de modo que los delfines ayudaron a Dión a llegar hasta la costa más cercana a la cordillera del Parnaso.
            El camino hacia las montañas era difícil, aunque nada le parecía demasiado, si conseguía vencer a Febo. Pero cuando llegó, Febo ya había vencido al anterior señor del oráculo, llamado Pitón, y se había hecho dueño de la caverna y de las profecías.
            Dión, sin poder disimular su envidia y su rabia, volvió, con ayuda de los delfines, hacia Hélade, donde se reunió con su esposa Ariadna. Sin embargo, como hombre astuto, pensaba en cómo recuperar sus dominios y en cómo vengar la muerte de su madre Sémele, a la que seguía teniendo en su mente.
            En Argos se enteró de que su madre había muerto por la envidia de Ira, que la consideraba una rival peligrosa para ella. Ira consiguió engañar a Sémele, de modo que fue a consultar a una vieja profetisa, que vivía en una cueva en lo alto de una montaña. Subiendo hacia allí la alcanzó un rayo, que la fulminó. La viaja profetisa sacó al niño, que aún no había nacido y se lo entregó para su cuidado a las ninfas de la lluvia.
            Transcurrido mucho tiempo, llegó a ser inmortalizado como dios de las cosas materiales, en contraposición a Febo Apolo, dios de la inteligencia.
 
4.- Desaparición de Thera
            Las primeras manifestaciones del desastre natural que iba a suceder, se dieron en la isla de Thera. Después de construir el puente que la unía con  Amorgos, empezaron a notarse movimientos sísmicos y el mar desató su furia contra la isla. El puente con Creta fue imposible, o así lo consideró Palas, de modo que movilizó a sus tropas y las fue transportando a Creta.
            Su intención final era ir a vivir con su padre, a pesar de la repulsión que le producía su esposa Ira. La reina de los blancos brazos, como la llamaban todos, contrastaba con la piel tostada de Palas, que vivía al aire libre, y cuyas armas y vestiduras eran de color negro, igual que todos los hombres y mujeres que formaban sus escuadrones.
            El Clan de la Lanza y sus guerreros fue trasladándose a la isla de Creta, que lo acogía con interés, porque se sentían protegidos por la joven guerrera. También su amiga Gnome estaba contenta al cambiar Thera por la isla de Creta, donde veía más posibilidades de futuro. Ambas jóvenes tenían ya 20 años y la idea fija de no casarse, porque seguían considerándose superiores a cualquier hombre que conocieran. Habían tenido varios pretendientes, que habían sido rechazados sin contemplaciones.
            Las dos amigas habían decidido ser las últimas en abandonar la isla, después de haber puesto a salvo a sus compañeros. Su decisión resultó ser acertada, cuando vieron que no sólo había seísmos y grandes olas, sino que empezó a sentirse un calor abrasador de día y de noche, lo que hizo pensar a Palas que algo se estaba removiendo en el interior de la tierra.
            Efectivamente, un día los sorprendió un río de fuego que salía de la montaña, seguido de grandes estallidos atronadores, cuando la montaña expulsaba al aire trozos de piedra que parecía ser de fuego. Ya estaban saliendo las últimas naves con dirección a Creta, cuando un gran maremoto arrasó la isla. También el éter parecía estar de acuerdo con la catástrofe, porque empezó a llover como nunca habían visto antes.
            Esta circunstancia vino a ser beneficiosa, de algún modo, puesto que la lluvia torrencial apagó, de momento, el fuego de la montaña y la nave donde iban Palas y Gnome pudo poner rumbo a Creta. Llegaron con grandes dificultades, pero sanas y salvas, como la mayoría de sus compañeros.
            Pocos días después de su llegada, vieron cómo su querida isla estallaba a causa del fuego volcánico. Las cenizas se veían desde Creta y llenaban las aguas, volviéndolas de color gris. Pasaron varios meses hasta que el agua volvió a tener su color azul característico. El puente con Amorgos había desaparecido y las distancias se hacían mayores, porque ningún barco se aventuraba a navegar en las revueltas aguas del Egeo.
            Gnome estaba triste porque no podía olvidar a su querida Thera, pero Palas la animaba diciendo que estarían mucho mejor en Creta. Tenía la idea de viajar por otras tierras y tener su propia ciudad. A pesar de que seguía queriendo a su padre, ella quería tener sus propios dominios.
            Y, después de pensarlo mucho, un día decidió hablar con su padre y proponerle un viaje. Zeus frunció el ceño, como solía hacer cuando algo no le parecía demasiado seguro, pero al fin le aconsejó diversos lugares, donde podría establecerse. El primer viaje debía ser a tierra firme, a la Hélade, donde ya otros habitantes de las islas habían buscado refugio. Allí ya podría planear su siguiente destino.
            Para llegar al continente heleno, la mejor opción era hacer una última parada en Andros, donde ya gobernaba Dédalo. Era la isla menos dañada por los seísmos y maremotos y parecía una buena posibilidad. El problema era que Dédalo mantenía el rencor de su padre hacia Zeus y hacia ella. No en vano había sido la primera isla que había sufrido sus incursiones militares.
            Pensando que de alguna forma podría tratar con Dédalo sin despertar antiguos rencores, se puso en camino hacia Andros. La gente aún recordaba la muerte de la mayoría de los suyos a manos de las patrullas de Palas, sobre todo Naucrates. No podía olvidar que sus padres habían muerto cuando aún era muy pequeña y seguía echando la culpa a Palas. No quiso influir en su esposo, así que dejó que él tomara su decisión.
            Y la decisión de Dédalo fue decir a Palas que era mejor que se marchara. Palas ya se había imaginado la situación y ya había equipado su nave, para emprender su viaje definitivo. Llegó a las costas de Hélade y se asentó con su grupo de guerreras en una región llamada Ática. Allí se dirigió  al principal asentamiento, que le pareció el mejor, porque tenía una acrópolis bien defendida por las rocas y con abundante agua.
            Estando allí, llegó Posidón, que también estaba buscando un lugar para asentarse. Posidón siempre había pretendido seducir a Palas, aunque sabía que ella lo despreciaba. Sabiendo que ella siempre ponía a dos de sus guerreras para hacer guardia, acechó hasta que vio el momento de acercarse. Intentó violarla, aunque no lo consiguió, porque ella escapó a tiempo. Pero el producto de su deseo cayó en la tierra y la madre Tierra  engendró un hijo.
            Palas adoptó al bebé, porque consideraba que había nacido por causa de ella. Lo llamó Erictonio y, como ella no podía (o no sabía) cuidarlo, se lo entregó a tres hermanas, que vivían en el asentamiento. Las tres hermanas, Herse, Pándroso y Aglauro dejaron caer al bebé y Palas las acosó de tal forma que se volvieron locas. Dos de ellas se arrojaron desde lo alto de la acrópolis, convencidas de que no servían  para nada.
            No quedó ahí el acoso de Posidón. Cuando Palas consiguió que su hijo adoptivo llegara a ser el jefe del asentamiento, los habitantes de la región buscaban una buena protección y ofrecieron a Palas la protección de su territorio. Entonces volvió a presentarse Posidón, diciendo que él era mejor protección, porque dominaba el mar mejor que ella.
            Sin saber qué hacer, los hombres y mujeres del lugar propusieron una competición entre ambos: el que ofreciera mejor regalo para ellos sería su protector. Posidón dio un golpe en la roca con su bastón y salió agua del mar.

