ATLANTIS I: Los Inicios de Atlantis

Esta nueva trilogía está dedicada a todos mis nietos, que, en este momento, son seis: Eder, Ricardo, Julen, Paula, Mariana y Aitana. Con esta nueva historia quiero explicaros que, desde el principio de los tiempos, lo más importante fue la Naturaleza. Los dioses aparecieron tiempo después, cuando algunos seres que existieron y destacaron por algún hecho importante, fueron mitificados y llegaron a convertirse en dioses, pero sólo en la imaginación de la gente. Algunos de estos dioses fueron los dioses griegos y éstos son los que quiero explicaros. También fueron niños y pasaron aventuras y llegaron a ser tan conocidos, que la leyenda los convirtió en dioses.
Es posible que vivieran en la antigua y desaparecida Atlántida y ahí los he situado. De las distintas versiones sobre la Atlántida, he elegido como primera opción la leyenda que la sitúa en el mar Egeo. Más adelante, la situaré en la civilización azteca, y por último en Tartessos.

           Espero que os gusten estos nuevos cuentos y que aprendáis algo con ellos. Al fin y al cabo, ésa es mi intención, que aprendáis leyendo y que leáis aprendiendo.


LOS INICIOS DE ATLANTIS

Una historia imaginada, que bien podría haber sido cierta.

Los diez clanes de Atlantis:

Clan del Asta                Isla de Siros                     Herreros                     Vulcan
Clan de la Vid               Isla de Naxos                  Viticultores                 Dión
Clan del Mar                 Isla de Tinos                    Pescadores                 Posidón
Clan de la Piedra           Isla de Paros                   Marmolistas                Hebe
Clan del Fuego              Isla de Delos                   Tintoreros                   Artemis
Clan de la Espiral          Isla de Amorgos             Magos/médicos           Selene
Clan del Ofidio              Isla de Milos                  Oráculo                        Sibila
Clan del Toro                 Isla de Andros               Orfebres                       Dédalo
Clan de la Lanza            Isla de Thera                  Guerreros                     Palas
Clan de la Lyra              Isla de Sérifos                Músicos                        Febo

Gobierno general centralizado
Clan de Olimpo Isla de Creta Gobierno Zeus/Ira

Reyes de clan
Vulcan =     hijo de Ira
Dión            hijo de Zeus y Sémele
Posidón =    hermano de Zeus
Hebe =        hija de Zeus e Ira
Artemis =    hija de Zeus y Leto, hermana melliza de Febo
Selene =      hija de Helio y Persis
Sibila =       hija de Dárdano y Nesis
Dédalo =     hijo de Alcipe y Eupálamo
Palas =        hija de Zeus y Metis
Febo =         hijo de Zeus y Leto, hermano mellizo de Artemis
Zeus =         rey de reyes, hijo de Crono y Rhea
Ira =            esposa y hermana de Zeus

Significado de los colores:
1.- Color azul, Isla de Delos, porque es la isla central y predomina el color del mar.


2.- Color dorado, isla de Creta, donde abunda el oro, y porque sus reyes, Zeus e Ira, comen las manzanas doradas de la juventud.
3.- Color vino, Isla de Naxos, porque es la isla de las uvas y es la característica de Dión, futuro dios del vino con el nombre de Dioniso.

4.- Color verde, por el color de las algas. En la isla de Andros

5.- Color rojo de la isla de Siros, por sus atardeceres y las fraguas creadas por Sethlas.

6.- Color blanco, Isla de Milos, de Sibila, porque las Sibilas viven en las cavernas de oráculos y ven poco la luz del sol

7.- Color negro de la isla de Thera, por su carácter volcánico y porque se dedican a la guerra.

8.- Color gris de la Isla de Amorgos, es el color que toma el cielo en las noches iluminadas por la luna, y el color del polvo que sale de las canteras de caliza

9.- Color violeta de la isla de Sérifos

10.- Color rosa, de la isla de Paros, por el mármol.

11.- Color plateado, de la isla de Tinos, el color de las escamas de los pescados y el color del tridente de Posidón



1.- Los mellizos

La isla de Delos, la brillante, en el centro de las Cícladas, en el mar Egeo, estaba de fiesta. La reina Leto había dado a luz a dos hermanos mellizos, Artemis y Febo. Enseguida vistió a los niños de azul, el color preferido de los tintoreros; porque los habitantes de Delos se dedicaban a teñir las telas y cueros que otras islas cercanas fabricaban y preparaban.

Había una total colaboración entre las islas del Egeo, sobre todo, porque así sobrevivían y prosperaban. Había diez islas importantes, de las que dependían otras más pequeñas y que colaboraban bajo el gobierno de una reina o un rey. Las familias reales eran parte de diferentes clanes, cuya línea de sucesión era siempre femenina: las herederas eran siempre las princesas y sólo en el caso de no tener hijas, las reinas nombraban sucesor a uno de sus hijos, el que más lo mereciera por sus cualidades, no siempre el mayor en edad. La sociedad era matriarcal.

El Clan del Fuego reinaba en Delos hacía varias generaciones. La felicidad y la prosperidad eran generales. Lo que nadie sabía era que los mellizos eran hijos del gobernador general, el rey de reyes, Zeus. Pero la reina no tenía que dar explicaciones de quién era el padre de sus hijos. La costumbre general era que la reina tomara un esposo cada año, que luego era despedido y reemplazado por un nuevo campeón. En cuanto la reina tenía descendencia femenina, ya no necesitaba tomar esposo, porque ya se nombraba reina a la princesa.

Artemis y Febo eran rubios, con ojos azules y de gran belleza. Cuando los niños cumplieron los tres años, Artemis fue nombrada reina sucesora y la niña se comportó en la ceremonia como una verdadera reina. Febo la miraba entusiasmado: su hermana era preciosa, aunque un poco altanera. Andaba con pasos lentos y precisos, siempre acompasados, como si oyera una música, que la fuera guiando.

Él se encargaría de poner música en todos los momentos de su vida, porque él oía sonidos sin necesidad de pensar en ello, los sentía. Tenía la madre y la hermana mejores del mundo y las defendería siempre, contra todo y contra todos y haría que su vida fuera feliz.

  • Tenéis que dedicaros a algo que os guste y nos ayude a todos los que habitamos la isla. – dijo Leto a sus hijos, el día de su quinto cumpleaños.
  • A mí me gusta la caza y los ejercicios atléticos. – dijo Artemis
  • Me parece bien, porque así formarás un grupo de caza, que nos ayudará a tener variedad en la comida. En cuanto al ejercicio, te vendrá bien para la caza, pero debes tener un grupo de jóvenes de tu edad, que compartan tus ejercicios. Podríamos necesitar guerreros alguna vez y tú serías la jefe de nuestro ejército.
  • Ya tengo amigas. No quiero niños en mi grupo.
  • Bueno, eres aún muy joven. Ya veremos cuando tengas cinco años más. Los guerreros deben ser de ambos sexos: hombres, por su fuerza, y mujeres, por su astucia.
        La niña miró a su madre con el ceño fruncido, como si no entendiera que hablase así. El único hombre que le parecía inteligente era su hermano, aunque le trataba como si fuera más pequeño que ella, y sólo era unas horas más joven.
  • No necesito chicos. Tú estás sin esposo desde que nacimos mi hermano y yo y te veo siempre feliz. – dijo la niña.
  • ¿Y tú? – preguntó Leto a Febo rápidamente, porque no quería responder a su hija, - ¿Qué piensas hacer? Siempre te veo en el campo, recogiendo plantas.
  • A mí me gusta la música, madre. Cuando miro los campos y la Naturaleza, me parece que todo tiene un sonido propio. Además, cada planta me dice para qué puedo utilizarla.
  • Entonces te voy a entregar el regalo que tu padre Zeus te hizo cuando naciste: una lira de oro.

Mandó a una de sus doncellas que trajera una caja de madera, decorada con hilos de oro. El niño la abrió impaciente y se quedó con la boca abierta, al ver la belleza de la lira. Enseguida pulsó las cuerdas y su sonido nítido y puro aún le entusiasmó más.

  • ¿Por qué no me la has dado antes?
  • Porque me parecía que eras demasiado pequeño y además, no estoy segura de que ser músico sea un buen oficio para un príncipe.
  • No es un oficio, madre, es una distracción y una necesidad. Necesito sacar música de esa lira y cantar a la Naturaleza. Al fin y al cabo, es nuestra madre y nuestra diosa. Ella me ayudará a tocar la lira, como me ayuda a encontrar las plantas que busco.
  • Iba a preguntártelo: ¿por qué buscas plantas durante las horas de luz? ¿Para qué las quieres?
  • Madre, Naturaleza me ha enseñado a encontrar plantas curativas y las voy guardando para cuando se necesiten.
  • ¿Para qué las vas a necesitar?
  • Porque quiero dedicarme a la medicina, para curar a todo el que esté enfermo.
         Leto miró a su hijo con afecto. Era un chico encantador y todo el mundo le quería. Artemis era más seria y elegía con quién quería hablar; y eran pocos los que le agradaban. Sería una buena reina, pero tendría que aprender a tratar con todo tipo de personas. Ella siempre catalogaba a los demás por su inteligencia, o por lo que ella consideraba como inteligencia, es decir, que entendieran a la primera lo que ella decía. Aún no había aprendido a ver que hombres y mujeres eran diferentes y se podían complementar. Siendo tan pequeña, ya pensaba que ella no se casaría ni admitiría el hecho de tener que elegir un campeón. Si tenía que nombrar una sucesora, quizá podría nombrar a una hija de su hermano. Ya lo pensaría.
Los tres se querían mucho y Febo, sin ni siquiera imaginar lo que pensaba su hermana, pensaba que él cuidaría de ellas. Leto, por su parte, pensaba que había tenido suerte con sus dos hijos.

  • Madre, ¿por qué nuestro Clan se llama Fuego? – preguntó un día Artemis.
  • Porque nuestra isla no tiene un lugar fijo
  • ¿Y qué tiene eso que ver con el fuego?
  • Porque no tiene un lugar fijo debido a las continuas erupciones del volcán. A pesar de ello, nos mantenemos vivos y no nos falta trabajo.
  • Sigo sin entender por qué le han dado ese nombre.
  • Los jefes de otros Clanes dicen que antes era una isla flotante y que Naturaleza la ató con cadenas al fondo del mar.
          Artemis seguía con cara de no entender, y entonces fue a Febo al que se le iluminaron los ojos.
  • ¡Claro! ¡Qué interesante! - dijo Febo – y supongo que Naturaleza mantiene el fuego de los volcanes vivo para que podamos fabricar nuestros tintes.
  • Exacto. – dijo Leto admirada -. No me equivocaba cuando pensé que serías inteligente. Eso ayudará a tu hermana en el gobierno.
  • Trataré siempre de adivinar sus pensamientos y aconsejarla lo mejor que pueda.

    Ambos niños salieron de la sala donde charlaban con su madre, pensando lo mismo: a su madre sólo le interesaba seguir gobernando en la isla y que su hija siguiera con su misión. Ahora empezaban a entender por qué aceptaba las órdenes de Zeus, era igual que él.


          Así y todo, era su madre y ellos la querían: harían por ella lo que fuera necesario.


2.- Las manzanas de la juventud

          La niña empezó temprano esa mañana a recoger sus manzanas doradas como el sol. Le gustaba el olor de la Naturaleza y el olor de las manzanas; sólo podía recogerlas en un lugar determinado, que sus padres le habían indicado. Cuanto antes terminara, más tiempo tendría para jugar.
Sus padres eran los reyes de Creta: Zeus e Ira. Habían enviado a la niña a vivir a la isla de Paros, con la intención de que fuera la reina. Zeus quería colocar a sus hijas e hijos (que eran muchos) en las distintas islas, para formar parte de los Clanes, pues su intención era dominar todas las islas del Egeo por medio de sus hijos. Ira no siempre estaba de acuerdo, porque la mayoría de estos hijos e hijas no eran de ella, sino de las múltiples aventuras de su esposo. No era el caso de Hebe, hija de ambos, y por tanto la preferida para Ira.

Hebe había nacido en Paros, cuando Ira había ido a supervisar unos bloques de mármol rosa, que se extraía allí y era utilizado para las mejores obras y figuras decorativas. Ambos, Ira y Zeus pensaron que era una oportunidad para dejar allí a la niña. Su dulzura y belleza haría que todos la quisieran y que la aceptaran como reina.

   Sus nodrizas eran las Horas, tres hermanas que representaban las estaciones, Eunomía, Dice e Irene. Ellas eran las mensajeras de la Naturaleza y ayudaban a Hebe a elegir las mejores manzanas doradas. Jugaban con ella y le iban enseñando todo lo necesario para llegar a ser una buena reina.

