INTRDUCCIÓN a “El
Mediterráneo”
3ª parte de la trilogía de Atlantis:
Incluso le había regalado, cuando cumplió los cuatro años, un pequeño arco y dos flechas con la punta roma, para que no se hiciera daño. El príncipe iba muy serio a los campos de ejercicio de los soldados y hacía sus prácticas, ante la estupefacción de todos, consiguiendo gran puntería sobre un muñeco de madera, que le habían colocado como diana.
Su
madre, la gran esposa real Ueret, ya había aprovechado las dotes excepcionales
de su hijo, enseñándole cómo comportarse, qué debía aprender y dándole
consejos, que el niño absorbía como una esponja. Ella dirigía personalmente las
actividades del niño, sin dejar que nadie interfiriera, ni siquiera la madre
del faraón, su esposo. Por algo su nombre significaba “la poderosa”.
En
sus clases en las Casas de Sabiduría, Jakaura empezó a demostrar gran interés
por las leyes y la economía, desde el momento en que se dio cuenta de que algo
en la organización del estado fallaba: había muy pocas personas que conocieran
de verdad la realidad cotidiana de la región de Tebas y sus aledaños. Pensó que
todos los encargados de cualquier departamento del estado debían tener mayor
cultura.
Decidió
que, cuando él fuera mayor, aconsejaría que los maestros de la ciencia
insistieran en la necesidad de todos los alumnos de conocer la escritura y la
lectura. Incluso se debía crear una nueva clase social, la de los escribas, que
debían estar presentes en todos los acontecimientos, para tomar nota de lo que
sucediera y certificar su legalidad. Creía que así, la experiencia de hechos,
que constaban por escrito, serviría para solucionar problemas similares, que
pudieran plantearse en cualquier lugar o situación. Y los profesores estaban de
acuerdo.
Los
niños estudiaban la historia del país y Jakaura pensaba en el poder que tenían
los faraones en el imperio antiguo, poder que, poco a poco, había sido
absorbido por los nomarcas, como una organización de señores feudales, cada vez
más poderosa. Eso tendría que arreglarse y él tendría que averiguar cómo
hacerlo.
Después
de las clases de la mañana, se realizaban diversos actos religiosos en honor a
la tríada de dioses protectores de Tebas: Amón, Mut y Khonsu. El príncipe
pensaba que también sería importante la unidad religiosa de todas las regiones,
y tenía claro que los sacerdotes de Amón, a su juicio los más cultos, debían
tener más poder e influencia que los demás. Y él se identificaba con el dios
Khonsu, como identificaba a su padre con Ra.
También le parecía importante el
comercio con el Gran Verde, sobre todo con la isla de Creta y con la ciudad de
Biblos. Creta tenía la flota más importante y producía una cerámica que, en
Egipto se consideraba buena y práctica. Biblos abastecía de madera a Egipto y
sus relaciones comerciales eran a veces consideradas como si se tratara de una
ciudad sometida. En cuanto al mar Rojo, se comerciaba con Punt, que producía
incienso y el comercio se realizaba por medio de un canal, que unía el Delta
del Nilo con el Mediterráneo.
Tal era la capacidad y el interés de
Jakaura, que su padre, el faraón, decidió asociarlo con él al gobierno, para
que aprendiera sobre la práctica. Además sus ideas le parecían realmente
buenas. Ya se habían tenido en cuenta las capacidades de otros jóvenes de la
casa real y la nobleza, pero ninguno parecía tan capaz como Jakaura.
He llamado a esta tercera parte de la
trilogía de Atlantis “El Mediterráneo”, porque fue donde quedaron impresas las
huellas de la gran civilización de Atlantis. El Mediterráneo fue el centro de
poder y cultura, que se extendería por todo el mundo conocido.
Ya en época histórica, hubo importantes
colonizaciones, que se convertirían en la base de las diferentes culturas que
se asentaron en toda la costa occidental y oriental del Mediterráneo y que
dieron origen a las culturas posteriores.
Quiero dedicar unas fábulas sobre esas
grandes colonizaciones a mis seis nietos, desde el mayor, Eder, para quien
empecé a escribir, hasta la más pequeña, Aitana, con la única intención de que
vayan aprendiendo cuáles fueron los orígenes de la cultura mediterránea y de nuestra
propia cultura.
Eder, con su afán de saber hasta los más
mínimos detalles de todo lo que yo pueda contarle, con su insaciable interés y
con su férrea voluntad, me ha animado a seguir desgranando los hechos, eso sí,
mezclando la realidad con la fábula, de modo que sea agradable para ellos leer
estas pinceladas de la vida de personajes, que pudieron ser reales y a los que
la imaginación de las gentes concedieron un viso de historia
y de divinización, que permanecen hasta la actualidad.
Y la chiquitina Aitana, que ahora vive en
Suecia, aunque temporalmente, y que ahora está dando sus primeros pasos, espero
que con el tiempo llegue a apreciar el cariño de su abuela y el interés por la
pervivencia de la cultura, que, actualmente, parece haber caído en “desuso”,
porque las ciencias tecnológicas van ocupando todas las ramas del saber.
En medio de Eder y Aitana, quedan mis otros
cuatro nietos, Ricardo, Julen, Paula y Mariana, a los que dedico mi recuerdo
más cálido y recomiendo encarecidamente que no abandonen el saber histórico y
lingüístico, en aras del saber informático. Ambos saberes son complementarios e
ineludibles. Ésa es mi forma de pensar. Espero que lo entendáis. Y que algún
día recordéis a vuestra Giagia, sobre todo por el amor que os ha tenido desde
que vinisteis al mundo.
Vosotros sois para mí la continuación de la
cultura, que yo aprendí a apreciar con las enseñanzas de mi padre, sobre todo,
pero también de sabios profesores que tuve la suerte de conocer. Espero que
sepáis apreciar a todas las personas que, en el transcurso de vuestra vida, os
hayan enseñado algo importante: el valor del trabajo, de la honradez y del
amor.
Voy a presentar en esta tercera parte de la trilogía
cinco civilizaciones y, en cada una de ellas, he tratado de recordar a dos o tres
personajes que no deberían caer en el olvido.
Las rutas de navegación de los colonizadores, pueden situarse en el
tiempo en la Edad del Bronce y corresponden a los fenicios, los púnicos (de un
mismo origen, como os iré contando) a los griegos, a los egipcios y a los
mesopotámicos. No olvidemos a Creta y Sicilia, la anterior Trinacria, y la
cultura de los tartesios, de la que también hablaremos.
ATLANTIS....... seguimos...
3ª parte de la trilogía de Atlantis:
el Mediterráneo
Muchos
siglos después de haberse destruido la confederación de las islas del Egeo,
cuando ya sus jefes de clan habían pasado a ser leyenda, los hombres, ya
instalados en el patriarcado, tuvieron necesidad de sustituir a la gran Madre
Naturaleza por otros dioses más “convenientes” para los intereses militares de
los gobernantes y, sobre todo, para el comercio entre las diversas potencias
que iban surgiendo, como herederas de las culturas protohistóricas.
1.- Sesostris
La casa real de Tebas estaba de fiesta. Había nacido el varón que heredaría el trono. La capital se había desplazado a Itytauy, cerca de El Fayum, pero Tebas seguía siendo el centro social de los grandes personajes de Egipto. Los sacerdotes habían predicho que el niño sería el mejor entre sus iguales, porque su inteligencia, honradez y aptitudes harían de Egipto el imperio más grande de la tierra, que dominaría el Mediterráneo, el gran verde, como solían denominarlo.
La gran esposa real Ueret también había soñado que daría
a luz a un dios. Y su esposo, el actual faraón Senusert II sonreía, porque su
esposa había dado muestras de gran inteligencia y su dulzura aseguraba la paz
en palacio y en las altas esferas sociales. O eso pensaba él, porque Ueret
hacía frente a las intrigas del palacio con firmeza, más que con dulzura,
aunque siempre en beneficio de su esposo.
1.- Sesostris
La casa real de Tebas estaba de fiesta. Había nacido el varón que heredaría el trono. La capital se había desplazado a Itytauy, cerca de El Fayum, pero Tebas seguía siendo el centro social de los grandes personajes de Egipto. Los sacerdotes habían predicho que el niño sería el mejor entre sus iguales, porque su inteligencia, honradez y aptitudes harían de Egipto el imperio más grande de la tierra, que dominaría el Mediterráneo, el gran verde, como solían denominarlo.
Las intrigas estaban a la orden del día en la corte.
Incluso había habido algunas muertes, que nadie sabía explicar. Los jefes de
nomos y los grandes terratenientes aplicaban sus propias leyes y al faraón le
resultaba casi imposible poner orden, porque muchas veces ni siquiera se
enteraba de lo que sucedía, hasta pasado un tiempo. Los funcionarios eran
demasiado lentos o demasiado interesados en que las noticias se retrasaran.
Después de consultar a los sumos sacerdotes de Amón, impusieron al nuevo príncipe el nombre de Jakaura Senusert, que significaba: “los espíritus de Ra resplandecen”.
El pequeño tenía un carácter dulce, pero firme, como su madre, y, en cuanto empezó a dar sus primeros pasos, se escapaba de la vista de sus cuidadores y seguía a su padre. El faraón nunca se enfadaba con él, porque le hacía gracia y no sólo le permitía estar con él, sino que le explicaba todo lo que hacía, aunque era consciente de que Jakaura era demasiado pequeño para comprender las palabras de su padre. Le parecía increíble que el niño consiguiera convencer con su sonrisa a todo el que se interpusiera entre él y sus propósitos: es decir, seguir a su padre.
Después de consultar a los sumos sacerdotes de Amón, impusieron al nuevo príncipe el nombre de Jakaura Senusert, que significaba: “los espíritus de Ra resplandecen”.
El pequeño tenía un carácter dulce, pero firme, como su madre, y, en cuanto empezó a dar sus primeros pasos, se escapaba de la vista de sus cuidadores y seguía a su padre. El faraón nunca se enfadaba con él, porque le hacía gracia y no sólo le permitía estar con él, sino que le explicaba todo lo que hacía, aunque era consciente de que Jakaura era demasiado pequeño para comprender las palabras de su padre. Le parecía increíble que el niño consiguiera convencer con su sonrisa a todo el que se interpusiera entre él y sus propósitos: es decir, seguir a su padre.
Incluso le había regalado, cuando cumplió los cuatro años, un pequeño arco y dos flechas con la punta roma, para que no se hiciera daño. El príncipe iba muy serio a los campos de ejercicio de los soldados y hacía sus prácticas, ante la estupefacción de todos, consiguiendo gran puntería sobre un muñeco de madera, que le habían colocado como diana.
Cuando
cumplió la edad preceptiva, que solían ser los siete años, el príncipe Jakaura
fue enviado a la Casa de Sabiduría, para iniciar su educación en geometría,
matemáticas, religión y otras disciplinas, necesarias para todo joven que fuera
a ocupar algún cargo en el aparato del estado.
Y llegó el momento en que el
príncipe debía tomar esposa. Tenía dieciséis años y ya se consideraba capaz de
suceder a su padre. Lo mismo opinaban sus profesores y sus padres. Eligieron a
Meretseger como esposa principal para Jakaura. Era una princesa de gran belleza
y sabiduría, que fue considerada desde el primer momento como reina consorte y
como gran esposa real. Su nombre significaba “la que ama el silencio"
Llegado el momento de asumir el
trono, los dos esposos se preocuparon de mejorar en lo posible su reino. Era el
año 1878 a.c. Y lo primero que hicieron fue centralizar el poder, nombrando
visires de su plena confianza, en lugar de los nomarcas tradicionales. Mediante
una burocracia eficaz y culta, que iban reclutando entre la clase media, con la
única condición de que hubieran pasado por las escuelas de escribas,
reorganizaron los gremios, llamados uaret. Todo bajo la supervisión de un gran
visir, de total confianza para el faraón.
Conquistó
y dominó Kush, Nubia, a la que convirtió en provincia al final de su reinado.
Sofocó sublevaciones en varias regiones y fortaleció los llamados Muros del
rey, fortificaciones en los límites del reino, que proporcionaban una sólida
defensa. También combatió contra el pueblo de Siquem.
Dos años después de asumir el trono, la pareja real tuvo a su primer hijo varón, al que impusieron el nombre de Nemara. La gran madre real, Ueret, se ofreció para hacerse cargo personalmente de su primer nieto. Y los reyes aceptaron de buen grado, porque ella había educado a Sesostris y los resultados habían sido inmejorables.
Ueret necesitaba distraerse, porque, al morir su esposo Senusert, la tristeza había invadido su alma. Después de los rituales del entierro, dedicó todas sus fuerzas y su entusiasmo a la educación de su nieto. Aunque murió antes de que el príncipe pasara a estudiar a las Casas de Sabiduría. El príncipe Nemara sería asociado al gobierno por su padre y reinaría desde 1841, a la muerte de Sesostris III. Tomaría el nombre de Amenemhat III.
Dos años después de asumir el trono, la pareja real tuvo a su primer hijo varón, al que impusieron el nombre de Nemara. La gran madre real, Ueret, se ofreció para hacerse cargo personalmente de su primer nieto. Y los reyes aceptaron de buen grado, porque ella había educado a Sesostris y los resultados habían sido inmejorables.
Ueret necesitaba distraerse, porque, al morir su esposo Senusert, la tristeza había invadido su alma. Después de los rituales del entierro, dedicó todas sus fuerzas y su entusiasmo a la educación de su nieto. Aunque murió antes de que el príncipe pasara a estudiar a las Casas de Sabiduría. El príncipe Nemara sería asociado al gobierno por su padre y reinaría desde 1841, a la muerte de Sesostris III. Tomaría el nombre de Amenemhat III.
2.-
Hiram I de Tiro
Tiro era
la más importante de las ciudades de Fenicia, fundada al mismo tiempo que
Sidón, Biblos y Beritos, en el III
milenio a.c.
Todos los habitantes de la ciudad de Tiro estaban de luto. El rey Abibaal acababa de morir. Las ceremonias para los funerales debían ser presididas por el nuevo rey, el hijo de Abibaal, que aún no había sido coronado como tal. El nuevo rey, Hiram, de 19 años, investido con los atributos de su padre, el manto de púrpura, la corona y el cetro, debía estar presente en la preparación del cadáver, el lavado ritual con agua y sustancias como incienso y mirra, hasta quedar libre de los miasmas de la vida y poder así entrar en el mundo de los muertos. El cadáver fue envuelto con el manto que había usado el rey en su última ceremonia de gobierno, y después fue adornado con sus joyas personales y sus amuletos.
El interior de la sepultura fue también rociado con
incienso, antes de colocar el cadáver, junto al que se colocaron los objetos
personales del rey, su espada, el cuenco en que solía comer, y las estatuillas
de sus dioses particulares, sobre todo, Baal, su protector, al que debía su
nombre. Al lado del cadáver se colocó el tazón que había contenido el bálsamo y
los aceites olorosos, con los que se ungía el cadáver, y que luego había sido
purificado por el fuego. Después se cerró el sarcófago de madera, con la forma
del rey difunto, sobre el que se colocaron las campanillas, que le protegerían
de los peligros que amenazaran su alma, en su ascenso a los niveles superiores.
El ataúd se colocó sobre una capa de cal y barro y se
procedió al cubrimiento de la tumba. La tumba era una cista, alrededor de la
cual desfilaron los familiares y amigos más cercanos del rey. La cabeza del rey
difunto se colocó mirando al este, con los pies hacia el oeste, para que la luz
solar lo guiara hacia su posterior retorno, siendo ya inmortal. El brazo
izquierdo estaba sobre su pecho, mientras su brazo derecho se colocó a lo largo
de su cuerpo. Junto a su cabeza, se colocaron cáscaras de huevo de avestruz, y
junto a sus pies, los restos de varias cabras sacrificadas, como homenaje al
nuevo ser que se reencarnaría, o quizá también para que sirvieran de alimento,
durante el viaje hacia los dioses.
El siguiente rito fue la presentación del muerto ante los
dioses. Para ello se realizaron las libaciones rituales, con leche, agua, vino
y aceite. Y entonces se cerró la tumba con una gran losa, sobre la que se echó
tierra en abundancia, mezclada con trozos de cerámica de los vasos y cuencos
que había utilizado el rey en vida. Sólo se abriría la tumba cuando muriera el
siguiente rey. Hiram esperaba que pasara mucho tiempo antes de ello.
Según las leyes vigentes, se dejaron pasar varios días
hasta el momento de celebrar el banquete fúnebre. Hiram debía recordar las dos
almas de su padre, la vegetativa y la espiritual, para que le guiaran en su
labor de gobierno. Al lado de la tumba, Hiram tuvo que grabar su propio nombre,
para avisar a los dioses de quién sería el siguiente en subir hacia ellos, y la
imagen del barco funerario y de la cuadriga, por si quisiera viajar por tierra.
Hiram
pensó que tendría que averiguar cuál era la aventura que le esperaba a su
padre. Quería creer que su padre se lo revelaría, para avisarle de los peligros
que pudieran surgir. Debía esperar la presencia de un gallo, que representaría
el alma inmortal de su padre. No estaba muy seguro de que todo esto no fueran
invenciones de los sacerdotes de Baal, a los que no tenía mucho respecto,
porque le parecían brutales e incultos. No entendía cómo se podía viajar en
barca y en cuadriga a la vez, ni creía demasiado en una vida que no podía ver
con sus propios ojos.
El gallo representaba al difunto, que volaba sobre la
ciudad, para cuidar de ella, con los otros difuntos de la misma familia. Todo
esto a Hiram le parecían historias para niños, pero, de momento, no podía decir
nada, hasta que no fuera el rey coronado. Pensaba que la religión y las
supersticiones debían ser revisadas, porque no se podía engañar de esa forma a los
ciudadanos.
Tampoco
tenía ganas de comer, porque él quería a su padre y todas estas ceremonias le
molestaban, pero el protocolo le obligaba a hacerlo. Tenía que comer algo,
aunque sólo fuera probar algo de cada alimento ritual.
Pasado
todo el ceremonial, se procedió a la coronación. Ese día sí le parecía
importante. Era el año 969 a.c. y debía dar seguridad a sus súbditos, además de
comunicar a todos los hombres bajo su gobierno que pensaba potenciar la ciudad
hasta conseguir que fuera la más importante de la región de Fenicia, incluso
más que su vecina Sidón, que hasta ahora los había eclipsado.
Hiram, cuyo nombre significaba “de alto nacimiento” (חִירָם),
decidió hacer una visita al recién nombrado
rey de Israel, Salomón, famoso por su sabiduría y su prudencia. Era un hombre
joven, como él, y estaba seguro de que se entenderían. Envió sus mensajeros,
para preparar la entrevista. Si la alianza con Salomón se llevaba a cabo, Hiram
podría acceder al mercado del Mediterráneo, que antes había sido dominado por
Egipto, Arabia y Mesopotamia.
Antes de esto, tendría que sofocar una rebelión en la
región de Utica, al norte de África, en una colonia fundada por una de sus
antepasadas, la reina Elisa. Para ello tendría que fletar sus barcos, capear
las tormentas, frecuentes en el Mediterráneo, y conseguir coger al enemigo por
sorpresa. Ya era un avezado guerrero y su inteligencia le proporcionaba
ventajas, que no tenían sus enemigos.
La alianza con Salomón fue muy fructífera, porque
lograron crear una nueva ruta comercial y comunicarse con los lejanos países de
Saba y Ofir, a través del puerto de Esyon-Gueber. Salomón necesitaba la fina
madera de los cedros del Líbano y, a cambio, ofrecía el trigo y el aceite
abundantes en Israel. La alianza se selló sin dificultades y los obreros de
ambos reyes se unieron en la gran obra que estaba realizando Salomón, el templo
dedicado a su dios Yahvé. Además de la madera, Hiram ofreció sus conocimientos
de arquitectura y a sus mejores arquitectos, para que la obra se llevara a cabo
en el menor tiempo posible y así agradar al todopoderoso dios de los hebreos.
La
gran obra que planeaba Hiram para su patria era ampliar los puertos, uniendo
las dos islas donde se asentaba la ciudad. En ella construyó un palacio real y
un templo dedicado a Melkart y Astarté. La alianza de Salomón con la reina de
Saba, les proveyó de oro y aceites balsámicos de gran valor, para proveer a sus
templos de todo lo necesario. La reina de Saba se había enamorado de Salomón y
fue a visitarlo, atraída por su fama de sabio. Ella también era considerada una
de las mujeres más sabias de su entorno. La triple alianza estaba funcionando
mejor de lo que podrían haber soñado.
La
ciudad de Hiram estaba fortificada en medio del mar. Era más bien una línea de
suburbios, usada como fuente de agua y madera para la ciudad de la isla, para
el palacio y para el templo. Para ello creó una serie de cisternas, para
almacenar el agua potable, y un sistema de corrientes subterráneas, que
mantuvieran el agua en movimiento, sin posibilidad de estancamiento.
Y,
sobre todo, facilitaba el comercio marítimo, que comenzó a extenderse hacia el
oeste del Mediterráneo, llegando incluso hasta las columnas de Hércules, en la
lejana y atrayente península ibérica. Ya el reino de Tarsis realizaba
expediciones comerciales cada tres años y tenía tratos con los fenicios.
Una
de sus ideas era unificar la religión, mediante el establecimiento de un solo
dios, Melkart, como rey de todos los dioses. Astarté sería su amante o su
madre, pero siempre una figura secundaria. Con ello quería asegurar la
monarquía y relegar el poder de las mujeres, mediante el ejemplo de Astarté.