Agua salada, que no les pareció demasiado interesante. Palas ofreció un olivo, que había traído consigo en su viaje. Los habitantes de la roca eligieron a Palas, porque el olivo les parecía mucho más útil. Desde entonces lo consideraron el árbol de la paz.
            Posidón se marchó enfadado, mientras Palas se quedó como protectora de la acrópolis y de los terrenos anexos. Decidieron poner el nombre de Palas a la nueva ciudad que se iba formando. Palas Atenea, por lo que la ciudad se llamó Atenas.
            Pasado el tiempo, la historia se convirtió en mito y llegaron a deificar a Palas, a la que dieron el nombre de Palas Atenea. Los progresos posteriores de la región se le atribuyeron a ella y todos los años, el día séptimo del mes séptimo, celebraban fiestas en honor a Atenea, a la que regalaban un manto nuevo, fabricado por las doncellas de la ciudad.
            Se hacía una procesión en la que todas las doncellas solteras participaban para honrar a su protectora, que seguía siendo soltera. No sólo protegió a la región con sus tropas, que fueron aumentando paulatinamente, sino que les enseñó el arte de navegar, de forma que los atenienses llegaron a ser la primera potencia marina de su tiempo.

            Como doncella llegó a llamarse Atenea Párthenos y como guerrera se llamó Atenea Prómajos.

5.- Febo viaja al Parnaso

        La isla de Sérifos estaba destinada a desaparecer, como le sucedería a otras islas del Egeo. Los seísmos y maremotos se habían multiplicado, tras la construcción de los puentes, que la unían con Amorgos y Paros. La placidez de sus playas ya no era tal, porque el mar se había tragado la mayoría de la arena y los pescadores ya no podían recoger el pescado que solían tener como alimento básico.

       El clan de la lira se iba dispersando, porque todos los habitantes de la isla, más tarde o más temprano, iban emprendiendo su viaje de salvación, antes de que los puentes se perdieran del todo, porque la aventura de viajar por mar les resultaba peligrosa. Quien más quien menos, todos tenían miedo a un futuro incierto.

También Febo, con 17 años, consideraba que debía buscar un nuevo destino. La isla de Delos, la flotante, no parecía tener tantos riesgos como las otras islas. Todos habían llegado a la conclusión de que la tierra se revolvía a partir de Thera, y las islas más lejanas tardarían más en perder su estabilidad. Por supuesto, la mayoría de los jefes de clan creían que la isla de Thera había desaparecido la primera, como castigo de la Madre Naturaleza, por su afán de dominio y sus incursiones guerreras.

Febo se había convertido en un experto médico, utilizando las plantas que tantas veces había recogido y aprendido a emplear, con ayuda de la nodriza Eufeme. También había aprendido a recoger el veneno de algunas serpientes, que, administrado en cantidades dosificadas, servía para aliviar todo tipo de dolores.

         Mnemósine había muerto, a pesar de los esfuerzos de Febo para aliviar sus dolores de cabeza, que en los últimos días le habían resultado insoportables. Febo seguía dedicándose también a su música, que salía de su lira con una facilidad asombrosa. Incluso había formado una especie de escuela de música, en la que participaban todos los jóvenes que sentían la necesidad de expresar sus sentimientos por medio de la música. Pensaba llevarlos consigo, si conseguía viajar al lugar que se había propuesto.

     También había aprendido a interpretar las señales que le revelarían el futuro, gracias a las enseñanzas de Urania. Una de las mejores cualidades del joven era saber escuchar y saber observar. Urania le había inculcado la paciencia necesaria para escuchar lo que tuvieran que decirle. Escuchando, podía adivinar lo que cada uno necesitaba. 

        Cuando los puentes empezaron a caer y los canales que cruzaban la isla empezaron a traer el agua turbia, que ya no servía para beber, decidió emprender su viaje, con todos los que quisieran acompañarle. Entre ellos las tres jóvenes que le habían educado. Quizá influido por su hermana Artemis, aún no se había decidido a tomar esposa, aunque había tenido varias aventuras amorosas.

       Una de ellas había sido con una de las amigas y compañeras de su hermana, Cirene, joven cazadora, que, como Artemis, había decidido no casarse. Pero al conocer el amor de Febo y nublada por su belleza, cedió a sus deseos y tuvieron un hijo, llamado Aristeo. Aristeo se convertiría con el tiempo en el mejor apicultor de la época.

            Después de equipar las naves, que transportaban a casi todos los habitantes de Sérifos, pusieron rumbo a tierra firme, a la Hélade, que otros isleños habían elegido como meta. Pero en lugar de quedarse en la región del Ática, se dirigió a la gran isla que había fundado Pélope, el Peloponeso. Allí varó sus naves y siguió el viaje a pie.

            Llegó a Epidauro, ciudad con frondosos bosques de eucalipto, cuyas propiedades ya conocía. Le gustó tanto que decidió fundar allí un oráculo y una escuela de medicina. Al frente de ella puso a su hijo Asclepio, hijo de Corónide, una de sus aventuras, que, como casi todas, acabó desgraciadamente, porque Corónide fue atravesada por una flecha de Artemis, que no perdonó el desliz de Corónide con su hermano. Asclepio aprendió de su padre el arte de la medicina, las plantas y el veneno, como remedio curativo, y, quizá lo más novedoso, el arte de curar por medio del sueño. Inducían al paciente a dormir y luego, durante el sueño, se le revelaba su propia curación.

            A pesar de que los amores de Febo duraban poco tiempo, mientras iban de camino a su nuevo destino, tuvo una aventura algo más duradera con Urania, su consejera en materia de adivinación. De esta relación nacieron dos famosos músicos, Lino y Orfeo.

            Desde Epidauro, Febo siguió andando hasta encontrarse con el mar de nuevo. Para llegar al destino que había soñado, Delfos, debía volver a cruzar el mar y, esta vez, lo hizo solo, con ayuda de los delfines, que se prestaron voluntarios a llevarle hasta la cordillera del Parnaso.

            Después de salvar la distancia hasta Delfos, a través de los montes, donde dejó a sus jóvenes compañeras Calíope, Melpómene y Urania, para que fundaran una casa de las artes, se dirigió solo al oráculo, que era propiedad de un anciano llamado Pitón. Trató de convencerlo para que le cediera el lugar, alegando que él ya era viejo y que él traía ideas nuevas, pero el anciano Pitón no quiso escucharle y se aprestó a la lucha. Lógicamente venció el atlético Febo, por su juventud y por su preparación física.

            Empezó a organizar el oráculo, pensando que necesitaría alguien que le ayudara. Enseguida se acordó de su amiga Sibila. Si ella también emigraba, intentaría convencerla para que le ayudara. El joven Febo se puso al día de las redes de información que ya funcionaban con Pitón, informaciones que le serían de gran utilidad para saber lo que pasaba en todas partes y así poder acertar en sus vaticinios.

        Poco a poco fueron llegando sus antiguos compañeros, que se pusieron rápidamente a colaborar con él en su gran empresa. Pronto se dieron cuenta de que estaban bien entrenados como corredores y decidieron construir un estadio, para realizar carreras y otros deportes atléticos, que realizaban todos los días al despuntar el alba. Otra de las ventajas del lugar era la existencia de una fuente de agua clara y continua: la llamaron Calirroe “la que fluye bien”. Y al lugar del oráculo le pusieron el nombre de Delfos, en recuerdo de los delfines que habían ayudado a Febo a llegar.

        Cerca del oráculo, construyeron una especie de santuario, para que los suplicantes, que venían a pedir consejo o adivinación, pudieran reposar del viaje y presentaran sus peticiones a Febo. Solía atender a todo tipo de personas; si eran ricos, les pedía como pago una cantidad de oro; si eran pobres, los atendía gratuitamente. Eso sí, todos debían llevar un cabrito recién nacido, al que bañaban en la fuente Calirroe. Si el animal temblaba con el agua helada, la pregunta era respondida. Cerca del santuario, construyeron una casa, donde se alojaban los antiguos sacerdotes de Pitón, ya asimilados a las nuevas ideas de Febo.

        Febo observaba a los peticionarios, como bien le había aconsejado Urania, y con sus informaciones, relativamente recientes, daba sus oráculos, de forma tan ambigua que siempre acertaba. La sacerdotisa, a la que pronto llamaría pitonisa, en recuerdo de Pitón, daba respuestas, que parecían absurdas y que luego eran interpretadas y explicadas por los sacerdotes.