  • ¿Por qué es tan importante que yo recoja las manzanas todos los días?
  • Porque son las manzanas que dan la juventud y la inmortalidad a tus padres, por eso te han dejado aquí con nosotras, para que sólo tú puedas recoger las manzanas y llevárselas a ellos – dijo Dice.
  • No entiendo por qué no dejan que otros coman estas manzanas.
  • Tú significas la juventud y ellos quieren ser siempre jóvenes. Si dejaran que otros comieran las manzanas doradas, todos serían inmortales y ellos no tendrían el privilegio de vivir, mientras los demás van muriendo.
       La niña seguía sin entender a sus padres. Tampoco les tenía mucho cariño, porque casi no los veía y pensaba que ellos no la querían. En cambio las tres hermanas encargadas de su educación, las Horas, sí parecían quererla.
  • ¿No tienen bastante con ser los reyes más poderosos de las islas y tener más riquezas que todos los demás? – siguió insistiendo Hebe-
  • Ellos piensan que su mejor riqueza es la juventud y la belleza.
  • Y la inmortalidad, según me has dicho, aunque yo no entiendo qué significa inmortalidad.
  • Pues que vivirán siempre.
  • Eso no es posible, porque yo he visto morir a algunas personas. Todos moriremos alguna vez.
  • Ya te lo explicaremos cuando seas algo mayor – dijo Dice-, para acabar una conversación que se le estaba yendo de las manos.

Hebe aceptó lo que decían; seguía pensando que no era justo que sus padres acapararan las manzanas para ellos, además de otras muchas cosas. Pero Dice era la Justicia y se fiaba de ella. Ya había terminado sus tareas de ese día y prefería seguir jugando.

Sólo tenía siete años, pero intentaba siempre entender el porqué de todo lo que sucedía en su vida. Fue a ver a su mejor amiga, Ilia, hija del jefe del taller de marmolistas más grande de la isla. Solían pasar casi todas las tardes juntas y, si se lo permitían, dormían juntas, porque era el mejor momento para contarse sus cosas.

  • Tenemos algunos trozos de mármol que nos ha dejado mi padre para jugar, - dijo Ilia -, ¿quieres que hagamos figuritas como si fueran flores?
  • Estupendo, ya sabes que a mí me gustan las flores, pero con el mármol rosa sólo podremos hacer rosas.
  • Podemos hacer lo que queramos, porque hay aquí unos tintes que suele usar mi padre y me ha dicho que podemos usarlos, si queremos; podríamos hacer violetas, amapolas y otras flores de colores.
  • ¿Y qué hacemos con las flores que vayamos tallando?
  • Podemos colocarlas en la ventana de nuestra habitación, así parecerá que son naturales.

Hebe asintió con la cabeza, no muy convencida de sustituir flores naturales por flores de mármol. Era un juego más y las dos amigas siempre se imaginaban cosas irreales para hacerse su propio mundo, en el que no dejaban entrar a nadie más.

  • Os he traído unas manzanas, de las que comen mis padres. Me gustaría que tus padres y tú comierais de ellas, porque son estupendas. Vosotros sois como mi familia. A veces me siento sola, porque mis padres no vienen nunca a verme, sólo los veo si mis nodrizas me llevan a Creta.
  • ¿Cómo es Creta? ¿Es tan grande y bonita como dicen?
  • Sí. Pero yo me siento más feliz aquí, porque es donde viven mis amigos; además, me gusta recoger manzanas y pasar mi tiempo contigo y tu familia.
  • Ya sabes que te queremos como una más de la casa. Tus nodrizas vinieron a pedir leche para ti cuando acababas de nacer y mi madre se ofreció a amamantarte a la vez que a mí; creo que somos hermanas de leche, que es más que si fuéramos hermanas de padres.
  • No lo sé, pero te quiero a ti más que a mis hermanos que no conozco.

Hebe decía la verdad. No conocía a ninguno de sus hermanos; le gustaría conocer a Ares, pero él tenía otras cosas mejores que hacer que visitar a su hermana pequeña. En cuanto a su otra hermana Ilitía, vivía con su madre siempre. La había visto una sola vez y le parecía demasiado seria y con poca personalidad, porque siempre obedecía a su madre en todo, sin discutir nunca sus órdenes. Sus otros hermanos eran hijos sólo de su padre y no le gustaba que pudieran hablarle de otra madre, que no fuera la suya.

Por la noche, Hebe volvió a su casa con sus nodrizas. Era Eunomía la que siempre la acompañaba a la cama y le contaba historias antiguas del origen del mundo y de la madre Naturaleza. Eunomía era sensata y procuraría que la niña también lo fuera. La niña casi siempre se dormía soñando con ser una heroína como las protagonistas de los cuentos.

  • Cuando sea mayor, quiero ser como Gea y tener una hija como Naturaleza. – dijo un día a Eunomía.
  • Serás mejor que ellas, porque serás una reina joven, guapa y sensata.
  • Yo no quiero ser reina.
  • Tendrás que serlo porque tu padre así lo ha decidido. Serás reina de esta isla.
  • Pero ellos son de otro clan.
  • Seguramente te adoptarán en el Clan de la Piedra.
  • Me gustaría que me adoptaran, pero para ser una más entre ellos, no para ser su reina.
       Eunomía entendía muy bien a Hebe. A ella tampoco le gustaba destacar. Habría querido vivir allí con la niña para siempre y que la niña no creciera y siguiera siendo tan dulce. Pero no podía seguir soñando despierta...
  • Bueno, ya habrá tiempo de hablar de todo esto, - dijo Eunomía – Ahora duerme y descansa, porque mañana vamos a ir de excursión.
  • ¿Podemos llevar con nosotras a Ilia?
  • Pues claro. Y también a tus otros amiguitos. Pasaremos el día jugando en la islita que se ve desde aquí. Allí no hay canteras y el aire es más puro. Jugaremos a la pelota. Ya os he preparado una con cintas de seda.
  • ¿Y podemos llevar bocadillos y no tener que comer fruta?
  • Sí, dijo Eunomía riendo. Alguna vez podemos saltarnos las normas, sin que se entere nadie.
  • ¡Viva!
  • ¿Van a venir también tus hermanas?
  • Por lo menos Irene tiene que estar con nosotras, porque así pondrá paz y no os pelearéis. Preguntaré a Dice si quiere venir, pero no sé si podrá, porque la ha llamado el jefe de clan para que arregle un problema entre dos vecinos, que no se ponen de acuerdo en cuál es el límite de sus tierras.
  • ¡Qué difíciles son las personas mayores! – dijo la niña ya medio dormida.

Hehe enseguida se quedó dormida, soñando con la excursión del día siguiente. Si llegaba a ser reina, pondría una ley para que todos los niños tuvieran un día de excursión cada seis o siete días. Sería genial.

3.- Los delfines

  • Tienes que comer, - decía la nodriza al pequeño Dión de cuatro años.
  • No tengo hambre, Nefeli, ya he comido unas uvas.
  • ¡Pero no puedes alimentarte sólo de uvas!. Además, tu padre ha pensado que hagas un viaje por las islas y tendrás que acostumbrarte a comer lo que haya en cada lugar.
  • Y ¿por qué?
  • Porque es de mala educación no comer lo que te han puesto en la mesa.
  • ¿Y si no me gusta? No creo que haya nadie que cocine como tú.
    Nefeli se echó a reír. Quería al niño como si fuera su propio hijo y el niño la quería a ella, porque era la madre que había conocido siempre. Además le hacía gracia y admiraba su rebeldía.
  • No puedes desairar a quien sea tu anfitrión, porque se podrían enfadar con tu padre y eso no le interesa a nadie. No lo olvides, porque es importante para que todas las islas estén siempre en buenas relaciones.
  • ¿Y a mí qué me importa? Ojalá todos se enfadaran con mi padre y no tuviera que verlo más, ni a él ni a su esposa. Es fea y desagradable.
  • No digas eso. Ira es guapa. El problema es que no te cae bien y por eso la ves fea.
    Nefeli procuró que el niño no la viera reírse. Tenía razón sobre Ira. Era una mujer desagradable y mandona. Pero el niño era demasiado pequeño para contarle muchas otras cosas.
El pequeño Dión no quería salir de su isla, Naxos. Que su padre dijera lo que quisiera. No se ocupaba mucho de él, porque vivía en la gran isla de Creta. Su madre Semele había muerto al nacer él y se había criado en brazos de la joven Nefeli. Era un niño alegre, aunque un poco rebelde y solía hacer lo que quería, sobre todo, cuando no entendía las órdenes de su padre, que era casi siempre.

  • No entiendo por qué tiene que haber tantas reglas.
  • Tienes que obedecer a tu padre – dijo Nefeli – El Clan Olimpo tiene mucho poder; acabaremos todos bajo su mando.
  • Yo no, - dijo Dión – me gusta el Clan de la Vid, porque es el clan al que pertenecía mi madre, y no pienso irme de aquí.
     Nefeli sonreía. Era inútil discutir con el pequeño Dión. Sabía cómo salirse con la suya, sobre todo con su sonrisa traviesa, con la que conquistaba a todos.
Un día llegó una embajada de Creta. Dión debía embarcar y viajar a Trinacria, que estaba en el otro mar del Oeste. Allí lo recibiría un amigo de su padre, que era rey. Nefeli vistió al niño con sus mejores ropas y le puso al cuello un medallón de su madre, para que pudiera ser identificado, si se perdía, aunque no creía que esto sucediera, porque el niño no perdía ni un detalle de nada.

  • ¿Qué tal ha estado el viaje? – preguntó el rey Hierón, cuando el barco cretense llegó al principal puerto de Trinacria.
  • Me ha gustado mucho. Quisiera hacer más viajes por mar. Había unos peces que saltaban fuera del agua y me saludaban.
  • Son delfines – sonrió Hierón – y están acostumbrados a ver personas. Por eso no se asustan y acompañan a los barcos.
  • Pues quiero volver a verlos y saludarlos.
  • Te prepararé una excursión. Tengo buenos marinos, que te acompañarán. Será parte de tu educación, porque tu padre piensa dejarte aquí dos o tres años, para que aprendas cosas distintas, sobre todo, a ser un rey sensato.
  • Ya salió mi padre y sus normas – protestó Dión - pues no me quedaré, a no ser que me lo pase bien. La gente importante es muy aburrida. ¿Tú eres aburrido?
     Hierón se echó a reír. Aquel niño le gustaba más de lo que habría podido imaginar. Sería divertido enseñarle o quizá decirle lo que todo el mundo pensaba de su padre. Sospechaba que el niño ya lo sabía.
  • Te aseguro que lo pasarás bien y aprenderás cosas útiles.
  • Pero no pienso ser rey. – insistió Dión - Es más cómodo ser una persona sencilla. Quiero tener amigos de verdad y los reyes no tienen amigos de verdad, sólo de conveniencia.
  • Veo que tienes sentido común.- dijo Hierón, poniéndose serio.
      La excursión se hizo, pero los marinos, viendo que era un niño tan pequeño, decidieron quitarle su medallón de oro y la bolsa con oro que llevaba atada al cinturón. Luego lo echaron al mar. Dirían que se había caído y no habían podido encontrarlo.
Pero su sorpresa fue enorme cuando, al regresar a puerto, vieron que el niño llegaba también montado en un delfín. No podían explicarse cómo había conseguido salvarse.

  • Son estupendos estos peces – contaba Dión al rey – y saben comunicarse con nosotros.
  • ¿No has pasado miedo?
  • No. Además, estos marinos pensaban contarte que me había caído al agua. No saben que es muy difícil engañarme, aunque sea pequeño. Ahora tienes que decirles que me devuelvan el medallón de mi madre, porque es el único recuerdo que tengo de ella.
    El niño hablaba como si no le importara lo que habían intentado hacer los marinos. Sólo parecía importarle el nuevo amigo que había encontrado.
  • Ya veo que es difícil engañarte – dijo Hierón admirado – Ellos recibirán su castigo y a ti te servirá de experiencia, para no fiarte de nadie.
     Dión ya no lo escuchaba. Estaba saludando al delfín, que todavía seguía en el puerto. Ya tenía un buen amigo. Vendría todos los días a verle y le enseñaría a hablar, porque estaba seguro de que podía hablar, aunque no fuera con palabras.
  • ¿Qué haces todos los días en el puerto? – dijo un día Hierón.
  • Estoy enseñando a hablar al delfín. ¿Te has fijado que hace un sonido que parece música?
  • Sí. Los delfines se comunican entre ellos, por medio de sonidos. Si consigues entender a uno, los entenderás a todos.
  • ¿Habrá más delfines en estas aguas?
  • Si tu amigo delfín los llama, vendrán en pocos días.
  • Pues pienso darme una vuelta por el agua con el mío.
  • No te confundas. No puedes decir que es tu delfín. En todo caso, es tu amigo. Los delfines son muy independientes, aunque son amigos fieles. Debes pensar en un nombre para él y llamarle por ese nombre. Se sentirá más unido a ti y vendrá siempre a verte.
  • ¿Y tú cómo sabes tanto sobre los delfines?
  • Porque yo también tuve un delfín como amigo, cuando era niño. Y fue mi amigo hasta que se sintió enfermo y se marchó a morir entre los suyos.
  • ¿Te lo dijo él?
  • Sí. O yo creo que me lo dijo. Sentí como si hubiera perdido a un hermano.
     Dión empezaba a tener aprecio a aquel hombre: no parecía un rey, casi se parecía más a lo que él pensaba que era un padre, aunque no lo sabía por experiencia propia. Además la esposa de su padre, Ira, parecía odiarle, quizá porque su madre había sido mucho más guapa que la orgullosa reina de Creta.
Pensó que él no dejaría que su amigo delfín se fuera sin él. Le buscaría un nombre. Y estaría siempre con él. Lo llevaría a Naxos cuando volviera. Estuvo varios días pensando cómo hablar con su amigo y qué nombre ponerle, porque, si era tan inteligente, querría tener un nombre bonito. Ya lo tenía: le llamaría Filomelo = el amigo de la música.