Para conseguir todo esto, se nombró a sí mismo sumo sacerdote de Melkart, y a
semejanza de las costumbres egipcias, se nombró también dios único,
personificación de Melkart en la tierra.
Incluso
creó ritos religiosos, por los que entre los meses de febrero y marzo, sucedía
la muerte y resurrección del dios, semejando el ciclo de la agricultura.
Reformó, para ello, el calendario, consiguiendo que las fiestas religiosas se
fundieran con las fiestas agrícolas. Todo su reino aceptó las nuevas normas de
la religión, sin protestas y con su interés puesto en el comercio, que iba
mejorando día a día.
Tomó
como esposa a una de las hijas del faraón Sheshong y tenía que dejar claro que
la mujer fenicia no tenía la misma libertad que la egipcia. La reina debía
estar en palacio y no exhibirse por las calles, como hacían las egipcias. Su
esposa tuvo que adaptarse a su nueva situación, no sin antes protestar
enérgicamente.
Las
obras del templo de Yahvé en Israel atrajeron también a otros sabios
arquitectos, cuya amistad proporcionaría a Hiram conocimientos suficientes para
poder desarrollar su deseo de construcción para su propia ciudad. Tenía
necesidad de mejorar hasta el infinito los recursos y la fama de Tiro. Además,
su alianza con los hebreos, le ayudaba a mantener a los egipcios sin acceso a
las zonas productoras de oro.
Ya se
habían hecho con el monopolio de la púrpura, que sus pescadores recogían de los
múrices, moluscos que se pegaban a la roca, como lapas, y cuyo jugo de un color
rojo brillante, daba ese color característico a las telas, que, cada vez más,
se usaban en los mantos reales y en las ropas de los personajes más relevantes
de las cortes. Todo rey que se preciara de rico y poderoso utilizaba el tinte
púrpura para sus mejores galas. También se hizo un trono de marfil con
esfinges. El marfil lo proporcionaba Ofir y se puso de moda entre los reyes
hacerse construir un trono con esas mismas características.
En un
principio había sido aliado de los filisteos, pero, al renovar su alianza con
David, padre de Salomón, envió fenicios que enseñaron a los hebreos el arte de
la navegación y la construcción de buques. Su alianza con Salomón había librado
a Tiro del peligro filisteo, potencia que interceptaba determinadas rutas
comerciales marítimas. Hizo a Salomón un préstamo de 120 talentos de oro. A cambio
de ello, recibió veinte poblados galileos, que devolvió, al ser saldada la
deuda. Su contacto con los habitantes de Galilea le hizo conocer las
necesidades del pueblo llano y así comprender mejor a sus propios súbditos.
En su
expansión por el mar, fue llamado a sofocar una revuelta de los nativos de la
ciudad de Kition, en Chipre. El resultado fue la ocupación fenicia de la ciudad
y el aprovechamiento de sus recursos. Además, facilitó la expansión fenicia
hacia el continente.
Tras
16 años de reinado, Hiram fue sucedido por Baal-Eser, en el año 919 a.c., que
reinó durante 17 años. su hijo Baal-Eser era hijo de una mujer tiria, requisito
indispensable para suceder en el trono al gran rey. De hecho, la esposa egipcia
estaba relegada a un segundo término, porque así lo decían las leyes, que el
propio Hiram había redactado y mejorado.
No
quedan casi restos arqueológicos, que demuestren la veracidad de los relatos,
pero la imaginación sirve para crear leyenda, donde no hay realidad, o ésta ha
sido relegada al olvido. Lo que sí parece claro es que Hiram fue más importante
que el propio Salomón, al que la Biblia de los hebreos quiso hacer más grande
de lo que quizá fue.
3.- Midas
Gobernó en Frigia entre 740 / 696 a.c.
El
joven Gordio, un campesino, cuya única fortuna era un carro y una yunta de
bueyes, había visto posarse un águila en el yugo y decidió preguntar al
oráculo. En el camino, se encontró a una joven y se enamoró de ella. De esta
unión nació Midas. Cuando el pequeño Mitti, como lo llamaban en casa, cumplió
tres años, vio con interés y emoción el viaje que sus padres preparaban, para
ir a la capital. Iban a vender sus productos agrícolas, en cuanto se recogía la
cosecha.
Mitti
no dejaba de hacer preguntas, porque nunca había salido de la pequeña aldea
donde vivían, y ante él se abría todo un mundo de novedades. No dejaba de mirar
los campos, los bosques, las personas con las que se cruzaban en el camino,
pero, sobre todo, no dejaba de preguntar. Sus padres sonreían y le decían que
debía tener paciencia, porque iban a comprarle un juguete nuevo, si tenían
suerte y vendían sus mercancías.
A
Mitti le encantaban los juguetes brillantes, que su padre le hacía con trozos
de madera, y nunca dejaba uno solo de sus “tesoros”, aunque estuviera viejo o
roto. Le gustaban mucho las flores, que su madre cultivaba en un pequeño jardín
que tenían frente a su cabaña. Su madre le daba algunas veces una flor como
premio por haberse portado bien y por haber comido lo que le mandaban.
Los habitantes de la región de
Frigia llevaban varios años sin rey y el oráculo de Zeus les había dicho que su
rey debía ser un hombre que iría montado en un carro, con su esposa e hijo. En
cuanto los vieron entrar en la plaza, lo nombraron rey, ante el asombro de la
pequeña familia.
Gordio aceptó el cargo y, como
agradecimiento a Zeus, le ofreció su carro, que colocó en lo alto de la
fortaleza, atando la lanza del carro al yugo con una cuerda, y con un nudo que
nadie podría desatar, sólo el hombre que estuviera destinado a dominar el mundo
entero. Así creía asegurar el dominio, sobre el resto del mundo conocido, de la
región, que tan bien los había acogido. El nudo gordiano se haría famoso en
todo el mundo, hasta que, siglos después, llegaría Alejandro Magno y
conseguiría deshacerlo, cortándolo con su espada.
El pequeño Midas estaba encantado.
Había pasado de ser un niño sin patria a ser un príncipe, al que todos atendían
y cumplían el más mínimo de sus deseos. Le encantaba jugar con objetos
brillantes y con flores. Sobre todo le gustaban las rosas. Su padre mandó
construir en palacio un jardín lleno de rosas, donde el niño se distraía y
donde era feliz.
Los frigios eran descendientes de un
pueblo indoeuropeo, los brigios, de la región de Macedonia, que había invadido
el Asia Menor y había conseguido destruir el poder hitita. Frigia era una
tierra próspera, que destacaba por la agricultura, debido a las abundantes
lluvias de las montañas circundantes. Además, era zona de paso para varias
rutas comerciales. Gordio decidió aprovechar su situación estratégica, para
enriquecer su nueva patria y hacer de sus súbditos gentes felices y prósperas.
No se daba cuenta de que su propio
hijo se estaba volviendo caprichoso y que ya no quería juguetes que no fueran
de oro. Incluso había hecho que le fabricaran rosas de oro, que disponía en vasijas
en sus habitaciones. Jugaba con la luz que desprendían y pasaba horas
contemplando los juegos de luces.
Su madre sí se había fijado en los
gustos del niño y decidió hablar con Gordio. Como su origen remoto era una
región de la Hélade, pensaron buscarle una esposa griega, si era posible una
macedonia, porque las mujeres macedonias gozaban de la libertad de las
espartanas y de la cultura de las atenienses.
Y mientras el niño se hacía
adolescente, encontraron una joven llamada Helena y la llevaron a vivir al
palacio, para que fuera conociendo al joven Midas y supiera cómo tratarlo y
ayudarlo a sentar la cabeza.
Un día Midas estaba contando sus
monedas de oro y lanzándolas al aire, para que fueran cayendo como si fuera
lluvia, cuando le presentaron a Helena. Se enamoró de ella en cuanto la vio y
pidió que la incluyeran en sus horas de juego. Sus padres sonrieron al
comprender que su estratagema había dado resultado, de ahora en adelante, no
sólo jugarían, también estudiarían juntos.
Y así pasaron varios años, durante
los cuales Midas aprendió a leer y escribir en griego, y se dejó seducir por la
religión y los misterios griegos. Le llamaba mucho la atención el culto de
Cibeles, la diosa de la agricultura, y el ciclo de su historia, que se repetía
cada año, coincidiendo con los ritos agrícolas. Pensó que, cuando él fuera rey,
adoptaría el idioma griego y también a algunos de sus dioses.
Cuando cumplieron la edad adecuada,
los jóvenes Midas y Helena se unieron en matrimonio. Todo parecía felicidad,
hasta que pocos meses después Gordio murió, posiblemente de una pulmonía, y su
esposa tardó pocas semanas en seguirle. Midas nunca había pensado que tendría
que vivir sin el amor y el consejo de sus padres y tuvo que hacer frente a su
pena y al gobierno, que quedaba en sus manos.
Por consejo de su esposa Helena,
envió un regalo a Delfos, consistente en un trono de plata y oro. Con ello
pretendían ganarse el favor del dios Apolo y, a la vez, dejar constancia de sus
riquezas. Ello le servía para conseguir socios comerciales, como Asiria y
Urartu y para llamar la atención de los griegos, que le dedicaron una leyenda
en su mitología.
Unos meses después nació la hija de
Midas y Helena. Le impusieron el nombre de Zoe, para que diera vida de nuevo al
palacio. Y así fue. Midas sólo quería estar con ella, dejando los asuntos de
estado a Helena, que consiguió mejorar notablemente la administración y el
comercio.
Midas y Zoe jugaban contando monedas
de oro y recogiendo rosas del jardín. Un día vieron a un joven, que se había
quedado dormido en su jardín. Midas lo reconoció enseguida como Sileno, uno de
los amigos favoritos del dios Dioniso, que se había quedado rezagado de su
grupo y no sabía dónde ir. Lo invitó a quedarse unos días descansando en su
palacio y Sileno aceptó. Después lo acompañó hasta que se reintegró a la
comitiva del dios.
Dioniso estaba tan agradecido que
dijo a Midas que le pidiera lo que quisiera y, cuando Midas le pidió que todo
lo que tocara se convirtiera en oro, el dios le dijo que lo pensara otra vez,
pero Midas contestó que sólo el oro le hacía feliz. Así que Dioniso le concedió
el deseo.
Al día siguiente, Midas empezó a
tocar todos los objetos que iba viendo en su palacio y todo se convertía en
oro. Estaba contentísimo, hasta que quiso desayunar y notó horrorizado que los
granos de uva, el vino, el pan, se convertían en oro. También se convirtió en
oro una rosa que tocó, así como su gatita y, lo peor de todo, su querida niña
Zoe.
Entendió entonces por qué Dioniso le
había dicho que lo pensara dos veces. Decidió rezar al dios, que le dijo que le
quitaría el hechizo, pero que no tendría ya más oro. Podría recuperar sus
rosas, su gata y a su hija. Midas aceptó y se dispuso a cumplir las órdenes del
dios: bañarse en las aguas del río Pactolo, que desde entonces llevaría arenas
auríferas.
Midas obedeció al dios y vio cómo su
hija se acercaba corriendo a abrazarlo. Aprendió la lección y se dedicó desde
entonces a ocuparse del gobierno de su región. Lo primero que hizo fue mandar
traer agua del río Pactolo y rociar todas sus cosas, que enseguida se
convirtieron en objetos bellísimos, pero no de oro. Ahora sabía lo que
realmente valía la vida, no las riquezas.
Empezó haciendo escuelas, donde
todos sus súbditos pudieran aprender griego. Le parecía que sólo el idioma y
las tradiciones griegas eran dignas de pasar a la posteridad. Lo mismo hizo con
la religión y los ritos religiosos, donde incluía los ritos funerarios. Llegó
incluso a decidir cuál debía ser el banquete fúnebre, según la nacionalidad y categoría
social del difunto.
En cuanto a política exterior, fue
contemporáneo de Teglatfalasar III, Salmanasar V y Sargón II. Instigó
rebeliones contra Asiria, apoyando a Hama, Karkemish, Tabal, Gurgum, Kummukhu y
Meliddu, hasta que fue atacado finalmente por Sargón. Midas, temiendo el poder
asirio, le envió una embajada, declarándolo vasallo. Sargón se echó a reír, por
la petulancia de Midas, que además estaba sufriendo conflictos con los
cimerios, que destruyeron la capital Gordio. Más le valía asegurarse su propio
reino, le dijo en un mensaje posterior.
Uno de sus inventos más conocidos
fue el famoso gorro frigio, que todos sus súbditos llevaban como símbolo de
libertad. Quizá quiso emular con ello las hazañas guerreras del mítico Eneas,
que había luchado en ayuda del rey Príamo de Troya. Sólo su esposa Helena
conocía sus más íntimos pensamientos y seguramente influyó también en este
tema.
Pero lo más importante de la cultura
frigia fue la música, que todos los niños y niñas debían aprender desde su ingreso
en las escuelas. Creó el “modo frigio”, que luego sería adoptado por el canto
gregoriano.
Su
implicación con la música se demuestra con una nueva fábula, que cuenta cómo
Midas fue juez en un certamen musical. El problema del certamen era que uno de
los dos contendientes era el mismísimo dios Apolo, dios de las artes, en
especial de la música. Se le enfrentaba el sátiro Marsias, que pretendía tocar
mejor que el dios. Le tocó ser el juez a Midas, que se decantó por Marsias. El
dios no quiso aceptar el veredicto y se enfadó tanto, que hizo que a Midas le
crecieran orejas de burro, por no saber oír ni escuchar.
Midas
se había aliado con el reino de Armenia, para sus luchas contra Asiria. Viendo
ambos que no podrían vencer, decidieron ponerse bajo la protección de Asiria.
Pero esto le hizo convencerse de que ya no tenía objetivo alguno en la vida y
viendo que sus orejas de burro seguían, a pesar de que se las tapaba con el
gorro frigio, decidió suicidarse con veneno.
Su tumba fue encontrada con su
nombre en un montículo de Ceres, la diosa a la que había dedicado parte de sus
estudios. En la tumba se encontraron ricos ropajes, mobiliario y vajilla, con
restos de comida del ágape funerario, como carne, vino y verduras.
Midas
fue un rey histórico, no de ficción. Pero la leyenda siempre entra en las vidas
de personajes pintorescos y el hecho de su amor desmesurado por el oro, hizo
que se tejieran los hilos de su aventura con Dioniso.
4.- Balkis
Situado en la actual Etiopía, en el Yemen, el reino de
Saba estaba de fiesta, porque se celebraba la coronación de su joven reina.
Sólo tenía trece años, pero su sabiduría e inteligencia habían decidido a sus
padres a cederle el gobierno de la región. Su padre Yacerá, era hijo de
Al-Hareth, de estirpe árabe. La niña ya había nacido con las estrellas de su
parte, porque una conjunción de astros, en la que habían participado el sol y
la luna, había dado un brillo especial a la noche del nacimiento de la niña.
De raza sulamita, la niña había recibido los nombres de
Balkis Makeda Nicaula. Ella prefería llamarse simplemente Balkis. Iba creciendo
y sus preguntas dejaban a todos perplejos, porque nadie era capaz de contestar
satisfactoriamente a la agudeza de su mente.
Su piel de ébano relucía a la luz del sol y de la luna y
su sonrisa era capaz de eclipsar a las mismas estrellas. Solía mezclarse con
las gentes de su pueblo en el mercado y siempre tenía una palabra amable para
todos y unas monedas para todo el que le pidiera ayuda. Todos la adoraban. De
modo que el día de su coronación, todo el pueblo estaba de fiesta. Se habían
repartido viandas hasta en las cabañas más alejadas de la capital Aksum, y se
habían prometido varios días de fiestas.
Mientras caminaba, sonriendo a todos los que le salían al
paso, iba pensando en su sueño: conocer al rey sabio, Salomón, del que tenía
noticias hacía ya varios años. Había pensado en varias preguntas, que le haría,
pero, sobre todo, en acertijos, para asegurarse de que Salomón era tan sabio
como se decía. Pensaba que quizás él se aburriría con su charla, pero luego
rechazaba tal pensamiento. Él también era joven y tenía fama de recibir a sus
visitas con agrado y solemnidad.
Empezó a preparar el viaje, uniéndose a una de las
caravanas, por medio de las que su pueblo comerciaba con Egipto, África y
Arabia. La ruta de las caravanas llegaba hasta el mar Rojo. Los egipcios
llamaban al reino de Balkis tierra de Punt y de él conseguían oro, piedras
preciosas, marfil y especias, sobre todo, incienso y mirra. A Balkis le
resultaba curioso que estos reinos casi pobres apreciaran tanto los productos
que ella consideraba corrientes. Aunque también se deba cuenta de que su reino
carecía de productos fundamentales, como el trigo, el aceite o el vino, que tan
abundantes eran en el reino de Salomón y que ella importaba.
Decidió entonces llevar grandes cantidades de oro y
piedras preciosas, hasta cuatro toneladas y media de cada, además de joyas y
grandes colmillos de marfil. El viaje se inició. Se suponía que iba a ser
largo, pero a Balkis no se le hizo pesado, porque esperaba su gran recompensa,
conocer al rey de Israel. Por fin llegaron a las puertas del palacio. Cuando
fue llevada ante el rey, una multitud de esposas reales la observaban con
curiosidad. Su juventud, su belleza y la luz de sus ojos no permitieron que
nadie se moviera. No se oía ni un susurro.
La famosa reina de Saba empezó haciendo una pregunta, sin
que Salomón hubiera pronunciado ni una palabra. Pero su majestad parecía darle
autoridad para ser la primera en hablar.
-
¿Cuál te parece la
estrella que debe dominar los cielos?
-
El sol o las estrellas,
contestó Salomón, porque la luna es un simple reflejo de cualquier estrella.
-
Estoy de acuerdo, dijo
Balkis. ¿Y cuál te parece más importante, el sol o las estrellas?
Salomón esperaba la
pregunta y contestó enseguida.
-
Depende de si estamos
hablando del día o de la noche.
Balkis
estaba asombrada por la respuesta del rey. Nadie había sabido contestar a una
pregunta tan fácil para ella.
Siguió
preguntando:
-
¿Y tú crees que la luna
tiene algún poder sobre los hombres?
-
No lo sé, confesó
tranquilamente Salomón, pero sí he observado que tiene alguna influencia en las
mujeres, en su ciclo mensual y en los embarazos.
Espléndido, pensó Balkis, que un hombre se preocupe de lo
que le sucede a sus mujeres, teniendo tantas. Entonces notó una mirada fija en
ella: era la mirada de Hiram de Tiro, que había ido a ayudar a Salomón en la
construcción de un templo para el todopoderoso dios de los hebreos. Se dirigió
a él entonces, pero fue Salomón el que habló de nuevo:
-
Hiram es arquitecto y
sabio. Te mira porque son pocas las mujeres que se atreven a hablarnos de igual
a igual y, si hay algo que admira mi amigo es la sabiduría y la valentía.
-
Lo mismo que yo,
contestó Balkis.
Le
parecía realmente extraordinario encontrar a dos hombres sabios juntos, y más
siendo amigos. Pero era lógico que hubieran sabido conjuntar sus posibilidades,
Hiram con sus maderas preciosas y sus conocimientos de arquitectura, y Salomón,
con sus recursos agrícolas. Se decía además que Salomón tenía un anillo mágico,
que hacía que sus deseos se cumplieran, aunque cada deseo le costaba un tiempo
de su vida.
Pero
todo aquello eran habladurías, así que decidió probar ahora con acertijos.
-
La pregunta es ahora
para los dos, si alguno de vosotros quiere contestarme: ¿creéis que hay algún
poder superior a nosotros, que dirija el mundo, por encima de nosotros?
-
Si te refieres a un
dios, contestó Salomón, sí creo que hay un dios supremo, pero creo que quien
dirige todo es la mente, y no conozco más que la mente humana. ¿Crees tú que
hay una mente que dirige los fenómenos naturales y nuestros propios actos?
-
¿Quieres decir una mente
que ha creado todo y ha organizado todo?
-
Sí, dijo Salomón,
admirado por la perspicacia de Balkis.
-
Puedes darle el nombre
que quieras, dijo Balkis. Yo lo llamo Sol y tú Yahvé, pero es la misma fuerza.
Pasaron
varios días e incluso noches hablando de temas transcendentales. Balkis pensaba
en todo ello, cuando estaba sola, y llegó a la conclusión de que Salomón tenía
razón, sólo había una mente superior, tuviera el nombre que tuviera.
Tras
varios meses de estancia en la corte judía, Balkis decidió volver a su tierra.
Pensaba convencer a sus súbditos de la utilidad de un dios único. Volvía además
con un regalo para su patria: un hijo. Había compartido todo con ambos reyes,
Salomón y Hiram, pero no pensaba decir de quién era su hijo. Esta vez el viaje
se le hizo más incómodo, sobre todo, porque ya había comenzado el verano. Sólo
quería llegar, presentar a su heredero ante sus súbditos y educarle ella en
persona. Seguía sin fiarse demasiado de los hombres y menos de todas sus
esposas. Soñaba con que algún día su hijo Menelik fuera rey de Saba y de
Israel.
Cuando
cumplió los veinte años, Menelik visitó a Salomón, y le mostró el anillo
mágico, que él le había regalado a Balkis. Menelik no tenía intención de
quedarse, pero ofreció su ayuda económica a su padre. El reino de Israel pasaba
por malos momentos, entre otras cosas por la sucesión al trono, que se
disputaban varios de los hijos de Salomón. También las creencias religiosas se
tambaleaban, por lo que Salomón pidió a Menelik que se llevara el mayor tesoro
de su reino, el Arca de la Alianza. Le parecía que era la única forma de
protegerla y proteger su religión.
