ATLANTIS II: La Confederación
LA CONFEDERACIÓN
Tras diez años dedicados a la construcción de puentes y canales, las islas del Egeo se habían visto modificadas. Algunas habían mejorado su economía, sus relaciones y sus expectativas de futuro; otras seguían como antes, aunque era importante el aumento de las relaciones entre unas y otras, las amistades e incluso los matrimonios; otras habían empeorado su situación económica, habían persistido en sus odios, rencores e individualismos, con razón o sin ella. Algunas habían desaparecido, por fenómenos naturales. La Madre Naturaleza, tras varios avisos, había dicho la última palabra.
Lo que no había cambiado demasiado era el poder y dominio de la isla de Creta. Gracias a los puentes interinsulares, los espías de Ira la informaban puntualmente de todos los sucesos de cada isla. Y ella informaba a su esposo, cuando le convenía. A veces, procuraba ocultarle hechos, que él habría considerado importantes.
1.- Delos, la brillante
Diez años duraron las obras para construir los puentes, que unieran a la isla de Delos con las de Naxos, Paros y Tinos. Sus gobernantes Dión, Hebe y Posidón estuvieron de acuerdo en la forma y situación de los puentes, dejando la entrada y salida cerca del mar, de modo que también se pudieran amarrar allí las naves, por si tenían que seguir viajando por mar.
Las obras eran de una belleza extraordinaria, porque habían aceptado el proyecto de un arquitecto famoso, Ineni el egipcio, que había trabajado para varios faraones. Ineni no sólo proyectó los puentes, diciendo cómo se debía trabajar, la forma y estructura más conveniente, en cada caso, los hombres que se necesitarían para las obras y el material más adecuado, sino que habló con Leto y Artemis de la posibilidad de dotar a la isla de canales de agua potable, para que todos los habitantes tuvieran provisión de agua.
La isla de Tinos tenía fuentes de agua clara y limpia, que su jefe Posidón quería comercializar, pero no puso ninguna pega para que sus vecinos de Paros, Naxos y Delos disfrutaran del agua que tanta salud les reportaba a los habitantes de Tinos. Él ya había pensado cómo mantener relaciones comerciales con ellos, aprovechando los mármoles de color rosado, los magníficos tintes de Delos y las extraordinarias cepas de Naxos, que ya intentaba plantar en Tinos.
Artemis accedió enseguida. Le parecía incluso más importante la canalización del agua potable, que los puentes. Sobre todo, porque no le gustaba ser la primera en “obedecer” a Ira y a Palas. Artemis pensaba que no era idea de su padre Zeus, sino de su hija Palas. No le caía bien Palas, aunque la admiraba por su inteligencia y porque compartía con ella la idea de la superioridad femenina y su negativa a casarse. Tenía que pensar muy bien sus actuaciones, porque sabía que todas las Cícladas se mirarían en La Isla Brillante, para cualquier actuación o decisión.
La brillante isla de Delos, estaba de luto. Su querida reina madre acababa de morir. El color azul de los vestidos de sus habitantes se cambió ese día por el blanco, el color del duelo. La reina Artemis organizó juegos atléticos, como ya venía siendo costumbre en la isla, cuando había una defunción. También se hicieron competiciones de caza, para ofrendar a la mujer que había sentado las bases de la felicidad en la isla. Todos los Tintoreros del Clan del Fuego participaron en el banquete funerario. El lugar de su tumba fue rodeado de cipreses, árbol preferido de Artemis, porque su altura llegaba hasta el éter.
Los habitantes de la isla decidieron implantar un culto a Leto, como si fuera una divinidad, culto que se extendió rápidamente a otros lugares, no sólo de las islas, sino en tierra firme, tanto en la costa oriental, como en las costas occidentales, La Hélade, el lugar de donde muchos provenían y de donde habían traído costumbres y ritos.
Artemis ya tenía 17 años y el pueblo le exigía que les diera una heredera, pero ella no quería saber nada de hombres, porque los consideraba inferiores. Su intención era dejar su reino a la primera hija que tuviera su hermano Febo; no sería difícil ni tardaría mucho, porque su hermano era muy enamoradizo. Ella había tenido un admirador, pero se había deshecho de él. Era Acteón, un joven cazador, que la seguía y procuraba verla sin ser visto. Un día Acteón, que la miraba desde detrás de unas ramas, la vio entrar en el agua de una laguna y se quedó tan embobado, que no se dio cuenta de que ella lo había visto y se acercaba. Como castigo por tal atrevimiento, azuzó a los perros de Acteón, que mataron a su dueño. Artemis se libró de él, sin mancharse las manos.
Mientras tanto, Artemis seguía fabricando sus propias flechas, que, como su arco, eran de madera de roble, árbol que se daba en abundancia en la isla y por el que Artemis sentía una verdadera veneración.