     En el lugar en que se situaba la pitonisa había una cueva con emanaciones sulfurosas, lo que hacía que la joven entrara en una especie de ensoñación, que, unida a los efectos de hojas de laurel, que masticaba, daban la impresión de que la pitonisa estaba en trance. Poco tiempo después de la situación de trances, daba su respuesta.

         El oráculo se hizo tan famoso que llegaban personas de toda la Hélade, e incluso de tierras lejanas, para hacer sus preguntas. Con el tiempo, el personaje de Febo fue objeto de múltiples historias y mitos, de modo que los habitantes de Delfos lo divinizaron.

       Como dios de la inteligencia, la adivinación y la medicina, fue confundido con Helios, el dios del sol, hermano de Selene, que también sería confundida con Artemis, como hermana melliza de Febo Apolo. El nombre de Apolo se convertiría, con el tiempo, en sinónimo de belleza masculina.


6.- El laberinto
            La isla de Andros estaba tan lejana a la zona de los seísmos que pensaron que a ellos no les llegaría el castigo de la Madre Naturaleza. Su puente con Tinos aún no se había destruido y las canalizaciones de agua seguían trayendo el agua pura a todas las casas, aunque estaban acostumbrados a refrescarse y beber en las fuentes naturales que poseía la isla. El lugar seguía manteniendo su color verde característico y sus frondosos bosques y fuentes.
            Dédalo y Naucrates se habían casado y Eupálamo dejó la jefatura del grupo a su hijo. A nadie extrañó la boda de los dos jóvenes, porque se amaban desde niños, y siempre habían estado juntos, desde que murieron los padres de Naucrates. Las fiestas de la boda fueron juegos acuáticos, que seguían realizando, a pesar de que la reconstrucción de la isla, tras el ataque de Palas había sido lenta y difícil. Sobre todo porque habían quedado muy pocos y la repoblación les parecía poco menos que imposible.
            El Clan del Toro había aumentado gracias a algunos familiares, que se habían quedado en la isla para ayudar y luego ya no se quisieron ir. Gracias a la venta de objetos de oro y tallas de todo tipo, habían podido salir adelante. Los amigos de Eupálamo, Licos y Dorcas, habían sido pilares en los que todos se habían apoyado para levantar la economía. Los jóvenes ya estaban todos en edad de casarse y formar nuevas familias, que ayudaran al desarrollo de la isla. Dédalo ya tenía 17 años. Las aventuras de otros jóvenes de islas cercanas habían llegado a oídos de todos ellos y muchos soñaban con viajes sencillos y productivos.
            Dédalo y Naucratis pensaron llegar al continente, como hacían todos. Llegaron al Ática y se asentaron en la ciudad de Atenas. Pero no se encontraban demasiado a gusto, porque Palas ya había extendido su dominio por toda la región, aunque no ponía pegas a nadie, porque necesitaba población. En Atenas, crearon un taller de orfebrería, donde pronto tuvieron aprendices.
            Uno de ellos era el hijo de su hermana, llamado Pérdix, a quien su madre dejó con Dëdalo para que aprendiera el oficio de orfebre. El joven Pérdix era tan inteligente que no sólo aprendía, sino que trataba de imaginar nuevas técnicas y aparatos. Entre sus inventos estaba la sierra, que imaginó probando con espinas de pescados grandes o mandíbulas de serpientes. También había inventado el compás, el formón o el torno de alfarero, después de mucho practicar con los objetos más inverosímiles.
            Dédalo empezó a tener envidia de su sobrino y, aprovechando que se habían acercado al acantilado de la acrópolis, lo empujó y el chico se despeñó. Inmediatamente el consejo de ciudadanos del Ática expulsó de Atenas a Dédalo, su esposa y sus dos hijos.
En la isla de Creta habían oído hablar de su habilidad y, al enterarse de que lo habían expulsado de Atenas, lo contrataron. En Creta gobernaba como dueño absoluto un hijo de Zeus, llamado Minos, cuya madre Europa, abandonada por Zeus, se había casado con el rey Asterión, que dejó como heredero a Minos. Zeus e Ira habían decidido marcharse, y dejar el gobierno a uno de los numerosos hijos de Zeus. En la isla abundaba el oro y Dédalo podía lucir sus habilidades. Empezó construyendo un ser metálico, que podía actuar como una especie de robot; era Thalos, que vigilaba las costas de la isla de Creta y la protegía de los posibles piratas.
Para una de las hijas de Minos, llamada Ariadna, Dédalo construyó una pista de baile, de bronce. Era tan resistente que la niña jugaba, daba saltos y bailaba con todas sus amigas sobre la pista.
          La isla no poseía fortificaciones, ni muros de defensa, porque creían que nadie sería capaz de atacarla. Pero, por si acaso se diera un ataque, decidieron construir unos túneles subterráneos, que sirvieran de protección a los cretenses, pero que no pudieran ser descubiertos por los posibles enemigos. Fue la obra más importante que ideó y realizó Dédalo. Los túneles atravesaban toda la isla. Era tan difícil seguir la ruta, que se decía que nadie podría entrar en el laberinto sin perderse.
Una vez construido, Minos prohibió a Dédalo abandonar la isla, para que no pudiera contar a nadie la estructura del laberinto. Dédalo se sentía como prisionero. Su esposa había muerto y su hija Yápige se había casado con un joven cretense. Estaba sólo con su hijo Ícaro y empezó a pensar cómo librarse de lo que le parecía una prisión.
La idea se le ocurrió un día, que estaba sentado en la playa observando a las aves levantar el vuelo desde la playa. Después de mucho pensar, empezó a recoger las plumas que se desprendían de las aves marinas. Ató las más grandes con hilo, de modo que se parecieran a las alas de las aves y puso en los extremos las plumas más pequeñas, pegándolas con cera.
Cuando terminó de hacer dos pares de alas, le explicó a su hijo cómo usarlas y así poder escapar de la isla. Ató un par de alas a los hombros de su hijo y otro par para él mismo y dio a Ícaro las recomendaciones necesarias: no acercarse demasiado al sol, para que no se derritiera la cera que unía las plumas; y no acercarse al agua para que no se mojaran, porque el peso le haría perder altura.
Pero Ícaro, emocionado por la altura, no se acordó de las normas de su padre y se acercó demasiado al sol. La cera empezó a derretirse y el niño cayó al agua. Dédalo perdía así a su única familia. Bajó, recogió el cadáver de su hijo y lo llevó volando hasta una pequeña isla a la que llamó Icaria.
Después se fue a la isla de Trinacria, donde reinaba un rey llamado Cócalo, que le dio asilo, porque Minos mandó perseguir a Dédalo por todas las islas. Incluso envió emisarios de ciudad en ciudad. Como nadie conseguía encontrar a Dédalo, Minos propuso un gran premio para quien resolviera un acertijo: cómo se podía pasar un hilo a través de una caracola espiral, haciendo sobresalir el hilo por los dos extremos.
El propio Minos dirigía su embajada, para que nadie dudara que obtendría un buen premio. Cuando llegó a la ciudad de Camico, el rey Cócalo, sabiendo que Dédalo sería capaz de resolver el acertijo, buscó al anciano. Dédalo ató un  hilo a una hormiga y la introdujo por un extremo de la caracola, mientras ponía un grano de trigo en el otro extremo. La hormiga recorrió todo el interior de la concha enhebrándola completamente.
Minos entendió que Dédalo estaba en la ciudad, porque consideraba que ningún otro habría podido imaginar tal ardid. Exigió a Cócalo que le entregara al artesano. Lo que no pensó fue en que Dédalo era muy apreciado en todas partes y él no. Cócalo, quizá advertido por Dédalo del afán de conquista de Minos, que se quedaría con la ciudad, convenció a Minos para que tomara un baño y después le entregaría a Dédalo. Minos accedió y las hijas de Cócalo lo mataron en el baño, quemándolo con agua hirviendo.
Dédalo se había salvado una vez más, gracias a su ingenio.
Otras versiones mitológicas cuentan un final diferente para Minos: dada su afición a las mujeres, a las que luego olvidaba y abandonaba, una de ellas lo envenenó, muriendo ella también, al beber de la misma copa.
De todas formas, como Minos era hijo de Zeus y había sido un rey justo, los dioses decidieron que pasara a ser uno de los tres jueces del Hades, junto con sus otros dos hermanos Sarpedón y Radamantis, hijos de Zeus y Europa, a la que Zeus había raptado, tomando la forma de un toro.