Menelik
hizo florecer su reino con avanzadas técnicas de irrigación, con la presa de
Marh y con jardines floridos. Quizá habría aprendido la técnica agrícola de sus
amigos israelitas. Su religión siguió siendo monoteísta y en sus fronteras se
admitía y ayudaba a todo el que admitiera la existencia de un solo dios.
5.- Coleo de Samos
Corría el s. VII a.c. El Mediterráneo se llenaba de barcos y flotillas mercantes, que hacían sus rutas comerciales, manteniéndose siempre cerca de la costa, para evitar ser atacados por piratas o por los barcos de otras potencias comerciales, que incluso difundían historias de monstruos marinos en ciertas zonas del mar interior, para que otros no recorrieran esas zonas y poder monopolizar ciertos productos. El ingenio de los mercaderes, así como la pericia de sus marinos, era su mejor moneda de cambio.
El Icaria, con bandera de Samos, navegaba plácidamente junto a las costas de Libia, cuando el timonel vio una isla en el horizonte y le pareció vislumbrar a alguien que hacía señas desde la playa. Se lo comunicó a su capitán, Coleo de Samos, conocido por su experiencia en el mar, además de por su valentía y buen corazón. Coleo ordenó enseguida a sus remeros acercarse a la isla, a la que saltaron encantados de poder pisar por unas horas tierra firme.
El hombre al que habían visto desde alta mar se acercó gritando de alegría y con las palmas extendidas hacia arriba, en señal de paz y buena voluntad. Coleo observó todo lo que se podía ver de la isla, y llegó a la conclusión de que el hombre estaba solo. Sus remeros, todos hombres libres, como solían ser los marineros griegos, se apresuraron a sacar un barril de vino y empezaron a buscar frutos y bayas, para su primera comida del día, porque ya rayaba el alba. Ya buscarían más tarde agua potable, si es que había en esa isla, o algún animal de caza, para hacer una buena comida.
En respuesta al saludo del náufrago, Coleo de Samos se presentó, como mercader de origen griego, puesto que Samos era una isla situada en las costas de Asia Menor, cuyos habitantes habían sido colonos de origen griego. Samos se hallaba muy bien situada en la ruta comercial con Egipto, por lo que sus gentes eran bastante ricas y sus mercaderes intentaban continuamente nuevas rutas comerciales, casi siempre con bastante buena fortuna.
- Yo soy Coribio de Itaros, contestó el hombre. Sólo puedo ofrecerte un poco de ave, asada al fuego, porque en esta isla no hay caza, o, por lo menos, yo no la he descubierto, a pesar de que llevo aquí casi dos semanas.
- Te agradezco mucho tu ofrecimiento y compartiré encantado tu comida. Yo tengo vino, que acaban de descargar mis hombres. Podemos brindar por nuestro encuentro, porque es la primera vez que encuentro a alguien, que haya naufragado.
- Realmente no soy un náufrago. Estoy aquí esperando la vuelta de mis compañeros, que deberían estar de regreso ya. Supongo que algo les ha ocurrido, porque sólo iban a la isla de Thera y me dijeron que volverían enseguida.
- ¿No es la isla de Thera la que se ha hundido por causa de una erupción volcánica y el consiguiente maremoto?
La expresión de Coribio demostró a Coleo que no sabía nada del suceso en Thera.
-
No es posible. Hace tan
sólo trece días que salí de allí con cinco compañeros. Habíamos ido a consultar
el oráculo de Delfos, y una tormenta nos arrastró hasta aquí. Como
considerábamos que estábamos bastante cerca,
decidimos que yo me quedara y ellos llevarían noticias a Thera y
volverían con otras familias.
-
Pues debes ser el único
que no sabe lo sucedido. Todas las islas del Egeo han sido arrasadas y tragadas
por el mar. Creo que deberías venir con nosotros, porque no creo que tus
compañeros vuelvan.
-
Creo que mi deber es
esperar aquí unas cuantas semanas más. Sólo te pido que me dejes, si te es
posible algunas provisiones y agua potable, porque aún no he conseguido
encontrar ninguna corriente de agua dulce.
-
¿Y si tus compañeros no
vuelven?
-
Entonces confiaré en
Posidón, para que tú vuelvas a pasar por aquí, o cualquier otro barco en su
ruta mercantil.
-
¿Y si no son gentes
amigables?
-
Sólo temo a los fenicios
y a los persas, que además de estar en guerra entre ellos, arrasan todo lo que
encuentran a su paso. Pero ya me he preparado un refugio lo suficientemente
escondido para que no me encuentren.
-
Pero a nosotros nos
hiciste señales, pidiendo ayuda, o eso interpretó mi timonel.
-
Supe enseguida que erais
griegos, por la bandera de Samos. Por eso me confié. Pero reconozco que me
precipité. Podía haber sido un engaño y ahora estaría muerto.
Coleo
miró detenidamente a Coribio. Le parecía un hombre culto, y le había causado
buena impresión su acento griego, quizá procedente de Creta. Creta también era
una potencia comercial, aunque sus mercantes se dedicaban a raptar prisioneros,
para su mercado de esclavos en Kition. Pero no entendía su excesiva confianza
ante extraños. La experiencia de Coleo le decía que no podía fiarse de nadie y
aquel hombre le resultaba demasiado confiado.
-
¿Conoces las rutas
comerciales, o alguna que no sea demasiado transitada en el mar interior?
-
Sí, porque Thera está, o
estaba, cerca de las más importantes islas. Conozco una ruta, que te sería de
gran utilidad y que creo que no está al alcance de cualquiera. Si no salgo de
aquí, me gustaría dejársela como herencia a un griego, porque yo no tengo
hijos. Por ello te haré un mapa y te daré las instrucciones para que puedas
seguirla sin peligro. A cambio sólo te pido que me dejes suficientes
provisiones para unos cuantos meses.
Coleo
se dispuso a escuchar a Coribio. De todas formas pensaba dejarle provisiones
para un año, por lo menos, y luego le enseñaría cómo pescar, aunque no tuviera
utensilios ni barca de pesca. El Icaria podía recalar en playas desiertas y
reponer sus provisiones con más facilidad de lo que muchos pensaban. Pero antes
quería saber por qué Coribio y sus compañeros habían ido a preguntar al oráculo
de Delfos.
Coribio empezó su relato en el momento en que los
habitantes de Thera descubrieron que las tormentas no cesaban y que, a veces,
eran tormentas de fuego y granizo, lo cual estaba destrozando las cosechas,
que, por otra parte, no eran demasiado abundantes, debido al terreno volcánico
de la isla.
Fue
entonces cuando decidieron consultar a Delfos. Y Delfos había contestado que
las desgracias acabarían cuando fundaran una colonia en las costas de Libia, en
honor de Atenea. Coribio guió a cinco ciudadanos hasta la costa libia, donde
fundaron la ciudad de Cirene, como una nueva Thera. Llegaron a la isla donde él
está ahora y levantaron un altar a Atenea y los cinco ciudadanos volvieron a
Thera para traer colonos. Pero no habían vuelto y Coribio piensa seguir
esperando.
Entonces
empieza a hablar de Tartessos. Coribio conoce Tartessos porque él era piloto
del príncipe Sicarhrbas de Tiro y ha visitado la región en varias ocasiones. Le
hace un mapa sobre la arena, que Coleo se apresura a copiar en papiro, que
tiene en su barco. Le cuenta que pocos se atreven a traspasar las columnas de
Hércules, para llegar al mar exterior.
Ante
el asombro de Coleo, Coribio le asegura que hay un mar exterior y que hay una
civilización muy adelantada. Nadie lo conoce ni lo cree, porque los fenicios se
han encargado de difundir historias de monstruos, para que nadie les quite el
comercio con Tartessos y el mar de los atlantes.
Además del mapa, le da consejos, como navegar de noche,
para no encontrarse con fenicios y guiándose por las estrellas, sobre todo la
Osa Menor, llamada Phoenikón por los propios fenicios. Si sigue las
instrucciones, tardará 50 días en llegar a las columnas de Hércules, a una
velocidad de 500 estadios diarios. También le habla de las corrientes del
Estrecho y cómo evitarlas. Al llegar al paso, debe esperar el viento de Levante
y no navegar por el centro, hasta llegar a Gadir.
Reconocerá Gadir por los siete faros y los siete altares
a Hércules, situados en Calpe, Melaria, Baelo, Baessipo, Mergablum, el templo
de Melqart y el santuario de Baal Hammón. Frente a las islas gaditanas, verá el
lago ligur y Tartessos.
Debe
evitar el triángulo de bases tirias de Cartago y Gadir. Le dice que los
tartesios son hospitalarios, buenos marinos, ricos en metales, caballos, olivo
y vid. Es como el Jardín de las Hespérides de la mitología griega. Por fin le
aconseja que no revele a nadie el secreto, porque enseguida le tomarían la
delantera y tratarían de matarlo.
Antes de partir, Coleo le habla de las tensiones entre
persas y fenicios y le promete volver y mantenerlo informado o convencerlo para
que se vaya con ellos. Después de reunir a sus hombres, Coleo se va feliz en el
Icaria, dispuesto a dirigirse a occidente. Según las instrucciones de Coribio,
debe pasar por Pithyussa, Melossa, Kromiossa, Ophiussa, Formentera, Calpe,
Gibraltar, Avyla y Ceuta, hasta llegar al
río Tertis (el Guadalquivir). No deja de asombrarse de los conocimientos
de Coribio.
Coleos
habla varias lenguas, por lo que no le será difícil entenderse con los
habitantes de la región de Tartessos. Es un hombre franco, pero su único interés
es el negocio. Además de comerciante es armador y pretende negociar una ruta
entre Samos y Tartessos. Además, quiere averiguar la ruta de las islas
Afortunadas, Circe, Calipso y Syrie, otro de los secretos tartesios, adonde el
rey Argantonio está enviando colonos.
Con
todos estos proyectos en la mente, Coleo pone rumbo a Tartessos. Llega a su
destino sin dificultad, gracias a los consejos y al mapa de Coribio. Y,
efectivamente, es recibido con amistad y hospitalidad por Argantonio, el rey
actual de Tartessos. El mercado es floreciente y fácil para un mercader avezado
como Coleo.
Pasa
varios meses en Tartessos y ya se considera amigo personal del rey. Una noche,
después de cenar, Argantonio le cuenta que se siente amenazado por las
potencias fenicias. Además, ha sido secuestrada la sibila de la luna, Anna y
Colaios piensa que su rapto tiene que ver con un complot para desestabilizar el
comercio de Tartessos. Suponen que ha sido llevada a Kitión, en Chipre, al
mercado de esclavos, porque sabe algo sobre el complot de Turpa y puede
adivinarlo, con sus dotes adivinatorias. Coleo se ofrece a ayudar, en la medida
de sus posibilidades. Su bandera de Samos le ayudará en la misión. Además,
Coleo negociará una alianza comercial entre Turpa y Samos.
De
acuerdo con uno de los consejeros del rey, Coleo se dirige a Kitión, donde
están celebrando el festival del maíz. Allí se reúnen mercaderes de Grecia,
Asiria, Egipto, Palmira, Frigias y Mesopotamia. Es el mejor lugar para vender a
buen precio a una sibila.
El rey Argantonio no está muy seguro de que se pueda
sellar una alianza entre Turpa y Samos, pero Coleo le dice que él se encargará
y que además averiguará las intenciones persas. El rey piensa que quizá sólo
quiera ir a buscar a la sibila, para su propio interés, no el interés de
Tartessos. Es un hombre confiado, pero teme por su reino.
El Icaria zarpa del puerto de Turpa, tras sacrificar un
toro negro y otro blanco a Posidón. No podía creer lo que había ganado, más de
sesenta talentos de plata (unos 150 kg.) Coleo decide presentar un magnífico
exvoto a la diosa Hera, patrona de Samos, como agradecimiento a su empresa,
pero, además, piensa repetir la experiencia, porque las tierras tartesias le
habían parecido ricas y sus habitantes bastante hospitalarios. Al ser el primer
griego en viajar a la península Ibérica, entró a formar parte de las leyendas
griegas e ibéricas.
Llevan
su ofrenda a Hera, un vaso de plata repujada por el orfebre Rates, el mejor de
la región de Tartessos. Al pasar ante Gadir, una flotilla de doce naves sigue
al Icaria, como si fuera una flota comercial. Recalan en Sicilia, en la ciudad
de Mesina, y hacen un sacrificio a Venus Ericina. Una flota fenicia empieza a
seguirlos y Coleo decide dirigirse a Creta. Allí va a la cueva sagrada de
Psycro, donde se adora a la madre tierra y donde la pitia dice el porvenir a
los navegantes. Todos se fían de ella, porque tiene una amplia red de espías
por todo el mar interior. La sibila le dice que todas las sibilas están
amenazadas por las potencias comerciales, sobre todo por los fenicios. Nadie
sabe nada de la sibila de la luna de Tartessos.
Vuelve a Samos y decide ir a Mileto, al oráculo de
Dídime. Allí le dan un elixir, que le hace soñar, inducido por la diosa
infernal. El oráculo le dice que la voz de la luz es ahora la voz de las
tinieblas en el reino del Ocaso. Piensa que la sibila está muerta. Entre los
peregrinos, hay uno que dice que ha visto a un traficante de esclavos con una
dama de alta alcurnia, procedente de Turpa. Hay alguna esperanza, aunque el mismo
hombre les dice que la dama enviaba mensajes a Cartago.
Coleo piensa que la sibila de la
luna se ha vendido a los fenicios y decide volver a Tartessos, para darle estas
noticias a Argantonio. En su ruta, vuelve a pasar por la isla de Coribio, que
sigue esperando a sus compañeros. Ya no hay esperanza de que puedan volver y
Coleo le convence para que embarque con él. Coribio, al fin, decide embarcarse
hacia Samos, con la promesa de Coleo de que volverá a realizar un viaje más a
Tartessos.
6.-
Habis de Tartessos
El reino de Tartessos comprendía
casi todo el sur y parte del levante de la península ibérica. Desde el s. XII
a.c. fue visitada por cretenses, griegos, etruscos y fenicios, por sus tesoros
de metales preciosos, su progreso técnico y cultural, su próspera agricultura y
su osada navegación, que llegó a extenderse por el mar exterior, sin temor a
las leyendas de seres monstruosos que poblaban el mar de los Atlantes.
Fue llamado el reino del Ocaso, por
ser las tierras más occidentales que se conocían y se dividía en siete nobles
castas. Uno de sus últimos reyes fue Gárgoris, tristemente célebre por su
comportamiento con sus súbditos. Le siguieron dos reyes tan buenos, que sus
hechos han llegado a la historia, mezclados con la leyenda. Fueron Habis y
Argantonio. Alrededor del s. VI a.c. se perdió la potencia comercial de la
región y el floreciente reino de Tartessos llegó a desaparecer.
El
rey Gárgoris era temido y odiado por sus súbditos, los cunetes, uno de los
pueblos de Tartessos. Lo mismo pasaba con su familia. El único mérito que le
concedían era haber inventado la apicultura en la región. Sólo sus guerreros
personales tenían privilegios, y hacían lo que querían con los otros habitantes
de la ciudad, sobre todo con las mujeres, a quienes trataban de forma
vejatoria. Su propia hija le tenía tanto miedo que no se atrevía a protestar,
cuando su padre la obligaba a acostarse con él.
Un
día Gárgoris llamó a su hija, a quien la leyenda llamó Sibis.
-
He
pensado que seguirás siendo mi concubina, pero no permitiré que te quedes
embarazada, porque eso sería una ofensa para mi honor.
-
Esto
es lo que siempre te digo, que tu honor ya está en entredicho, se atrevió a
decir Sibis. Pero tu orden llega tarde, porque estoy embarazada.
-
Entonces
tendrás que vivir encerrada hasta que des a luz y luego te desharás del bebé, o
yo haré que lo maten. No permitiré que nadie se entere. Y estás avisada, si no
cumples miss órdenes, morirás.
Sibis
tuvo a su bebé, al que llamó Habis. Su padre, no contento con quitarle al niño,
mandó abandonarlo en un cerro cercano a un cubil de fieras. Pero las fieras lo
adoptaron como propio y lo amamantaron y protegieron de otras fieras más
peligrosas. Gargoris, al saber que su nieto no había muerto y que crecía fuerte
y feliz, después de un año, ordenó que fuera puesto en el camino de una
estampida de vacas, pero tampoco resultó, porque las vacas variaron su camino,
como si alguien las dirigiera y no dañaron al niño, que se divertía al verlas
pasar.
Nuevamente
se puso a prueba al destino, que no quería perjudicar al niño. Habis se hizo
amigo de una jauría de perros salvajes y de cerdos hambrientos, en cuyo camino
fue colocado. Viendo que el niño seguía vivo, Gárgoris ordenó arrojarlo al mar.
Un delfín apareció en las playas del río Guadalquivir, trayendo al niño de
vuelta. Nunca se había visto un delfín a las orillas del río y las gentes
empezaron a pensar que el niño era de origen divino, y más cuando vieron que
una cierva lo adoptaba como propio.
La
princesa Sibis no pudo soportar por más tiempo los sobresaltos que se llevaba,
cada vez que se enteraba de los atentados contra la vida de su hijo y murió de
pena, aunque sospechaba que su bebé sobreviviría a todos los peligros a los que
le arriesgaba su abuelo. Además había oído decir que el niño se llamaba Habis.
Quizá alguna de sus siervas había revelado el nombre, que ella le había
impuesto al niño al nacer.
Todo
el mundo empezó a quererlo, a pesar de que se convirtió en un hábil bandolero,
para poder comer y llevar una vida al margen de los animales. Formó un grupo de
jóvenes, abandonados como él, que robaban en los campos y lugares cercanos a
las ciudades.
Los
campesinos, hartos de perder algunos de sus animales y parte de sus cosechas,
lo apresaron como responsable del grupo y lo llevaron ante el rey. Se celebraba
el juicio, cuando Gárgoris interrogó al preso:
-
No sé
quién eres, pero tu rostro me resulta conocido. Identifícate.
-
Me
llamo Habis. Sólo sé que tengo un lunar en el hombro, con forma de corona. No
conocí a mi madre, y mucho menos a mi padre.
-
Ese
lunar has podido hacértelo tú mismo. Es la señal de la familia real. ¿Pretendes
retarme?
-
No
tengo ningún interés en pertenecer a la familia real, porque me parece que
todos sois malvados. No os ocupáis de vuestros súbditos y el pueblo pasa
hambre. Por eso tenemos que robar, para poder sobrevivir.
-
¿Cómo
te atreves a hablarme así, siendo tú un malhechor?
-
Porque
tú ya me has sentenciado. Si voy a morir, prefiero hacerlo diciendo lo que
pienso.
El
rey, al ver su determinación, reconoció las palabras de su propia hija, que él
sabía que era la madre del joven, por su parecido con ella. Admirado por los
peligros que había sufrido y de los que había salido ileso, consideró que era
digno de ser su heredero. Reunió a sus consejeros y nombró a Habis heredero del
trono. Pocos días después, Gárgoris sufrió un infarto y murió.
Desde
ese momento, Habis, como nuevo rey, decidió que el pueblo llano no pasaría los
apuros que había pasado él y dio un fuerte impulso a la agricultura, inventando
el arado. Reformó también los sistemas de riego de los campos y la distribución
de agua. Su mayor interés era que todos tuvieran lo suficiente para vivir, sin
tener que mendigar o robar.
En
cuanto a los ciudadanos, estructuró la sociedad, dividiéndola en siete clases,
por orden de capacidades intelectuales y manuales. Sus leyes fueron
consideradas las más justas de todo el mundo conocido, porque reconocía los
derechos de todo hombre y mujer a ser tratados por igual ante la élite.
Organizó las labores serviles, de modo que fueran llevadas a cabo por la clase
inferior, aunque se podía pasar de una clase a otra con esfuerzo e
inteligencia.
Estando en su pleno poder, el rey de
Tartessos era considerado el símbolo de la felicidad, la fortuna y el buen
gobierno. Habis reunió al consejo real, formado por los diez jefes de tribus y
convocado en Asta por el mensajero vestido de azul y tocando la tuba. El
sacerdote de Posidón espolvoreó las cenizas del toro sagrado, sacrificado en
las fiestas. Acto seguido, el mayordomo real dio el turno de palabra a los
oradores. El primero en hablar fue Habis.
-
Vamos a votar
las alianzas para el comercio. ¿Qué pensáis que debemos hacer?
-
Mi opinión es
que demos preferencia a los griegos frente a los fenicios, porque, si Tiro cae
en poder de los persas, Gadir sufrirá las consecuencias, dijo Arbal, el jefe de
la flota tartessia.
-
Me parece
buena idea, pero el comercio de la púrpura es el que más beneficios nos
reporta, contestó Casis, el jefe del gremio de los comerciantes. Si damos
preferencia a los griegos, Gadir se opondrá, y no nos conviene enemistarnos con
Gadir, que enseguida buscará apoyo en las otras ciudades.
-
Ambas
opiniones me parecen prudentes, dijo Habis, debemos votar. Traed las urnas.
Las votaciones se hacían mediante piedras
rojas y blancas, que los votantes echaban en una urna de marfil: si la piedra
era blanca, significaba que se aceptaba la propuesta; si era roja, se
rechazaba. Así conseguían una especie de democracia, aunque sólo votaban los
ciudadanos de las cuatro primeras clases, representados en los diez componentes
del consejo. Una vez realizada la votación, salió la propuesta de Arbal.