Se le ocurrió preguntar en primer lugar a su amigo Febo, que parecía ser amigo de todos los nuevos jefes de los clanes. Él ya dominaba la adivinación y seguramente sabría dar una solución. Pero Sérifos estaba lejos y, cuando llegara la respuesta de Febo, los manzanos habrían muerto. Tampoco sus nodrizas sabían dar una solución, hasta que Eunomía pensó en una isla lejana, en otro mar, que podría quizá tener y cuidar los manzanos. Esto tenía que pensarlo bien, porque ese jardín estaba en las Hespérides y era difícil llegar allí y recogerlas.
Pensaron que, si Dión seguía en Trinacria, quizá él pudiera viajar a las Hespérides, porque los barcos de Trinacria ya habían navegado hacia el oeste y habían encontrado unas islas en el llamado mar de Thetis. Eunomía pensó que quizá Dión también querría llevar las semillas de sus vides a las Hespérides.
3.- Los rivales
Dión tenía ya 14 años. Como jefe del Clan de Viticultores había decidido que todos los habitantes tuvieran las mismas oportunidades, de forma que no quiso ser jefe de nadie en la isla color vino. En cuanto se iniciaron las obras del puente que los uniría a las islas de Tinos y Paros, había intentado preservar sus viñedos del polvo que provocaban los trabajadores.
No quiso que ninguno de sus viticultores dejara sus quehaceres con las viñas y pagó a trabajadores de fuera para que realizaran las obras. Mandó cubrir todas las cepas con telas, que preservaran las plantas. Así consiguió que sus vinos fueran de la misma calidad que antes.
Aprovechando las relaciones que le proporcionaba su colaboración con Posidón, tuvo largas charlas con él: para tratar de eludir el dominio de Creta y para sentar bien las bases de sus futuras amistades. Tenía muy claro que se relacionaría con quien quisiera, no con quien decidiera su padre Zeus. Así pues, sus preferencias fueron para la dulce Hebe y para el rebelde Dédalo. En cambio, empezó a cortar relaciones con Febo y los muchos amigos que éste se había hecho, como Sibila, Selene, por supuesto Artemis, a la que consideraba cruel y despótica y, sobre todo, no pensaba relacionarse con Palas, que era la viva imagen de su padre, aunque más inteligente.
Nefeli, su querida nodriza había muerto. También en Naxos se habían dado tremendas tormentas y un día, cuando estaba en la playa tomando el sol, una ola arrastró a Nefeli, que no supo defenderse contra el poder del mar. Unos días después, apareció su cadáver en la playa. Dión la lloró, porque era la única madre que había conocido y la persona a la que más quería, después de a sí mismo.
Pero seguía viéndose con Hierón de Trinacria y haciendo algunos viajes. Podía permitírselo, porque, además de las ganancias que obtenía con la venta de las uvas, su padre Zeus le enviaba, de vez en cuando, una bolsa de oro, quizá para compensar el poco caso que le hacía. Nunca había viajado Zeus a Naxos, pero enviaba mensajeros de vez en cuando, para que le llevaran el oro a Dión y para recibir, a cambio, hermosos racimos de uvas, que le gustaban bastante.
La rivalidad con Febo empezó cuando el oráculo dijo que su amistad con Dédalo terminaría de forma brusca. Dión no podía entender por qué Febo se metía en medio de una amistad, que parecía firme. Además Dión era rencoroso y vengativo, a pesar de que casi todo le daba igual, mientras no le atacaran a él directamente. El hecho de que el oráculo hablara sobre algo que no parecía tener fundamento hizo que Dión cortara las relaciones con Sérifos.
Posidón, que disfrutaba fomentado las rivalidades de los demás, le dijo que Febo se consideraba mucho más inteligente que él. Y Dión sabía que tenía razón, por lo que su envidia se acrecentó. La verdad es que eran muy diferentes: Febo se dedicaba a actividades de la inteligencia, mientras Dión se dedicaba a los placeres materiales, entre ellos, a disfrutar del buen vino que le proporcionaban sus viñedos.
Cuando los viticultores se dieron cuenta de que el tiempo cambiaba ostensiblemente y que sus viñedos peligraban, Dión, como hombre práctico, decidió visitar a su amigo Hierón de Trinacria. Cuando llegó se dio cuenta de que Hierón ya era anciano y pensaba dejar el poder en manos de su hijo Gelón. La familia repetía continuamente los nombres de sus vástagos masculinos: todos se llamaban Hierón o Gelón. ¡Qué poca imaginación!, pensó Dión.
Lo primero que planteó Dión fue llevar sus cepas a Trinacria, que era una isla muy fértil. Los vientos y lluvias mediterráneas ayudaban a la agricultura, de forma que muchas regiones de la cercana Thirrenia y de la no tan cercana Hélade la consideraban como su granero. Hierón aceptó de buena gana la oferta de Dión y le comentó que él, a su vez, pensaba probar fortuna en las islas de la lejana Hesperia, donde había oído decir que el clima era mejor que en Trinacria, porque estaban más resguardadas de las inclemencias marinas.