Pero eso es otra historia...

7.- Planes de Posidón

            Posidón no tenía intención de ayudar a Ira y Zeus en sus planes de unificación de las islas. Sabía que la idea de los puentes sólo era una disculpa para controlar mejor el comercio y conseguir ganancias, con el trabajo de los demás. No se opuso a la construcción de los puentes con Paros y Naxos. De hecho, había puesto en práctica su idea de canalizar agua potable, que beneficiaba a todos y a él le reportaba buenas ganancias. Pero pensaba boicotear los puentes. Tendría que pensar cómo hacerlo.
            Cuando se enteró de que Paros y Naxos habían sido tragadas por las aguas, supo que su isla de Tinos también sufriría el mismo destino. El trasporte por los puentes ya no funcionaba hacía semanas y ahora se explicaba el porqué. No en vano eran pescadores y conocían el mar mejor que su propia tierra. La idea de trasplantar los manzanos y las viñas, que ya habían llevado a término Hebe y Dión, le pareció acertada.
Pensaba cómo construir una nueva vida para sus pescadores y ya tenía 30 años. Tenía que darse prisa para poder disfrutar de las manzanas de la juventud, que su sobrina compartiría con él de buena gana. 

            De momento, el mar estaba revuelto, lo que dificultaba la pesca, pero aún no había señales de otros fenómenos naturales. Aún así, decidió poner a trabajar a Perdikas, constructor de balsas, para que preparara suficientes para todos los pescadores y sus familias. Las balsas eran situadas en la costa y casi todas las familias iban depositando en ellas sus posesiones, en espera del momento en que hubiera que usarlas.
Además de sus barcas de pesca, Posidón decidió construir una nave de mayor capacidad. Si el tiempo se lo permitía, construirían otros barcos, que fueran sustituyendo a las balsas. Puso como jefe de la flota al capitán Peltas.Todos iban colocando en las balsas sus mejores cestos de algas y sus mejores anzuelos y fabricaban unos y otros con mayor rapidez, para tener buenas reservas para el viaje.

          Las balsas estaban bien atadas, en prevención de los fuertes vientos que siempre azotaban a la isla. A los costados de cada una de las balsas, ataron cestos, que habían impermeabilizado con pieles de pescado, bien limpias, y los llenaron con  agua mineral natural. Todas las balsas y navíos mantenían el color plateado de la piel de pescado, característica del clan de los pescadores.

            Cuando consideró que todo estaba preparado, comunicó a su gente que se embarcaban, con rumbo al continente. Estaba decidido a afincarse en el estrecho de tierra que unía la Hélade y el Peloponeso: era la región de Corinto. Allí consiguió alianzas con los habitantes y todos se adaptaron enseguida a su nueva patria.

            Pero Posidón quiso investigar en otras tierras cercanas y emprendió viaje hasta la región del Ática, donde sabía que estaba Palas. Siempre había tenido la intención de conquistar a su joven sobrina, aunque sabía que ella despreciaba a los hombres y no tenía ninguna intención de casarse. Cuando llegó al asentamiento de la acrópolis, tras un intento fallido de seducción, retó a Palas por el dominio de la región. Pero perdió la competición y se marchó de nuevo a Corinto. No había tenido en cuenta la brillante inteligencia de su sobrina.
            Corinto era una tierra que daba al mar por ambas partes, por lo que los pescadores procedentes de Tinos se sentían bien y enseguida congeniaron con los habitantes autóctonos, que se dedicaban en su mayor parte a la cría de ganado vacuno y ovino, además de poseer colmenas, que les proporcionaban una miel tan deliciosa como la que se daba en el Himeto.

Los habitantes de Corinto los recibieron bien, porque habían sufrido anteriormente un intento de conquista por parte de Helios (el hermano de Selene) y como no les había gustado su forma de actuar, consiguieron que se fuera. En cambio los nuevos emigrantes no tenían afán de conquista, sólo querían asentarse en paz.

            Tras su fracaso frente a Atenea, Posidón buscó una esposa más acorde con su forma de ser, más marina que terrena. Recordó que, hacía ya varios años, había visto a una joven bellísima, bailando con sus compañeras en la isla de Naxos. Se trataba de Anfítrite. Pero ¿dónde podría encontrarla, ahora que Naxos ya no existía?

Tendría que buscarla, porque la imagen de la joven no se le iba de la cabeza. Entonces recordó que su sobrina Hebe había conseguido plantar sus manzanos en las Hespérides, por consejo de Dión. Sabía que este vergel estaba cuidado por Atlas y que Anfítrite era su protegida.

            A Posidón no le importaba embarcarse continuamente, porque consideraba que el mar era su mejor dominio, por tanto se dirigió a las Hespérides con su barco y su capitán Peltas. Y, efectivamente, allí estaba Anfítrite. Le propuso matrimonio y la convenció fácilmente, para que le acompañara.

Además, encontró las famosas manzanas de Hebe y pidió permiso para llevarse algunas semillas, que tenía intención de plantar en Corinto, aunque Hebe le advirtió de que el clima influía mucho en las plantas y no estaba segura de que los manzanos germinaran en Corinto, debido a las brisas marinas.

            El primer hijo de Posidón y Anfítrite fue Tritón. Desde niño le encantaba pasar el día en la playa y se aficionó a recoger caracolas. Escuchaba el sonido marino que provenía de las caracolas y consiguió sacarles un sonido más fuerte, soplando en su interior. El niño era muy inteligente y enseguida pensó en que, soplando con distinta intensidad, produciría sonidos distintos e imaginó cómo podría guiar a los barcos con el sonido. Hizo pruebas con los marinos y decidieron entre todos que el sonido agudo indicaría peligro, mientras el sonido grave, indicaría tranquilidad.
            Cuando Tritón ya tenía cinco años, sus padres tuvieron otro bebé, que fue una niña, a la que llamaron Rhode. Al ver la belleza de la niña, su madre Anfítrite empezó a planear cómo resolver su futuro. Buscaría un lugar para ella, donde crecieran las rosas y donde Rhode consiguiera ser reina.

Un año más tarde, Anfítrite dio a luz a otra niña, a la que puso el nombre de Benthesicyme. Pero esta niña no tenía la luz y el brillo de su hermana y Anfítrite pensó que ya se ocuparía del futuro de su hija más pequeña, cuando hubiera resuelto el de los dos mayores.

            La pareja se fue haciendo popular, porque siempre intentaban mejorar la economía y el bienestar de Corinto. Incluso habían organizado juegos atléticos, que se convertirían más adelante en parte de los juegos panhelénicos, combinando las fechas de celebración con los juegos nemeos, píticos y olímpicos.
Posidón fue nombrado protector de la zona y, con el tiempo, llegaría a ser mitificado y considerado dios. Como era hermano de Zeus, fue considerado dios de los mares, puesto que Zeus era considerado dios de los cielos. Posidón siempre consideró que él tenía tanto poder e importancia como su hermano.

El tiempo determinaría las jerarquías...