4.- La Isla de Thera.

La pequeña Palas practicaba con su lanza y su escudo, regalos de su padre. Era una niña tan inteligente que comprendía los motivos de su padre Zeus para formarla como buena guerrera. Por eso la había dejado en la isla de Thera, que educaba a los niños como guerreros desde pequeños. Y ella era una de las mejores. Desde los siete años formaba parte de un grupo de niñas y niños que vivían en campamentos, entrenándose y haciéndose fuertes. Constituirían la defensa de todas las islas del Egeo, por si había alguna invasión del exterior, aunque no era probable. Tenía diez años y era una de las mejores guerreras, líder entre los niños y niñas de su edad, por su carácter y su fortaleza física y mental.


El número siete era su preferido: había nacido el día siete del mes séptimo; tenía un grupo de siete amigas y amigos y en la tienda del jefe del Clan de la Lanza había siete lanzas, regaladas por el Clan del Asta de la isla de Siros, que eran los mejores herreros conocidos.

  • Palas, ¡ven enseguida! - gritaba Gnome, la mejor amiga de la niña, saliendo de la tienda que compartían en el campamento.
  • ¿Qué pasa? Parece que sucede algo importante
  • ¡Es que ha sucedido algo importante! Ven a verlo.
  • ¡Qué preciosidad! - dijo Palas, que llegaba sonrojada, más por la emoción que por la carrera. - ¿De quién es?
  • Tuya. Te la envía tu padre. Nunca había visto una coraza tan bonita ni tan bien hecha. Yo creo que es de oro.
Encima del colchón donde dormía Palas, habían colocado una preciosa coraza, acompañada por unas grebas, para proteger las piernas y unos guanteletes, para proteger las manos, también de metal dorado.
  • ¡Qué exagerada! ¿Cómo va a ser de oro?
  • Tu padre puede permitírselo. Todo lo que las islas recogen ... Gnome se quedó parada, porque no se atrevía a seguir hablando.
  • No te preocupes, continúa. – dijo Palas- Ya sé que mis amigas tratáis de que no me entere, pero sé que todos critican a mi padre. Tengo que ir a verle y preguntarle si es verdad lo que dicen de él: que se aprovecha del trabajo de los demás.
  • Palas, yo no quería disgustarte; sabes que te quiero y que eres mi mejor amiga. Además no sé si los rumores son ciertos o no.
  • Por eso tengo que averiguarlo por mí misma. En cuanto me den permiso, iré a ver a mi padre. No creo que se atreva a negar algo que yo vea que es evidente.
        Palas se dispuso a realizar su viaje para visitar a su padre. Lo admiraba bastante, pero sabía que, a veces, resultaba injusto con los demás, aunque ella comprendía que ser rey obligaba a hacer cosas desagradables para los otros. La distancia desde Thera a Creta no era demasiada. Además ella era una guerrera y estaba a acostumbrada a marchas por tierra y por las continuas elevaciones de su isla.
Este viaje era por mar y le parecía fácil y cómodo.

. ¡Hija! ¡Cuánto has crecido! – dijo Zeus al verla
  • Lo natural en una niña fuerte como yo – contestó Palas y, en tono de reproche, añadió – aunque tú lo notas más, porque llevas bastante tiempo sin verme.
  • Hija ...
  • Ya sé. Tus obligaciones de gobierno no te permiten ocuparte de tu familia. Pero no te preocupes. Lo entiendo. También sé que soy tu hija preferida, por eso no me molesta que no vayas a verme, porque sé que estoy en tu pensamiento.
  • Eres muy inteligente y también mi hija preferida y sé que tú lo sabes. Te he hecho venir para explicarte cuál es tu misión en Thera. No quiero que nadie oiga lo que tengo que decirte.
  • Supongo que quieres que prepare el ambiente para llegar a ser Jefe del Clan de la Lanza. Para ello tengo que organizar el ejército y llegar a ser general en jefe.
  • Me dejas asombrado, eso es exactamente lo que quiero – empezó a decir Zeus – y su hija lo interrumpió, como si no le hubiera oído.
  • Pero, como todavía tengo poca edad, debo ir ganándome la voluntad de todos los habitantes de Thera, para conseguirlo cuando tenga los 14 años, edad en que ya seré mayor de edad. Lo haré como tú quieres. Y sabes que seré fiel a ti.
       Zeus miraba a su hija con la boca abierta. Sabía que era muy inteligente, pero esto le parecía ya algo fuera de lo normal. ¿Cómo podía saber ella cuáles eran sus planes? Había acertado en todo. Tenía madera de líder, como él. La isla de Thera tenía problemas sísmicos y había que dirigir a los súbditos con mano firme. Ella lo haría, incluso mejor que él, porque Zeus, a veces, se “distraía” demasiado cuando conocía a una joven nueva, algo que enfurecía a su esposa Ira y a Palas le parecía propio de un hombre corriente, no de un rey.
Nadie sabía quién era la madre de Palas, aunque se rumoreaba que era una mujer tan inteligente que Zeus la hizo desaparecer, para que no le hiciera sombra a él. Palas estaba decidida a averiguar quién era su madre y a poner las cosas en su sitio, aunque respetaba y quería a su padre. 

      Palas estuvo varios días con su padre, presenciando sus asambleas y tomando nota de todo lo que veía y oía: ella sería una buena reina de Thera, como su padre había dispuesto, aunque sabía que, para ello, tendría que quitarle el puesto a la familia del Clan de la Lanza, que dominaba en Thera en ese momento. Y eso no le parecía justo. Ya vería cómo se sucedían los acontecimientos y lo hablaría con su amiga Gnome, a la que consideraba como a una hermana y que siempre le daba buenos consejos, aunque era sólo un mes mayor que ella.

Cuando llegó el día de su partida de vuelta a Thera, Zeus la acompañó hasta la nave y, mostrándole su bastón de mando, la égida, le dijo:

  • Tú llevarás algún día este bastón de mando, porque mi intención es que me sucedas en el mando general de las islas cuando yo esté ya cansado de gobernar.
  • Tú no te cansarás nunca de gobernar, porque te encanta el poder – rió la niña.
  • Estoy harto de pelear con todo el mundo incluida mi esposa, que siempre intenta llevarme la contraria y no entiende mis motivos para actuar
  • Porque la engañas con demasiada frecuencia – contestó Palas.
  • Es que me aburre mucho, siempre con sus intrigas y sus celos. Pero me extraña que tú la defiendas, porque me parece que no te cae bien.
  • Una cosa es que me resulte necia y aburrida, y otra cosa es que no entienda sus motivos.
     Palas no dijo nada más y se despidió de su padre. No le gustaba Ira, la esposa de su padre, pero la entendía. Su padre era un caprichoso y se había casado con Ira, porque le interesaba. Además le parecía muy guapa y sabía adornarse bien.
Cuando llegó de nuevo a Thera, su amiga Gnome la estaba esperando. Las dos amigas se contaron lo que habían hecho durante los días que habían estado separadas, pero Gnome tenía algo importante que contar a Palas: había descubierto quién era su madre, escuchando los comentarios de las chicas mayores y de los jóvenes que intentaban ya empezar a conquistarlas.

Tengo algo que contarte y creo que es importante – dijo Gnome, hablando directamente del tema, como era característico en ella
  • Supongo que es realmente importante – rió Palas, viendo el rostro serio y preocupado de su amiga.
  • Creo que sé quién es tu madre.
  • ¿Qué?
  • Y creo que estoy en lo cierto, porque todos se callan cuando paso y procuran cambiar de tema de conversación.
  • Dime lo que sepas, ya sabes que soy fuerte, aunque me digas algo desagradable.
  • Creo que tu madre es Metis y que tu padre se deshizo de ella, para que no le estorbara en sus planes de dominio.
     Palas no sabía cómo reaccionar ante la noticia. Estaba segura de que Gnome no mentía. Lo que no entendía era por qué su padre se lo había ocultado y, sobre todo, no entendía por qué su madre podía estorbar a Zeus en su gobierno y por qué se había casado con la desagradable Ira. Haría sus propias averiguaciones, antes de volver a hablar con su padre.
     Tras diversas conversaciones entre las personas mayores, preguntando sutilmente a unos y a otros, Palas, por fin, descubrió que su madre era Metis, hija de Océano y Tetis, a los que Zeus temía porque podían arrebatarle su poder, siendo más inteligentes que él y siendo de una familia más poderosa. Metis era la inteligencia personificada. Ahora entendía por qué ella era inteligente, como su madre.



5.- Medicina natural

El día que cumplió los siete años, Febo fue llevado por su madre Leto a la isla de Sérifos. Ella volvería a Delos, con su hija Artemis, para ayudarla a ser una buena reina y aconsejarla el día que decidiera elegir un esposo. El viaje fue tranquilo, duró más de lo que esperaba, por culpa de una tormenta, pero, por fin, habían llegado a una pequeña playa. El niño había estado todo el tiempo en silencio. No entendía por qué su madre obedecía las órdenes de Zeus y lo alejaba de ella y de su hermana.

  • Madre, no puedo creer que vayas a dejarme aquí solo – dijo Febo muy serio.
  • No voy a dejarte solo, hijo. Tendrás a varias jóvenes que te ayudarán y te educarán, para que seas rey de esta isla, cuando llegue el momento.
  • No quiero ser rey, madre. Y nadie puede cuidarme mejor que tú. Además, ¿quién va a cuidar de mi hermana y de ti, cuando tengáis algún problema?
  • No te preocupes, hijo. Podemos visitarnos cuando queramos. No estamos lejos. Yo vendré cada vez que cambie la luna.
  • ¿Por qué no puedo quedarme con vosotras?
  • Aquí serás feliz, hijo, te lo aseguro. Aquí reina el Clan de la Lyra. Los habitantes de Sérifos se dedican a la música y te admirarán por tus dotes de músico. Casi todos son artistas especiales; estarás como pez en el agua entre ellos. Ahora vamos a ver a la reina, que ha prometido adoptarte como hijo y nombrarte su heredero, porque no tiene hijas.

 
Febo no dijo nada. Sabía que su madre le quería más que nadie y que debía fiarse de ella. Además le había prometido visitarle todos los meses. Se preguntaba quiénes eran las hermanas que iban a cuidar de él y si tendría que querer a la reina como a su propia madre. Leto le sacó de dudas, adivinando lo que estaba pensando su hijo.

 
  • Yo no te dejaría en manos de cualquiera, Febo. Estamos aquí porque tu padre quiere que todos los reyes de clan sean hijos suyos. Es la mejor forma de controlar el bienestar de todas las islas. Estamos al oeste de las Cícladas. Las hermanas que van a cuidar de ti son tus tías, son tres de las Musas, precisamente las que pueden ayudarte a desarrollar tus dotes musicales. Son hijas de Crono, el padre de Zeus.
  • Yo no necesito a nadie para mi música – dijo el niño – Prefiero ser autodidacta. ¿Y qué pasa con mis medicinas?
  • Aquí tienes gran variedad de plantas para preparar tus medicinas. He pensado en todo para elegir el lugar del que serás rey. Y Zeus no ha puesto ninguna pega.
  • No creo que cambie de opinión, madre. No quiero ser rey.
  • Ya veremos cuando pasen unos años. Me quedaré unos días contigo, para ver cómo organizamos tu vida en esta isla.

 
Llegaban ya a la casa de la reina. Estaba construida con piedra, a diferencia de las otras casas de la isla, que eran de adobe o ladrillo. Las personas con las que se encontraban por el camino sonreían y los saludaban. Por lo menos esta gente parecía agradable y feliz, pensó Febo. La propia reina salió a recibirlos en persona.

 
  • Estaba deseando conocer a este jovencito – dijo la reina Mnemósine, acariciando la dorada melena del niño.
  • ¡Qué alegría volver a verte! – contestó Leto, abrazando a su amiga.- Aquí tienes a mi hijo. Espero que se comporte como un príncipe heredero.
  • Buenos días, señora – dijo Febo, inclinando la cabeza en señal de respeto.
  • ¡Y qué bien educado está! Creo que nos vamos a llevar muy bien. ¿Quieres comer algo? ¿O quizá beber un zumo? El viaje es cómodo, pero el mar produce sed.
  • Gracias – contestó el niño. Me gustaría beber agua fresca, si es posible.
  • Por supuesto, hijo. ¿Puedo llamarte hijo?