Ambos pensaron que llevarían a Hesperia sus cepas, donde suponían que crecerían en libertad y con buenos resultados. También pensó Dión en su amiga Hebe, que le había dicho que sus manzanos dorados se estaban secando, por causa del polvo de las obras de los puentes y canalizaciones. Probarían suerte con ambas cosas, los manzanos y las cepas.
También conservaba Dión la amistad de Filomelo, el delfín que le había salvado en su primer viaje a Trinacria. Pero el delfín ya estaba viejo y cansado y le había comunicado que en breve iría a morir con los suyos, aunque también había conocido, por medio de Filomelo a otros amigos delfines, que seguirían yendo a pasear con Dión.
Un día en que Dión fue a visitar la tumba de su querida Nefeli a la playa, se encontró a una joven, que le pareció bellísima. Estaba dormida y con vivas señales de haber llorado. Esperó a que despertara, observándola desde una distancia prudencial, para no asustarla. Ella, al verle, volvió a echarse a llorar. Cuando Dión le preguntó por la causa de sus lágrimas, ella le contó su historia.
Era hija de un noble de Creta y había ayudado a un heleno, que había ido a matar a su medio hermano Minotauro, que asustaba a todo el que se atrevía a entrar en el laberinto, donde lo habían encerrado. Ella se llamaba Ariadna y el heleno que la había llevado con él para agradecerle su ayuda, se llamaba Teseo. La verdad era que Ariadna se había enamorado de Teseo, pero él no la correspondía. Cuando la nave de Teseo se acercó a la isla de Naxos para coger agua y comida, Ariadna, cansada, se quedó dormida en la playa. Y Teseo partió sin ella.
Dión la consoló y la llevó con él a su propia cabaña, para que se repusiera y luego le dijera qué quería hacer o dónde quería ir. Los días de estancia en Naxos fueron como un bálsamo para Ariadna, que no parecía querer marcharse de allí. Los días se convirtieron en meses, cuando ambos jóvenes se dieron cuenta de que se habían enamorado.
El siguiente paso de Dión fue proponer matrimonio a Ariadna, que aceptó encantada. Las fiestas fueron espectaculares, con competiciones vinícolas, donde todos los habitantes de la isla competían bebiendo, hasta ver quién quedaba en pie, que sería el ganador. Ariadna y Dión tuvieron un hijo, al que llamaron Enopión, nombre que recordaba el vino que se fabricaba con las uvas de la isla.
Cuando empezaron las lluvias y los viñedos peligraron, Dión decidió marchar de Naxos y buscar fortuna en otras tierras. Ariadna lo acompañó con su hijo y se embarcaron en una nueva aventura. Llegaron a las costas de Hélade y se asentaron en la ciudad de Argos. Allí se enteró Dión de que su ya enemigo Febo iba a conquistar un oráculo en la región del Parnaso. La ciudad se llamaba Delfos. Dión enseguida se propuso disputarle el oráculo a Febo. Dejó a Ariadna en Argos y se embarcó hacia Parnaso.
Llamó a sus amigos delfines, que le habían seguido durante la travesía hacia Hélade, y les preguntó la mejor forma de llegar hasta Delfos. La región era montañosa y el mar resultaba muy peligroso, de modo que los delfines ayudaron a Dión a llegar hasta la costa más cercana a la cordillera del Parnaso.
El camino hacia las montañas era difícil, aunque nada le parecía demasiado, si conseguía vencer a Febo. Pero cuando llegó, Febo ya había vencido al anterior señor del oráculo, llamado Pitón, y se había hecho dueño de la caverna y de las profecías.
Dión, sin poder disimular su envidia y su rabia, volvió, con ayuda de los delfines, hacia Hélade, donde se reunió con su esposa Ariadna. Sin embargo, como hombre astuto, pensaba en cómo recuperar sus dominios y en cómo vengar la muerte de su madre Sémele, a la que seguía teniendo en su mente.
En Argos se enteró de que su madre había muerto por la envidia de Ira, que la consideraba una rival peligrosa para ella. Ira consiguió engañar a Sémele, de modo que fue a consultar a una vieja profetisa, que vivía en una cueva en lo alto de una montaña. Subiendo hacia allí la alcanzó un rayo, que la fulminó. La viaja profetisa sacó al niño, que aún no había nacido y se lo entregó para su cuidado a las ninfas de la lluvia.
Transcurrido mucho tiempo, llegó a ser inmortalizado como dios de las cosas materiales, en contraposición a Febo Apolo, dios de la inteligencia.