8.- La Espiral
            Selene había sido nombrada reina de Amorgos. Todo iba bien, puesto que la fama de su sabiduría llevaba a la isla a gran cantidad de personas, que consultaban con ella todo tipo de temas. Su madre Theia era aún joven y se dedicaba a recoger plantas medicinales y fabricar con ellas medicinas y ungüentos para curar a sus vecinos y a los viajeros que acudían a su casa, atraídos por la fama de sus curaciones.
            La construcción del puente con la isla de Naxos había sido fácil para los habitantes de Amorgos, que consideraban una obra fácil, porque la abundancia de piedra caliza había facilitado las obras. El ambiente seguía siendo gris, por la escasez de agua. De modo que, cuando empezaron las lluvias torrenciales, agradecieron al cielo que enviara la lluvia y aclarara el aire, que empezó a ser azul.
            Selene se reunía a veces con sus hermanos Helios y Eos, que visitaban la isla cada tres o cuatro meses. Ahora Helios brillaba en el cielo con más intensidad que antes y Eos, la aurora, se veía con más claridad, cuando el rocío que había dejado la lluvia brillaba en las plantas al amanecer. Selene seguía adentrándose en la cueva, donde había descubierto la espiral. Su amigo Febo le había dicho que descubriría algo más que la espiral y que estos descubrimientos le hablarían de tiempos pasados y de la forma de vivir de los habitantes de la isla en esos tiempos remotos.
            Un día, un presentimiento la animó a adentrarse algo más en la cueva de la espiral. Llevó agua de lluvia, que todos recogían para tener agua clara siempre disponible, y se llevó algunos frutos secos y tortas de las que hacía su madre y que a ella le encantaban. Pensaba que iba a tardar en salir algo más que de costumbre y siguió hacia un recoveco que la espiral parecía indicarle. Su sorpresa fue inmensa, cuando vio unos dibujos en las paredes de la roca: eran pinturas de animales y cazadores, en colores rojo y negro.
            No supo cómo reaccionar y decidió salir enseguida y contar a su madre lo que había visto. Selene consideraba a su madre la persona más sabia que conocía y siempre le pedía consejo, cuando celebraba las reuniones con sus vecinos. Su madre no sabía que existían esas pinturas sobre la roca y fue con ella para verlas y pensar en lo que significaban.
            Al volver a casa, su madre pensó que alguien muy antiguo había dejado esas pinturas para orientar a sus descendientes y contar su forma de vida y cómo cazaban. Theia creía que las pinturas eran sagradas. De hecho, las formas de los animales parecían resaltar y estar llamando a los cazadores. Las dos decidieron llamar a sus vecinos Hekas y Giorgos, a los que consideraban muy sensatos, para que entraran en la cueva con ellas. Selene también llamó a sus dos amigas más fieles, Calisto y Altea.
            Juntos se encaminaron a la cueva y, esta vez, llevaron también teas encendidas para iluminar las pinturas. Había escenas de caza, pero también escenas de la vida cotidiana, como el nacimiento de un pequeño ciervo y el dibujo de algunos objetos de cerámica, como cuencos y vasos. El descubrimiento les pareció tan importante que convocaron una asamblea general del clan de la espiral, con todos los habitantes de la isla. Incluso asistieron los pequeños, porque Theia pensaba que los niños ven con más claridad los mensajes de las divinidades, como Selene había visto la espiral, cuando era pequeña.
             Todos coincidieron en que las pinturas eran muy antiguas, porque en la actualidad, no había ciervos en la isla y la única cerámica que conocían eran los objetos que habían comprado a la isla de Siros, con cuyo jefe Vulcan tenían buenas relaciones.
            Las lluvias torrenciales empezaron a inundar la isla y todos tuvieron que construir nuevas casas en la cima de la montaña, pensando que así podrían mantenerse a salvo. Sin embargo, estaban muy preocupados y Selene decidió consultar de nuevo con su amigo Febo.
            Cuando todo estaba dispuesto para viajar a Sérifos, uno de los viajeros, que solían ir a Amorgos a buscar medicinas, les contó que Febo se había ido con toda su gente al continente, que todos llamaban Hélade y que la isla de Sérifos había desaparecido tras unas lluvias torrenciales y movimientos sísmicos. Todos se quedaron consternados y volvieron a celebrar asamblea general. Las lluvias eran cada vez más intensas y quizá su isla sufriría la misma suerte que Sérifos.
            No podían arriesgarse a perder a nadie, por lo que equiparon tres naves y abandonaron la isla definitivamente. Una de las naves estaba dirigida por Hekas, y en ella iba también Theia, porque pensaba que el arte de la medicina no podía perderse y quiso ir en una nave diferente a la de su hija. La segunda nave iba dirigida por Giorgos y la tercera por la propia Selene, acompañada de sus amigas Calisto y Altea.
            No quisieron volver la vista atrás, para no ver lo que sucedía en Amorgos, pero, cuando llegaron a Hélade, les dijeron que su isla había sido engullida por un maremoto. Ahora tenían un nuevo desafío: buscar un lugar adecuado para iniciar su nueva vida. Todos estuvieron de acuerdo en buscar un lugar con agua y abundante vegetación.
            La navegación los llevó al Peloponeso. Y encontraron un asentamiento en la región de Epidauro. Allí había frondosos bosques de eucaliptos, que proporcionaban sombra y un aroma intenso, que daba paz al espíritu e invitaba al recogimiento. De momento, construyeron sus chozas cerca de uno de los bosques, en cuyo extremo fluía una corriente de agua cristalina. Les pareció que revivían su propio asentamiento en Amorgos, cuando Theia decoró su casa con pinturas de color azul y blanco, semejantes a las que tenía en su casa del oráculo. No podían conseguir mármol, pero sí intentaron rememorar las escenas de sus casas.
           Tenían que construir una sede para el oráculo y, durante varios días, estuvieron buscando el lugar idóneo para ello. Theia encontraba plantas que no conocía y estaba ilusionada por descubrir sus propiedades. Lo primero que descubrió fue las propiedades de las hojas de eucalipto, que, hervidas, ayudaban a respirar mejor.
           Selene había descubierto unas cavidades en la roca y estaba empeñada en buscar su señal de la espiral, aunque todavía no había conseguido descubrir nada. Sabía que la espiral no la abandonaría. Un día se quedó dormida dentro de una cueva y, cuando salió al día siguiente, tenía un fuerte resfriado. Theia solía utilizar en estos casos corteza de sauce hervida, pero no había encontrado, de momento, ningún árbol semejante, hasta que se le ocurrió hervir las hojas de eucalipto. Cuando vio cómo se reducía la congestión nasal de Selene, hizo otras pruebas, que resultaron positivas, y lo consideró como un feliz descubrimiento.
           Selene hacía excursiones a diario, con sus amigas Calisto y Altea. Un día se encontraron con una niña, que se quedó mirándolas con curiosidad. Era preciosa y casi no se fijaron en que tenía una leve cojera. La pequeña se sentó con ellas y les contó que su padre era médico y que había conseguido que ella anduviera, fortaleciendo sus piernas.
           Las tres jóvenes le preguntaron su nombre y la niña dijo que se llamaba Higíeia. Salió corriendo, porque su padre le había hecho un encargo y ya se había retrasado. Dijo que le gustaría volver a verlas y que ella solía estar por allí todos los días.
           Selene recordó entonces que su amigo Febo le había hablado de un lugar espléndido para realizar curaciones, por las características de la Naturaleza, y que pensaba buscarlo para establecerse allí algún día. No se atrevía a pensar que el padre de la niña fuera Febo, pero, al día siguiente, volvió con sus amigas muy temprano, para ver a la niña.
           Efectivamente, Higíeia apareció sonriente y con los rizos brillando al sol. Había contado a su padre su encuentro del día anterior y su padre le había dicho que llevara a las tres chicas para hablar con él, si ellas querían. Naturalmente Selene estaba deseando saber si allí estaría su amigo Febo o algún compañero, que le pudiera dar noticias de él.
           También Theia quiso ir, porque quería compartir conocimientos con el padre de Higíeia. Se saludaron con respeto y curiosidad. El padre de Higíeia se llamaba Asclepios y enseguida Theia y Selene notaron el parecido que tenía con Febo. Pero él no dijo nada y parecía no conocer a Febo. Asclepios las animó a mover su asentamiento de chozas más cerca de su casa de medicina y así poder trabajar juntos y aprender unos de otros. Theia dijo que consultaría con su grupo y quedaron en verse más a menudo.
            Con el tiempo llegaron a formar un oráculo y una casa de reposo para los convalecientes, después de que fueran curados.