-
Espero que no
nos equivoquemos, dijo Casis, aunque acepto la decisión de la mayoría. Los griegos
sólo quieren nuestros metales y ellos ofrecen productos que tenemos aquí de
igual o mejor calidad, como el aceite y el vino.
-
Es cierto,
dijo Habis, aunque hay algo que sólo los griegos nos pueden dar, su experiencia
para comerciar con sus colonias en Asia Menor y en las islas del Egeo. Además
su carácter aventurero puede más en ellos que el afán de riqueza de los
fenicios. Pasemos al siguiente tema.
Los reyes anteriores
encargaban llevar la semilla tartesia a otros lugares para evitar que su
civilización desapareciera, acosada por la codicia extranjera. Uno de los
primeros reyes llamado Nórax había tratado con los griegos y colonizó Sardinia,
donde fundó Nora. Desde allí pudo comerciar con Micenas y con el resto del
Egeo. Los focenses comerciaban con el ámbar y el estaño de los bretones de
Massilia y llegaron a fundar Mainake, en la actual Torre del Mar, en Málaga.
-
Ahora debemos tratar sobre una alianza con el
sufete de Gadir, Zakarbaal.
-
Explícanos algo sobre sus últimas alianzas y
sobre sus intereses más acuciantes, pidió Habis a su jefe de diplomacia, Dríos.
-
Han tenido noticias de nuestras dos minas de
Cástulo y Bakenor, contestó Dríos, y creo que pretenden pedirnos una concesión
para explotarlas, pagando un buen precio por ello.
-
Esas minas nos reportan mil talentos de plata al
año. Si les alquilamos la explotación de una de ellas, tendrán que pagar, al
menos, los intereses de la mitad de su producto, explicó Esus, el jefe de
economía. Nosotros, en cambio, podemos emplear a nuestros trabajadores en los
yacimientos de Massilia. Eso podría duplicar nuestras ganancias anuales.
-
Pues pasemos a la votación, dijo Habis. Mañana
quiero que estudiemos unas reformas administrativas que he preparado.
La
votación fue nuevamente favorable a firmar un tratado con Gadir. Para sellar
las decisiones tomadas, sacaron la tésera de la alianza, firmada por los
antepasados de todos los clanes de la Turdetania. La tésera era una lámina de
bronce, donde se anotaban todos los tratados desde la fundación de la nación
tartessia. Tenía forma de puzzle, y sus piezas encajaban para formar una piel
de toro. Una vez escritos los acuerdos, se derramaba sobre ella la sangre del
toro ceremonial, sacrificado a Posidón. Por último firmaban todos los
presentes.
Habis
reformó todo tipo de comportamientos sociales y administrativos. Fue un rey
querido y admirado y su longevidad fue proverbial, puesto que se creía que era
debido a su origen divino. Él se reía de su supuesto origen divino y explicaba
siempre que su buena salud se debía a su dieta, sólo de productos
mediterráneos.
Siendo
ya muy anciano, dejó como heredero a Argantonio, que se creía que era su hijo.
Habis ya intuía las conspiraciones que sufriría su reino y que heredaría
Argantonio. Y consideraba que era un joven con suficiente capacidad para
enfrentarse a cualquier tipo de problema.
Aunque
el reino de Tartessos fue el más grande, culto y desarrollado del occidente mediterráneo, acabó
desapareciendo al morir Argantonio y su cultura fue ignorada por los siguientes
pobladores de la zona. Hay indicios de una cultura heredera de la tartessia,
más allá de las columnas de Hércules, en los dominios de los Atlantes.
Ésa
será otra historia.
7.- Creso
Al anciano Creso ya sólo le quedaban
los recuerdos. Vivía en la corte persa de Ciro II el Grande, en Sardes, la que
había sido su capital; no le faltaba de nada, pero añoraba su libertad y su
anterior felicidad.
Tenía que reconocer que se había equivocado
con algunas personas, sobre todo con su hijo mayor, Bastis, al que había
despreciado por su minusvalía. Bastis tenía una malformación en el pie
izquierdo, por lo que cojeaba ostensiblemente. Además era sordomudo, lo que
hizo pensar a Creso que no era inteligente.
Ahora quien vivía con él era su nieto, hijo
de Bastis, un niño encantador, que seguía a su abuelo a todas partes, y al que
todas las noches contaba una historia. Iba desgranando ante su nieto la
historia de su propia vida, a la vez que le aconsejaba, para que no se
equivocara como él. El pequeño Bel le escuchaba embelesado y hacía tantas
preguntas, que Creso tenía que decir que ya era hora de dormir y prometer que
seguiría al día siguiente.
-
Pues verás,
yo ya era un hombre casado y ya tenía dos hijos, que daban mucha más guerra que
tú. Tu padre era más tranquilo, pero tu tío Atis no paraba de revolver todo lo
que encontraba en su camino. Tu abuela era una mujer bellísima, se llamaba
Deyanira y sólo con verla, yo me sentía el hombre más feliz del mundo
-
Ya he visto
retratos de mi abuela. Dicen que me parezco a ella.
-
Es verdad, te
pareces mucho a ella.
-
¿Por eso me
quieres tanto? ¿Te parece que la estás viendo a ella, cuando me miras?
Creso dejó resbalar una lágrima, porque era
cierto lo que decía el niño y, además, era tan inteligente como ella y como su
padre Bastis. ¿Por qué no había sabido ver la inteligencia de su hijo mayor?
Tendría que compensarlo amando a su nieto.
-
Cuéntame cómo
fue tu coronación, y por qué tuviste que esperar a que muriera tu padre,
insistió Bel.
-
Era el año
560 yo tenía 35 años y ya ayudaba a mi padre Aliates en el gobierno. Así había
sido siempre en la dinastía Mermnada. Tenía la suerte de que mi esposa Deyanira
se ocupara de que nuestra casa fuera cómoda y artísticamente decorada, de forma
que, cuando yo volvía, después de un día de duro entrenamiento en el
campamento, me sentía tan a gusto que me costaba volver a marcharme al
amanecer.
-
¿Te gustaba
la guerra?
-
Claro. Lo que
no me gustaba era el trabajo administrativo, pero era obligatorio, si quería
seguir perteneciendo al consejo real.
-
¿Hubo muchas
ceremonias para coronarte como rey?, insistía el niño.
-
Primero
tuvimos que celebrar las ceremonias de los funerales de Aliates. Era largo y
pesado, pero era necesario. Yo tenía que ir vestido con el manto real. Cuando
estaba ya enterrado, se celebró un desfile de todas las tropas, que me juraron
su lealtad.
-
Eso me parece
muy interesante. ¿Iban contigo tu esposa y tus hijos?
-
No. Sólo iba
mi lugarteniente, llevando mi espada y mi escudo. Fue emocionante. Cuando todo
terminó, tu abuela estaba esperándome en casa con un refresco de menta, que era
lo que más me gustaba beber.
-
¿Y qué
dijeron mi padre y mi tío?
-
Nada, porque
ya estaban durmiendo. Como tú debes irte ya a dormir. Ya es muy tarde.
-
Prométeme que
mañana seguirás.
-
Te lo
prometo.
La misma escena se repetía todas las
noches, cuando el pequeño Bel, a pesar de estar casi vencido por el sueño,
quería saber más de su abuelo y de cómo había sido el reino de Lidia, cuando
aún no estaba dominado por los persas.
-
Hoy quiero
que me cuentes algo de mi tío Atis. No llegué a conocerlo, pero mi padre
hablaba de él con mucho cariño, dijo Bel la noche siguiente.
-
El recuerdo
de Atis es muy doloroso para mí. ¿Qué quieres saber?
-
Cómo murió.
Mi padre no quiere recordarlo. ¿Sabes que hablo con mi padre por señas? Me
enseñó mi madre desde muy pequeño y me alegro, porque mi padre me ha enseñado
cosas muy interesantes, como el amor a los demás y a los animales y a las
plantas. Él dice que son seres vivos, como nosotros.
-
Tu padre
tiene razón. Es un buen hombre. Sólo siento no poder estar con él, pero ha sido
muy generoso, al dejar que vivas conmigo y alegres mi vejez.
-
Cuéntame cómo
murió mi tío.
-
Pues verás.
Una vez tuve un sueño, en el que veía que mi hijo Atis moría, clavado en una
lanza. Entonces prohibí que se acercara a cualquier instrumento afilado, para
evitar que se cumpliera el sueño. Pero todo fue en vano, porque al final murió
al clavársele la lanza de un amigo, en una cacería.
-
Qué triste.
Mi padre me dijo que había llorado por su hermano durante muchos días. No podía
dejar de pensar en ello y no encontraba consuelo.
Creso recordó los sucesos de aquellos días.
Un día se había presentado en Sardes el extranjero Adrasto, de familia real,
desterrado por haber matado a su hermano sin querer. Creso, como ordenaba la
tradición, lo aceptó en la corte y lo purificó de sus crímenes, cosa que sólo
podían hacer los reyes.
Mientras esto sucedía, apareció en la
región un jabalí que arrasaba todo a su paso. Se organizó una cacería y Atis
pidió a su padre que le dejara formar parte de la cacería. Creso no consideró
que los colmillos de un jabalí pudieran matar a su hijo, porque el sueño
hablaba de una punta de hierro. Así y todo, Creso dejó que también fuera
Adrasto, con la intención de que vigilara, para que no le pasara nada a Atis.
En medio de la cacería, Adrasto lanzó su
jabalina, que fue dirigida por el viento hacia Atis, que murió, como había
predicho el sueño. Al presentar el cadáver de Atis, Adrasto pidió a Creso que
lo matara, como compensación por haber matado a su hijo. Pero Creso se negó,
porque no lo consideró responsable de lo sucedido. Pese a todo, Adrasto se
suicidó, porque se consideraba el más desgraciado de los hombres.
Hizo grandes donaciones a las
ciudades griegas, para sus templos y para aumentar su prosperidad. Su esposa
era jonia e influyó mucho para que su esposo, considerado el hombre más rico
del mundo, repartiera una parte de sus riquezas con los demás, sobre todo con
los pueblos de origen griego. En su corte de Sardes se reunían sabios de todas
las metrópolis helenas. Uno de ellos fue Solón, que, tras promulgar sus leyes,
decidió tomarse unas vacaciones de diez años, por todo el mundo conocido.
-
Está
bien. Yo estaba entonces obsesionado con la felicidad. Entonces le pregunté a
Solón si sabía quién era el hombre más feliz del mundo, pero no quiso
contestarme.
-
¿Por
qué?
-
Porque
decía que sólo se puede decir si ha sido feliz o no de una persona que ya haya
muerto.
-
¿Por
qué? Volvió a preguntar Bel, que no entendía el razonamiento.
-
Porque
hasta el final de la vida no se puede saber si una persona ha sido totalmente
feliz.
Creso estaba cada vez más convencido de
la razón de Solón, sobre todo, cuando pensaba en su propia vida. Había sido el
rey más feliz y más rico del mundo conocido y ahora era un prisionero del
imperio persa, bien tratado y con todos los lujos, pero no dejaba de ser un
prisionero. Por lo menos había conseguido librarse de la muerte que le tenía
reservada Ciro, que ahora lo tenía como consejero.
-
Cuéntame
cómo te libraste de la muerte en la pira, quiso saber el niño.
-
Yo
me encontraba en una ciudad sitiada y había pedido ayuda a los espartanos. Pero
entonces un persa se dio cuenta de cómo acceder a la ciudad, que yo creía
inexpugnable. Antes de que los espartanos pudieran llegar a prestar su ayuda,
se dio la batalla de Capadocia, donde los persas me apresaron. Era el año 546.
-
¿Y
se acabó tu reinado?
-
Sí.
Lidia ya era dominio persa.
-
¿Y
qué pasó entonces?, dijo el niño, aunque ya sabía lo que había pasado, porque
su abuelo ya se lo había contado otras veces.
Creso recordó cómo había sido conducido
a la pira, castigo reservado para los más notables enemigos. En vez de pedir
clemencia, empezó a hablar de su encuentro con Solón, que le había dicho que la
suerte de cada uno era inestable. Y la prueba era él mismo, que, siendo el rey
más feliz y rico del mundo, se veía ahora en esa situación extrema.
Ciro sintió curiosidad y lo sacó de la
pira, pidiéndole que le hablara de Solón. Ciro pensó que él ahora tenía suerte,
pero le podía pasar lo mismo que a Creso. Decidió tenerlo en su corte y lo
contrató como consejero de su hijo Cambises. Se quedó con Cambises, que ya
había sido nombrado heredero del trono persa.
-
¿Y cómo
llegaste a estar sitiado?
-
Eso es más
largo de contar. Ahora es hora de dormir. Mañana seguiré contándote por qué cambió
mi suerte.
Todo sucedió tras el duelo por la muerte de
Atis. Creso veía como una amenaza el creciente poder del persa Ciro II el
Grande, que había destronado a Astiages, rey casado con Arienis, hija de
Aliates, y hermanastra de Creso. Aunque había dicho que no creería en ningún
oráculo, decidió probar en varios y envió mensajeros a todos los santuarios
conocidos, para que le dijeran qué hacía Ciro en cada momento y cómo debía
actuar él.
Decidió hacer caso sólo a Delfos y a
Anfiarao, a cuyos santuarios envió ofrendas. Como se enteró de que el adivino
Anfiarao había muerto, pensó que su única opción era Delfos. Delfos le
respondió que, si conducía su ejército hacia el Este y cruzaba el río Halis,
destruiría un gran imperio. Alentado por el oráculo, Creso organizó una alianza
con Nabónido de Babilonia, con Amosis II de Egipto y con la ciudad griega de
Esparta.
Las fuerzas persas derrotaron a la
coalición en Capadocia, en la batalla del río Halis, en el 547 a.c. Así se
cumplió el vaticinio de Delfos, aunque el imperio destruido no fue el persa,
sino el suyo propio. Pensó que nunca más iba a creer en un oráculo. Así y todo,
realizó otra consulta sobre cuánto duraría su monarquía. La pitia contestó que
sólo la perdería, cuando un mulo reinara sobre los medos. Creso no entendió que
Ciro podía ser considerado mulo, por ser hijo de una pareja de diferente
condición, un medo y una persa.
Antes de partir hacia una batalla que creía
ganada, Creso desoyó la recomendación del sabio Sandamis, que le dijo que
organizar un enfrentamiento contra los persas, hombres carentes de riquezas,
ponía en riesgo a los lidios, que, frente a un desenlace positivo, no ganarían
nada, mientras que, si había un resultado negativo, podían
perder mucho.
Tras cruzar el Halis, las tropas de Creso
se establecieron en Pteria, comarca de Capadocia, y esclavizaron a sus
habitantes. Ciro se dirigía a su encuentro, sumando tropas de los lugares por
donde avanzaba. Al ver que su ejército era menor, Creso volvió a Sardes, para
pedir ayuda a sus aliados. Los citó para cuatro meses más tarde y despidió a
sus mercenarios.
Ciro iba adivinando las intenciones de
Creso y avanzó rápidamente hacia la capital. Se enfrentaron en la batalla de
Timbrea y los persas vencieron ampliamente, mientras los lidios corrían a
refugiarse tras las murallas de su ciudad. Creso creía que Sardes era
inexpugnable y se preparó para un largo asedio, tras enviar mensajes a sus
aliados.
-
¿Y por qué
pensabas que tu ciudad era inexpugnable, abuelo?
-
Porque la
leyenda lidia decía que el rey Meles había hecho pasear por la muralla a un
león, consagrado a Sandón. Pero el león no había pasado por la parte de la
muralla más escarpada, que era de difícil acceso.
-
Y así
consiguió entrar en la ciudad, ¿verdad?
-
Sí, aunque
hubo alguien que se lo dijo. No sé quién, pero estoy seguro de que fue uno de
los míos.
-
Si yo hubiera
estado allí, nadie te habría traicionado, dijo el niño emocionado.
-
Claro, dijo
el abuelo. Si tú hubieras estado allí, nadie se habría atrevido a luchar contra
mí.
-
¿Y qué pasó
con Ciro?
-
Pues que se
enfrentó a la reina de los amsagetas, Tomiris, y no volvió de la batalla. Pero
ya había nombrado a su sucesor Cambises y el imperio persa siguió con sus
conquistas.
Creso recordaba cómo había impulsado la
libertad de las mujeres lidias, que podían dedicarse incluso a la prostitución,
para conseguir su dote de matrimonio y casarse con quien quisieran. También las
mujeres espartanas gozaban de una cierta libertad, en oposición a las persas y
medas, que debían permanecer en el harén.

Se basaban en una aleación de electro, oro
y plata con algunas trazas de cobre y quizá algún otro metal. Se decía que la
composición de estas monedas era similar a los depósitos de sedimentos del río
de la capital Sardes. Esos eran otros tiempos, que ya no volverían para los
lidios. Los persas tenían la intención de ampliar su imperio, a costa de los
egipcios y de los griegos.
-
Estoy
seguro de ello, dijo Creso. Pero para ello tienes que estudiar, entrenarte en
el campamento y obedecer a tus profesores. Y. sobre todo, intentar ser feliz.
-
Voy a
hacerlo, abuelo. Y haré que también tú vuelvas a ser feliz.
8.-
Timoleón de Corinto
Había continuas revueltas en Corinto: unos eran
partidarios de la oligarquía reinante, tras las guerras del Peloponeso; otros
intentaban restaurar un gobierno que tanto Esparta como Tebas menospreciaban.
Corinto había sido la causa principal por la que Atenas, su rival comercial,
había acabado perdiendo su supremacía en el mar y su imperio. Corinto era una
ciudad orgullosa de sí misma y sus ciudadanos se vanagloriaban de su estirpe,
que algunos consideraban divina.
Efectivamente, la antigua Corinto,
había sido fundada por Sísifo, su primer rey, que llamó a la ciudad Éfira. La
dinastía de Sísifo fue derrocada por los dorios, raza dura y guerrera. La
historia de la ciudad, contada de generación en generación, hablaba de
personajes, que se perdían en la leyenda. El personaje más famoso, sobre todo
por sus desgracias, fue Edipo, que iba a ser heredero del trono de sus padres
adoptivos Pólibo y Mérope, aunque luego fue rey de Tebas.
También
se contaba la historia de Medea y Jasón, que se refugiaron en Corinto, después
de que Medea organizara la muerte de Pelias. Lo que sí creían todos era que el
nombre de Corinto se debía a Corinto, hijo de Zeus. Por eso algunos se
consideraban de estirpe divina. Corinto era un heráclida, dorio, de la clase
dirigente.
- Te maldigo para toda tu vida, dijo su madre. Has hecho que mi hijo pequeño muera. Sobre ti caerá la culpa y el remordimiento.
- Madre, contestó Timoleón, sólo le he salvado la vida y tú no quieres reconocerlo. Yo le avisé de lo quqe podía pasar, pero no quiso escucharme.
- Pero ahora está muerto.
- Sus propios amigos lo han asesinado. No he tenido nada que ver en ello. Pero, si te resulto tan despreciable, abandonaré la vida pública. No volveré a ostentar ningún cargo.
Pocos meses después, la madre moría, pero Timoleón mantuvo su promesa durante veinte años. Se dedicó a sus abejas y a la confección de yogurt, que había sido el negocio de la familia, como de la mayoría de los corintios. Incluso había extendido su comercio fuera de las fronteras de la ciudad.
Hasta el año 344 en que se presentaron en el senado de la ciudad unos embajadores de Siracusa.
- Queremos ver a Timoleón,
- Ya no está en el gobierno, les contestaron
- Necesitamos de su valor y experiencia, para que nos ayude a restablecer nuestro gobierno.
Cuando avisaron a Timoleón, él se presentó ante el senado de la ciudad. Los siracusanos solicitaban ayuda de su metrópolis ante los feudos internos que tenían que sufrir los habitantes de Siracusa y las otras ciudades griegas de Sicilia. Cartago, su vieja enemiga, tramaba todo tipo de intrigas junto a los déspotas locales.
Corinto no pudo negarse a la ayuda, a pesar de que los principales ciudadanos declinaron la responsabilidad de intentar establecer un gobierno estable en la turbulenta Siracusa. Timoleón fue elegido en la asamblea por unanimidad, para llevar a cabo la misión. Se preparó la flota y Timoleón navegó hasta Sicilia, con los ciudadanos más prominentes de Corinto, tras haber reunido una pequeña tropa de mercenarios griegos. Consiguió eludir un escuadrón cartaginés y desembarcó en Tauromenium, donde lo recibieron con vítores. Ahora tenía que planear su estrategia.
En Siracusa gobernaba Hicetas, tirano de Leontino. Sólo escapaba a su gobierno la isla de Ortigia, ocupada entonces por Dionisio. Timoleón venció en Adrano a Hicetas, que tuvo que retirarse a Siracusa. Dionisio, sin recursos, tuvo que rendirse en Ortigia, con la condición de que le proporcionaran un salvoconducto para Corinto.
Pero Hicetas no se rendía. A pesar de ser su metrópolis, consideraba que Corinto no tenía ningún derecho a apropiarse de la isla, y menos de su ciudad más próspera, Siracusa. Pidió y recibió sesenta mil hombres de Cartago, además de dinero, pero desconfiaban mutuamente, por lo que los cartagineses abandonaron a Hicetas, que estaba sitiado en Leontino, y no tuvo más remedio que rendirse.
Timoleón se convirtió en dueño de Siracusa y, con su habitual sentido de la responsabilidad, empezó a reconstruir la ciudad, trayendo colonos de la metrópoli y de Grecia en general, y estableciendo un gobierno popular, basado en las leyes democráticas de Diocles. La ciudadela había sido arrasada y se construyó en su lugar un tribunal de justicia. El sacerdote de Zeus, el amfípolos, elegido anualmente entre los miembros de los tres clanes, fue nombrado magistrado jefe.