 
El niño asintió con la cabeza. Enseguida centró su atención en tres jóvenes que estaban en la sala en la que acababan de entrar; eran tres chicas bellísimas, con túnicas de color violeta. Las acompañaba una mujer mayor, de aspecto digno: era la nodriza Eufeme, que las había cuidado desde que nacieron. Las tres hermanas corrieron hacia Febo y lo cubrieron de besos. El niño empezó a sonreír. Le gustaban sus nuevas cuidadoras.

 
  • Te voy a presentar – dijo la reina, en cuanto vio que Febo se separaba tranquilamente de su madre. Ésta es Calíope. La llamamos así porque su voz es la más bella que jamás hemos oído. Ésta es Melpómene, la melodiosa, porque habla con tal dulzura que parece que canta. Y ésta es Urania, la astrónoma. Creemos que te llevarás muy bien con ellas y que te enseñarán todo lo que debe saber un rey del Clan de la Lyra.
  • Y ésta es Eufeme – dijo Urania – nuestra nodriza, que también te cuidará a ti.
  • Y ¿qué significa su nombre? – dijo Febo.
  • La que habla bien”, contestó Urania. Parece que será fácil enseñarte, porque escuchas.
  • Es que me habéis dicho el significado de vuestros nombres y pensé que lo decíais siempre, al presentar a una persona.

 
La reina Mnemósine le miraba encantada y sonreía a Leto. Era un niño precioso y sensato. Sus súbditos estarían bien gobernados.

 
Febo miró con curiosidad a las tres jóvenes y a la nodriza, pero su atención se centró en Urania. ¡Qué interesante sería aprender astronomía y poder adivinar lo que los astros ordenaban que sucediera!. Urania era rubia, como sus hermanas, pero sus ojos eran de un color azul oscuro, tan profundos que se podía ver en ellos todo un mundo de luz y sabiduría.

 
  • Urania, ¿me enseñarás a interpretar los astros?
  • Pues claro, Febo. Ellos nos dicen lo que ha sucedido y lo que sucederá. Sólo hay que saber interpretar sus señales.
  • ¿Y cómo sabes que te dan señales?
  • Los observo a diferentes horas del día y de la noche. Ya te enseñaré cómo hacerlo. ¿Te interesa conocer el futuro o el pasado?
  • Creo que me interesa más el futuro, porque el pasado ya lo conozco.
  • A veces vemos cosas del pasado en las que no nos habíamos fijado. Si piensas en ello, te darás cuenta de que el pasado nos enseña para situaciones futuras.

 
El niño se quedó pensativo, ante las palabras de la joven. Tenía muchos recuerdos y todos estaban presentes en su cabecita.

 
  • Es cierto. Recuerdo que tuve que defender a mi hermana y a mi madre, poco después de nacer. Eso me hizo saber que tendría que defenderlas siempre.
  • ¿Y de qué las defendiste? – preguntó Urania divertida.
  • De una enorme serpiente pitón que nos amenazaba a los tres.
  • Esa es una historia interesante y que me contarás con más detalle.
  • Por supuesto, dijo Febo. Ahora sólo te diré que sé que la pitón fue puesta allí por alguien, que no quería que nosotros viviéramos.
  • ¿Sospechas de alguien?
  • Creo que fue la reina de Creta, Ira, porque no le cae bien mi madre.
  • Ya analizaremos eso con más detenimiento y sacaremos conclusiones. Es importante sacar conclusiones de todo lo que sucede.
  • Estoy de acuerdo y ¡me gusta mucho hablar contigo!.- dijo el niño muy serio.

 
Urania observó al niño con cariño. Era inteligente, como le habían dicho, y cariñoso. Sería un buen rey en un lugar donde la sensibilidad era fundamental para la felicidad de los habitantes de la isla, casi todos músicos. Febo saludó a Calíope y Melpómene, mostrándoles su lira y habló después con Eufeme.

 
  • A mí me gusta buscar y encontrar plantas.
  • ¿Y para qué las quieres, si puedo preguntártelo?
  • Para usarlas como medicinas. Es increíble lo que puede ayudar una planta, cuando te duele algo o te haces una herida.

 
Sólo con mirar sus ojos, sabía que ella le enseñaría a encontrar plantas medicinales en la isla de Sérifos y le diría cómo utilizarlas. Empezaba a gustarle el lugar donde iba a vivir de ahora en adelante. Su madre, como siempre, tenía razón.

6.- Dédalo y Naucrates

El joven Eupálamo, hijo de Zeus, y su esposa Alcipe, hija de Ares, contemplaban embobados a Dédalo, su bebé de un año. Era el colmo de la felicidad para ellos desde que nació.

  • Me parece asombroso que nuestro hijo sepa qué juguete quiere, entre todas las figuras de madera que le has hecho – dijo Alcipe.
  • Es lógico que elija la flor y el pez, no sólo porque lo ha visto en la realidad, sino porque son más suaves que otros juguetes. – contestó Eupálamo, ofreciendo al niño unas figuritas que representaban unas ardillas con larga cola, que había hecho con la piel de un conejillo silvestre. – ¡Mira cómo le gustan también estos animalitos!
  • Tienes razón, pero ¿por qué siempre tiene el caballito en la mano? Nunca ha visto un caballo de verdad, pero parece su preferido.
  • Quizá sea porque mi padre, desde lejos, influye en su espíritu. – dijo Eupálamo pensativo y algo preocupado.
Estaba claro que los recuerdos de su padre no eran agradables para Eupálamo. Tampoco lo eran para Alcipe. Su padre Ares no se había preocupado de ella ni la había ayudado en los momentos en que más lo necesitaba.
  • No exageres. No creo que tu padre quiera influir en los gustos del niño, aunque, pensándolo bien, puede ser tu padre o el mío.- reflexionó Alcipe, también algo preocupada.
  • Dejemos de pensar en ello. Hoy es un día luminoso y feliz. El niño está contento y nosotros también. Vamos a la fuente termal para bañarlo y, de paso, nos daremos un baño también nosotros. Hoy me he levantado con dolor en el brazo derecho y quizá las aguas minerales me puedan ayudar a mitigar el dolor.
  • Voy a preparar al niño en un momento y nos vamos.
Salieron al poco tiempo con un hatillo, donde Alcipe había preparado unas tortas de cereal y un poco de pescado asado. Ya cogerían algunos frutos por el camino y beberían agua fresca de los múltiples arroyos que encontrarían en su camino hacia la fuente de la Naturaleza, donde solían encontrarse con otra pareja joven, que también tenía un bebé algo mayor que el suyo. Pasarían el día juntos y se contarían los progresos de los niños.
La relación de la pareja había sido bastante difícil, por las presiones que habían soportado por parte de sus respectivos padres, que se negaban a su matrimonio. Así que decidieron casarse cuanto antes, para no tener que dar explicaciones a nadie. Y también decidieron irse a vivir lo más lejos posible de la influencia de la familia. Ellos harían su propia vida. De hecho, Eupálamo sólo tenía 16 años y Alcipe, 15. Pero vivían de la pesca y de algunas figuras de madera que solía hacer Eupálamo como distracción desde que era niño y que ahora le reportaban algunas monedas, que les permitían comprar telas, con las que Alcipe confeccionaba la ropa para ambos. Ahora también hacía la ropa para su bebé y disfrutaba con ello. Casi todos los habitantes de la isla eran orfebres y tallaban metales, conchas marinas o piedra. Sólo Eupálamo tallaba madera, por eso tenía éxito.

 
Cuando llegaron a la fuente de la Naturaleza, sus amigos ya estaban esperándolos. Panos y Cloris eran los jefes del Clan del Toro y Panos se dedicaba a tallar objetos de adorno, como collares o brazaletes. Su pequeña hija Naucrates ya daba sus primeros pasos y se acercó sonriendo al ver al pequeño Dédalo.

 
  • ¡Qué pronto habéis llegado! - Dijo Alcipe
  • Sí, - contestó la joven Cloris, con una sonrisa. Hoy mi esposo ha traído fruta fresca para desayunar y la niña se ha despertado antes. Como le gusta mucho la fruta, ha comido enseguida.
  • ¡Panos! – se acercó Eupálamo, saludando a su amigo - ¡Qué alegría veros!. Pasaremos un buen día. ¿Qué me cuentas de nuevo?
  • Que la niña ya tiene otro diente. – contestó Panos orgulloso.
  • Pues Dédalo tiene sólo cuatro. No sé por qué tardan tanto en salirle.
  • No te preocupes – dijo Cloris – Ya le saldrán. Cada niño es un mundo diferente.
Todos sonrieron y se prepararon para darse un buen baño. Los niños ya estaban dando gritos de alegría al acercarse al agua. Vivían en la isla de Andros, la más lejana a Creta, para no tener la obligación de visitar a Zeus, padre de Eupálamo. Y Zeus tampoco iba casi nunca a Andros, porque le parecía un viaje incómodo y largo.

Andros era una isla con costas escarpadas y abundante vegetación. Había buenas playas en el sur de la isla, pero tan recónditas que sólo las conocían los habitantes de la isla y no solían mostrárselas a los visitantes, para que no turbaran la paz que llenaba sus vidas. Tampoco decían a nadie la existencia de fuentes medicinales que surgían en las laderas de las montañas y que ellos disfrutaban y utilizaban, reuniéndose cada vez que la luna cambiaba, para intercambiar productos con sus vecinos, y presentar a sus nuevos hijos. Eran como una gran familia y se ayudaban unos a otros.
Tenían un sistema de llamada para pedir auxilio, si se encontraban en peligro, que consistía en hacer caer los rayos del sol sobre un mineral que abundaba en la isla, el oro, de modo que los rayos se refractaban y podían verse desde casi todos los rincones de la isla. En todas las casas había en la entrada un trozo plano de oro, para ser usado en caso de emergencia.


Eupálamo había pensado muchas veces hacer figuras con ese mineral, en lugar de hacerlas con madera, porque había observado que el oro era resistente al fuego, que no lo destruía, pero lo fundía y se podía moldear. Se encontraba oro en abundancia cerca de las fuentes medicinales. Quizá se podrían vender mejor las figuras de oro en el puerto sur de la isla, a donde llegaban los mercaderes de las otras islas del grupo de las Cícladas.
Cuando nació el niño, decidió empezar a trabajar el oro. Solía cubrir las figuras de madera con el metal y, cuando se enfriaba, quitaba la base, de modo que quedaba sólo la figura de oro hueca. Enseñaría a su hijo su mismo oficio, si conseguía vender sus figuras. Eupálamo y Alcipe impusieron al niño el nombre de Dédalo, para que, de alguna forma, influyera en su vida y en su destino.


Pasaron cuatro años. Las dos parejas y sus hijos eran ya como una sola familia y compartían alegrías y penas tanto como las ganancias que conseguían vendiendo sus productos a los mercaderes. Los niños, Dédalo y Naucrates crecían juntos y se querían como verdaderos hermanos. Ambos habían aprendido el oficio de orfebrería de sus respectivos padres y hacían competiciones para ver quién hacía una figura mejor y más rápido. Cada día se planteaban un nuevo reto y ya habían hecho tallas de todos los animales y plantas que conocían.
  • He pensado que podríamos tallar a nuestras familias, - dijo un día Naucrates,- así nos acordaremos de cómo éramos de pequeños y de nuestros padres jóvenes.
  • Buena idea, dijo Dédalo – lo guardaremos en secreto y, cuando hayamos terminado, les daremos una sorpresa. Además voy a tallar un toro, símbolo de nuestra isla. Él también nos ayudará durante nuestra vida.
  • Me parece bien – dijo la niña, que siempre admiraba a su amigo y estaba de acuerdo con lo que él decía.
Y así lo hicieron. Regalaron a sus padres las figuras, que las dejaron como ofrenda en la fuente de la Naturaleza. La diosa las conservaría para ellos hasta que se hicieran mayores o tuvieran que irse a vivir a otro lugar. Eupálamo y Panos miraban orgullosos las obras de sus hijos, mientras Alcipe y Cloris lloraban emocionadas.
La vida transcurría felizmente, hasta que un día, dos años después, todas las planchas de oro de la zona sur de la isla empezaron a reflejar los rayos solares. Algo estaba sucediendo y debía ser grave, pensó Alcipe, cuando lo vio y fue a despertar a su esposo rápidamente. Desde su casa se veía mucho humo, como si toda la vegetación hubiera empezado a arder. Mientras Eupálamo se levantaba, Alcipe fue a despertar a los niños. Esa noche Naucrates se había quedado a dormir con ellos, porque sus padres iban a ir muy temprano al puerto a vender sus obras a los mercaderes.

 
  • Lleva a los niños a la fuente de la Naturaleza – dijo Eupálamo a su esposa. Yo iré al puerto a ver qué sucede.
  • No te acerques demasiado. Esto me parece que es obra de piratas y matarán a todo el que pueda ser testigo de lo que han hecho.
  • Quédate tranquila. Tendré cuidado y volveré pronto.
Alcipe no se quedó tranquila, pero se llevó a los niños a la fuente. Pronto volvió Eupálamo con expresión horrorizada. Los piratas habían prendido fuego a todas las casas y por todas partes había fuego y cadáveres. Entre ellos, sus queridos amigos Cloris y Panos. En ese momento estaban ya en la parte norte, quemando y saqueando. Pocos se habrían salvado. Los pocos supervivientes tendrían que volver a empezar.
Dos días más tarde, se reunieron. Sólo eran diez personas adultas y tres niños. La pequeña Naucrates no podía entender que sus padres ya no estaban y no se separaba de Dédalo en ningún momento.