 9.- La fragua de Vulcan

Vulcan ya tenía 17 años, igual que sus mejores amigos, Janos y Janis, con los que seguía aprendiendo, bajo las directrices de Sethlas. El maestro ya era anciano, pero su ilusión por enseñar sus artes lo mantenía vivo. También seguía con ellos la anciana Tana, a la que ayudaban los tres jóvenes a preparar el fuego y a llevar los calderos con la comida, porque ella ya no tenía fuerzas.
La isla de Siros resplandecía con las fraguas, creadas por Vulcan, que enseñaba su oficio a otros muchachos jóvenes. Habían desarrollado la artesanía de escudos y armas y el comercio era fructífero, sobre todo con la facilidad de transporte que facilitaban los puentes. Las figurillas de hueso eran apreciadas en todas partes, porque no parecía que nadie pudiera igualarlas. Los puentes habían sido construidos con entusiasmo por los habitantes de Siros, y reforzados con planchas de hierro, para que fueran más fuertes y duraderos. La idea se le había ocurrido a los gemelos Janos y Janis y Sethlas estuvo de acuerdo enseguida.
Los puentes unían Siros con Delos y Tinos, y desde el principio el paso de comerciantes fue ininterrumpido. Posidón de Tinos intercambiaba agua potable por armas de hierro. El resto de productos se vendían a buen precio, lo que iba enriqueciendo a los habitantes de Siros.
Los problemas empezaron cuando Posidón se enemistó con Artemis y decidió que no llevaría su agua potable a Siros, si después iba a llegar a Delos. Los artesanos se reunieron y decidieron nombrar un rey. El elegido fue Vulcan, puesto que era hijo de la reina de Creta y podría tener más influencia ante su madre, para cualquier petición que llevaran. Además Ira no tenía buenas relaciones con Artemis y quizá Vulcan sabría convencerla a favor de Siros.
Habían mantenido relaciones comerciales con el clan de la lanza de la isla de Thera. Pero Thera había estallado y sus habitantes habían viajado a Creta en primer lugar y luego al continente, a la Hélade. Palas estaría ya afincada en la región del Ática, o eso habían oído decir.
El consejo de ciudadanos decidió enviar una embajada a Creta. Así Vulcan hablaría con su madre y le pediría consejo, sabiendo que le favorecería, puesto que Ira no soportaba ni a Artemis ni a Palas. Posidón fue informado y estuvo de acuerdo. Aconsejó a Vulcan que fabricara para su madre un trono de verdad, donde pudiera sentarse.
En Siros tenían gran reserva de oro rojo, procedente de Andros, porque a veces los escudos y las armas eran rematados con oro. Vulcan se puso manos a la obra y, con ayuda de todos sus compañeros de taller, tuvo preparado su regalo para Ira en pocos días. Era de oro puro, con trabajos de filigranas y relucía con los rayos del sol y con la luz de la luna. Parecía tener vida propia.
Pero Vulcan tenía aún una duda sobre su cojera y pensaba preguntarle a su madre sobre su causa y sobre su poco interés con respecto a él. Consultó con su maestro Sethlas y con Posidón, que había estado presente admirando la construcción del trono de oro. Quizá Posidón, como hermano de Ira, supiera algo.
Y Posidón le contó la verdad: que cuando nació, Zeus lo arrojó al suelo. El niño quedó con una pierna doblada y Zeus sentenció que no podría vivir en la corte, por su deformidad. Ira tampoco puso mucho interés en quedarse con él y se lo entregaron a Sethlas y a Tana. Por si Vulcan no le creía, Posidón le dijo que obligara a su madre a contarle la verdad.

Y ¿Cómo puedo obligarla?
Muy fácil, contestó Posidón. Su orgullo hará que se siente en su trono enseguida, porque le parecerá que así es más importante que su esposo. Pon un dispositivo en el trono, que no permita que pueda levantarse, hasta que tú no lo vuelvas a accionar.
Pero luego puede vengarse de mí.
Yo te protegeré. De todas formas, dile que es un dispositivo remoto y que puedes volver a accionarlo, aunque no esté sentada.
Pero yo no sé hacer eso.
Claro que sabes. Coloca un imán en la parte de debajo del trono y le regalarás también una pulsera, que contenga otro imán. A tu madre le encantan las pulseras y no la rechazará.

Y así lo hizo Vulcan. Unos días después emprendió su viaje a Creta. Ira lo recibió con poco entusiasmo, pero, en cuanto vio el trono, se sentó en él, pavoneándose ante los demás cortesanos. Y, cuando se dio cuenta de que no podía levantarse, se quedó pálida y pidió explicaciones a su hijo. Pero fue Posidón quien habló. Ira no tuvo más remedio que contarle la verdad a Vulcan y prometió dejarle vivir con ella, si quería.
Vulcan se quedó unas semanas, pero no le gustó la corte de Creta y volvió a su casa, con sus amigos y su vida sencilla. Ira pensó que no le molestaría más. Cuando llegó a casa, le esperaba la triste noticia de la muerte de Tana. Los funerales ya se habían celebrado y Vulcan quiso dedicarle su último adiós, fabricando una lápida, donde la llamaba madre y había esculpido una reproducción de su rostro, cuando era joven.
También Sethlas pensaba que llegaba su hora definitiva y quiso asegurarse de que Vulcan encontrara una esposa, que le diera hijos y no se sintiera solo. Viajaron a Trinacria, donde los reyes siempre eran amigables, como sabían por Dión y otros jefes de islas. El rey de Trinacria le ofreció como esposa a Aetna, que se fijó en el carácter y las cualidades de Vulcan y lo aceptó de buen grado. Vivieron varios años felices y tuvieron tres hijos, llamados los Palicios, que eran trillizos: Palinuro, Palladio y Pallade.
Pero el poder de los mares y de los elementos también llegó a la isla de Siros y sus habitantes decidieron viajar, mientras fuera posible, a Trinacria, patria de la esposa de Vulcan. Poco después de que zarparan todos los barcos, la isla de Siros fue engullida por un tsunami. Todos pudieron ver que se habían salvado por poco, aunque sentían una tristeza profunda al ver desaparecer su patria.
Llegados a Trinacria, se asentaron en las tierras que les cedió el rey, al noreste de la isla. Y Vulcan buscó el mejor lugar para situar su fragua: la región del Etna, donde el propio cráter del volcán permitía tener fuego en diversas cuevas, donde Vulcan y sus compañeros instalaron sus talleres.
La fama de sus armas se extendió por toda la isla y llegó también a las regiones más cercanas de la tierra Ausonia, desde donde llegaban encargos de armaduras, escudos y lanzas, que por su belleza y fortaleza dejaban contentos a los clientes, cada vez más numerosos. Incluso les hicieron encargos desde la lejana Hélade, donde ya se conocía el nombre de diversos héroes, famosos por su nobleza y hazañas.
También le llegó la noticia del éxito de las fraguas a Febo, asentado ahora en la región de Delfos. Los espías que Febo tenía en casi todas las regiones de la Hélade le habían ido informando del lugar de asentamiento de todos los habitantes de las islas de la confederación del Egeo.
Febo tenia interés, sobre todo, en saber dónde se había asentado su amiga de la infancia Selene. Pronto supo que estaba en la región de Epidauro y se propuso visitarla. También quería visitar a Vulcan, al que tenía simpatía por su enemistad con Ira, aunque le resultaba un viaje demasiado complicado y además no se fiaba de su protector Posidón, al que consideraba engañoso e interesado.




10.- El oráculo de Cumas

La isla de Milos también había desaparecido a causa de los fenómenos naturales que iban arrasando todas las islas del Egeo. El clan del Ofidio había tenido que buscar un nuevo asentamiento, como les había sucedido a los otros clanes. Conocían el destino de Hebe de Paros, de Ilía, su amiga y de Dédalo. Sibila ya era la sacerdotisa del oráculo y tenía que fundar otro en el lugar que les deparara el Destino.

Su amigo Febo ya había conseguido un asentamiento en la Hélade y su madre había decidido que debían ir a buscarlo y pedirle consejo. La reina era Sibila, pero seguía siempre los sabios consejos de su madre, desde que era pequeña y empezó a aprender los misterios de la adivinación.