-
General, llamó el
capitán de la tropa, levantando la cortina de la tienda de Timoleón, Hicetas
vuelve a las andadas.
-
¿Qué sucede ahora? ¿Aún
no se ha convencido de que está vencido?- Al contrario, general, ha vuelto a pedir ayuda a Cartago y le han enviado setenta mil hombres.
- ¿Cómo?!!!
- Han desembarcado en Lilibea.
Timoleón no podía creer lo que le decía su capitán.
- Llama a todos a filas. Volvemos a iniciar campaña
- Tenemos pocos soldados fieles. La mayoría son mercenarios
- ¿Con cuántos efectivos contamos?
- Como mucho, calculo que, con doce mil hombres, entre caballería, infantería y arqueros.
- Avisa a los oficiales de que nos dirigimos al oeste. Llegaremos a Selinunte, antes de que nadie se dé cuenta de nuestro avance.
A pesar de su inferioridad numérica, el factor sorpresa jugó a su favor y Timoleón consiguió una gran victoria en Crimiso. Además, también le ayudaban los dioses, porque una gran tormenta de granizo y lluvia acabó con los enemigos. No le cabía la menor duda de que los dioses apreciaban la justicia. Y los griegos consideraban que su causa era más justa que la cartaginesa. No en vano, Sicilia era parte de la Magna Grecia.
Se auguraba una larga época de paz para Sicilia. Pero Cartago seguía intentando prolongar el conflicto entre Timoleón y los tiranos, alentando a Hicetas. Los enfrentamientos terminaron, al fin, en el 338, con la derrota definitiva de Hicetas, que fue cogido prisionero y condenado a muerte.
Se firmó un tratado, por el que el dominio cartaginés en Sicilia se relegaba al oeste del Halycos. Timoleón se retiró entonces de la vida pública, aunque seguía siendo un ejemplo para toda la isla. Fue proclamado campeón griego de Siracusa. Y recordaba su patria de origen, Corinto, echando de menos sus abejas y a su hermano. Quizá no tanto a su madre, que tan injusta había sido con él.
Hasta su muerte, continuó asistiendo a la asamblea, a pesar de estar ya ciego, y expresando su opinión, que todos tomaban en consideración. Los ciudadanos de Siracusa, agradecidos por todo el bien que Timoleón había hecho a la ciudad, pagaron los costes de su entierro y un monumento a su memoria, que situaron en el mercado y rodearon con un pórtico y un gimnasio. El monumento se llamó Timoleonteum.
Todas las reformas de Timoleón duraron hasta los tiempos de Augusto, en el s. I, cuando el imperio romano dictaba las normas en todo el mundo mediterráneo y en Europa.
9.- Argantonio
Las conspiraciones se sucedían sin
interrupción. Argantonio llamó a su mejor amigo, Haerbal. Tenía que confiar en
alguien y que ese alguien le aconsejara lo que debía hacer.
-
No puedo
fiarme de nadie, sólo confío en ti. Te pido que vayas a Gadir, como mercader
particular, y averigües las negociaciones que se están llevando a cabo.
-
Iré
encantado, pero todos me conocen y sabrán que voy a espiar para ti.
-
Si te
disfrazas como mercader, nadie te reconocerá. Sobre todo guarda bien ese
amuleto tuyo de tabas, que todos conocen y envidian.
-
Haré lo que
me pides, pero ¿cómo voy a averiguar nada? En cuanto empiece a preguntar, todos
sabrán lo que pretendo.
-
Eres
inteligente y sabrás cómo debes indagar, sin levantar sospechas.
-
¿Cuándo debo
partir?
-
Cuanto antes.
Sal con una nave que no despierte sospechas. Te llevarás a mi fiel Balkas,
nadie sospechará de un eunuco.
-
En cuanto
tenga algo que comunicarte, te enviaré a Balkas con unas ánforas griegas,
llenas de garum. En su decoración deberás adivinar mi mensaje. Emplearé la
jerga, que usábamos cuando éramos pequeños.
-
Buena idea y
buena suerte, amigo.
En su camino a Gadir, Haerbal iba
recordando la historia de la gran ciudad. Gadir, la Fortaleza fue fundada por
Arzena, príncipe mercader de Tiro, por orden del oráculo y del rey Pigmalión,
en el s. X .a.c. Pigmalión había asesinado al legítimo rey de Tiro, Siqueo, su
cuñado, y había expulsado a su hermana Elisa, que se había refugiado en África,
fundando la ciudad de Cartago.
Gadir estaba formada por varias islas:
Eritrea, con los templos de Astarté y Baal Hammón. Kotinussa, la de los olivos
silvestres, con el templo de Melqart y Antípolis, enfrente de Kotinussa, un
islote. Estaba regida por un consejo de veinte miembros. Haerbal, seguido por
Balkas fue recorriendo las principales vías, donde se encontraba la fábrica de
garum, cerca del templo doble de Astarté Marina y de Hércules Tebano. Allí tuvo
que parar para sacrificar tres palomas para tener a los dioses propicios. No es
que fuera muy religioso, pero, por si acaso.
Al otro lado vio el zoco, donde debía
ofrecer sus mercancías, seguido de las fábricas de cristal, salazón y seda,
para concluir la avenida en el palacio de los Sufetes, llamado Torre de Tavira
de Cádiz. Allí tenía que ir en primer lugar, para pedir los permisos necesarios
para poner su puesto de venta en el zoco.
-
¿Qué
pretendes vender en nuestro mercado?
-
Traigo
láminas de bronce y cerámicas
-
¿De dónde
eres?
-
Soy de Turpa
y tengo permiso de mi rey Argantonio para vender nuestro bronce, a cambio del mejor
garum, el vuestro.
-
Debes pagar
el impuesto de la sociedad mercantil de Gadir, la Hibrum. Si lo prefieres,
puedes hacer el pago en especie, es decir la ofrenda al templo de Melqart.
-
¿En qué
consiste la ofrenda? Porque hasta que no haya vendido algo, no podré pagar ni
mi propia comida.
-
Eso lo
tenemos previsto. Ve al templo y pide que sacrifiquen una paloma por ti.
Entregas este documento que te daré y ya haremos cuentas, si tienes éxito en
tus negocios.
-
¿Y si no
vendo nada?
-
Entonces
tendrás que servir en el templo durante un día.
-
Me parece un
trato justo.
Con el documento en la mano, Haerbal se
dirigió al templo de Melqart, dejando al cargo de sus mercancías a Balkas, que
se sentó a las puertas del templo a esperar. Hizo como si durmiera. Era la
mejor forma de escuchar las conversaciones de los transeúntes, sin despertar
sospechas. Algunos, incluso, creyendo que era un mendigo, le echaban alguna
moneda. Balkar sonreía para sus adentros. No les vendría mal una ayuda
económica, para su arriesgada labor, o por lo menos, para comer algo.
Cuando Haerbal tuvo el permiso en la mano,
ya se había hecho de noche. Decidieron preparar su tenderete y cenaron bajo su
toldo, como hacían casi todos los mercaderes. En voz muy baja, Haerbal fue
contando a su compañero cómo se había fundado la ciudad de
Gadir. Melqart era un rey mítico de origen fenicio, de las ciudades de Biblos,
Tiro y Sidón y que llegó a ser deificado por su ayuda a las ciudades fenicias.
Pasó luego a describir el interior del
templo. El gran sacerdote presidía casi todos los sacrificios de los
suplicantes. Era el Archirréus. Dentro del templo, estaba el árbol áureo de
Pigmalión, con ramas de oro y frutos de esmeraldas. Las columnas eran de
oricalco, de ocho codos de altura y significaban las columnas de Hércules. En
la sala de los tesoros se guardaban el cinturón y el yelmo del troyano Teucro y
del ateniense Mnestheo. No tardaron en quedarse dormidos, con el frescor de la
noche y el cansancio del viaje.
Cuando amaneció, montaron su tenderete.
Detrás de las mesas estaba Balkas, colocando la mercancía y escuchando las
conversaciones a su alrededor. Haerbal se adelantaba para dirigirse a los
posibles compradores y convencerlos de la belleza y buena factura de sus
láminas de bronce y de sus cerámicas.
Un hombre, con aspecto de ser muy rico, se
paró ante el puesto y observó las láminas de bronce con gran interés. Tras él
estaba su séquito, donde se encontraban cuatro hombres y una mujer. La mujer
debía ser la compradora, porque observaba a los vendedores y hacía señas al
hombre que iba a comprar para ella.
-
¿Cuánto pides
por esta lámina de bronce?, dijo el hombre. Me refiero a la que brilla al sol
como si fuera oro.
-
¿Cuánto
ofreces?
El hombre miró a su señora, sin saber qué
contestar. Haerbal tenía que tantear la situación del mercado, porque nunca se
había ocupado de comprar en persona. Era el primer fallo de su plan. Tendría
que pensar esa misma noche cómo solventar ese tipo de problemas. La mujer se
adelantó y ofreció una bolsa repleta de monedas de plata.
-
Necesito que
me enseñes cómo grabar un mensaje en esta lámina. Me parece tan bella, que
estoy segura de que el sufete leerá con más detalle lo que tengo que escribir
en ella.
-
Ahora mismo
te enseño cómo hacerlo, señora, dijo Haerbal. Te regalo el estilete con el que
puedes grabar y, si quieres, yo mismo escribiré el mensaje para ti.
-
De acuerdo,
dijo ella. El mensaje va dirigido al sufete y debe escucharlo el Consejo de los
Veinte en la asamblea de ancianos. Sólo necesito que escribas el destinatario.
El resto lo haré yo misma.
Haerbal escribió el nombre del sufete y se
quedó con las ganas de conocer el texto del mensaje. Eso le habría
proporcionado algo que contar a su rey. Tras la primera venta del día, se
sentaron a tomar un refresco, porque el sol ya calentaba demasiado. Entonces
oyeron una conversación. Era el sumo sacerdote de Gadir, Zakarbaal, hablando
contra los reyes, como personas dobles, que fallan a sus aliados, si les
interesa.
Algo en el tono del sumo sacerdote no le
gustó a Haerbal. Esa tarde lograron vender dos ánforas y así pagar el adelanto
de la paloma, que les había hecho el templo. Seguía haciendo un calor
sofocante, por lo que decidieron dormir bajo el cielo estrellado. Pero no
pudieron dormir mucho, porque esa noche empezaba la fiesta agrícola de Gadir,
en honor a Astarté Marina. Esa noche gobernaban las mujeres. Al salir la Luna,
salía la procesión de las Kirinas, con trajes de púrpura y velos negros. Todas
llevaban cestillos con jacintos y azucenas. El negro significa el duelo por la
muerte de Adonis-Tanmuz, el amante de Astarté.
Cuando llegan al templo, se entregan por
una moneda al primer extranjero que las solicite. La diosa elige a uno de ellos
y le da su protección para toda la vida. La ofrenda que deben entregar a la doncella de la luna debe ser de cobre,
porque la depositan en un platillo con mercurio líquido. Si la ofrenda es de
oro o plata, se deshará. En cambio el cobre flota. Mientras Haerbal pasa el
rito de la doncella de la luna, Balkas escucha a los sacerdotes oficiantes cómo
piensan boicotear el comercio de Tartessos, ofrecer tratos a los fenicios,
rechazando a los griegos, y explorar la ruta de las Casitérides.
Al día siguiente, Haerbal y Balkas deciden
volver a Turpa. La ruta de las Casitérides ya estaba asiendo explotada por
Argantonio, que la mantenía oculta, porque estaba enviando colonos al mar de
los Atlantes y a sus islas. Pretendía que la cultura tartesia siguiera viva más
allá de las Columnas de Hércules. Argantonio escucha a su amigo con interés y
van juntos al oráculo de Therón. El oráculo dice que no deben emprender viajes
después del equinoccio de invierno y que es en Tartessos donde están los
conjurados.
Entonces el rey lleva a Haerbal a la Cripta
de los Inmortales. Allí le muestra las cartas de navegación de los Atlantes, la
ruta de las Casitérides y los arcanos de los tartesios. Allí está el mausoleo
de los reyes míticos de Tartessos, colocados en círculo:
-
Cryasor,
nacido de Medusa y casado con Callirhoe, hija del Océano, origen del pueblo
tartesio.
-
Gerión, padre
de Eryteheia, vencido por Heracles.
-
Nórax, nieto
de Gerión, que colonizó Sardinia en tiempos de Hylklus, hijo de Heracles, que
introdujo el culto al toro, amigo de Creta.
-
Gargoris y
Habis, fundadores de la dinastía de Argantonio, que enseñaron la agricultura e
introdujeron las leyes.
También se guardan allí los documentos de
los pactos con Gadir, Nora, Lixus y Utica, así como las cartas astrales de
planetas y constelaciones.
Dentro
del sepulcro de Cryasor está el gereb, documento de su herencia y de su
reinado, donde hay una carta marítima basada en cálculos cartográficos hacia
las Casitérides. En los sepulcros están las cartas de navegación hacia
Sardinio, Sicilia y Kirnos, la ruta de Libia y de las Islas Afortunadas, donde
ya había colonos tartesios.
Éstos eran los mapas que había copiado la
sibila y había entregado a Cartago. La sibila de la luna era la traidora. Y era
cómplice del sacerdote Zakarbaal de Gadir. Argantonio pensaba que sólo ella era
la traidora, pero quería descubrir a su cómplice. Celebra una fiesta, donde
presenta a sus nuevos socios carios, rodios y focenses. A la fiesta asiste su
esposa Klaitó y su segunda esposa Erguena, de la tribu de los gymnetes, casada
con el rey por un pacto tribal. Le rodean los diez jefes tribales que forman la
nación:
-
Elimos, rey
de los cilbicenos, marinos, primo de Argantonio
-
Abilonus, rey
de los hiberis, fundidores de metal de Olba
-
Turibas, rey
de los curetes del lago Ligur, herreros y forjadores, crían caballos y toros.
Son hermanos de los tartesios y Ispalis y Kart Yuba
-
Aruncio, re
de los ileates, agricultores y ganaderos de las llanuras del Tertis
-
Ousos, rey de
los massieni, frente al mar de Malaca
-
Carmunis, rey
de los bástulos
-
Lidos, rey de
los bastetanos, de las montañas nevadas del este, tribus guerreras de pelo
largo
-
Garos, rey de
la tribu del Orongis, amigo de Kulkas, custodio de las minas de plata, de los
maessi, de piel morena. Cultivan olivos tirios
-
Attenes,
príncipe de los cempsi, rubios y de ojos azules, de estirpe celta del río Anas,
que asegura la ruta del estaño y la plata en el norte de Iberia.
La comida estaba toda cocinada con aceite
de oliva de Ispali y con quesos de Arunda. Al final de la fiesta se quemó un
gran falo de madera de junco trenzado, símbolo de la fertilidad. En la cabecera
de la gran mesa estaba el símbolo lunar tartesio: una hoz de oro y unos cuernos
de bronce.
El rey Argantonio vivió más de cien años,
después de haber dirigido una de las más brillantes culturas de la antigüedad,
donde no se permitía la esclavitud y donde se apreciaba el trabajo de cualquier
persona, aunque fuera de baja clase social. Los tartesios abrieron la ruta
atlántica, haciendo desaparecer las leyendas de monstruos, creadas por los
fenicios, para que nadie traspasara las Columnas de Hércules. Los heraclidas se
habían extendido ya hasta Finisterre.
10.- Príamo. la
llave del comercio mediterráneo.
El pequeño Podarces veía con
entusiasmo cómo se iban construyendo las murallas alrededor de la fortaleza de
Troya. Le parecía increíble que esos enormes bloques pudieran ser colocados
firmemente y que las obras avanzaran con tanta velocidad. Fue corriendo a
contarle a su hermana mayor lo que veía todos los días.
-
Pues claro,
dijo ella, que tenía predilección por el más pequeño de sus hermanos.
-
Y ¿quiénes
son esos dos colosos que hacen el trabajo de varios hombres?
-
Se llaman
Posidón y Apolo. Apolo es sobrino de Posidón y dicen que son dioses.
-
¿Cómo pueden
ser dioses? Yo los veo igual que a los demás, contestó el niño.
-
Fíjate bien
en ellos. Son más fuertes y hacen mucho más trabajo que los otros obreros. Eso
sólo pueden hacerlo los dioses.
-
No entiendo
por qué trabajan, si son dioses.
-
Es que su
padre los ha castigado, por no obedecer y los ha mandado entre los mortales,
para que aprendan lo que es trabajar.
Un día oyó una fuerte discusión en la sala
del trono. Su padre Laomedonte era el rey de Troya y discutía con los dos
dioses.
-
No tengo por
qué pagaros por vuestro trabajo, porque sólo estáis cumpliendo el castigo de
Zeus.
-
Nuestro
castigo era pasar una temporada como mortales, no tener que construir tus
murallas, contestaba Posidón.
-
Yo creo que
es una forma de pagar por lo que hayáis hecho, dijo Laomedonte, y no me importa
por qué vuestro Zeus os ha castigado. No conseguiréis nada por mi parte.
-
Estas
murallas harán que tu ciudad sea inexpugnable. Creemos que es justo que nos
pagues lo que nos has prometido.
-
No tenemos
más que hablar. Aquí mando yo. Retiraos.
El pequeño Podarces corrió a ver a su
hermana Hesione. No entendía por qué su padre se negaba a pagar lo que había
prometido.
-
No me parece
justo. Un rey tiene que cumplir lo que promete. Si no, ¿cómo van a obedecerle
sus súbditos?
-
Es difícil de
explicar, dijo Hesione, sin querer reconocer ante el niño que su padre estaba
cometiendo una injusticia. Posidón es hermano de Zeus y Apolo es su hijo.
Intentaron rebelarse contra Zeus, pero no les salió bien.
-
¿Qué
significa rebelarse?
-
Pues... (no
sabía cómo explicar un concepto tan difícil a un niño tan pequeño). Hera, la
esposa de Zeus quiso quitarle el poder y aprovechó un día que estaba borracho
para atarlo, con ayuda de su hermano Posidón, que también quería el trono de
los dioses. Apolo lo ayudó, porque consideraba que Zeus se había portado mal
con su madre Leto. Mientras discutían, llegó el centímano Briareo y desató a
Zeus, que castigó a todos los conspiradores.
-
¿Qué es un
centímano?, preguntó Podarces, que siempre tenía que saber de qué hablaban los
mayores.
-
Un gigante
que tiene cien manos
-
¿Cómo va a
tener cien manos? Es imposible
-
Tú sí que
eres imposible. Tienes que buscar explicación a todo.
Hesíone estaba orgullosa de su hermano. Él
sí sería un buen rey de Troya, mucho mejor que su padre, pero era el más
pequeño y no tendría opción al trono. El pequeño siguió preguntando.
-
¿Y cómo los
castigó?
-
Pues el peor
castigo fue para su esposa Hera. La colgó del cielo sujetando su pelo con
argollas de oro y le puso pesos en los pies.
-
¡Qué
barbaridad! Y ¿no se le rompía el pelo?
-
No, porque
ella también es una diosa inmortal
-
Me parece una
tontería. Una cosa es que respetemos a los dioses y otra es que nos hagan
creernos estas historias.
-
¿Quieres que
te cuente lo demás o vas a seguir con tus reflexiones?
-
Sigue, por
favor. Es que no veo cómo se puede hacer eso a nadie. ¿Qué le hizo a los demás?
-
Pues a
Posidón y a Apolo los envió a servir al rey Laomedonte, nuestro padre. Lo que
hablaran sobre el trabajo que les encomendó ya no lo sé.
Podarces se marchó a reflexionar. Tenía que
encontrar una explicación a todo esto. Pero tuvo poco tiempo para ello,
porque al día siguiente se escucharon en
palacio las lamentaciones de los campesinos: una peste se iba extendiendo por
las regiones de alrededor y un monstruo marino devastaba los campos. Si seguían
así, pronto las cosechas se perderían y todos pasarían hambre.
Laomedonte sabía que era por su culpa y
trató de convencer a los dos dioses de que su gente no debía pagar por lo que
él había hecho. Ofreció a su hija Hesione en sacrificio.
Pasaba por la región el héroe Heracles y al
verla, decidió salvarla. A cambio, quería las yeguas inmortales, que el propio
Zeus había regalado a la casa real troyana, porque había raptado joven
Ganímedes, y se lo había llevado al Olimpo, para que fuera su copero.
Otra vez Laomedonte rompió su promesa,
intentando engañar al héroe y dándole unas yeguas mortales. Heracles se enfadó
y envió a sus dos heraldos Teucro e Ificles a reclamar su recompensa. Pero el
rey ordenó encarcelarlos y ya no pudo evitar la cólera de Heracles, que mató al
rey y a todos sus hijos, excepto a Hesione y a Podarces, para que la casa real
troyana tuviera un heredero y porque habían pedido a su padre que liberara a
los dos emisarios.
Hesione fue entregada a Telamón, amigo de
Heracles y Podarces se quedó como rey, aunque era demasiado joven. Le dieron el
nombre de Príamo, que significa “el comprado”. Telamón se llevó a Hesione a
Salamina y tuvo con ella un hijo, Teucro, que luego formaría parte de la
expedición aquea contra Troya.

Desde entonces se dedicó a aumentar el
poder y la riqueza de Troya, mediante pactos o expediciones guerreras, por
ejemplo contra las amazonas. Su principal objetivo era controlar el tráfico de
mercancías, cobrando una tasa a todas las embarcaciones que pasaban por Troya.