 
  • Creo que debemos organizarnos y buscar un nuevo jefe de clan, dijo Eupálamo a sus compañeros.
  • Tú serás el mejor jefe de clan. Eres el mejor orfebre y debemos mantener nuestro oficio para salvar la economía de la isla – dijo el joven Licos. Además, tu padre Zeus no permitirá que vuelva a pasar otra vez lo mismo.
  • Supongo que ya le han llegado noticias de lo sucedido – contestó Eupálamo. Tengo la sospecha de que no han sido los piratas los que nos han atacado, sino las tropas de mi padre, o quizá las de mi hermana Palas, desde la isla de Tera.
  • ¿Para qué? – se asombró Dorcas, otro amigo que había sobrevivido.
  • Para demostrarnos que pueden llegar aquí cuando quieran y que debemos acostumbrarnos a su poder.
  • ¿Y por eso matan, queman y roban?
  • Tengo que pensar en ello, pero creo que no me equivoco. De momento, nos quedaremos en las montañas. Nadie conoce este lugar.
Eupálamo no se equivocaba. Palas había dirigido la expedición de aviso. Él conocía los métodos de su hermana. No cedería. Reconstruiría su comunidad y se prepararían para la lucha. El pequeño Dédalo vio la decisión en los ojos de su padre y lo admiró por ello.
  • Menos mal que hice una imagen de mis padres, así podré recordar cómo eran, - dijo la pequeña Naucrates, llorando.
  • No llores, - dijo Dédalo – cogeremos las figuras que hicimos y las llevaremos con nosotros. La diosa las habrá guardado.
Efectivamente, cuando fueron a buscarlas, allí estaban sus esculturas de oro. La niña las recogió casi con devoción y las guardó en la pequeña bolsa que llevaba colgada al hombro, como si fuera a ser su amuleto personal.

7.- El Oráculo.

 
La pequeña Sibila observaba a su madre con los ojos muy abiertos. Ella era la heredera y tenía que aprender incluso los gestos que su madre hacía cada vez que realizaba un oráculo. Ya tenía siete años, edad en que las Sibilas empezaban a aprender su oficio. Hasta ahora había vivido en una casa construida de mármol, cerca de la cueva del oráculo, siempre con nodrizas y sirvientes. A su madre la veía sólo por las tardes. Pero había llegado el momento de aprender. Ahora pasaría día y noche con su madre. La niña estaba contenta porque admiraba la belleza y la inteligencia de su madre, y sobre todo, su carácter dulce y amable, aunque firme.

 
  • Mamá, - dijo Sibila el primer día que salió con su madre muy temprano.-
  • Dime, hija. – respondió la madre, observando a la niña, a la que había vestido de blanco.-
  • Voy a intentar hacer todo bien, pero tendrás que decirme cómo hablar y cómo  comportarme.
  • No te preocupes, hija. Todas las mujeres de nuestra familia hemos sido Sibilas y es algo natural para nosotras hablar y saber qué gestos debemos hacer, para que todo el que quiera preguntar nos entienda.
La isla de Milos estaba situada al suroeste de las Cïcladas, relativamente cerca de la todopoderosa Creta y de su bastión militar, Thera. Su abundante vegetación proporcionaba unos paisajes tan bellos que muchos habitantes de las otras islas procuraban hacer viajes de descanso a Milos, que, además, tenía unas playas de fina arena y agua clara y transparente como un espejo. Su forma de U constituía un excelente refugio para las naves y el buen carácter de sus habitantes invitaba a quedarse unos días, lo cual representaba uno de los principales recursos económicos de la isla. A todo ello podía añadirse el buen clima, y las famosas uvas, naranjas y olivas que se producían casi espontáneamente.
Pero lo que atraía a más personas era su famoso oráculo, en el que confiaban todos, porque no se equivocaba nunca en sus predicciones, o por lo menos nadie recordaba que hubiera habido un error jamás.

 
En la isla había todo tipo de animales, pero predominaban las serpientes. Los milios sabían manejarlos y aprovechar sus posibilidades, sobre todo el veneno de algunos ofidios, que utilizaban en pequeñas dosis, mezcladas con infusiones de algunas plantas, para mitigar los dolores demasiado agudos como para ser soportados.

 
La jefe del clan era Sibila, a la que todos llamaban Sib., que había dado al clan el nombre de Clan del Ofidio, porque ella había enseñado a su gente cómo utilizarlos en provecho propio. Todas las jefes de clan se llamaban Sibila, porque el don de la profecía pasaba de madres a hijas. Y cada Sibila sólo tenía una hija, que se educaba con ella desde su nacimiento. Aceptaban un esposo sólo el tiempo necesario para engendrar una hija. Luego lo despedían y no volvían a tomar otro esposo.

 
  • Ahora sólo nos falta aprender a utilizar las plantas y los animales, para completar tu educación, - dijo la madre.
  • ¿Y cómo aprenderé a utilizar las plantas?
  • Irás conmigo a buscarlas y, cuando sepas recoger las que más te convienen, viajaremos a Sérifos, donde vive el músico Febo. Es un chico encantador y enseguida te harás amiga de él. Él sabe cómo manejar las plantas mejor que nadie.
  • ¿Vamos a viajar?
  • Pues claro. Así no te resultará tan aburrido estar siempre aquí conmigo. El aire del mar nos vendrá bien, para dar un poco de color a nuestra piel. Además en las islas, todos nos ayudamos y procuramos ser amigos.

 
La pequeña Sibila no perdía ni una sola palabra de lo que decía su madre. Sería bonito viajar por mar. ¡Qué suerte tenía de tener una madre tan culta y tan buena!

 
  • Ahora escúchame bien, - empezó a decir la madre.- Lo primero que tenemos que hacer es saludar al Sol, nuestro padre. Él es quien nos inspira para dar nuestras respuestas.
  • ¿Y nos dice lo que tenemos que responder?
  • No. Nuestra mente recibe su inspiración y nosotras adaptamos la respuesta, observando a las personas que preguntan.
  • Eso me parece muy difícil.
La madre sonreía, aunque era una mujer muy seria, pero su hija era su debilidad. Tenía que enseñarla bien desde el principio, porque de ello dependía la prosperidad de la familia.
  • Ahora prepararemos el altar, para las ofrendas – siguió diciendo Sib – Los fieles entregan primero su ofrenda y luego hacen su pregunta.
  • ¿Qué es una ofrenda, mamá?
  • Es algo que entregan al dios para pedir su favor.
  • ¿Y qué entregan?
  • Generalmente traen cabritos o leche, miel o flores.
Sib empezó a preparar el altar con flores y puso una tela bordada en oro, para que el dios viera reflejados sus rayos en ella. Estaban acabando de colocar todo, cuando una de las sirvientes anunció que tenían a alguien esperando para ver a Sib.
  • ¿Sabes quién es?, - preguntó Sib.-
  • No, - dijo la sirviente- pero va vestido como un rey.
  • Haz que pase a la antesala y dile que me espere allí.
Sib observó desde detrás de una cortina que preservaba el oráculo de ojos indiscretos, a la persona que la esperaba. ¡Era su medio hermano Eupálamo, que vivía en Andros, según había podido saber. Por fin podría abrazarlo.
  • ¡Hola, hermano!, dijo Sib corriendo hacia él.- ¡Qué alegría verte! ¿Ha sucedido algo para que hagas un viaje tan largo?
  • Desgraciadamente sí, - contestó enseguida Eupálamo.- Nuestra hermana Palas ha invadido nuestra isla y ahora está todo arrasado. Nos hemos refugiado en las montañas.
  • ¿No querrás que te diga lo que va a suceder después?
  • No, hermana, ya sé lo que va a suceder: seguramente Palas hará incursiones en todas las islas, para dejar claro quién manda. He venido a avisarte.
  • No creo que se atreva a arrasar Milos, pero te agradezco que hayas venido. Vas a conocer a mi hija Sibila, que hoy empieza sus funciones como adivina. ¿Cómo está tu pequeño Dédalo?
  • Bien, cada vez es mejor artista, ahora trabaja con oro, además de con madera. Tengo otra hija, aunque ésta es adoptiva, porque sus padres murieron en la invasión. Es Naucrates y es como una hermana para Dédalo.
Sib se alegraba sinceramente de ver a su hermano y sabía que Palas llegaría en algún momento, porque Milos estaba bastante cerca de Thera. Se preparó para preguntar al dios qué iba a suceder después, aunque ya lo imaginaba. Una de las necesidades del oráculo era estar bien informada sobre los sucesos de las otras islas y sacar conclusiones.
  • ¡Sibila!, - llamó Sib, en voz alta para que la niña pudiera oírla – acércate, quiero que conozcas a tu tío Eupálamo.
  • Voy, mamá, - contestó la niña, que llegaba corriendo.-
  • Pero qué niña tan preciosa, - dijo Eupálamo – voy a traer también a tu tía y a tus primos. Quizá podamos pasar unos meses con vosotras, hasta que todo vuelva a su cauce en Andros.
  • Ya sabes que seréis bien recibidos, - se apresuró a decir Sib.-
La pequeña Sibila abrazó a su tío y pensó que sería interesante conocer a otros niños, porque ella siempre tenía que jugar sola.
  • Mamá, ¿Ya no vamos a trabajar hoy?
  • No hija, hoy vamos a celebrar la visita de tu tío. Mañana seguiremos con tu instrucción. Ve a casa y di a las sirvientes que preparen un banquete. Ahora vamos nosotros.
Sib decidió dar un paseo antes de llegar a casa, porque quería conocer de primera mano lo sucedido en Andros. Si Palas había empezado por esa isla, quería decir que tenía las mismas intenciones con las demás.
  • ¿Por qué crees que ha empezado las incursiones por la isla más lejana?
  • Porque Zeus quiere demostrar a todos que nadie puede desobedecer sus órdenes, por muy lejos que esté.
  • Creo que tienes razón.
Después de unos días en Milos, Eupálamo se marchó. Era el momento de volver con la educación de Sibila. Se levantaron antes de amanecer y Sib explicó a la pequeña Sibila cómo observar a las personas que iban a preguntar al oráculo.
  • Lo más importante es mirar la expresión de sus ojos. Los ojos son muchas veces el espejo del interior de una persona. Si te parece que esa persona es buena, puedes hablar con el corazón.
  • ¿Y si no me gusta lo que veo en su mirada?
  • Tendrás que tener cuidado con lo que dices, porque algunos vienen a intentar saber si van a ser ricos y poderosos y eso no es lo que quiere el dios.
  • ¿Y qué quiere el dios?
  • Que todos actuemos como él, que regala su luz y su calor a todos los seres por igual, sin importar su riqueza o su poder.
Sibila iba sacando conclusiones: las personas poco generosas y que sólo se preocupaban de ellas mismas no eran agradables al dios, y, por lo tanto, no merecían su atención ni sus respuestas. Tendría que aprender a calibrar a cada uno y a no dejarse engañar. ¡Era difícil la función de una Sibila!

Cuando llegó el siguiente fiel, su madre le dijo que actuara ella. Era la primera vez que lo iba a hacer sola, pero creía que podría hacerlo. Era una mujer muy joven y dejó sobre el altar un cabrito, un tarro de miel y un cestillo con cereales. Desde detrás de la cortina, Sibila preguntó:
  • ¿Qué le pides al dios?
  • Quiero conocer mi futuro. Me gustaría saber si voy a casarme con quien yo quiero o tendré que hacerlo con quien ha decidido mi padre.
  • En primer lugar debes orar al dios. En cuanto me dé una respuesta, yo te la transmitiré, – dijo Sibila, tal como le había enseñado su madre.
Sibila observó a la joven. Era muy guapa, con piel sonrosada, y parecía tímida y algo triste. Miró a su madre, que ya había reconocido a la jovencita. Era Ilia, de la isla de Paros, la mejor amiga de Hebe. Se preguntaba cómo habría ido hasta allí.

8.- El Clan del Mar.

La isla de Tinos, una de las Cïcladas, estaba también bajo el dominio de Creta, aunque no abiertamente, como sucedía con las demás islas. El jefe del Clan de Pescadores era Posidón, hermano de Zeus, que le había “regalado” la isla. Posidón tenía ya 20 años y estaba casado con Anfítrite, una mujer bellísima y de una finura especial, que hacía que todos la miraran boquiabiertos y que la escucharan atentamente, cuando se dirigía a los demás jefes de familia de pescadores y a sus esposas, pues en la isla de Tinos, todos estaban presentes en las asambleas, hombres y mujeres.

-          Vamos a reunir el consejo, - dijo Posidón a su esposa Anfítrite – creo que vamos a tener un problema con mi hermano.