Mientras viajaban, Sibila pensaba en cómo serían las otras gentes que vivían en la Hélade y si podría hacer sus predicciones con sólo observar la mirada de los que iban a consultar el oráculo. Estaba segura de que sabría hacerlo y de que aprendería a utilizar las plantas de la región donde se asentaran, para que su madre siguiera con sus recetas y curaciones.

También tenía que buscar ofidios con cuyo veneno en cantidades mínimas podría aliviar el dolor de los enfermos. Todas las mujeres de la expedición iban vestidas de blanco, como era tradición en el Clan del Ofidio. También tendrían alguna oportunidad si encontraban a Posidón, primo de su madre.

Tanto la madre como la hija pensaban también que, al tener ya 17 años, debía encontrar un esposo, para engendrar una hija, que pudiera continuar con el oráculo y las enseñanzas ancestrales de las Sibilas. Sibila pensaba en su amigo Febo, del que reconocía que siempre había estado un poco enamorada. No sabía lo que pensaría él, pero ella debía tener una hija, aunque no tuviera esposo.

Después de varios meses de viaje, consiguieron llegar al Parnaso. Estaban agotadas y decidieron descansar, antes de continuar su viaje a Delfos. Encontraron un refugio en las costas del Ática y se instalaron, aunque sabían que sería por poco tiempo.

Sibila madre recomendó construir un templete circular. La piedra del lugar no era igual que la de la isla de Milos, pero se esforzaron para que tuviera el aspecto de mármol, como era su residencia anterior. Alrededor del templete, fueron adosando pequeñas estructuras, también circulares, para instalarse en ellas cada una de las familias, que habían acompañado a Sibila.

La comunidad echó a andar, con la alegría que siempre la caracterizaba y con el entusiasmo que una nueva vida y una nueva aventura les iba a deparar. Sibila madre empezó a buscar plantas, primero conocidas y después desconocidas, para ir elaborando sus medicinas, que tanto bien habían reportado a su pueblo. Sus acólitas, tres niñas de unos diez años, la ayudaban a recoger y seleccionar las plantas medicinales, que luego dejaban secar, para molerlas y rellenar pequeñas cerámicas, en las que una letra permitía identificar la planta, sus características y sus aplicaciones.

Parecía que habían encontrado su nuevo hábitat, pero Sibila sabía que no sería definitivo. Su primer deber como reina era encontrar un esposo, que le diera una hija. Y ésa fue la tarea que desempeñó su madre, enviando mensajeros a las regiones cercanas, para que se conocieran y formaran una comunidad de vecinos que se ayudaran unos a otros. Y también que se defendieran, porque, algunas veces, los piratas se acercaban a tierra y saqueaban la costa.

Los oráculos de Sibila y las medicinas de su madre ya habían atraído a numerosas familias, algunas de las cuales se habían quedado a vivir con el grupo. Así se fue formando una comunidad mucho más numerosa que la que constituían los habitantes de la destruida Milos.

Un día llegó un joven, que decía venir de Delfos. La fama de Sibila se había extendido y Febo quería asegurarse de que se trataba de su amiga Sibila. Ella organizó un viaje para visitar a su querido amigo. En la comunidad se quedó como regente su madre y Sibila emprendió el viaje tranquilamente, porque sabía que todo iba a seguir en orden, mientras ella estaba fuera.

El joven se llamaba Ión y Febo lo había recogido del bosque, donde lo había abandonado su madre, pensando que era hijo suyo. Lo llevó a Delfos y allí le encargó el cuidado del templo. Durante el trayecto hacia Delfos, Ión y Sibila se dieron cuenta de que se gustaban.

Llegados a Delfos, tras atravesar la cordillera del Parnaso, Febo y Sibila se abrazaron, emocionados por volver a verse. Febo ya sabía la suerte que habían corrido las islas del Egeo y estaba decidido a convencer a Sibila, para que se quedara con él. También se dio cuenta de la emoción que sentían Sibila e Ión, cuando estaban juntos.

Febo decidió que ofrecería a ambos jóvenes un matrimonio provechoso, además de feliz. Planteó la cuestión y los dos jóvenes aceptaron. Pero la verdadera intención de Febo era retener a su lado a Sibila, para que participara en el oráculo y fundara con él una escuela de pitonisas.

Enviaron una embajada a la madre de Sibila, para que viniera a ratificar el matrimonio. Enseguida les llegó la noticia de que Sibila madre había muerto, por haber tomado en cantidad excesiva una de las hierbas que estaba probando, el acónito. Sibila no podía creer lo que le estaban diciendo, pero se convenció, porque al frente de la infausta embajada iba una de sus mejores amigas, Kali, vestida de luto, con una capa negra sobre la túnica blanca.

Sibila pidió a Kali que se quedara a su boda, y que después volviera a dirigir la comunidad que tan sabiamente había fundado su madre. Kali aceptó el encargo. Se celebró la boda, donde, por primera vez, se bañó a la novia con el agua de la fuente Calirroe, hecho que se convertiría en costumbre a partir de entonces.

Un año después, Sibila daba a luz a una niña, a la que puso su mismo nombre. A pesar de que estaba cumplida su misión de tener una hija que la sucediera, Sibila no quiso separarse de Ión y continuaron viviendo juntos muchos años.
 
La pequeña Sibila demostró enseguida tener las dotes de su madre e iba aprendiendo los ritos y costumbres del oráculo. A los cuatro años, fue incluida en la escuela de pitonisas y Febo se iba fijando en ella con interés. En uno de sus viajes a la tierra Ausonia, poblada por Thyrrenos, y cercana a la isla de Trinacria, se llevó a la niña. Le mostró un lugar que tenía las mismas características que el oráculo de Delfos y le dijo que algún día, ése sería su destino y su propio oráculo.

El lugar estaba en una región cuya forma recordaba la de una crátera y se llamaba Cumas. La niña no olvidaría nunca ese lugar. En cuanto llegó a Delfos le contó a su madre lo que había visto y lo que le había dicho Febo.
Sibila, como buena adivina, miró fijamente a su amigo y entendió lo que él pretendía.

Cuando la pequeña Sibila cumplió los quince años, sus padres decidieron permitir que fundara su propio oráculo en Cumas. Se organizó el viaje, al frente del que iba el propio Febo. Algunos de los habitantes de Delfos habían accedido a quedarse con la joven Sibila y a construir su oráculo y sus casas en la bahía de la crátera.

Cuando las obras estaban ya iniciadas, Febo decidió volver a Delfos.
Pero, antes de salir, pidió a Sibila que se casara con él. La joven le dijo que accedería, si él le regalaba sus dotes de adivinación. Febo aceptó y ella empezó a sentir cómo la sabiduría de Febo entraba en su espíritu.

Estaba segura de que no necesitaba a Febo ni a ningún otro hombre, porque ella no pensaba seguir la tradición de su madre de tener una hija que la sucediera. Así que, se negó a casarse con él. Febo no podía arrebatarle el don de la adivinación, pero sí le dijo que le haría un regalo de despedida. Le dijo que cogiera un puñado de arena del mar y le dijo que viviría tantos años como granos de arena pudiera encerrar en sus manos.

Sibila estaba encantada: se había librado de un amante al que no quería y además viviría muchísimos años, durante los que podría enseñar a otras jóvenes el arte de la adivinación, sin tener la obligación de casarse.

Lo que no se dio cuenta de pedir a Febo fue el don de la juventud. De modo que iba envejeciendo y empequeñeciéndose hasta ser una mujer diminuta. Así pasaron generaciones de Sibilas en Cumas. Sibila aceptaba a sus alumnas con siete años y las enseñaba durante otros siete, hasta que ellas, a su vez, se convertían en maestras. Así formó una comunidad de adivinación, que se haría famoso en todo el mundo heleno.

Y ella seguía envejeciendo y arrugándose...