4.- Desaparición de Thera
Las primeras manifestaciones del desastre natural que iba a suceder, se dieron en la isla de Thera. Después de construir el puente que la unía con Amorgos, empezaron a notarse movimientos sísmicos y el mar desató su furia contra la isla. El puente con Creta fue imposible, o así lo consideró Palas, de modo que movilizó a sus tropas y las fue transportando a Creta.
Su intención final era ir a vivir con su padre, a pesar de la repulsión que le producía su esposa Ira. La reina de los blancos brazos, como la llamaban todos, contrastaba con la piel tostada de Palas, que vivía al aire libre, y cuyas armas y vestiduras eran de color negro, igual que todos los hombres y mujeres que formaban sus escuadrones.
El Clan de la Lanza y sus guerreros fue trasladándose a la isla de Creta, que lo acogía con interés, porque se sentían protegidos por la joven guerrera. También su amiga Gnome estaba contenta al cambiar Thera por la isla de Creta, donde veía más posibilidades de futuro. Ambas jóvenes tenían ya 20 años y la idea fija de no casarse, porque seguían considerándose superiores a cualquier hombre que conocieran. Habían tenido varios pretendientes, que habían sido rechazados sin contemplaciones.
Las dos amigas habían decidido ser las últimas en abandonar la isla, después de haber puesto a salvo a sus compañeros. Su decisión resultó ser acertada, cuando vieron que no sólo había seísmos y grandes olas, sino que empezó a sentirse un calor abrasador de día y de noche, lo que hizo pensar a Palas que algo se estaba removiendo en el interior de la tierra.
Efectivamente, un día los sorprendió un río de fuego que salía de la montaña, seguido de grandes estallidos atronadores, cuando la montaña expulsaba al aire trozos de piedra que parecía ser de fuego. Ya estaban saliendo las últimas naves con dirección a Creta, cuando un gran maremoto arrasó la isla. También el éter parecía estar de acuerdo con la catástrofe, porque empezó a llover como nunca habían visto antes.
Esta circunstancia vino a ser beneficiosa, de algún modo, puesto que la lluvia torrencial apagó, de momento, el fuego de la montaña y la nave donde iban Palas y Gnome pudo poner rumbo a Creta. Llegaron con grandes dificultades, pero sanas y salvas, como la mayoría de sus compañeros.
Pocos días después de su llegada, vieron cómo su querida isla estallaba a causa del fuego volcánico. Las cenizas se veían desde Creta y llenaban las aguas, volviéndolas de color gris. Pasaron varios meses hasta que el agua volvió a tener su color azul característico. El puente con Amorgos había desaparecido y las distancias se hacían mayores, porque ningún barco se aventuraba a navegar en las revueltas aguas del Egeo.
Gnome estaba triste porque no podía olvidar a su querida Thera, pero Palas la animaba diciendo que estarían mucho mejor en Creta. Tenía la idea de viajar por otras tierras y tener su propia ciudad. A pesar de que seguía queriendo a su padre, ella quería tener sus propios dominios.
Y, después de pensarlo mucho, un día decidió hablar con su padre y proponerle un viaje. Zeus frunció el ceño, como solía hacer cuando algo no le parecía demasiado seguro, pero al fin le aconsejó diversos lugares, donde podría establecerse. El primer viaje debía ser a tierra firme, a la Hélade, donde ya otros habitantes de las islas habían buscado refugio. Allí ya podría planear su siguiente destino.
Para llegar al continente heleno, la mejor opción era hacer una última parada en Andros, donde ya gobernaba Dédalo. Era la isla menos dañada por los seísmos y maremotos y parecía una buena posibilidad. El problema era que Dédalo mantenía el rencor de su padre hacia Zeus y hacia ella. No en vano había sido la primera isla que había sufrido sus incursiones militares.
Pensando que de alguna forma podría tratar con Dédalo sin despertar antiguos rencores, se puso en camino hacia Andros. La gente aún recordaba la muerte de la mayoría de los suyos a manos de las patrullas de Palas, sobre todo Naucrates. No podía olvidar que sus padres habían muerto cuando aún era muy pequeña y seguía echando la culpa a Palas. No quiso influir en su esposo, así que dejó que él tomara su decisión.
Y la decisión de Dédalo fue decir a Palas que era mejor que se marchara. Palas ya se había imaginado la situación y ya había equipado su nave, para emprender su viaje definitivo. Llegó a las costas de Hélade y se asentó con su grupo de guerreras en una región llamada Ática. Allí se dirigió al principal asentamiento, que le pareció el mejor, porque tenía una acrópolis bien defendida por las rocas y con abundante agua.