-          ¿A qué te refieres? – dijo enseguida Anfítrite.

-          He tenido noticias de lo sucedido en Andros, y estamos muy cerca.

-          Yo también me he enterado de la invasión de tu sobrina Palas, pero no creo que se atreva a venir aquí. Nosotros no dependemos de Creta. Somos autónomos.

-          Eso será de palabra, pero no me fío nada de mi hermano.

La isla era famosa por sus fuentes de agua fresca y clara, que poseían algún tipo de propiedades minerales, puesto que muchos creían que curaban las enfermedades y mantenía a sus habitantes con una salud envidiable. El único problema eran los fuertes vientos, que obligaban a las familias a refugiarse en sus albergues, a veces, durante varios días.

Ya habían conseguido eliminar otro de los problemas de la isla, que era la gran cantidad de serpientes que poblaban sus frondosos bosques y prados. Todos agradecían a Posidón la hazaña, sin saber que a él le había ayudado su prima Sibila, que sabía cómo manejar a las serpientes, y se había llevado a todas las que había podido capturar, para utilizarlas ella en sus oráculos. Las pocas serpientes que quedaron fueron desapareciendo y Posidón se había llevado el mérito.

-          Ya están llegando todos – dijo Anfítrite – Creo que todos saben de qué vamos a hablar.

-          ¿Has llamado también a nuestros hijos? – preguntó Posidón – Quiero que quede claro que serán nuestros sucesores.

-          ¿Cuál de ellos? – quiso saber Anfítrite – Yo creo que la más sensata es Rhode.

-          Yo también.

-          Bien. Ya está todo el mundo esperando lo que tengamos que decir.

-          Mejor habla tú – dijo Posidón – te escucharán con más atención.

Anfítrite sonrió. Era cierto que la escuchaban a ella con más atención, porque Posidón era más rudo y se explicaba bastante mal.

            Los habitantes de Tinos se dedicaban sobre todo a la pesca, que realizaban a mano, desde sus ligeras balsas. El propio Posidón había inventado otros métodos de pesca, como una especie de gancho prendido de un hilo muy fino, en el que ponían pequeñas lombrices, para que los peces quedaran enganchados, cuando intentaban comerse la lombriz. Todavía eran pocos los que utilizaban este método, pero la práctica iba extendiéndose poco a poco y los que lo conseguían se consideraban importantes. Había que tener paciencia para pescar de esta forma, pero era más seguro y los peces siempre se veían atraídos por el posible alimento.

-          Hemos convocado el consejo, porque hay noticias importantes. Creo que la mayoría de vosotros las conocéis, pero es mejor que tomemos decisiones, antes de que tengamos que lamentarnos.

-          ¿A qué te refieres? – dijo el joven Persis -  ¿Crees que también vamos a ser invadidos?

-          Eso creemos. Y sería mejor que organizáramos una jornada comercial, para ver qué saben en otras islas y qué piensan hacer.

-          Es una buena idea – dijeron varias damas, que se dedicaban a confeccionar grandes cestos.

Los habitantes de Tinos también cogían algas, que encontraban en el mar en grandes cantidades, de forma que parecía que todo era verde en la propia isla, por su vegetación, y en el mar que la rodeaba. Utilizaban las algas para comer y para hacer todo tipo de utensilios de uso común, como cestos, cuerdas, etc. con las que comerciaban, pues el pescado no podían utilizarlo para el comercio, por su escaso tiempo de duración en estado fresco. Solían ahumarlo, cuando les sobraba a diario, para hacer reservas para los días en que no había pesca, a causa de las tempestades, frecuentes en la isla.

-          El problema es que conozco demasiado bien a mi hermano Zeus y me imagino sus intenciones. Querrá apropiarse también de nuestra isla, como está haciendo con las demás

-          Eso no podemos permitirlo – dijo Peltas, el jefe del pequeño ejército de la isla – se supone que somos autónomos.

-          Por eso tenemos que enterarnos de lo que sucede y prepararnos para rechazar cualquier intento de invasión – dijo entonces Anfítrite, que esperaba la ocasión para convencer a todos de sus temores – Mi cuñado sólo piensa en el poder y su esposa no ayuda demasiado con sus caprichos.

Después de unas horas de cambiar impresiones, decidieron que la mejor idea era preparar una jornada comercial. Enviarían mensajeros a todas las islas y ofrecerían sus mejores productos.

La jornada comercial fue un éxito, sobre todo, porque algunas mujeres se habían esmerado en la confección de sus cestos y los habían decorado con espirales, un signo que no sólo llamaba la atención por su belleza, sino que intrigaba a quienes lo veían, por el misterio que parecía tener. Enseguida se convocó un nuevo consejo. Esta vez fue Posidón quien empezó el debate.

-          Mi sobrina es muy inteligente. Esperábamos una invasión militar, pero quiere invadirnos de forma civilizada.

-          ¿Qué quieres decir? – preguntó el jefe militar Peltas –

-          Que Palas ha propuesto a su padre y los demás jefes unir las islas con puentes, para “mejorar las relaciones y las ayudas mutuas” – dijo Posidón con reticencia.

-          Explícate mejor, para que todos podamos sopesar las ventajas o desventajas de esos puentes.

Posidón odiaba a su sobrina. Había intentado conquistarla, como había hecho con su propia esposa. A Anfítrite le envió unos delfines para que la trajeran y había conseguido casarse con ella, pero Palas le había mirado con desprecio, lo cual no pensaba olvidar. Tampoco Anfítrite soportaba la soberbia de su sobrina, por lo que no intentó calmar a su esposo, como hacía otras veces.

-          Zeus ha dicho que él pagaría las obras de todos los puentes – continuó Posidón – y se lo puede permitir, con lo que nos cobra a todos.

-          ¿Y para qué sirven los puentes, además de tener a todos bajo su puño? – preguntó el joven  Pérdikas, que ya veía un buen negocio para sí mismo, pues se dedicaba a la construcción de balsas.

-          Quiere unir a todas las islas y, de paso, aprovecharse de las habilidades de todos, los tintes, las armas, la orfebrería, incluso el agua termal, que llevarían en nuestros cestos.

 Los cestos que ellos fabricaban eran impermeables, puesto que les daban una doble capa de brea, parecida a la que daban a sus balsas, para hacerlas resistentes al agua del mar, y luego lo recubrían con hierbas frescas, que quitaban cualquier mal sabor a las mercancías líquidas. Algo tendrían pensado para transportar agua.

-          Lo que está claro es que sus intenciones son de dominio absoluto.

-          Bien – dijo entonces la joven Rode, asombrando a todos con su sensatez – ahora tenemos nosotros que pensar cómo evitar nuestro “puente”. Estoy segura de que Eupálamo de Andros no lo permitirá.

-          Es cierto – intervino Anfítrite – No dejará que su padre siga queriendo dominar su vida. Y nosotros, que somos los más cercanos, debemos estar de acuerdo con él.

-          Bien, si todos consideráis que ésa debe ser nuestra actitud – dijo Posidón – tendremos que convencer a los demás de que las intenciones de Palas y Zeus no son tan buenas como quieren hacernos creer.

 Así se cerró la asamblea. Enviarían mensajeros para tantear la opinión de los otros jefes.


9.- El símbolo de la vida

La cueva estaba tan oscura y húmeda que la niña empezó a temblar de miedo. Había ido antes del amanecer, a ver la Espiral grabada en la roca, que le había enseñando su amigo Febo. Y se había perdido al querer encontrar la salida. Se sentó a pensar cómo salir de allí o qué hacer. Y entonces recordó su última conversación con Febo, el músico de Sérifos:

  • Esta Espiral es el símbolo de la vida. Nadie sabe quién la grabó en esta roca, ni cuándo.
  • ¿Qué significa? – había preguntado la niña.
  • El origen de la vida y de la sabiduría. Si la miras fijamente, sabrás siempre lo que tienes que hacer. Ella te guiará.
  • ¿Y también me curará, si estoy enferma?
  • Te dirá qué remedio debes usar.
  • ¡Pero si no habla!
  • Hará que tu mente entienda y busque las soluciones.
Selene pensó que era el momento de buscar la ayuda de la Espiral, así que la miró fijamente con los ojos cerrados y, al abrirlos, le pareció ver una flecha grabada en la roca. Decidió seguir la dirección que marcaba y pronto empezó a ver la luz de la entrada de la cueva. ¡Era verdad! La Espiral la había salvado. Llegó corriendo a su casa, antes de que su madre se diera cuenta de que había salido. Su madre era curandera, pero no creía en la magia, sólo en la sabiduría de las plantas.
Sé que has ido a la cueva de la Espiral, lo veo en tus ojos – dijo la madre en cuanto la niña entró en casa.
  • Pero si tú no crees en nada de esto.
  • La Espiral es diferente; es el origen de nuestro Clan. ¿Qué le has preguntado?
  • Sólo la he mirado y le he pedido que me dijera cómo salir. Y me lo ha dicho.
  • No vuelvas nunca a ir sola; podrías haberte encontrado con algún animal    peligroso.

 
Selene empezó a llorar para calmar sus nervios, que aún tenía por la situación por la que había pasado. Pero estaba decidida a seguir investigando y a preguntarle a su amigo Febo. Ella sí creía en la magia y pensaba que se podía saber el futuro, con ayuda de la Espiral. Los habitantes de la isla de Amorgos apreciaban mucho a su madre, porque era la curandera. Pero no había ningún mago, ni adivinos. Ella sería la adivina, ya lo había decidido.

 
La isla de Amorgos estaba situada en la parte oriental del mar Egeo, dentro de las Cícladas, pero muy cerca del grupo de islas del Dodecaneso, un grupo de islas que aún no había intentado dominar Zeus, porque quizá no veía grandes ganancias en ellas. Era una isla sin recursos de ningún tipo y sus habitantes se dedicaban a tallar la piedra caliza, que se podía arrancar de las faldas del monte sagrado, en su vertiente más escarpada.

 
  • Acompáñame a recoger plantas – dijo Theia, la madre de Selene. Te enseñaré cuáles son las necesarias y cuáles son las que no debes tocar, porque son venenosas.
  • Estoy deseando aprender, mamá – dijo la niña – y me gustaría que tú me acompañaras a la cueva de la Espiral. Si tú la ves, entenderás cómo habla con todo el que cree en ella.
  • ¿Y quién te ha contado todo eso?
  • Febo de Sérifos. ¿No te acuerdas cuando estuvieron de visita? Es un chico muy agradable y sabe mucho
En la vertiente opuesta de la montaña, la madre de Selene iba a recoger las plantas, que le servían para ayudar a sus poco numerosos vecinos. Todos compartían víveres y recursos, para sobrevivir. También el agua era escasa y muchas veces tenían que recoger el agua de lluvia para beber. Ni siquiera podían vender sus figuras talladas, porque los comerciantes no acudían a Amorgos, porque a todos les parecía una especie de destierro, como un lugar olvidado de la Naturaleza.
  • ¿Quieres que preparemos un viaje para ver a tu amigo Febo?
  • ¡Sí! – gritó la niña emocionada.
  • Es un viaje largo, pero nuestros vecinos Hekas y Giorgos nos acompañarán. Ya lo hemos pensado muchas veces y sería el mejor modo de vender nuestras figuras talladas. Además la actual reina de Sérifos, la madre adoptiva de Febo, es muy amable siempre conmigo.
  • ¿Pueden venir también mis amigas Calisto y Actea?
  • Pues claro – dijo Theia – o ¿pensabas que sus padres las iban a dejar solas?
Mientras recogían algunas raíces y tallos, Theia pensaba en sus otros dos hijos, que le habían sido arrebatados al nacer. Creía que, tras ese hecho estaba la mano de Ira, la reina de Creta, pero no podía asegurarlo. Algún día hablaría a su hija Selene de sus hermanos.
  • ¿Te has fijado que esta planta parece que está reclamando tu atención?
  • Sí, me ha fijado en ella porque su color rojo es precioso. Resalta sobre esa neblina gris que se forma con el polvo de la caliza.
  • Pues es la más peligrosa. Procura no tocarla, porque su savia envenena.
  • ¿Qué es la savia, mamá?
  • Es como la sangre de la planta, que la hace vivir – Theia no sabía cómo explicar a su hija el concepto de savia.
Las hojas que más apreciaba Theia eran las de los pequeños olivos, que crecían en la roca dura, pero eran tan escasos que tenía que guardarlas muy bien, para que le duraran el mayor tiempo posible.