Troya se iba enriqueciendo y ninguna otra
ciudad podía competir con ella. Sus guerreros llevaban armas de oro y sus
mujeres lucían joyas jamás vistas. Las llanuras se llenaban de caballos de raza
y todos los ciudadanos aumentaban su fortuna y sus recursos.
Enseguida apareció un rival comercial,
Micenas, que pretendía también controlar el comercio y la navegación del
Mediterráneo oriental. Las riquezas y la cultura troyana ya eran famosas en
todo el Mediterráneo y el rey Agmaneón era avaro, envidioso e insaciable. Ya
había conseguido que su hermano Menelao se casara con la heredera del trono de
Esparta, la bella Helena.
Agamenón consideraba que también le
pertenecía el reino de su hermano. Tenía que buscar un motivo de discordia y
convencer a todos los demás reyes de las ciudades griegas, para atacar a Troya.
Si todos se unían, Troya caería y sus recursos pasarían a sus manos.
Cuando Hécuba, la esposa principal de Príamo, se quedó
embarazada por enésima vez, Casandra, una de sus hijas, dijo que el niño no
debía nacer, porque destruiría Troya. Como siempre sucedía, nadie la creyó.
La princesa Casadra tenía el don de la profecía, igual
que su hermano mellizo Héleno. La diferencia era que a ella nadie la creía y a
él sí. Ella había desairado una vez a Apolo, dios de la adivinación y él la
había castigado haciendo que nadie la creyera. Y Héleno nunca se metía en
problemas: si un tema era escabroso, no daba su opinión.
Príamo había tenido un sueño, en el que el nuevo bebé
era una tea ardiendo, que incendiaba la ciudad. Los sacerdotes dijeron que
alejaran al niño de la ciudadela y así lo hicieron en cuanto nació. Lo enviaron
al monte Ida y unos pastores lo criaron como hijo propio. Nadie le dijo que era
un príncipe de la casa real.
Pasados unos años, Héctor, el heredero del trono
troyano, organizó unos juegos, en los que participó un joven pastor.
-
Padre, dijo la
princesa Casandra, no admitas a ese joven en el torneo. No debe entrar en
palacio.
-
¿Por qué?,
preguntó Héctor. Parece hábil y es un buen arquero. Quizá nos convenga
contratarlo.
-
Destruirá el
palacio, y después toda la ciudad. Todos nosotros moriremos y la cultura
troyana desaparecerá.
-
¿Qué tonterías
estás diciendo? Vete a contar tus historias a quien quiera escucharlas.
Casandra se marchó, sabiendo que nadie la escucharía.
Vio cómo su padre hablaba con el joven y tembló cuando su madre Hécuba se echo
a llorar y perdió el conocimiento, al ver al joven. Lo habían reconocido como
su hijo menor Paris. Enseguida fue integrado en la corte. Héleno, por su parte,
no quiso dar su opinión al respecto.
Los problemas en el control del Mediterráneo
continuaban y Príamo decidió enviar una expedición de paz a Esparta, a la corte
de Menelao, hermano de Agamenón, buen guerrero y más noble que su hermano.
Príamo envió como jefe de la expedición a su hijo menor Paris, que debía
presentar una demanda, para que devolvieran a sus tía Hesione.
Y Paris volvió sin Hesione y con la reina de Esparta,
Helena, que estaba harta de su esposo. Helena fue recibida como esposa de Paris
y aceptada por sus cuñadas, excepto por Casandra, que sabía lo que iba a
suceder.
Efectivamente, tal como Casandra había predicho,
Agamenón organizó una flota, contando con la ayuda de casi todos los jefes
aqueos y se dirigió a Troya. Su interés era apoderarse del comercio del
Mediterráneo, y su disculpa fue ir a recuperar a su cuñada. Sólo Menelao iba a
buscar a su esposa, los demás sabían el verdadero motivo de la guerra.
Pasaron diez años, en los que ninguna batalla parecía
definitiva. Había muerto el príncipe Héctor, el jefe del ejército troyano, a
manos del mejor guerrero griego, Aquiles, que también había resultado muerto
por una flecha que se clavó en su talón.
-
¡Los griegos
se marchan!!, gritaba la gente por las calles
-
No puedo
creerlo, dijo Príamo, asomándose a las puertas Esceas.
-
Las naves ya
han superado Tenedos, y en la playa no queda ningún guerrero, decía Andrómaca,
la viuda de Héctor. Llevo varios días aquí, esperando que la muerte también me
lleve a mí.
-
No digas eso,
hija, tu hijo Astianacte será mi heredero y debes mantenerte viva, para dirigir
su educación, como habría hecho su padre.
-
Esa es mi
única razón de vivir, contestó Andrómaca, la más querida de sus nueras, y la
más fuerte de las mujeres de la casa real.
También otros miembros de la casa real se
habían acercado a las murallas y observaban esperanzados la marcha de los
griegos. Sólo Helena temía que todo fuera un engaño, porque conocía al que
había sido su cuñado, Agamenón.
-
¿Qué es eso
que han dejado delante de nuestras murallas?, preguntó entonces Helena. Parece
una ofrenda ritual, pero no me fío de los aqueos.
-
Es un caballo
de madera. Será una ofrenda, para conseguir una buena navegación de regreso.
-
Debemos
preguntar a los sacerdotes, dijo Andrómaca. Yo tampoco me fío de los aqueos.
A pesar de la negativa del sacerdote
Laocoonte, Príamo se fió de la explicación de un desertor griego. Era una
ofrenda para la diosa Palas, que aseguraba que Troya se salvaría. El caballo
fue introducido en la ciudad y en él los guerreros griegos, que la destruyeron
e incendiaron.
Príamo vio morir a casi todos sus hijos,
excepto a Casandra y Héleno, que fueron tomados prisioneros, y él mismo y su
esposa Hécuba murieron a manos de Neoptólemo, el hijo de Aquiles.
La profecía de Casandra se había cumplido.
Troya fue destruida hasta los cimientos y Príamo tuvo que sufrir la destrucción
de su reino, que con tanto esfuerzo y cariño había construido. El único
descendiente que sobrevivió fue Ascanio, el hijo de su hija Creusa y del
príncipe dárdano Eneas, que consiguió salir con vida, para fundar una nueva
Troya.
ATLANTIS.......
2ª parte de la trilogía de Atlantis:
LA CONFEDERACIÓN
Tras diez años dedicados a la construcción de puentes y
canales, las islas del Egeo se habían visto modificadas. Algunas habían
mejorado su economía, sus relaciones y sus expectativas de futuro; otras
seguían como antes, aunque era importante el aumento de las relaciones entre
unas y otras, las amistades e incluso los matrimonios; otras habían empeorado
su situación económica, habían persistido en sus odios, rencores e
individualismos, con razón o sin ella. Algunas habían desaparecido, por
fenómenos naturales. La Madre Naturaleza, tras varios avisos, había dicho la
última palabra.
Lo que no había cambiado demasiado era el
poder y dominio de la isla de Creta. Gracias a los puentes interinsulares, los
espías de Ira la informaban puntualmente de todos los sucesos de cada isla. Y
ella informaba a su esposo, cuando le convenía. A veces, procuraba ocultarle
hechos, que él habría considerado importantes.
1.- Delos,
la brillante
Diez
años duraron las obras para construir los puentes, que unieran a la isla de
Delos con las de Naxos, Paros y Tinos. Sus gobernantes Dión, Hebe y Posidón
estuvieron de acuerdo en la forma y situación de los puentes, dejando la
entrada y salida cerca del mar, de modo que también se pudieran amarrar allí
las naves, por si tenían que seguir viajando por mar.
Se le ocurrió preguntar en primer lugar a
su amigo Febo, que parecía ser amigo de todos los nuevos jefes de los clanes.
Él ya dominaba la adivinación y seguramente sabría dar una solución. Pero
Sérifos estaba lejos y, cuando llegara la respuesta de Febo, los manzanos
habrían muerto. Tampoco sus nodrizas sabían dar una solución, hasta que Eunomía
pensó en una isla lejana, en otro mar, que podría quizá tener y cuidar los
manzanos. Esto tenía que pensarlo bien, porque ese jardín estaba en las
Hespérides y era difícil llegar allí y recogerlas.
3.- Los
rivales
Dión tenía ya 14 años. Como jefe del Clan de
Viticultores había decidido que todos los habitantes tuvieran las mismas
oportunidades, de forma que no quiso ser jefe de nadie en la isla color vino.
En cuanto se iniciaron las obras del puente que los uniría a las islas de Tinos
y Paros, había intentado preservar sus viñedos del polvo que provocaban los
trabajadores.
No
quiso que ninguno de sus viticultores dejara sus quehaceres con las viñas y
pagó a trabajadores de fuera para que realizaran las obras. Mandó cubrir todas
las cepas con telas, que preservaran las plantas. Así consiguió que sus vinos
fueran de la misma calidad que antes.
Aprovechando
las relaciones que le proporcionaba su colaboración con Posidón, tuvo largas
charlas con él: para tratar de eludir el dominio de Creta y para sentar bien
las bases de sus futuras amistades. Tenía muy claro que se relacionaría con
quien quisiera, no con quien decidiera su padre Zeus. Así pues, sus
preferencias fueron para la dulce Hebe y para el rebelde Dédalo. En cambio,
empezó a cortar relaciones con Febo y los muchos amigos que éste se había
hecho, como Sibila, Selene, por supuesto Artemis, a la que consideraba cruel y
despótica y, sobre todo, no pensaba
relacionarse con Palas, que era la viva imagen de su padre, aunque más
inteligente.
Nefeli,
su querida nodriza había muerto. También en Naxos se habían dado tremendas
tormentas y un día, cuando estaba en la playa tomando el sol, una ola arrastró
a Nefeli, que no supo defenderse contra el poder del mar. Unos días después,
apareció su cadáver en la playa. Dión la lloró, porque era la única madre que
había conocido y la persona a la que más quería, después de a sí mismo.
Pero
seguía viéndose con Hierón de Trinacria y haciendo algunos viajes. Podía
permitírselo, porque, además de las ganancias que obtenía con la venta de las
uvas, su padre Zeus le enviaba, de vez en cuando, una bolsa de oro, quizá para
compensar el poco caso que le hacía. Nunca había viajado Zeus a Naxos, pero
enviaba mensajeros de vez en cuando, para que le llevaran el oro a Dión y para
recibir, a cambio, hermosos racimos de uvas, que le gustaban bastante.
La
rivalidad con Febo empezó cuando el oráculo dijo que su amistad con Dédalo
terminaría de forma brusca. Dión no podía entender por qué Febo se metía en
medio de una amistad, que parecía firme. Además Dión era rencoroso y vengativo,
a pesar de que casi todo le daba igual, mientras no le atacaran a él
directamente. El hecho de que el oráculo hablara sobre algo que no parecía
tener fundamento hizo que Dión cortara las relaciones con Sérifos.
Posidón, que disfrutaba
fomentado las rivalidades de los demás, le dijo que Febo se consideraba mucho
más inteligente que él. Y Dión sabía que tenía razón, por lo que su envidia se
acrecentó. La verdad es que eran muy diferentes: Febo se dedicaba a actividades
de la inteligencia, mientras Dión se dedicaba a los placeres materiales, entre
ellos, a disfrutar del buen vino que le proporcionaban sus viñedos.
Cuando los viticultores se dieron cuenta
de que el tiempo cambiaba ostensiblemente y que sus viñedos peligraban, Dión,
como hombre práctico, decidió visitar a su amigo Hierón de Trinacria. Cuando
llegó se dio cuenta de que Hierón ya era anciano y pensaba dejar el poder en
manos de su hijo Gelón. La familia repetía continuamente los nombres de sus
vástagos masculinos: todos se llamaban Hierón o Gelón. ¡Qué poca imaginación!,
pensó Dión.
Lo primero que planteó
Dión fue llevar sus cepas a Trinacria, que era una isla muy fértil. Los vientos
y lluvias mediterráneas ayudaban a la agricultura, de forma que muchas regiones
de la cercana Thirrenia y de la no tan cercana Hélade la consideraban como su
granero. Hierón aceptó de buena gana la oferta de Dión y le comentó que él, a
su vez, pensaba probar fortuna en las islas de la lejana Hesperia, donde había
oído decir que el clima era mejor que en Trinacria, porque estaban más
resguardadas de las inclemencias marinas.
Ambos pensaron que
llevarían a Hesperia sus cepas, donde suponían que crecerían en libertad y con
buenos resultados. También pensó Dión en su amiga Hebe, que le había dicho que
sus manzanos dorados se estaban secando, por causa del polvo de las obras de
los puentes y canalizaciones. Probarían suerte con ambas cosas, los manzanos y
las cepas.
También conservaba Dión
la amistad de Filomelo, el delfín que le había salvado en su primer viaje a
Trinacria. Pero el delfín ya estaba viejo y cansado y le había comunicado que
en breve iría a morir con los suyos, aunque también había conocido, por medio
de Filomelo a otros amigos delfines, que seguirían yendo a pasear con Dión.
Un día en que Dión fue
a visitar la tumba de su querida Nefeli a la playa, se encontró a una joven,
que le pareció bellísima. Estaba dormida y con vivas señales de haber llorado.
Esperó a que despertara, observándola desde una distancia prudencial, para no
asustarla. Ella, al verle, volvió a echarse a llorar. Cuando Dión le preguntó
por la causa de sus lágrimas, ella le contó su historia.
Era hija de un noble de
Creta y había ayudado a un heleno, que había ido a matar a su medio hermano
Minotauro, que asustaba a todo el que se atrevía a entrar en el laberinto,
donde lo habían encerrado. Ella se llamaba Ariadna y el heleno que la había
llevado con él para agradecerle su ayuda, se llamaba Teseo. La verdad era que
Ariadna se había enamorado de Teseo, pero él no la correspondía. Cuando la nave
de Teseo se acercó a la isla de Naxos para coger agua y comida, Ariadna,
cansada, se quedó dormida en la playa. Y Teseo partió sin ella.
Dión la consoló y la
llevó con él a su propia cabaña, para que se repusiera y luego le dijera qué
quería hacer o dónde quería ir. Los días de estancia en Naxos fueron como un
bálsamo para Ariadna, que no parecía querer marcharse de allí. Los días se
convirtieron en meses, cuando ambos jóvenes se dieron cuenta de que se habían
enamorado.
El siguiente paso de
Dión fue proponer matrimonio a Ariadna, que aceptó encantada. Las fiestas
fueron espectaculares, con competiciones vinícolas, donde todos los habitantes
de la isla competían bebiendo, hasta ver quién quedaba en pie, que sería el
ganador. Ariadna y Dión tuvieron un hijo, al que llamaron Enopión, nombre que
recordaba el vino que se fabricaba con las uvas de la isla.
Cuando empezaron las
lluvias y los viñedos peligraron, Dión decidió marchar de Naxos y buscar
fortuna en otras tierras. Ariadna lo acompañó con su hijo y se embarcaron en
una nueva aventura. Llegaron a las costas de Hélade y se asentaron en la ciudad
de Argos. Allí se enteró Dión de que su ya enemigo Febo iba a conquistar un
oráculo en la región del Parnaso. La ciudad se llamaba Delfos. Dión enseguida
se propuso disputarle el oráculo a Febo. Dejó a Ariadna en Argos y se embarcó
hacia Parnaso.
Llamó a sus amigos
delfines, que le habían seguido durante la travesía hacia Hélade, y les
preguntó la mejor forma de llegar hasta Delfos. La región era montañosa y el
mar resultaba muy peligroso, de modo que los delfines ayudaron a Dión a llegar
hasta la costa más cercana a la cordillera del Parnaso.
El
camino hacia las montañas era difícil, aunque nada le parecía demasiado, si
conseguía vencer a Febo. Pero cuando llegó, Febo ya había vencido al anterior
señor del oráculo, llamado Pitón, y se había hecho dueño de la caverna y de las
profecías.
Dión,
sin poder disimular su envidia y su rabia, volvió, con ayuda de los delfines,
hacia Hélade, donde se reunió con su esposa Ariadna. Sin embargo, como hombre
astuto, pensaba en cómo recuperar sus dominios y en cómo vengar la muerte de su
madre Sémele, a la que seguía teniendo en su mente.
En
Argos se enteró de que su madre había muerto por la envidia de Ira, que la
consideraba una rival peligrosa para ella. Ira consiguió engañar a Sémele, de
modo que fue a consultar a una vieja profetisa, que vivía en una cueva en lo
alto de una montaña. Subiendo hacia allí la alcanzó un rayo, que la fulminó. La
viaja profetisa sacó al niño, que aún no había nacido y se lo entregó para su
cuidado a las ninfas de la lluvia.
Transcurrido
mucho tiempo, llegó a ser inmortalizado como dios de las cosas materiales, en
contraposición a Febo Apolo, dios de la inteligencia.
4.-
Desaparición de Thera
Las primeras manifestaciones del
desastre natural que iba a suceder, se dieron en la isla de Thera. Después de
construir el puente que la unía con
Amorgos, empezaron a notarse movimientos sísmicos y el mar desató su
furia contra la isla. El puente con Creta fue imposible, o así lo consideró
Palas, de modo que movilizó a sus tropas y las fue transportando a Creta.
Su intención final era ir a vivir
con su padre, a pesar de la repulsión que le producía su esposa Ira. La reina
de los blancos brazos, como la llamaban todos, contrastaba con la piel tostada
de Palas, que vivía al aire libre, y cuyas armas y vestiduras eran de color
negro, igual que todos los hombres y mujeres que formaban sus escuadrones.
El Clan de la Lanza y sus guerreros
fue trasladándose a la isla de Creta, que lo acogía con interés, porque se
sentían protegidos por la joven guerrera. También su amiga Gnome estaba
contenta al cambiar Thera por la isla de Creta, donde veía más posibilidades de
futuro. Ambas jóvenes tenían ya 20 años y la idea fija de no casarse, porque
seguían considerándose superiores a cualquier hombre que conocieran. Habían
tenido varios pretendientes, que habían sido rechazados sin contemplaciones.
Las dos amigas habían decidido ser
las últimas en abandonar la isla, después de haber puesto a salvo a sus
compañeros. Su decisión resultó ser acertada, cuando vieron que no sólo había
seísmos y grandes olas, sino que empezó a sentirse un calor abrasador de día y
de noche, lo que hizo pensar a Palas que algo se estaba removiendo en el
interior de la tierra.
Efectivamente, un día los sorprendió
un río de fuego que salía de la montaña, seguido de grandes estallidos
atronadores, cuando la montaña expulsaba al aire trozos de piedra que parecía
ser de fuego. Ya estaban saliendo las últimas naves con dirección a Creta,
cuando un gran maremoto arrasó la isla. También el éter parecía estar de
acuerdo con la catástrofe, porque empezó a llover como nunca habían visto
antes.
Esta circunstancia vino a ser
beneficiosa, de algún modo, puesto que la lluvia torrencial apagó, de momento,
el fuego de la montaña y la nave donde iban Palas y Gnome pudo poner rumbo a
Creta. Llegaron con grandes dificultades, pero sanas y salvas, como la mayoría
de sus compañeros.
Pocos días después de su llegada,
vieron cómo su querida isla estallaba a causa del fuego volcánico. Las cenizas
se veían desde Creta y llenaban las aguas, volviéndolas de color gris. Pasaron
varios meses hasta que el agua volvió a tener su color azul característico. El
puente con Amorgos había desaparecido y las distancias se hacían mayores,
porque ningún barco se aventuraba a navegar en las revueltas aguas del Egeo.
Gnome estaba triste porque no podía
olvidar a su querida Thera, pero Palas la animaba diciendo que estarían mucho
mejor en Creta. Tenía la idea de viajar por otras tierras y tener su propia
ciudad. A pesar de que seguía queriendo a su padre, ella quería tener sus
propios dominios.
Y, después de pensarlo mucho, un día
decidió hablar con su padre y proponerle un viaje. Zeus frunció el ceño, como
solía hacer cuando algo no le parecía demasiado seguro, pero al fin le aconsejó
diversos lugares, donde podría establecerse. El primer viaje debía ser a tierra
firme, a la Hélade, donde ya otros habitantes de las islas habían buscado
refugio. Allí ya podría planear su siguiente destino.
Para llegar al continente heleno, la
mejor opción era hacer una última parada en Andros, donde ya gobernaba Dédalo.
Era la isla menos dañada por los seísmos y maremotos y parecía una buena posibilidad.
El problema era que Dédalo mantenía el rencor de su padre hacia Zeus y hacia
ella. No en vano había sido la primera isla que había sufrido sus incursiones
militares.
Pensando que de alguna forma podría
tratar con Dédalo sin despertar antiguos rencores, se puso en camino hacia
Andros. La gente aún recordaba la muerte de la mayoría de los suyos a manos de
las patrullas de Palas, sobre todo Naucrates. No podía olvidar que sus padres
habían muerto cuando aún era muy pequeña y seguía echando la culpa a Palas. No
quiso influir en su esposo, así que dejó que él tomara su decisión.
Y la decisión de Dédalo fue decir a
Palas que era mejor que se marchara. Palas ya se había imaginado la situación y
ya había equipado su nave, para emprender su viaje definitivo. Llegó a las
costas de Hélade y se asentó con su grupo de guerreras en una región llamada
Ática. Allí se dirigió al principal
asentamiento, que le pareció el mejor, porque tenía una acrópolis bien
defendida por las rocas y con abundante agua.