Estando allí, llegó Posidón, que también estaba buscando un lugar para asentarse. Posidón siempre había pretendido seducir a Palas, aunque sabía que ella lo despreciaba. Sabiendo que ella siempre ponía a dos de sus guerreras para hacer guardia, acechó hasta que vio el momento de acercarse. Intentó violarla, aunque no lo consiguió, porque ella escapó a tiempo. Pero el producto de su deseo cayó en la tierra y la madre Tierra engendró un hijo.
Palas adoptó al bebé, porque consideraba que había nacido por causa de ella. Lo llamó Erictonio y, como ella no podía (o no sabía) cuidarlo, se lo entregó a tres hermanas, que vivían en el asentamiento. Las tres hermanas, Herse, Pándroso y Aglauro dejaron caer al bebé y Palas las acosó de tal forma que se volvieron locas. Dos de ellas se arrojaron desde lo alto de la acrópolis, convencidas de que no servían para nada.
No quedó ahí el acoso de Posidón. Cuando Palas consiguió que su hijo adoptivo llegara a ser el jefe del asentamiento, los habitantes de la región buscaban una buena protección y ofrecieron a Palas la protección de su territorio. Entonces volvió a presentarse Posidón, diciendo que él era mejor protección, porque dominaba el mar mejor que ella.
Sin saber qué hacer, los hombres y mujeres del lugar propusieron una competición entre ambos: el que ofreciera mejor regalo para ellos sería su protector. Posidón dio un golpe en la roca con su bastón y salió agua del mar.
Agua salada, que no les pareció demasiado interesante. Palas ofreció un olivo, que había traído consigo en su viaje. Los habitantes de la roca eligieron a Palas, porque el olivo les parecía mucho más útil. Desde entonces lo consideraron el árbol de la paz.
Posidón se marchó enfadado, mientras Palas se quedó como protectora de la acrópolis y de los terrenos anexos. Decidieron poner el nombre de Palas a la nueva ciudad que se iba formando. Palas Atenea, por lo que la ciudad se llamó Atenas.
Pasado el tiempo, la historia se convirtió en mito y llegaron a deificar a Palas, a la que dieron el nombre de Palas Atenea. Los progresos posteriores de la región se le atribuyeron a ella y todos los años, el día séptimo del mes séptimo, celebraban fiestas en honor a Atenea, a la que regalaban un manto nuevo, fabricado por las doncellas de la ciudad.
Se hacía una procesión en la que todas las doncellas solteras participaban para honrar a su protectora, que seguía siendo soltera. No sólo protegió a la región con sus tropas, que fueron aumentando paulatinamente, sino que les enseñó el arte de navegar, de forma que los atenienses llegaron a ser la primera potencia marina de su tiempo.
Como doncella llegó a llamarse Atenea Párthenos y como guerrera se llamó Atenea Prómajos.
5.- Febo viaja al Parnaso
La isla de Sérifos estaba destinada a desaparecer, como le sucedería a otras islas del Egeo. Los seísmos y maremotos se habían multiplicado, tras la construcción de los puentes, que la unían con Amorgos y Paros. La placidez de sus playas ya no era tal, porque el mar se había tragado la mayoría de la arena y los pescadores ya no podían recoger el pescado que solían tener como alimento básico.
El clan de la lira se iba dispersando, porque todos los habitantes de la isla, más tarde o más temprano, iban emprendiendo su viaje de salvación, antes de que los puentes se perdieran del todo, porque la aventura de viajar por mar les resultaba peligrosa. Quien más quien menos, todos tenían miedo a un futuro incierto.
También Febo, con 17 años, consideraba que debía buscar un nuevo destino. La isla de Delos, la flotante, no parecía tener tantos riesgos como las otras islas. Todos habían llegado a la conclusión de que la tierra se revolvía a partir de Thera, y las islas más lejanas tardarían más en perder su estabilidad. Por supuesto, la mayoría de los jefes de clan creían que la isla de Thera había desaparecido la primera, como castigo de la Madre Naturaleza, por su afán de dominio y sus incursiones guerreras.
Febo se había convertido en un experto médico, utilizando las plantas que tantas veces había recogido y aprendido a emplear, con ayuda de la nodriza Eufeme. También había aprendido a recoger el veneno de algunas serpientes, que, administrado en cantidades dosificadas, servía para aliviar todo tipo de dolores.
Mnemósine había muerto, a pesar de los esfuerzos de Febo para aliviar sus dolores de cabeza, que en los últimos días le habían resultado insoportables. Febo seguía dedicándose también a su música, que salía de su lira con una facilidad asombrosa. Incluso había formado una especie de escuela de música, en la que participaban todos los jóvenes que sentían la necesidad de expresar sus sentimientos por medio de la música. Pensaba llevarlos consigo, si conseguía viajar al lugar que se había propuesto.
También había aprendido a interpretar las señales que le revelarían el futuro, gracias a las enseñanzas de Urania. Una de las mejores cualidades del joven era saber escuchar y saber observar. Urania le había inculcado la paciencia necesaria para escuchar lo que tuvieran que decirle. Escuchando, podía adivinar lo que cada uno necesitaba.