11.- El gobierno central
           
Ira presentía que todos sus planes se estaban desmoronando. Algo en su interior le decía que las cosas ya no funcionaban igual. Su poder se estaba debilitando por momentos. En primer lugar, su esposo Zeus ya ni siquiera discutía con ella. De hecho, ni se veían. Él seguía con sus romances, cada vez más frecuentes, y con su gran cantidad de hijos, de los que ni se acordaba, a no ser que le hicieran falta.
           
En cuanto a sus sueños de dominio sobre todas las islas del Egeo, ya sabía que eran irrealizables, porque casi todas las islas habían desaparecido por causas naturales, o bien por maremotos o erupciones volcánicas, o bien porque los famosos puentes de unión habían desparecido, después de tanto trabajo, recursos y planes de comercialización de los productos naturales de cada una.
           
Incluso pensaba que Creta llegaría a desaparecer, aunque estaba mejor situada que el resto de islas y podría mantenerse firme ante los envites del mar. La isla estaba además bien preparada para rechazar cualquier invasión enemiga. No había fortalezas ni murallas, pero sus puertos estaban bien vigilados y el interior de sus palacios tenía un sistema de refugio, que había resultado inexpugnable para cualquiera que no conociera sus secretos.
           
Por su parte, Zeus, seguía viviendo sin preocuparse de casi nada, sólo de sus propios intereses, casi siempre amorosos. En uno de sus viajes de “caza” femenina, había visto a una joven en las playas de Tiro, ciudad fenicia, jugando con sus amigas. Enseguida se enamoró de ella y la raptó. Consiguió llevarla a Creta y allí la mantuvo con él, hasta que se cansó y la dejó, después de haber engendrado a tres hijos varones.
           
Europa despertó un día y se encontró sola. Enseguida se dio cuenta de que su amante la había abandonado. Sus tres pequeños, Minos, Sarpedón y Radamantis jugaban cerca de ella, sin notar ninguna diferencia con los días anteriores.
           
Europa tuvo que sacar adelante a sus tres hijos, con ayuda de buenos vecinos, a los que ella siempre ayudaba, y con su carismática sonrisa, que le valía el aprecio de todos. Y volvió a suceder lo mismo que cuando era una adolescente: el príncipe de la ciudad de Heraclion, Asterión, se fijó en ella.

El príncipe era un hombre amable y honrado. Le propuso matrimonio y le prometió hacerse cargo de los niños, como si fueran sus propios hijos. Europa aceptó.
           
Y Asterión cumplió su promesa. Los tres hijos de Europa fueron considerados príncipes de la ciudad y Asterión nombró heredero del trono al mayor, Minos. Además, consideraba que el joven era honrado, justo y con suficiente carácter para gobernar.
           
Sarpedón se casó con una princesa troyana y fue a vivir a la corte de su esposa. En cuanto a Radamantis, murió joven y al entrar en el mundo de los muertos, con su sonrisa, heredada de su madre, fue considerado como un buen portero del submundo.
           
Al morir Asterión, Europa se quedó tan triste, que le sobrevivió pocos meses. Minos fue proclamado rey por todos sus súbditos, cuya lealtad se había ganado. Lo primero que sometió a la aprobación de su consejo fue el refuerzo de sus defensas subterráneas, puesto que esperaba que llegaran inmigrantes de las otras islas, sobre todo, quienes no hubieran podido instalarse en la Hélade o en Trinacria.
           
Sus consejeros estuvieron de acuerdo con el refuerzo de las defensas, y además, le aconsejaron que tomara esposa. Incluso le presentaron el nombre de algunas candidatas. Minos se decidió por una de ellas, Pasifae, hija de Helios y princesa de la Cólquide.
           
La reina dio muchos hijos a Minos, entre ellos las princesas Ariadna y Fedra. Pero se volvió loca y comunicó que se había enamorado de un toro. Minos había contratado a un famoso orfebre, expulsado de Atenas por haber cometido un crimen, Dédalo, que ya había perfeccionado los túneles subterráneos de los palacios, para reforzar las defensas de sus habitantes.

Dédalo dio una solución al rey para el problema de su esposa: construyó una vaca, donde la reina se metería y podría tener relaciones con el toro del que se había enamorado.
           
Producto de los amores de Pasifae con el toro, nació un ser biforme, mitad toro, mitad hombre, el Minotauro. El engendro parecía un verdadero monstruo y Minos decidió que nadie debía verlo. También esta vez Dédalo dio una solución al problema. Construyó un laberinto especial, donde el Minotauro viviría solo. Los encargados de alimentarlo serían prisioneros de guerra.
          
Entre estos prisioneros de guerra estaba el hijo del rey de Atenas, Teseo, que decidió eliminar al Minotauro, para que nadie más pereciera.

Una de las princesas, Ariadna, se había enamorado de Teseo y decidió ayudarle a eliminar a su hermanastro. Le habló de la disposición de los laberintos y le dio un ovillo de lana, para que fuera desenrollándolo y pudiera volver por el mismo camino.
           
Teseo prometió, a cambio, llevarla con él en su viaje de vuelta a Atenas. Venció al monstruo y se llevó a Ariadna. Lo que no sabía era que en el barco camuflada se había introducido la hermana pequeña, Fedra, que también se había enamorado de él.
           
En la primera ocasión, abandonó a Ariadna a su suerte. Ni siquiera se había dado cuenta de la presencia de Fedra en su barco. Posteriormente, ya en Atenas, se casaría con ella, y le traería la peor suerte de todas, la muerte de su hijo Hipólito.
           
La isla de Creta siguió prosperando, con su color dorado y bajo el mando del Clan del Olimpo, del que descendía Minos. Los adelantos científicos eran notables, entre ellos los canales de agua en los palacios, los baños particulares en las habitaciones y su cultura extraordinaria.
           
Nadie había vuelto a saber nada de Zeus e Ira. Muchos decían que habían subido a los cielos, dándoles la categoría de dioses. Pero la mayoría pensaba que habían buscado refugio en alguna tierra cercana y más segura, que podría ser la región de Jonia o la de Lidia. Era lo más probable.
           
Minos había conseguido armar una flota muy superior a la que tenían las tierras más cercanas y tenía el dominio del mar Egeo, con o sin islas, porque después de varios maremotos y diluvios, que parecía que se iban a tragar todo, algunas de las islas habían vuelto a resurgir y necesitaban población, que Minos se apresuró a preparar, para que su dominio sobre todo el Egeo fuera total, sin imposiciones ni guerras, sólo repoblando las nuevas tierras con sus propios súbditos.
           
El jefe de la flota cretense era Periplos, que hacía viajes informativos en el este, por si era necesario crear colonias cretenses en las regiones orientales. Así, cuando se produjo un diluvio universal, que sumergía bajo las aguas a todas las tierras conocidas, Periplos ya había preparado un asentamiento para su rey y para sus compatriotas.
           
El dominio cretense se fue reduciendo hasta ser eclipsado por las recientes culturas que se iban formando bajo el manto protector de la Hélade. La Confederación soñada por Ira se iría formando, pero ella ya no estaría para dominarlo todo con sus manejos políticos. Lo que sí sabía era cómo los demás clanes, con sus jefes, habían encontrado una forma de vivir más libre, cada cual con sus propias normas y sin depender de Creta.
           
Ira tendría que imaginar la forma de volver a dominar sobre los demás clanes, con o sin ayuda de su esposo. Sobre todo, tendría que destruir las nuevas formas de gobierno, democráticas, donde todos los ciudadanos podían opinar en igualdad de condiciones con los demás integrantes de los gobiernos. No podía entenderlo.
           
Volvió a formar una red de espías, para poder intervenir en los gobiernos y en sus decisiones. Y, aunque odiaba a Febo, pensó en asociarse con la red de espías de Delfos, que alcanzaba ya extensas zonas orientales.

Por supuesto, no le comentó nada a su esposo, que no se interesaba por nada que no fueran sus amantes y algunos de sus hijos, de los que se sentía orgulloso.
           
Y así llegaría el momento de la desaparición definitiva y total de Atlantis, aunque eso es otra historia.

FINAL DE LA SEGUNDA PARTE DE ATLANTIDA

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