Estando allí, llegó Posidón, que
también estaba buscando un lugar para asentarse. Posidón siempre había
pretendido seducir a Palas, aunque sabía que ella lo despreciaba. Sabiendo que
ella siempre ponía a dos de sus guerreras para hacer guardia, acechó hasta que
vio el momento de acercarse. Intentó violarla, aunque no lo consiguió, porque
ella escapó a tiempo. Pero el producto de su deseo cayó en la tierra y la madre
Tierra engendró un hijo.
Palas adoptó al bebé, porque
consideraba que había nacido por causa de ella. Lo llamó Erictonio y, como ella
no podía (o no sabía) cuidarlo, se lo entregó a tres hermanas, que vivían en el
asentamiento. Las tres hermanas, Herse, Pándroso y Aglauro dejaron caer al bebé
y Palas las acosó de tal forma que se volvieron locas. Dos de ellas se
arrojaron desde lo alto de la acrópolis, convencidas de que no servían para nada.
No quedó ahí el acoso de Posidón.
Cuando Palas consiguió que su hijo adoptivo llegara a ser el jefe del
asentamiento, los habitantes de la región buscaban una buena protección y
ofrecieron a Palas la protección de su territorio. Entonces volvió a
presentarse Posidón, diciendo que él era mejor protección, porque dominaba el
mar mejor que ella.
Sin saber qué hacer, los hombres y
mujeres del lugar propusieron una competición entre ambos: el que ofreciera
mejor regalo para ellos sería su protector. Posidón dio un golpe en la roca con
su bastón y salió agua del mar.
Agua
salada, que no les pareció demasiado interesante. Palas ofreció un olivo, que
había traído consigo en su viaje. Los habitantes de la roca eligieron a Palas,
porque el olivo les parecía mucho más útil. Desde entonces lo consideraron el
árbol de la paz.
Posidón se marchó enfadado, mientras
Palas se quedó como protectora de la acrópolis y de los terrenos anexos.
Decidieron poner el nombre de Palas a la nueva ciudad que se iba formando.
Palas Atenea, por lo que la ciudad se llamó Atenas.
Pasado el tiempo, la historia se
convirtió en mito y llegaron a deificar a Palas, a la que dieron el nombre de
Palas Atenea. Los progresos posteriores de la región se le atribuyeron a ella y
todos los años, el día séptimo del mes séptimo, celebraban fiestas en honor a
Atenea, a la que regalaban un manto nuevo, fabricado por las doncellas de la
ciudad.
Se hacía una procesión en la que
todas las doncellas solteras participaban para honrar a su protectora, que
seguía siendo soltera. No sólo protegió a la región con sus tropas, que fueron
aumentando paulatinamente, sino que les enseñó el arte de navegar, de forma que
los atenienses llegaron a ser la primera potencia marina de su tiempo.
Como doncella llegó a llamarse
Atenea Párthenos y como guerrera se llamó Atenea Prómajos.
5.-
Febo viaja al Parnaso
La isla de Sérifos estaba destinada
a desaparecer, como le sucedería a otras islas del Egeo. Los seísmos y
maremotos se habían multiplicado, tras la construcción de los puentes, que la
unían con Amorgos y Paros. La placidez de sus playas ya no era tal, porque el
mar se había tragado la mayoría de la arena y los pescadores ya no podían
recoger el pescado que solían tener como alimento básico.
El clan de la lira se iba
dispersando, porque todos los habitantes de la isla, más tarde o más temprano,
iban emprendiendo su viaje de salvación, antes de que los puentes se perdieran
del todo, porque la aventura de viajar por mar les resultaba peligrosa. Quien
más quien menos, todos tenían miedo a un futuro incierto.
También Febo, con 17 años, consideraba que
debía buscar un nuevo destino. La isla de Delos, la flotante, no parecía tener
tantos riesgos como las otras islas. Todos habían llegado a la conclusión de
que la tierra se revolvía a partir de Thera, y las islas más lejanas tardarían
más en perder su estabilidad. Por supuesto, la mayoría de los jefes de clan creían
que la isla de Thera había desaparecido la primera, como castigo de la Madre
Naturaleza, por su afán de dominio y sus incursiones guerreras.
Febo se había convertido en un experto
médico, utilizando las plantas que tantas veces había recogido y aprendido a
emplear, con ayuda de la nodriza Eufeme. También había aprendido a recoger el
veneno de algunas serpientes, que, administrado en cantidades dosificadas,
servía para aliviar todo tipo de dolores.
Mnemósine había muerto, a pesar de
los esfuerzos de Febo para aliviar sus dolores de
cabeza, que en los últimos días le habían resultado insoportables. Febo seguía
dedicándose también a su música, que salía de su lira con una facilidad
asombrosa. Incluso había formado una especie de escuela de música, en la que
participaban todos los jóvenes que sentían la necesidad de expresar sus
sentimientos por medio de la música. Pensaba llevarlos consigo, si conseguía
viajar al lugar que se había propuesto.
También había aprendido a
interpretar las señales que le revelarían el futuro, gracias a las enseñanzas
de Urania. Una de las mejores cualidades del joven era saber escuchar y saber
observar. Urania le había inculcado la paciencia necesaria para escuchar lo que
tuvieran que decirle. Escuchando, podía adivinar lo que cada uno
necesitaba.
Cuando los puentes empezaron a caer
y los canales que cruzaban la isla empezaron a traer el agua turbia, que ya no
servía para beber, decidió emprender su viaje, con todos los que quisieran
acompañarle. Entre ellos las tres jóvenes que le habían educado. Quizá influido
por su hermana Artemis, aún no se había decidido a tomar esposa, aunque había
tenido varias aventuras amorosas.
Una de ellas había sido con una de
las amigas y compañeras de su hermana, Cirene, joven cazadora, que, como
Artemis, había decidido no casarse. Pero al conocer el amor de Febo y nublada
por su belleza, cedió a sus deseos y tuvieron un hijo, llamado Aristeo. Aristeo
se convertiría con el tiempo en el mejor apicultor de la época.
Después de equipar las naves, que
transportaban a casi todos los habitantes de Sérifos, pusieron rumbo a tierra
firme, a la Hélade, que otros isleños habían elegido como meta. Pero en lugar
de quedarse en la región del Ática, se dirigió a la gran isla que había fundado
Pélope, el Peloponeso. Allí varó sus naves y siguió el viaje a pie.
Llegó a Epidauro, ciudad con
frondosos bosques de eucalipto, cuyas propiedades ya conocía. Le gustó tanto
que decidió fundar allí un oráculo y una escuela de medicina. Al frente de ella
puso a su hijo Asclepio, hijo de Corónide, una de sus aventuras, que, como casi
todas, acabó desgraciadamente, porque Corónide fue atravesada por una flecha de
Artemis, que no perdonó el desliz de Corónide con su hermano. Asclepio aprendió
de su padre el arte de la medicina, las plantas y el veneno, como remedio
curativo, y, quizá lo más novedoso, el arte de curar por medio del sueño.
Inducían al paciente a dormir y luego, durante el sueño, se le revelaba su
propia curación.
A pesar de que los amores de Febo duraban
poco tiempo, mientras iban de camino a su nuevo destino, tuvo una aventura algo
más duradera con Urania, su consejera en materia de adivinación. De esta
relación nacieron dos famosos músicos, Lino y Orfeo.
Desde Epidauro, Febo siguió andando
hasta encontrarse con el mar de nuevo. Para llegar al destino que había soñado,
Delfos, debía volver a cruzar el mar y, esta vez, lo hizo solo, con ayuda de
los delfines, que se prestaron voluntarios a llevarle hasta la cordillera del
Parnaso.
Después de salvar la distancia hasta
Delfos, a través de los montes, donde dejó a sus jóvenes compañeras Calíope,
Melpómene y Urania, para que fundaran una casa de las artes, se dirigió solo al
oráculo, que era propiedad de un anciano llamado Pitón. Trató de convencerlo para
que le cediera el lugar, alegando que él ya era viejo y que él traía ideas
nuevas, pero el anciano Pitón no quiso escucharle y se aprestó a la lucha.
Lógicamente venció el atlético Febo, por su juventud y por su preparación
física.
Empezó a organizar el oráculo,
pensando que necesitaría alguien que le ayudara. Enseguida se acordó de su
amiga Sibila. Si ella también emigraba, intentaría convencerla para que le
ayudara. El joven Febo se puso al día de las redes de información que ya
funcionaban con Pitón, informaciones que le serían de gran utilidad para saber
lo que pasaba en todas partes y así poder acertar en sus vaticinios.
Poco a poco fueron llegando sus
antiguos compañeros, que se pusieron rápidamente a colaborar con él en su gran
empresa. Pronto se dieron cuenta de que estaban bien entrenados como corredores
y decidieron construir un estadio, para realizar carreras y otros deportes
atléticos, que realizaban todos los días al despuntar el alba. Otra de las
ventajas del lugar era la existencia de una fuente de agua clara y continua: la
llamaron Calirroe “la que fluye bien”. Y al lugar del oráculo le pusieron el
nombre de Delfos, en recuerdo de los delfines que habían ayudado a Febo a
llegar.
Cerca del oráculo, construyeron una
especie de santuario, para que los suplicantes, que venían a pedir consejo o
adivinación, pudieran reposar del viaje y presentaran sus peticiones a Febo.
Solía atender a todo tipo de personas; si eran ricos, les pedía como pago una
cantidad de oro; si eran pobres, los atendía gratuitamente. Eso sí, todos
debían llevar un cabrito recién nacido, al que bañaban en la fuente Calirroe.
Si el animal temblaba con el agua helada, la pregunta era respondida. Cerca del
santuario, construyeron una casa, donde se alojaban los antiguos sacerdotes de
Pitón, ya asimilados a las nuevas ideas de Febo.
Febo observaba a los peticionarios,
como bien le había aconsejado Urania, y con sus informaciones, relativamente
recientes, daba sus oráculos, de forma tan ambigua que siempre acertaba. La sacerdotisa,
a la que pronto llamaría pitonisa, en recuerdo de Pitón, daba respuestas, que
parecían absurdas y que luego eran interpretadas y explicadas por los
sacerdotes.
En el lugar en que se situaba la
pitonisa había una cueva con emanaciones sulfurosas, lo que hacía que la joven
entrara en una especie de ensoñación, que, unida a los efectos de hojas de
laurel, que masticaba, daban la impresión de que la pitonisa estaba en trance.
Poco tiempo después de la situación de trances, daba su respuesta.
El oráculo se hizo tan famoso que
llegaban personas de toda la Hélade, e incluso de tierras lejanas, para hacer
sus preguntas. Con el tiempo, el personaje de Febo fue objeto de múltiples
historias y mitos, de modo que los habitantes de Delfos lo divinizaron.
6.- El laberinto
La isla de Andros estaba tan lejana
a la zona de los seísmos que pensaron que a ellos no les llegaría el castigo de
la Madre Naturaleza. Su puente con Tinos aún no se había destruido y las
canalizaciones de agua seguían trayendo el agua pura a todas las casas, aunque
estaban acostumbrados a refrescarse y beber en las fuentes naturales que poseía
la isla. El lugar seguía manteniendo su color verde característico y sus
frondosos bosques y fuentes.
Dédalo y Naucrates se habían casado
y Eupálamo dejó la jefatura del grupo a su hijo. A nadie extrañó la boda de los
dos jóvenes, porque se amaban desde niños, y siempre habían estado juntos,
desde que murieron los padres de Naucrates. Las fiestas de la boda fueron
juegos acuáticos, que seguían realizando, a pesar de que la reconstrucción de
la isla, tras el ataque de Palas había sido lenta y difícil. Sobre todo porque
habían quedado muy pocos y la repoblación les parecía poco menos que imposible.
El Clan del Toro había aumentado
gracias a algunos familiares, que se habían quedado en la isla para ayudar y
luego ya no se quisieron ir. Gracias a la venta de objetos de oro y tallas de
todo tipo, habían podido salir adelante. Los amigos de Eupálamo, Licos y
Dorcas, habían sido pilares en los que todos se habían apoyado para levantar la
economía. Los jóvenes ya estaban todos en edad de casarse y formar nuevas
familias, que ayudaran al desarrollo de la isla. Dédalo ya tenía 17 años. Las
aventuras de otros jóvenes de islas cercanas habían llegado a oídos de todos
ellos y muchos soñaban con viajes sencillos y productivos.
Dédalo y Naucratis pensaron llegar
al continente, como hacían todos. Llegaron al Ática y se asentaron en la ciudad
de Atenas. Pero no se encontraban demasiado a gusto, porque Palas ya había
extendido su dominio por toda la región, aunque no ponía pegas a nadie, porque
necesitaba población. En Atenas, crearon un taller de orfebrería, donde pronto
tuvieron aprendices.
Uno de ellos era el hijo de su
hermana, llamado Pérdix, a quien su madre dejó con Dëdalo para que aprendiera
el oficio de orfebre. El joven Pérdix era tan inteligente que no sólo aprendía,
sino que trataba de imaginar nuevas técnicas y aparatos. Entre sus inventos
estaba la sierra, que imaginó probando con espinas de pescados grandes o
mandíbulas de serpientes. También había inventado el compás, el formón o el
torno de alfarero, después de mucho practicar con los objetos más
inverosímiles.
Dédalo empezó a tener envidia de su
sobrino y, aprovechando que se habían acercado al acantilado de la acrópolis,
lo empujó y el chico se despeñó. Inmediatamente el consejo de ciudadanos del
Ática expulsó de Atenas a Dédalo, su esposa y sus dos hijos.
En la isla de Creta habían oído hablar de
su habilidad y, al enterarse de que lo habían expulsado de Atenas, lo
contrataron. En Creta gobernaba como dueño absoluto un hijo de Zeus, llamado
Minos, cuya madre Europa, abandonada por Zeus, se había casado con el rey
Asterión, que dejó como heredero a Minos. Zeus e Ira habían decidido marcharse,
y dejar el gobierno a uno de los numerosos hijos de Zeus. En la isla abundaba
el oro y Dédalo podía lucir sus habilidades. Empezó construyendo un ser
metálico, que podía actuar como una especie de robot; era Thalos, que vigilaba
las costas de la isla de Creta y la protegía de los posibles piratas.
Para una de las hijas de Minos, llamada
Ariadna, Dédalo construyó una pista de baile, de bronce. Era tan resistente que
la niña jugaba, daba saltos y bailaba con todas sus amigas sobre la pista.
La isla no poseía fortificaciones, ni muros
de defensa, porque creían que nadie sería capaz de atacarla. Pero, por si acaso
se diera un ataque, decidieron construir unos túneles subterráneos, que
sirvieran de protección a los cretenses, pero que no pudieran ser descubiertos
por los posibles enemigos. Fue la obra más importante que ideó y realizó
Dédalo. Los túneles atravesaban toda la isla. Era tan difícil seguir la ruta,
que se decía que nadie podría entrar en el laberinto sin perderse.
Una vez construido, Minos prohibió a Dédalo
abandonar la isla, para que no pudiera contar a nadie la estructura del
laberinto. Dédalo se sentía como prisionero. Su esposa había muerto y su hija
Yápige se había casado con un joven cretense. Estaba sólo con su hijo Ícaro y
empezó a pensar cómo librarse de lo que le parecía una prisión.
La idea se le ocurrió un día, que estaba
sentado en la playa observando a las aves levantar el vuelo desde la playa.
Después de mucho pensar, empezó a recoger las plumas que se desprendían de las
aves marinas. Ató las más grandes con hilo, de modo que se parecieran a las
alas de las aves y puso en los extremos las plumas más pequeñas, pegándolas con
cera.
Cuando terminó de hacer dos pares de alas,
le explicó a su hijo cómo usarlas y así poder escapar de la isla. Ató un par de
alas a los hombros de su hijo y otro par para él mismo y dio a Ícaro las
recomendaciones necesarias: no acercarse demasiado al sol, para que no se
derritiera la cera que unía las plumas; y no acercarse al agua para que no se
mojaran, porque el peso le haría perder altura.
Pero Ícaro, emocionado por la altura, no se
acordó de las normas de su padre y se acercó demasiado al sol. La cera empezó a
derretirse y el niño cayó al agua. Dédalo perdía así a su única familia. Bajó,
recogió el cadáver de su hijo y lo llevó volando hasta una pequeña isla a la
que llamó Icaria.
Después se fue a la isla de Trinacria,
donde reinaba un rey llamado Cócalo, que le dio asilo, porque Minos mandó
perseguir a Dédalo por todas las islas. Incluso envió emisarios de ciudad en
ciudad. Como nadie conseguía encontrar a Dédalo, Minos propuso un gran premio
para quien resolviera un acertijo: cómo se podía pasar un hilo a través de una
caracola espiral, haciendo sobresalir el hilo por los dos extremos.
El propio Minos dirigía su embajada, para
que nadie dudara que obtendría un buen premio. Cuando llegó a la ciudad de
Camico, el rey Cócalo, sabiendo que Dédalo sería capaz de resolver el acertijo,
buscó al anciano. Dédalo ató un hilo a
una hormiga y la introdujo por un extremo de la caracola, mientras ponía un
grano de trigo en el otro extremo. La hormiga recorrió todo el interior de la
concha enhebrándola completamente.
Minos entendió que Dédalo estaba en la
ciudad, porque consideraba que ningún otro habría podido imaginar tal ardid.
Exigió a Cócalo que le entregara al artesano. Lo que no pensó fue en que Dédalo
era muy apreciado en todas partes y él no. Cócalo, quizá advertido por Dédalo
del afán de conquista de Minos, que se quedaría con la ciudad, convenció a
Minos para que tomara un baño y después le entregaría a Dédalo. Minos accedió y
las hijas de Cócalo lo mataron en el baño, quemándolo con agua hirviendo.
Dédalo se había salvado una vez más,
gracias a su ingenio.
Otras versiones mitológicas cuentan un
final diferente para Minos: dada su afición a las mujeres, a las que luego
olvidaba y abandonaba, una de ellas lo envenenó, muriendo ella también, al
beber de la misma copa.
De todas formas, como Minos era hijo de
Zeus y había sido un rey justo, los dioses decidieron que pasara a ser uno de
los tres jueces del Hades, junto con sus otros dos hermanos Sarpedón y
Radamantis, hijos de Zeus y Europa, a la que Zeus había raptado, tomando la
forma de un toro.
Pero eso es otra historia...
7.- Planes de Posidón
oo--------------------------------------------------oooo------------------------------------------------------oo
Es posible que vivieran en la antigua y
desaparecida Atlántida y ahí los he situado. De las distintas
versiones sobre la Atlántida, he elegido como primera opción la
leyenda que la sitúa en el mar Egeo. Más adelante, la situaré en
la civilización azteca, y por último en Tartessos.
Espero
que os gusten estos nuevos cuentos y que aprendáis algo con ellos.
Al fin y al cabo, ésa es mi intención, que aprendáis leyendo y que
leáis aprendiendo.
LOS INICIOS DE ATLANTIS
Una historia imaginada, que bien podría haber sido cierta.
Los diez clanes de Atlantis:
Clan
del Asta Isla de Siros Herreros Vulcan
Clan
de la Vid Isla de Naxos Viticultores DiónClan del Mar Isla de Tinos Pescadores Posidón
Clan de la Piedra Isla de Paros Marmolistas Hebe
Clan del Fuego Isla de Delos Tintoreros Artemis
Clan de la Espiral Isla de Amorgos Magos/médicos Selene
Clan del Ofidio Isla de Milos Oráculo Sibila
Clan del Toro Isla de Andros Orfebres Dédalo
Clan de la Lanza Isla de Thera Guerreros Palas
Clan de la Lyra Isla de Sérifos Músicos Febo
Gobierno general centralizado
Clan
de Olimpo Isla de Creta Gobierno Zeus/Ira
Reyes de clan
Vulcan
= hijo de IraDión hijo de Zeus y Sémele
Posidón = hermano de Zeus
Hebe = hija de Zeus e Ira
Artemis = hija de Zeus y Leto, hermana melliza de Febo
Selene = hija de Helio y Persis
Sibila = hija de Dárdano y Nesis
Dédalo = hijo de Alcipe y Eupálamo
Palas = hija de Zeus y Metis
Febo = hijo de Zeus y Leto, hermano mellizo de Artemis
Zeus = rey de reyes, hijo de Crono y Rhea
Ira = esposa y hermana de Zeus
Significado de los colores:
1.- Color azul,
Isla de Delos, porque es la isla central y predomina el color del
mar.
2.- Color dorado, isla de Creta, donde abunda el oro, y porque sus reyes, Zeus e Ira, comen las manzanas doradas de la juventud.
3.- Color vino,
Isla de Naxos, porque es la isla de las uvas y es la característica
de Dión, futuro dios del vino con el nombre de Dioniso.
4.-
Color verde,
por el color de las algas. En la isla de Andros
5.-
Color rojo de la isla de
Siros, por sus atardeceres y las fraguas creadas por Sethlas.
6.-
Color blanco, Isla de Milos,
de Sibila, porque las Sibilas viven en las cavernas de oráculos y
ven poco la luz del sol
7.-
Color negro
de la isla de Thera, por su carácter volcánico y porque se dedican
a la guerra.
8.-
Color gris
de la Isla de Amorgos, es el color que toma el cielo en las noches
iluminadas por la luna, y el color del polvo que sale de las
canteras de caliza
9.-
Color violeta
de la isla de Sérifos
10.- Color rosa,
de
la isla de Paros, por el mármol.
11.-
Color plateado, de la isla de
Tinos, el color de las escamas de los pescados y el color del
tridente de Posidón
1.-
Los mellizos
La isla de Delos, la brillante, en el centro de las Cícladas, en el
mar Egeo, estaba de fiesta. La reina Leto había dado a luz a dos
hermanos mellizos, Artemis y Febo. Enseguida vistió a los niños de
azul, el color preferido de los tintoreros; porque los habitantes de
Delos se dedicaban a teñir las telas y cueros que otras islas
cercanas fabricaban y preparaban.