Cuando los puentes empezaron a caer y los canales que cruzaban la isla empezaron a traer el agua turbia, que ya no servía para beber, decidió emprender su viaje, con todos los que quisieran acompañarle. Entre ellos las tres jóvenes que le habían educado. Quizá influido por su hermana Artemis, aún no se había decidido a tomar esposa, aunque había tenido varias aventuras amorosas.
Una de ellas había sido con una de las amigas y compañeras de su hermana, Cirene, joven cazadora, que, como Artemis, había decidido no casarse. Pero al conocer el amor de Febo y nublada por su belleza, cedió a sus deseos y tuvieron un hijo, llamado Aristeo. Aristeo se convertiría con el tiempo en el mejor apicultor de la época.
Después de equipar las naves, que transportaban a casi todos los habitantes de Sérifos, pusieron rumbo a tierra firme, a la Hélade, que otros isleños habían elegido como meta. Pero en lugar de quedarse en la región del Ática, se dirigió a la gran isla que había fundado Pélope, el Peloponeso. Allí varó sus naves y siguió el viaje a pie.
Llegó a Epidauro, ciudad con frondosos bosques de eucalipto, cuyas propiedades ya conocía. Le gustó tanto que decidió fundar allí un oráculo y una escuela de medicina. Al frente de ella puso a su hijo Asclepio, hijo de Corónide, una de sus aventuras, que, como casi todas, acabó desgraciadamente, porque Corónide fue atravesada por una flecha de Artemis, que no perdonó el desliz de Corónide con su hermano. Asclepio aprendió de su padre el arte de la medicina, las plantas y el veneno, como remedio curativo, y, quizá lo más novedoso, el arte de curar por medio del sueño. Inducían al paciente a dormir y luego, durante el sueño, se le revelaba su propia curación.
A pesar de que los amores de Febo duraban poco tiempo, mientras iban de camino a su nuevo destino, tuvo una aventura algo más duradera con Urania, su consejera en materia de adivinación. De esta relación nacieron dos famosos músicos, Lino y Orfeo.
Desde Epidauro, Febo siguió andando hasta encontrarse con el mar de nuevo. Para llegar al destino que había soñado, Delfos, debía volver a cruzar el mar y, esta vez, lo hizo solo, con ayuda de los delfines, que se prestaron voluntarios a llevarle hasta la cordillera del Parnaso.
Después de salvar la distancia hasta Delfos, a través de los montes, donde dejó a sus jóvenes compañeras Calíope, Melpómene y Urania, para que fundaran una casa de las artes, se dirigió solo al oráculo, que era propiedad de un anciano llamado Pitón. Trató de convencerlo para que le cediera el lugar, alegando que él ya era viejo y que él traía ideas nuevas, pero el anciano Pitón no quiso escucharle y se aprestó a la lucha. Lógicamente venció el atlético Febo, por su juventud y por su preparación física.
Empezó a organizar el oráculo, pensando que necesitaría alguien que le ayudara. Enseguida se acordó de su amiga Sibila. Si ella también emigraba, intentaría convencerla para que le ayudara. El joven Febo se puso al día de las redes de información que ya funcionaban con Pitón, informaciones que le serían de gran utilidad para saber lo que pasaba en todas partes y así poder acertar en sus vaticinios.
Poco a poco fueron llegando sus antiguos compañeros, que se pusieron rápidamente a colaborar con él en su gran empresa. Pronto se dieron cuenta de que estaban bien entrenados como corredores y decidieron construir un estadio, para realizar carreras y otros deportes atléticos, que realizaban todos los días al despuntar el alba. Otra de las ventajas del lugar era la existencia de una fuente de agua clara y continua: la llamaron Calirroe “la que fluye bien”. Y al lugar del oráculo le pusieron el nombre de Delfos, en recuerdo de los delfines que habían ayudado a Febo a llegar.
Cerca del oráculo, construyeron una especie de santuario, para que los suplicantes, que venían a pedir consejo o adivinación, pudieran reposar del viaje y presentaran sus peticiones a Febo. Solía atender a todo tipo de personas; si eran ricos, les pedía como pago una cantidad de oro; si eran pobres, los atendía gratuitamente. Eso sí, todos debían llevar un cabrito recién nacido, al que bañaban en la fuente Calirroe. Si el animal temblaba con el agua helada, la pregunta era respondida. Cerca del santuario, construyeron una casa, donde se alojaban los antiguos sacerdotes de Pitón, ya asimilados a las nuevas ideas de Febo.
Febo observaba a los peticionarios, como bien le había aconsejado Urania, y con sus informaciones, relativamente recientes, daba sus oráculos, de forma tan ambigua que siempre acertaba. La sacerdotisa, a la que pronto llamaría pitonisa, en recuerdo de Pitón, daba respuestas, que parecían absurdas y que luego eran interpretadas y explicadas por los sacerdotes.