  • ¿Para qué utilizas estas hojas, mamá?
  • Para hacer infusiones para las personas que se sienten muy cansadas.
  • ¿Y se curan?
  • No exactamente, pero se sienten aliviadas, sobre todo, si duermen un poco, después de haber bebido la infusión.
  • ¿Y esto que parece corteza de árbol?
  • Esto es corteza de sauce, para aliviar los dolores y para bajar la temperatura de las personas que están enfermas.
La niña iba tomando nota de todo lo que su madre decía. Ella también sería una sanadora, aunque su mayor sueño era poder adivinar lo que sucediera en el futuro y prevenir problemas y disgustos a los demás. No sabía cómo iba a hacerlo, pero se lo preguntaría a su amigo Febo, que lo sabía todo, o eso pensaba ella.
  • Has vuelto a ir a la cueva de la espiral, ¿verdad?
  • Sí mamá – dijo Selene avergonzada por haber desobedecido a su madre – Es que parece que me llama y no sé decir que no.
  • Lo entiendo, pero la próxima vez, quiero ir contigo. Así me explicarás cómo preguntar a la espiral.
  • ¿Es que tienes que preguntarle algo? – dijo Selene emocionada – ¿hay algo que tú no sepas?
  • Sí hija, hay muchas cosas que yo no sé – Theia pensaba en el destino de sus dos hijos Helios y Eos, a los que no había visto desde que nacieron. Quizá tú puedas ayudarme a adivinar dónde están tus dos hermanos.
Selene se quedó sorprendida. No sabía que tuviera dos hermanos. Suponía que nadie sabía nada. Quizá hubieran nacido antes de que su madre fuera a vivir a Amorgos.
  • ¿Son mayores que yo, mamá?
  • Sí, Selene, son varios años mayores que tú. Antes vivíamos en Creta y el rey Zeus me los quitó y me mandó venir a vivir aquí.
  • ¿Y no voy a conocerlos nunca?
  • Ojalá pudiera saber dónde están y cómo están. Ellos tampoco me conocen a mí, porque los separaron de mí al nacer.
  • Me parece que ese Zeus es malo, porque nadie puede separar a un niño de su mamá.
  • Ya hablaremos de esto, cuando seas un poco mayor.
Madre e hija se adentraron en la cueva de la espiral. La cueva era espaciosa, pero oscura y fría. A Theia le dio un escalofrío. ¡Qué valiente era su hija! Selene iba decidida, porque conocía el camino. Llegaron al fondo, donde sobre una pared lisa se veía dibujada una gran espiral.
  • ¿Es ésta la espiral?
  • Sí, mamá. ¿a que es hermosa? Yo la llamo la Espiral de la Vida.
  • ¿Por qué?
  • Porque Febo me dijo que era el símbolo de la vida.
  • ¿Y ahora qué hacemos?
  • Yo me siento aquí, de frente a ella y la miro durante un buen rato. Luego cierro los ojos y veo las cosas que ella quiere decirme.
  • ¿Qué le preguntas?
  • El primer día le pregunté cómo salir, porque tenía frío y miedo y me perdí. Pero los otros días le he preguntado cómo sería mi vida dentro de muchos años.
  • ¿Y te ha respondido?
  • Me ha hablado de un viaje, en el que veía a mi amigo Febo y a sus amigas, las musas que le educan.
  • Eso es porque yo te hablé del viaje que podríamos hacer.
  • Supongo que sí – dijo la niña no muy convencida.
Theia siempre veía las cosas de un modo natural, real. Selene se preguntaba si es que su madre no tenía imaginación o es que la vida para ella había sido tan difícil que no podía imaginar cosas nuevas.
  • ¿Vas a preguntarle algo?
  • Sí, Selene. Voy a preguntarle si tú te convertirás en una buena curandera.
  • Ya se lo he preguntado yo.
  • ¿Y qué te ha dicho?
  • Me ha dicho que seré curandera y también adivina. Me ha dicho también que a mí me gusta más la noche que el día. Y es verdad.
La madre miró a Selene con cariño. A ella también le gustaba más la noche, quizá porque recordaba el momento en que nacieron sus hijos Helios y Eos, con el sol brillando en el cielo. A ella le parecía que el sol le había quitado a sus dos hijos. Pero sabía que no había sido el sol, e intuía que había sido Zeus, instigado por Ira. No entendía por qué Ira la odiaba. Al fin y al cabo, ella no había sido una de las muchas amantes de su esposo.
  • También quiero saber quién es mi padre – dijo la niña, de pronto – porque tú nunca me has hablado de él.
  • Esa es una historia antigua. Ya te la contaré más adelante.
  • Por lo menos me podrías decir cómo se llama.
  • Se llama Hiperión y es un titán.
  • ¿Qué es un titán, mamá?
  • ¿No te cansas nunca de preguntar?
  • Así es como se saben cosas, mamá, preguntando.
  • Tienes razón, hija. Yo creo que ya es hora de que nos vayamos. Empiezo a sentir mucho frío.


 
10.- Niños especiales

 
            El pequeño Vulcan era habilidoso y cariñoso, aunque, a veces, se sentía tan solo que parecía enfadado con todo el mundo. Tenía sólo cinco años y ya sabía lo que era la soledad. Por eso estaba siempre intentando saber si alguien le quería de verdad. Su preceptor, Sethlas, había vivido siempre con él y le había explicado algo sobre su origen. Era hijo de Ira, la esposa de Zeus y, por alguna razón que aún no comprendía, Zeus no le quería.

 
       Sethlas sabía que tampoco su madre ponía mucho interés en él, pero no podía comentar nada de esto con el niño, que era dócil y necesitaba cariño y dirección, así que le enseñaba a manejar los metales que había en las entrañas de la tierra de la isla de Siros. Y el niño era buen alumno, porque ya sabía hacer muchas cosas que otros niños de su edad ni siquiera habrían soñado conseguir. Hacía pequeñas armas y escudos; le encantaban los escudos y, sobre todo, le gustaba labrar dibujos en las pequeñas láminas de metal que Sethlas le iba dando para que se ejercitara.


            La vieja Tana hacía la comida para ellos y limpiaba su cabaña, para que pudieran descansar después de todo un día al aire libre. La isla de Siros era pequeña, pero alegre. Situada en el grupo de las Cícladas, tenía hermosas playas, donde Vulcan corría y quería estar todo el día. Sethlas tenía que ponerse serio si quería que Vulcan se pusiera a trabajar con sus manualidades. De todas formas el niño era trabajador y, en cuanto se ponía con su trabajo, se olvidaba de todo lo demás.
            Los habitantes de la isla vivían del comercio de cerámicas y estatuillas y para todos era una novedad la forja de escudos y material de guerra, pues estaban acostumbrados a modelar estatuillas con formas de dioses o personas en distintas situaciones de la vida, incluso de la muerte. Principalmente tallaban el hueso de los animales grandes, por eso los llamaban el Clan del Asta, aunque no seguían el régimen jerarquizado de las otras islas de las Cícladas.


 
-          Tenemos que conseguir que más niños como tú aprendan a hacer armas y escudos, así mejorará el comercio con las otras islas.

 
-          Algunos de mis amigos me han dicho que, si los admites, querrían aprender conmigo.

 
-          ¿Y a ti te gustaría compartir con tus amigos todo lo que yo te enseño?

 
-          Claro, así estaría más tiempo con ellos, sobre todo con Janos y Janis, los gemelos.

 
 Sethlas aprovechó que el niño mencionaba a sus mejores amigos para preguntarle:

 
-          ¿Y por qué te gusta estar con ellos más que con los demás?

 
-          Porque ellos no se ríen de mi defecto en el pie.

 
Sethlas temía que saliera el tema que Vulcan casi nunca mencionaba, porque sospechaba que tenía complejo por cojear, aunque la cojera era casi imperceptible. El preceptor solía darle poca importancia y sólo insistía en el hecho de que su madre le había encargado su educación para que fuera jefe del clan de los herreros. La isla no tenía jefe determinado. Todos actuaban después de reunirse y ponerse de acuerdo para cualquier tema, sobre todo para el comercio, y luego compartían las ganancias, de modo que todas las familias tenían lo suficiente para comer y vivir con una cierta comodidad.

 
-          Y por qué los dos gemelos prefieren estar contigo?.- continuó preguntando Sethlas.

 
-          Porque se sienten un poco diferentes a los otros chicos, como yo. Yo creo que todos tienen miedo de ellos porque son iguales. Sólo yo puedo distinguirlos.

 
-          Es verdad. Yo tampoco los distingo.

 
-          Y eso nos sirve para reírnos nosotros de los demás, porque a veces Janos se hace pasar por Janis o al contrario, y luego nos divertimos con la confusión de los otros niños y de los mayores.

 
Sethlas se echó a reír. A él también le habían engañado alguna vez, a pesar de que Vulcan le decía quién era cada uno. Decidió empezar ese mismo día con la enseñanza de los dos hermanos, quizá así, otros niños se animarían a unirse a ellos y podría formar una especie de escuela – taller, algo que siempre había querido tener.

 
-          Di a tus amigos que mañana empezamos con la enseñanza, pero ya en serio, porque ya eres casi un hombre.

 
-          ¡Vale! Gritó emocionado Vulcan. Pero me gustaría preguntarte algo, ya que me consideras casi un hombre.

 
-          Dime qué quieres saber – contestó Sethlas algo preocupado por la seriedad del niño y porque suponía lo que le iba a preguntar.

 
-          ¿Por qué tengo este defecto en la pierna? Mi madre es guapísima y no tiene ningún defecto.

 
-          Bueno – Sethlas intentaba hablar como si el hecho no tuviera importancia – poco después de nacer, te caíste y te doblaste la pierna, de forma que ningún físico pudo enderezarla del todo.

 
-          ¿Y lloré?

 
-          Sólo un poquito, porque aún no sabías hablar y era tu forma de quejarte.

 
-          Es que soy un valiente

 
-          Pues claro

 
Sethlas respiró hondo. Quizá no le preguntaría más, parecía conforme con la explicación. Temía contarle la verdad, que en realidad no se cayó, sino que Zeus, el esposo de su madre, le había tirado al suelo con toda intención, diciendo que era un niño horrible y que no quería volver a verle. Si el niño no volvía a preguntar, dejaría para más adelante la cruda realidad. No quería hacerle más daño del que le había hecho ya su madre, dejándolo solo en aquella isla, agradable, pero lejos de Creta, donde ella vivía.

 
Ira le había dicho que, cuando cumpliera los siete años, tendría que ir a visitarla, y que le comunicarían que estaba destinado a ser jefe de clan en Siros. Y ya tenía cinco años. Sethlas temía que llegara el momento de enfrentarse con Ira, a la que odiaba y temía, porque no entendía su forma de actuar con su hijo.

 
Pensaba que estos niños eran especiales, porque su mente era superior a sus problemas y llegarían a ser realmente especiales por su habilidad, si conseguía enseñarles todo lo que él sabía.

 
Al día siguiente, aparecieron los dos gemelos, en cuanto salió el sol. Sethlas se alegró al verlos. Ya empezaba a cumplirse su sueño de ser maestro herrero. Los niños venían con una especie de delantal, hecho de piel y estaban decididos a aprender.

 
-          Vamos a empezar, chicos. Tenéis que poner atención, porque lo que voy a enseñaros es difícil.

 
-          Queremos hacer lo mismo que hace Vulcan – dijeron los dos niños a la vez – Nos gustan los dibujos que hace en las láminas de metal.

 
-          ¿Siempre habláis a la vez? ¿Siempre pensáis lo mismo?

 
-          Pues claro – dijeron de nuevo a la vez los dos niños – Siempre estamos de acuerdo y pensamos lo mismo.

 
-          Está bien – dijo Sethlas – pero hablad más bajo. Y me gustaría que hablarais por separado. Mirad.

 
Sethlas cogió un trozo de hierro y lo echó en el fuego que ya tenía encendido desde el amanecer. Los gemelos lo miraban embelesados. Nunca habían visto que el hierro pudiera fundirse.


-          Ahora hay que esperar a que se haga líquido.
-          ¿Y qué haremos después? – volvieron a decir los dos niños a la vez.

 
-          Lo iremos vertiendo en estas cajas redondas pequeñas que tenemos ahí.

 
-          ¿Y después?

 
-          Esperaremos a que se enfríe y ya tendremos hechos los escudos.

 
-          ¿Y después?

 
-          Después empezaremos a grabar las figuras que he preparado en estos moldes – dijo Sethlas sonriendo, al ver el interés de los niños y sus continuas preguntas.

 
Pasaron dos años. Al taller se habían añadido otros cuatro niños, casi todos los de la misma edad que Vulcan. Sethlas no dejaba de pensar que tenía que organizar el viaje a Creta. Vulcan ya tenía siete años y su madre quería verlo.

 
Un día, al atardecer, con el sol en color rojo vivo, como el de la fragua de su taller, Sethlas vio cómo se acercaba un barco enorme, el más grande que hubiera visto nunca. De él saltaron dos marinos, que se dirigieron directamente a su cabaña.

 
-          ¿Vive aquí el pequeño Vulcan?

 
-          Antes tendréis que decirme quién le busca.

 
-          Somos mensajeros de su madre Ira. Venimos de Creta, con la orden de llevar al niño ante ella.

 
A Sethlas no le gustó tener que separarse del niño, pero sabía que ese día llegaría. Decidió que iría él también y quizá pudiera llevar a los dos gemelos, si había sitio para ellos en el barco, para que Vulcan no se sintiera tan solo. Los marinos le dijeron que no había inconveniente.

 
-          Vulcan, ven enseguida – llamó Sethlas – y se acercaron los tres niños, Vulcan, Janos y Janis.