En el lugar en que se situaba la pitonisa había una cueva con emanaciones sulfurosas, lo que hacía que la joven entrara en una especie de ensoñación, que, unida a los efectos de hojas de laurel, que masticaba, daban la impresión de que la pitonisa estaba en trance. Poco tiempo después de la situación de trances, daba su respuesta.
El oráculo se hizo tan famoso que llegaban personas de toda la Hélade, e incluso de tierras lejanas, para hacer sus preguntas. Con el tiempo, el personaje de Febo fue objeto de múltiples historias y mitos, de modo que los habitantes de Delfos lo divinizaron.
Como dios de la inteligencia, la adivinación y la medicina, fue confundido con Helios, el dios del sol, hermano de Selene, que también sería confundida con Artemis, como hermana melliza de Febo Apolo. El nombre de Apolo se convertiría, con el tiempo, en sinónimo de belleza masculina.
6.- El laberinto
La isla de Andros estaba tan lejana a la zona de los seísmos que pensaron que a ellos no les llegaría el castigo de la Madre Naturaleza. Su puente con Tinos aún no se había destruido y las canalizaciones de agua seguían trayendo el agua pura a todas las casas, aunque estaban acostumbrados a refrescarse y beber en las fuentes naturales que poseía la isla. El lugar seguía manteniendo su color verde característico y sus frondosos bosques y fuentes.
Dédalo y Naucrates se habían casado y Eupálamo dejó la jefatura del grupo a su hijo. A nadie extrañó la boda de los dos jóvenes, porque se amaban desde niños, y siempre habían estado juntos, desde que murieron los padres de Naucrates. Las fiestas de la boda fueron juegos acuáticos, que seguían realizando, a pesar de que la reconstrucción de la isla, tras el ataque de Palas había sido lenta y difícil. Sobre todo porque habían quedado muy pocos y la repoblación les parecía poco menos que imposible.
El Clan del Toro había aumentado gracias a algunos familiares, que se habían quedado en la isla para ayudar y luego ya no se quisieron ir. Gracias a la venta de objetos de oro y tallas de todo tipo, habían podido salir adelante. Los amigos de Eupálamo, Licos y Dorcas, habían sido pilares en los que todos se habían apoyado para levantar la economía. Los jóvenes ya estaban todos en edad de casarse y formar nuevas familias, que ayudaran al desarrollo de la isla. Dédalo ya tenía 17 años. Las aventuras de otros jóvenes de islas cercanas habían llegado a oídos de todos ellos y muchos soñaban con viajes sencillos y productivos.
Dédalo y Naucratis pensaron llegar al continente, como hacían todos. Llegaron al Ática y se asentaron en la ciudad de Atenas. Pero no se encontraban demasiado a gusto, porque Palas ya había extendido su dominio por toda la región, aunque no ponía pegas a nadie, porque necesitaba población. En Atenas, crearon un taller de orfebrería, donde pronto tuvieron aprendices.
Uno de ellos era el hijo de su hermana, llamado Pérdix, a quien su madre dejó con Dëdalo para que aprendiera el oficio de orfebre. El joven Pérdix era tan inteligente que no sólo aprendía, sino que trataba de imaginar nuevas técnicas y aparatos. Entre sus inventos estaba la sierra, que imaginó probando con espinas de pescados grandes o mandíbulas de serpientes. También había inventado el compás, el formón o el torno de alfarero, después de mucho practicar con los objetos más inverosímiles.
Dédalo empezó a tener envidia de su sobrino y, aprovechando que se habían acercado al acantilado de la acrópolis, lo empujó y el chico se despeñó. Inmediatamente el consejo de ciudadanos del Ática expulsó de Atenas a Dédalo, su esposa y sus dos hijos.
En la isla de Creta habían oído hablar de su habilidad y, al enterarse de que lo habían expulsado de Atenas, lo contrataron. En Creta gobernaba como dueño absoluto un hijo de Zeus, llamado Minos, cuya madre Europa, abandonada por Zeus, se había casado con el rey Asterión, que dejó como heredero a Minos. Zeus e Ira habían decidido marcharse, y dejar el gobierno a uno de los numerosos hijos de Zeus. En la isla abundaba el oro y Dédalo podía lucir sus habilidades. Empezó construyendo un ser metálico, que podía actuar como una especie de robot; era Thalos, que vigilaba las costas de la isla de Creta y la protegía de los posibles piratas.
Para una de las hijas de Minos, llamada Ariadna, Dédalo construyó una pista de baile, de bronce. Era tan resistente que la niña jugaba, daba saltos y bailaba con todas sus amigas sobre la pista.
La isla no poseía fortificaciones, ni muros de defensa, porque creían que nadie sería capaz de atacarla. Pero, por si acaso se diera un ataque, decidieron construir unos túneles subterráneos, que sirvieran de protección a los cretenses, pero que no pudieran ser descubiertos por los posibles enemigos. Fue la obra más importante que ideó y realizó Dédalo. Los túneles atravesaban toda la isla. Era tan difícil seguir la ruta, que se decía que nadie podría entrar en el laberinto sin perderse.
Una vez construido, Minos prohibió a Dédalo abandonar la isla, para que no pudiera contar a nadie la estructura del laberinto. Dédalo se sentía como prisionero. Su esposa había muerto y su hija Yápige se había casado con un joven cretense. Estaba sólo con su hijo Ícaro y empezó a pensar cómo librarse de lo que le parecía una prisión.
La idea se le ocurrió un día, que estaba sentado en la playa observando a las aves levantar el vuelo desde la playa. Después de mucho pensar, empezó a recoger las plumas que se desprendían de las aves marinas. Ató las más grandes con hilo, de modo que se parecieran a las alas de las aves y puso en los extremos las plumas más pequeñas, pegándolas con cera.
Cuando terminó de hacer dos pares de alas, le explicó a su hijo cómo usarlas y así poder escapar de la isla. Ató un par de alas a los hombros de su hijo y otro par para él mismo y dio a Ícaro las recomendaciones necesarias: no acercarse demasiado al sol, para que no se derritiera la cera que unía las plumas; y no acercarse al agua para que no se mojaran, porque el peso le haría perder altura.
Pero Ícaro, emocionado por la altura, no se acordó de las normas de su padre y se acercó demasiado al sol. La cera empezó a derretirse y el niño cayó al agua. Dédalo perdía así a su única familia. Bajó, recogió el cadáver de su hijo y lo llevó volando hasta una pequeña isla a la que llamó Icaria.
Después se fue a la isla de Trinacria, donde reinaba un rey llamado Cócalo, que le dio asilo, porque Minos mandó perseguir a Dédalo por todas las islas. Incluso envió emisarios de ciudad en ciudad. Como nadie conseguía encontrar a Dédalo, Minos propuso un gran premio para quien resolviera un acertijo: cómo se podía pasar un hilo a través de una caracola espiral, haciendo sobresalir el hilo por los dos extremos.
El propio Minos dirigía su embajada, para que nadie dudara que obtendría un buen premio. Cuando llegó a la ciudad de Camico, el rey Cócalo, sabiendo que Dédalo sería capaz de resolver el acertijo, buscó al anciano. Dédalo ató un hilo a una hormiga y la introdujo por un extremo de la caracola, mientras ponía un grano de trigo en el otro extremo. La hormiga recorrió todo el interior de la concha enhebrándola completamente.
Minos entendió que Dédalo estaba en la ciudad, porque consideraba que ningún otro habría podido imaginar tal ardid. Exigió a Cócalo que le entregara al artesano. Lo que no pensó fue en que Dédalo era muy apreciado en todas partes y él no. Cócalo, quizá advertido por Dédalo del afán de conquista de Minos, que se quedaría con la ciudad, convenció a Minos para que tomara un baño y después le entregaría a Dédalo. Minos accedió y las hijas de Cócalo lo mataron en el baño, quemándolo con agua hirviendo.
Dédalo se había salvado una vez más, gracias a su ingenio.
Otras versiones mitológicas cuentan un final diferente para Minos: dada su afición a las mujeres, a las que luego olvidaba y abandonaba, una de ellas lo envenenó, muriendo ella también, al beber de la misma copa.
De todas formas, como Minos era hijo de Zeus y había sido un rey justo, los dioses decidieron que pasara a ser uno de los tres jueces del Hades, junto con sus otros dos hermanos Sarpedón y Radamantis, hijos de Zeus y Europa, a la que Zeus había raptado, tomando la forma de un toro.
Pero eso es otra historia...
7.- Planes de Posidón
8.- La Espiral
11.- El gobierno central
El príncipe era un hombre amable y honrado. Le propuso matrimonio y le prometió hacerse cargo de los niños, como si fueran sus propios hijos. Europa aceptó.
Dédalo dio una solución al rey para el problema de su esposa: construyó una vaca, donde la reina se metería y podría tener relaciones con el toro del que se había enamorado.
Una de las princesas, Ariadna, se había enamorado de Teseo y decidió ayudarle a eliminar a su hermanastro. Le habló de la disposición de los laberintos y le dio un ovillo de lana, para que fuera desenrollándolo y pudiera volver por el mismo camino.
Por supuesto, no le comentó nada a su esposo, que no se interesaba por nada que no fueran sus amantes y algunos de sus hijos, de los que se sentía orgulloso.
FINAL DE LA SEGUNDA PARTE DE ATLANTIDA
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