 
-          ¿Qué quieres? Estábamos jugando y es nuestro tiempo libre – protestó Vulcan.

 
-          Nos vamos de viaje. Prepara el regalo que le has hecho a tu madre, porque han venido sus mensajeros a buscarte.

 
-          Pero yo no quiero ir – dijo Vulcan con un gesto de disgusto.

 
-          Iré yo contigo y podemos llevar también a tus dos amigos.

 
-          ¿Y vas a cerrar el taller? – dijo Vulcan, intentando retrasar el viaje.

 
-          Volveremos enseguida. No te preocupes.

 
Vulcan no dijo nada más. Fue a buscar el pequeño trono que había hecho con finas tiras de hierro, para regalarle a su madre. Esperaba que le gustara, porque le había costado muchos días de trabajo y había hecho un trono, porque ella era la reina de todas las islas. 


 
11.- Zeus e Ira

 
-          Hay que convocar una reunión de todos los jefes de clan – dijo Zeus a su esposa Ira – ordena que vayan mensajeros a todas las islas y que nuestros hijos, que serán los jefes de todas ellas en un futuro, sepan cuál es el destino que he preparado para ellos, y que todos estarán bajo mi dirección.

 
-          Algunos de ellos no se conocen entre sí – contestó Ira -  Organizaré una especie de fiesta para que pasen unos días juntos y les explicaré que ése es el motivo de la reunión: que se conozcan.

 
-          Como siempre tan astuta, esposa. Por eso te elegí para que me ayudaras en el gobierno. La mejor cualidad de un gobernante es la astucia, que presupone inteligencia.

 
-          Pertenecemos al clan de Olimpo y nuestros padres nos han preparado para esto. A veces, me gustaría ser más libre y no tener que estar pensando en cómo engañar a los demás, sólo para que tú consigas tus propósitos.

 
-          Es tu obligación como esposa y reina.

 
-          A eso me refiero, querría haber elegido yo a mi esposo

 
Zeus la fulminó con la mirada. Tenía razón, pero a él no le importaba. Ira se alejó y mandó llamar a todos los mensajeros. Serían diez, para ir a cada una de las islas. Había mucho trabajo que hacer, porque había que preparar y equipar diez naves, grandes y lujosas, para que todos vieran el poder de los reyes de Creta.

 
Recordaba cómo Zeus había querido casarse con Thetis, la diosa del mar, y sólo cuando Thetis lo rechazó, recurrió a casarse con ella. Por eso estaba siempre de mal humor. Nadie la entendía, pero el rencor vivía dentro de su mente y tenía que hacer pagar a alguien su odio y su envidia. Lo malo era que los que recibían su odio no eran culpables de nada.

 
-          Que las naves estén listas para la próxima semana – ordenó con la voz chillona que la caracterizaba, cuando estaba de mal humor.

 
-          Así se hará, mi reina, - dijo el jefe de la flota real, el joven Periplos – que adoraba a Ira, y del que decían que era un hijo secreto de la reina.

 
-          Da las órdenes oportunas para que cada nave vaya a buscar a nuestros pequeños reyes a cada isla – dijo Ira, mirando a Periplos con verdadero cariño.

 
-          Tengo aquí la relación de nuestros ilustres visitantes – dijo Periplos, mostrando un trozo de terracota, donde había ido apuntando los nombres – ¿quieres tú misma revisarlo?

 
Ira empezó a leer la lista: Vulcan de Siros; Dión de Naxos; Posidón de Tinos; Hebe de Paros; Artemis de Delos; Selene de Amorgos; Sibila de Milos; Dédalo de Andros; Palas de Thera; Febo de Sérifos. Sólo el nombre de Hebe la hizo sonreír. Tenía ganas de volver a ver a su pequeña.

 
-          ¿Deben venir en algún  orden determinado?

 
-          Sería mejor que trajerais en primer lugar a Palas de Thera. Es la preferida de mi esposo y querrá tratar con ella el tema de la confederación de las islas, antes que con el demás.

 
-          ¿Algo más? – preguntó Periplos.

 
-          De momento nada más.

 
-          Me encargaré personalmente de traer en mi barco a Palas de Thera.

 
El capitán salió de la sala del trono, haciendo una reverencia a su reina. También él tenía un cariño especial por Hebe, pero cumpliría las órdenes, trayendo a Palas. Después de dar las órdenes oportunas, se hizo a la mar.

 
Cuando Ira fue a comunicar a su esposo que su hija Palas había llegado, lo encontró con una joven, su nuevo capricho, llamada Dánae. Ya estaba acostumbrada, pero seguía molestándole que Zeus la engañara continuamente.

 
-          Ha llegado tu hija del alma – dijo a gritos, con lo que consiguió que la joven Dánae se marchara corriendo.

 
-          ¿A qué hija te refieres? – dijo Zeus divertido ante la reacción de ambas mujeres.

 
-          ¿A cuál va a ser? A Palas.

 
-          Dile que venga enseguida.

 
No hizo falta que la llamaran, porque Palas ya se acercaba a su padre, sonriendo, cosa poco habitual en ella, que parecía que había nacido seria. Llevaba puesto un casco y una coraza y en su mano llevaba la égida de su padre. Ira la miró con desprecio y con envidia: ¿por qué tenía que llevar el bastón de mando de su padre? – se preguntaba.

 
-          Has tardado poco tiempo en llegar.

 
-          Porque ya estaba preparada, cuando llegó Periplos. Ya sabía que mandarías a buscarme.

 
-          Siempre supe que, por tu inteligencia, no necesitas que te diga lo que deseo.

 
-          Bien, supongo que quieres hablar de la confederación de las islas. ¿Así es como piensas llamar a tu dominio descarado sobre todas?

 
-          Hija, eres tan arisca que ningún hombre se acercará a ti para pedirte en matrimonio.

 
-          Mejor. No quiero casarme. Los hombres son todos inferiores.

 
-          ¿También yo?

 
-          Supongo que no – dijo Palas no muy convencida – De todas formas a ti te respeto y te quiero: ¡eres mi padre!

 
Se reunieron en  privado durante varios días. Por fin llamaron a Ira, para comunicarle lo que habían decidido. Su plan de hacer una fiesta, para que los hermanos se conocieran les había parecido bueno, pero debían después reunirse con cada uno de ellos por separado para plantear el tema de la confederación a cada uno según su carácter y sus posibilidades.


Cuando todos estuvieron en el palacio real, Periplos se encargó de ir presentando a cada pequeño rey, siguiendo las indicaciones de Ira: Selene pudo ver antes a su amigo Febo, que venía con su hermana melliza Artemis. Periplos presentó a los tres juntos. Zeus observaba a los recién llegados con un interés relativo. Sólo le interesaban en la manera en que pudieran servir a sus propósitos. De todas formas no dejaba de admirar la belleza de sus hijos.
-          ¿Quién va a entrar ahora?

 
-          Ahora viene la preciosa Hebe. – dijo Ira, orgullosa de su hija.

 
-          Hola, hija – dijeron ambos a la vez. Estamos encantados de verte. ¡Cómo has crecido! Y ¡Qué guapa eres!

 
-          Gracias – dijo Hebe tímidamente – y fue primero a abrazar a su madre, porque su padre le daba un poco de miedo.

 
Poco después, Periplos hizo entrar a Sibila y a Dédalo, a los que había presentado anteriormente. Ambos niños se miraron con respeto y empezaron a hablar, de modo que al entrar en la sala del trono, ya eran amigos.

 
-          Qué pálida está esta niña. – dijo Ira enseguida – Parece que no toma nunca el sol.

 
-          ¿Es que sólo puedes ver lo negativo en los demás? – dijo Zeus, al ver que la niña se estremecía de miedo.

 
-          Para eso hemos preparado este encuentro, para que todos se conozcan y se hagan amigos.

 
-          ¿Y tú ya has aprendido las artes de tu padre? – preguntó Zeus al pequeño Dédalo, mirándole con curiosidad.

 
-          Sí, señor – dijo Dédalo enseguida – mi padre es el mejor orfebre del universo.

 
-          ¡Qué humos tiene el niño! – dijo Ira riéndose.

 
-          Sale a su padre. También él hizo lo que quiso con su vida, sin pedir permiso – comentó Zeus – pero sigamos. ¿A quién vamos a conocer ahora?

 
Entraron entonces un tímido Vulcan y un travieso Dión. Vulcan se acercó a Ira y le entregó su regalo. Ella lo dejó a un lado, sin mirarlo apenas, lo cual hizo que el niño estuviera aún más retraído. Dión, en cambio, miraba a todas partes con una sonrisa descarada y empezó a hablar sin que nadie le preguntara.

 
-          Me gustaría saber qué hacemos aquí. Yo no quería venir. Estaba muy tranquilo en la corte de Hierón.

 
-          Fui yo quien te envió con Hierón, para que aprendieras a gobernar – dijo Zeus enseguida – y veo que no te han enseñado educación.

 
-          ¿Y ésa es tu esposa Ira? – dijo señalando a la reina, que torció el gesto al ver el descaro del niño.

 
-          ¿A ti qué te importa? – dijo Zeus divertido, porque le hacía gracia su hijo.

 
-          Se nota que es hijo de una mujer vulgar, por sus modales y por su rostro – dijo Ira con desprecio.

 
Dión iba a contestar, pero una señal de su querida nodriza Nefeli, le hizo callar y retirarse, en el momento en que entraba Posidón.

 
-          ¿Se puede saber qué quieres ahora y por qué me has hecho viajar con tanta prisa? – preguntó Posidón, que dirigió su mirada directamente a Palas.

 
-          Hola, hermano, – dijo  Ira. ¿Cómo estás?

 
Sin contestar, Posidón exigió a su hermano Zeus que explicase el motivo de la reunión.

 
-          A mí no me engañáis con la fiesta de presentación. Algo os traéis entre manos y espero saberlo antes de que me harte y me marche.

 
-          Lo sabrás a su debido tiempo – dijo Zeus, poniéndose en su papel de rey – no antes.

 
-          Pues me voy.

 
-          Está bien – intervino Ira – tenemos planes comunes para todas las islas y queremos comunicároslos.

 
-          ¿Tienen que ver con la guerra?

 
-          ¿Por qué dices eso?

 
-          Porque veo a Palas muy contenta y me da la impresión de que ella ya sabe de qué se trata todo esto.

 
Zeus miró a su esposa y ambos se dieron cuenta de que tenían que ir directamente al tema.


-          Está bien – empezó a decir Zeus – ya os conocéis todos. La idea es la construcción de unos puentes que puedan unir nuestras islas, para facilitar el comercio y la comunicación entre nosotros.
-          ¿Y quién va a pagarlo? – dijo rápidamente Artemis, que conocía las intenciones de dominio de su padre, al que no apreciaba nada.

 
-          Nosotros lo pagaremos todo – dijo enseguida Ira – somos la isla más rica y creo que es nuestra obligación pagar lo que no puedan pagar las demás islas.

 
-          ¡Qué amables! – dijo Eupálamo, que había acompañado a su hijo Dédalo, con sorna. Nunca pensé que hicierais algo para ayudar a los demás.

 
-          A mí me gustaría escuchar lo que tienen que decir – dijo tímidamente Selene – En mi isla de Amorgos no hay recursos ni agua. Un puente para comunicarnos con otra isla nos ayudaría bastante.

 
Ira miró asombrada a aquella niña débil y blanca. Acababa de proporcionarle el mejor apoyo para su proyecto. Aprovechó la ocasión y dijo:

 
-          Ésa era nuestra idea, que todas las islas puedan ayudarse unas a otras, con sus carencias y recursos.

 
-          Gracias, señora –dijo una animada Selene.

 
-          Con los puentes, nuestros viajes serán más cortos y más seguros, sin tener que enfrentarnos a las tormentas del mar.

 
-          ¿Y cuándo te has planteado tú el viajar a ver a los demás? Siempre ordenas que vengamos los demás a verte a ti – dijo Posidón – Hermana, a mí no me engañas. ¿Cuál es la verdadera razón del proyecto?


Viendo que el acuerdo podía irse al traste, intervino Palas. Todos la respetaban, por su inteligencia, pero también la temían, incluso más que a su madrastra o a su padre.
-          Nuestra confederación será pacífica, sólo de ayuda entre nosotros.

 
-          ¿Lo mismo que hiciste con Andros? – dijo Eupálamo.

 
-          Eso fue un ejercicio de entrenamiento.

 
-          Un entrenamiento que destrozó familias enteras.

 
-          Yo era demasiado joven, para prever las consecuencias. Ahora es diferente. Ya soy mayor y sé lo que hago.

 
La reunión acabó. Se reunirían los días siguientes, para ultimar los detalles. Nadie parecía estar convencido de los beneficios de unos puentes, cuyas obras harían que casi todos los habitantes de las islas tuvieran que trabajar en ellos. Habían prometido pagar a todos, pero ¿qué necesidad tenían de cambiar de oficio, si eran felices como estaban?




 
Aquí termina el primer libro de la trilogía Atlantis,

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