Había una total colaboración entre las islas del Egeo, sobre todo,
porque así sobrevivían y prosperaban. Había diez islas
importantes, de las que dependían otras más pequeñas y que
colaboraban bajo el gobierno de una reina o un rey. Las familias
reales eran parte de diferentes clanes, cuya línea de sucesión era
siempre femenina: las herederas eran siempre las princesas y sólo en
el caso de no tener hijas, las reinas nombraban sucesor a uno de sus
hijos, el que más lo mereciera por sus cualidades, no siempre el
mayor en edad. La sociedad era matriarcal.
El
Clan del Fuego
reinaba en Delos hacía varias generaciones. La felicidad y la
prosperidad eran generales. Lo que nadie sabía era que los mellizos
eran hijos del gobernador general, el rey de reyes, Zeus. Pero la
reina no tenía que dar explicaciones de quién era el padre de sus
hijos. La costumbre general era que la reina tomara un esposo cada
año, que luego era despedido y reemplazado por un nuevo campeón. En
cuanto la reina tenía descendencia femenina, ya no necesitaba tomar
esposo, porque ya se nombraba reina a la princesa.
Artemis y Febo eran rubios, con ojos azules y de gran belleza. Cuando
los niños cumplieron los tres años, Artemis fue nombrada reina
sucesora y la niña se comportó en la ceremonia como una verdadera
reina. Febo la miraba entusiasmado: su hermana era preciosa, aunque
un poco altanera. Andaba con pasos lentos y precisos, siempre
acompasados, como si oyera una música, que la fuera guiando.
Él se encargaría de poner música en todos los momentos de su vida,
porque él oía sonidos sin necesidad de pensar en ello, los sentía.
Tenía la madre y la hermana mejores del mundo y las defendería
siempre, contra todo y contra todos y haría que su vida fuera feliz.
-
Tenéis que dedicaros a algo que os guste y nos ayude a todos los que habitamos la isla. – dijo Leto a sus hijos, el día de su quinto cumpleaños.
-
A mí me gusta la caza y los ejercicios atléticos. – dijo Artemis
-
Me parece bien, porque así formarás un grupo de caza, que nos ayudará a tener variedad en la comida. En cuanto al ejercicio, te vendrá bien para la caza, pero debes tener un grupo de jóvenes de tu edad, que compartan tus ejercicios. Podríamos necesitar guerreros alguna vez y tú serías la jefe de nuestro ejército.
-
Ya tengo amigas. No quiero niños en mi grupo.
-
Bueno, eres aún muy joven. Ya veremos cuando tengas cinco años más. Los guerreros deben ser de ambos sexos: hombres, por su fuerza, y mujeres, por su astucia.
-
No necesito chicos. Tú estás sin esposo desde que nacimos mi hermano y yo y te veo siempre feliz. – dijo la niña.
-
¿Y tú? – preguntó Leto a Febo rápidamente, porque no quería responder a su hija, - ¿Qué piensas hacer? Siempre te veo en el campo, recogiendo plantas.
-
A mí me gusta la música, madre. Cuando miro los campos y la Naturaleza, me parece que todo tiene un sonido propio. Además, cada planta me dice para qué puedo utilizarla.
-
Entonces te voy a entregar el regalo que tu padre Zeus te hizo cuando naciste: una lira de oro.
Mandó
a una de sus doncellas que trajera una caja de madera, decorada con
hilos de oro. El niño la abrió impaciente y se quedó con la boca
abierta, al ver la belleza de la lira. Enseguida pulsó las cuerdas y
su sonido nítido y puro aún le entusiasmó más.
-
¿Por qué no me la has dado antes?
-
Porque me parecía que eras demasiado pequeño y además, no estoy segura de que ser músico sea un buen oficio para un príncipe.
-
No es un oficio, madre, es una distracción y una necesidad. Necesito sacar música de esa lira y cantar a la Naturaleza. Al fin y al cabo, es nuestra madre y nuestra diosa. Ella me ayudará a tocar la lira, como me ayuda a encontrar las plantas que busco.
-
Iba a preguntártelo: ¿por qué buscas plantas durante las horas de luz? ¿Para qué las quieres?
-
Madre, Naturaleza me ha enseñado a encontrar plantas curativas y las voy guardando para cuando se necesiten.
-
¿Para qué las vas a necesitar?
-
Porque quiero dedicarme a la medicina, para curar a todo el que esté enfermo.
Los tres se querían mucho y Febo, sin ni siquiera imaginar lo que
pensaba su hermana, pensaba que él cuidaría de ellas. Leto, por su
parte, pensaba que había tenido suerte con sus dos hijos.
-
Madre, ¿por qué nuestro Clan se llama Fuego? – preguntó un día Artemis.
-
Porque nuestra isla no tiene un lugar fijo
-
¿Y qué tiene eso que ver con el fuego?
-
Porque no tiene un lugar fijo debido a las continuas erupciones del volcán. A pesar de ello, nos mantenemos vivos y no nos falta trabajo.
-
Sigo sin entender por qué le han dado ese nombre.
-
Los jefes de otros Clanes dicen que antes era una isla flotante y que Naturaleza la ató con cadenas al fondo del mar.
-
¡Claro! ¡Qué interesante! - dijo Febo – y supongo que Naturaleza mantiene el fuego de los volcanes vivo para que podamos fabricar nuestros tintes.
-
Exacto. – dijo Leto admirada -. No me equivocaba cuando pensé que serías inteligente. Eso ayudará a tu hermana en el gobierno.
-
Trataré siempre de adivinar sus pensamientos y aconsejarla lo mejor que pueda.
Ambos niños salieron de la sala donde
charlaban con su madre, pensando lo mismo: a su madre sólo le
interesaba seguir gobernando en la isla y que su hija siguiera con su
misión. Ahora empezaban a entender por qué aceptaba las órdenes de
Zeus, era igual que él.
2.-
Las manzanas de la juventud
La niña empezó temprano esa mañana a recoger sus manzanas doradas como el sol. Le gustaba el olor de la Naturaleza y el olor de las manzanas; sólo podía recogerlas en un lugar determinado, que sus padres le habían indicado. Cuanto antes terminara, más tiempo tendría para jugar.
Sus padres eran los reyes de Creta: Zeus e Ira. Habían enviado a la
niña a vivir a la isla de Paros, con la intención de que fuera la
reina. Zeus quería colocar a sus hijas e hijos (que eran muchos) en
las distintas islas, para formar parte de los Clanes, pues su
intención era dominar todas las islas del Egeo por medio de sus
hijos. Ira no siempre estaba de acuerdo, porque la mayoría de estos
hijos e hijas no eran de ella, sino de las múltiples aventuras de su
esposo. No era el caso de Hebe, hija de ambos, y por tanto la
preferida para Ira.
Hebe había nacido en Paros, cuando Ira había ido a supervisar unos
bloques de mármol rosa, que se extraía allí y era utilizado para
las mejores obras y figuras decorativas. Ambos, Ira y Zeus pensaron
que era una oportunidad para dejar allí a la niña. Su dulzura y
belleza haría que todos la quisieran y que la aceptaran como reina.
Sus nodrizas eran las Horas, tres hermanas que representaban las
estaciones, Eunomía, Dice e Irene. Ellas eran las mensajeras de la
Naturaleza y ayudaban a Hebe a elegir las mejores manzanas doradas.
Jugaban con ella y le iban enseñando todo lo necesario para llegar a
ser una buena reina.
-
¿Por qué es tan importante que yo recoja las manzanas todos los días?
-
Porque son las manzanas que dan la juventud y la inmortalidad a tus padres, por eso te han dejado aquí con nosotras, para que sólo tú puedas recoger las manzanas y llevárselas a ellos – dijo Dice.
-
No entiendo por qué no dejan que otros coman estas manzanas.
-
Tú significas la juventud y ellos quieren ser siempre jóvenes. Si dejaran que otros comieran las manzanas doradas, todos serían inmortales y ellos no tendrían el privilegio de vivir, mientras los demás van muriendo.
-
¿No tienen bastante con ser los reyes más poderosos de las islas y tener más riquezas que todos los demás? – siguió insistiendo Hebe-
-
Ellos piensan que su mejor riqueza es la juventud y la belleza.
-
Y la inmortalidad, según me has dicho, aunque yo no entiendo qué significa inmortalidad.
-
Pues que vivirán siempre.
-
Eso no es posible, porque yo he visto morir a algunas personas. Todos moriremos alguna vez.
-
Ya te lo explicaremos cuando seas algo mayor – dijo Dice-, para acabar una conversación que se le estaba yendo de las manos.
Hebe aceptó lo que decían; seguía pensando que no era justo que
sus padres acapararan las manzanas para ellos, además de otras
muchas cosas. Pero Dice era la Justicia y se fiaba de ella. Ya había
terminado sus tareas de ese día y prefería seguir jugando.
Sólo tenía siete años, pero intentaba siempre entender el porqué
de todo lo que sucedía en su vida. Fue a ver a su mejor amiga, Ilia,
hija del jefe del taller de marmolistas más grande de la isla.
Solían pasar casi todas las tardes juntas y, si se lo permitían,
dormían juntas, porque era el mejor momento para contarse sus cosas.
-
Tenemos algunos trozos de mármol que nos ha dejado mi padre para jugar, - dijo Ilia -, ¿quieres que hagamos figuritas como si fueran flores?
-
Estupendo, ya sabes que a mí me gustan las flores, pero con el mármol rosa sólo podremos hacer rosas.
-
Podemos hacer lo que queramos, porque hay aquí unos tintes que suele usar mi padre y me ha dicho que podemos usarlos, si queremos; podríamos hacer violetas, amapolas y otras flores de colores.
-
¿Y qué hacemos con las flores que vayamos tallando?
-
Podemos colocarlas en la ventana de nuestra habitación, así parecerá que son naturales.
Hebe asintió con la cabeza, no muy
convencida de sustituir flores naturales por flores de mármol. Era
un juego más y las dos amigas siempre se imaginaban cosas irreales
para hacerse su propio mundo, en el que no dejaban entrar a nadie
más.
-
Os he traído unas manzanas, de las que comen mis padres. Me gustaría que tus padres y tú comierais de ellas, porque son estupendas. Vosotros sois como mi familia. A veces me siento sola, porque mis padres no vienen nunca a verme, sólo los veo si mis nodrizas me llevan a Creta.
-
¿Cómo es Creta? ¿Es tan grande y bonita como dicen?
-
Sí. Pero yo me siento más feliz aquí, porque es donde viven mis amigos; además, me gusta recoger manzanas y pasar mi tiempo contigo y tu familia.
-
Ya sabes que te queremos como una más de la casa. Tus nodrizas vinieron a pedir leche para ti cuando acababas de nacer y mi madre se ofreció a amamantarte a la vez que a mí; creo que somos hermanas de leche, que es más que si fuéramos hermanas de padres.
-
No lo sé, pero te quiero a ti más que a mis hermanos que no conozco.
Hebe decía la verdad. No conocía a ninguno de sus hermanos; le
gustaría conocer a Ares, pero él tenía otras cosas mejores que
hacer que visitar a su hermana pequeña. En cuanto a su otra hermana
Ilitía, vivía con su madre siempre. La había visto una sola vez y
le parecía demasiado seria y con poca personalidad, porque siempre
obedecía a su madre en todo, sin discutir nunca sus órdenes. Sus
otros hermanos eran hijos sólo de su padre y no le gustaba que
pudieran hablarle de otra madre, que no fuera la suya.
Por la noche, Hebe volvió a su casa con sus nodrizas. Era Eunomía
la que siempre la acompañaba a la cama y le contaba historias
antiguas del origen del mundo y de la madre Naturaleza. Eunomía era
sensata y procuraría que la niña también lo fuera. La niña casi
siempre se dormía soñando con ser una heroína como las
protagonistas de los cuentos.
-
Cuando sea mayor, quiero ser como Gea y tener una hija como Naturaleza. – dijo un día a Eunomía.
-
Serás mejor que ellas, porque serás una reina joven, guapa y sensata.
-
Yo no quiero ser reina.
-
Tendrás que serlo porque tu padre así lo ha decidido. Serás reina de esta isla.
-
Pero ellos son de otro clan.
-
Seguramente te adoptarán en el Clan de la Piedra.
-
Me gustaría que me adoptaran, pero para ser una más entre ellos, no para ser su reina.
-
Bueno, ya habrá tiempo de hablar de todo esto, - dijo Eunomía – Ahora duerme y descansa, porque mañana vamos a ir de excursión.
-
¿Podemos llevar con nosotras a Ilia?
-
Pues claro. Y también a tus otros amiguitos. Pasaremos el día jugando en la islita que se ve desde aquí. Allí no hay canteras y el aire es más puro. Jugaremos a la pelota. Ya os he preparado una con cintas de seda.
-
¿Y podemos llevar bocadillos y no tener que comer fruta?
-
Sí, dijo Eunomía riendo. Alguna vez podemos saltarnos las normas, sin que se entere nadie.
-
¡Viva!
-
¿Van a venir también tus hermanas?
-
Por lo menos Irene tiene que estar con nosotras, porque así pondrá paz y no os pelearéis. Preguntaré a Dice si quiere venir, pero no sé si podrá, porque la ha llamado el jefe de clan para que arregle un problema entre dos vecinos, que no se ponen de acuerdo en cuál es el límite de sus tierras.
-
¡Qué difíciles son las personas mayores! – dijo la niña ya medio dormida.
Hehe enseguida se quedó dormida, soñando
con la excursión del día siguiente. Si llegaba a ser reina, pondría
una ley para que todos los niños tuvieran un día de excursión cada
seis o siete días. Sería genial.
3.-
Los delfines
-
Tienes que comer, - decía la nodriza al pequeño Dión de cuatro años.
-
No tengo hambre, Nefeli, ya he comido unas uvas.
-
¡Pero no puedes alimentarte sólo de uvas!. Además, tu padre ha pensado que hagas un viaje por las islas y tendrás que acostumbrarte a comer lo que haya en cada lugar.
-
Y ¿por qué?
-
Porque es de mala educación no comer lo que te han puesto en la mesa.
-
¿Y si no me gusta? No creo que haya nadie que cocine como tú.
-
No puedes desairar a quien sea tu anfitrión, porque se podrían enfadar con tu padre y eso no le interesa a nadie. No lo olvides, porque es importante para que todas las islas estén siempre en buenas relaciones.
-
¿Y a mí qué me importa? Ojalá todos se enfadaran con mi padre y no tuviera que verlo más, ni a él ni a su esposa. Es fea y desagradable.
-
No digas eso. Ira es guapa. El problema es que no te cae bien y por eso la ves fea.
El pequeño Dión no quería salir de su isla, Naxos. Que su padre
dijera lo que quisiera. No se ocupaba mucho de él, porque vivía en
la gran isla de Creta. Su madre Semele había muerto al nacer él y
se había criado en brazos de la joven Nefeli. Era un niño alegre,
aunque un poco rebelde y solía hacer lo que quería, sobre todo,
cuando no entendía las órdenes de su padre, que era casi siempre.
-
No entiendo por qué tiene que haber tantas reglas.
-
Tienes que obedecer a tu padre – dijo Nefeli – El Clan Olimpo tiene mucho poder; acabaremos todos bajo su mando.
-
Yo no, - dijo Dión – me gusta el Clan de la Vid, porque es el clan al que pertenecía mi madre, y no pienso irme de aquí.
Un día llegó una embajada de Creta. Dión debía embarcar y viajar
a Trinacria, que estaba en el otro mar del Oeste. Allí lo recibiría
un amigo de su padre, que era rey. Nefeli vistió al niño con sus
mejores ropas y le puso al cuello un medallón de su madre, para que
pudiera ser identificado, si se perdía, aunque no creía que esto
sucediera, porque el niño no perdía ni un detalle de nada.
-
¿Qué tal ha estado el viaje? – preguntó el rey Hierón, cuando el barco cretense llegó al principal puerto de Trinacria.
-
Me ha gustado mucho. Quisiera hacer más viajes por mar. Había unos peces que saltaban fuera del agua y me saludaban.
-
Son delfines – sonrió Hierón – y están acostumbrados a ver personas. Por eso no se asustan y acompañan a los barcos.
-
Pues quiero volver a verlos y saludarlos.
-
Te prepararé una excursión. Tengo buenos marinos, que te acompañarán. Será parte de tu educación, porque tu padre piensa dejarte aquí dos o tres años, para que aprendas cosas distintas, sobre todo, a ser un rey sensato.
-
Ya salió mi padre y sus normas – protestó Dión - pues no me quedaré, a no ser que me lo pase bien. La gente importante es muy aburrida. ¿Tú eres aburrido?
-
Te aseguro que lo pasarás bien y aprenderás cosas útiles.
-
Pero no pienso ser rey. – insistió Dión - Es más cómodo ser una persona sencilla. Quiero tener amigos de verdad y los reyes no tienen amigos de verdad, sólo de conveniencia.
-
Veo que tienes sentido común.- dijo Hierón, poniéndose serio.
Pero su sorpresa fue enorme cuando, al regresar a puerto, vieron que
el niño llegaba también montado en un delfín. No podían
explicarse cómo había conseguido salvarse.
-
Son estupendos estos peces – contaba Dión al rey – y saben comunicarse con nosotros.
-
¿No has pasado miedo?
-
No. Además, estos marinos pensaban contarte que me había caído al agua. No saben que es muy difícil engañarme, aunque sea pequeño. Ahora tienes que decirles que me devuelvan el medallón de mi madre, porque es el único recuerdo que tengo de ella.
-
Ya veo que es difícil engañarte – dijo Hierón admirado – Ellos recibirán su castigo y a ti te servirá de experiencia, para no fiarte de nadie.
-
¿Qué haces todos los días en el puerto? – dijo un día Hierón.
-
Estoy enseñando a hablar al delfín. ¿Te has fijado que hace un sonido que parece música?
-
Sí. Los delfines se comunican entre ellos, por medio de sonidos. Si consigues entender a uno, los entenderás a todos.
-
¿Habrá más delfines en estas aguas?
-
Si tu amigo delfín los llama, vendrán en pocos días.
-
Pues pienso darme una vuelta por el agua con el mío.
-
No te confundas. No puedes decir que es tu delfín. En todo caso, es tu amigo. Los delfines son muy independientes, aunque son amigos fieles. Debes pensar en un nombre para él y llamarle por ese nombre. Se sentirá más unido a ti y vendrá siempre a verte.
-
¿Y tú cómo sabes tanto sobre los delfines?
-
Porque yo también tuve un delfín como amigo, cuando era niño. Y fue mi amigo hasta que se sintió enfermo y se marchó a morir entre los suyos.
-
¿Te lo dijo él?
-
Sí. O yo creo que me lo dijo. Sentí como si hubiera perdido a un hermano.
Pensó que él no dejaría que su amigo delfín se fuera sin él. Le
buscaría un nombre. Y estaría siempre con él. Lo llevaría a Naxos
cuando volviera. Estuvo varios días pensando cómo hablar con su
amigo y qué nombre ponerle, porque, si era tan inteligente, querría
tener un nombre bonito. Ya lo tenía: le llamaría Filomelo = el
amigo de la música.
4.-
La Isla de Thera.
La pequeña Palas practicaba con su lanza y su escudo, regalos de su
padre. Era una niña tan inteligente que comprendía los motivos de
su padre Zeus para formarla como buena guerrera. Por eso la había
dejado en la isla de Thera, que educaba a los niños como guerreros
desde pequeños. Y ella era una de las mejores. Desde los siete años
formaba parte de un grupo de niñas y niños que vivían en
campamentos, entrenándose y haciéndose fuertes. Constituirían la
defensa de todas las islas del Egeo, por si había alguna invasión
del exterior, aunque no era probable. Tenía diez años y era una de
las mejores guerreras, líder entre los niños y niñas de su edad,
por su carácter y su fortaleza física y mental.
El
número siete era su preferido: había nacido el día siete del mes
séptimo; tenía un grupo de siete amigas y amigos y en la tienda del
jefe del Clan de la Lanza
había siete lanzas, regaladas por el Clan del Asta de la isla de
Siros, que eran los mejores herreros conocidos.
-
Palas, ¡ven enseguida! - gritaba Gnome, la mejor amiga de la niña, saliendo de la tienda que compartían en el campamento.
-
¿Qué pasa? Parece que sucede algo importante
-
¡Es que ha sucedido algo importante! Ven a verlo.
-
¡Qué preciosidad! - dijo Palas, que llegaba sonrojada, más por la emoción que por la carrera. - ¿De quién es?
-
Tuya. Te la envía tu padre. Nunca había visto una coraza tan bonita ni tan bien hecha. Yo creo que es de oro.
-
¡Qué exagerada! ¿Cómo va a ser de oro?
-
Tu padre puede permitírselo. Todo lo que las islas recogen ... Gnome se quedó parada, porque no se atrevía a seguir hablando.
-
No te preocupes, continúa. – dijo Palas- Ya sé que mis amigas tratáis de que no me entere, pero sé que todos critican a mi padre. Tengo que ir a verle y preguntarle si es verdad lo que dicen de él: que se aprovecha del trabajo de los demás.
-
Palas, yo no quería disgustarte; sabes que te quiero y que eres mi mejor amiga. Además no sé si los rumores son ciertos o no.
-
Por eso tengo que averiguarlo por mí misma. En cuanto me den permiso, iré a ver a mi padre. No creo que se atreva a negar algo que yo vea que es evidente.
Este viaje era por mar y le parecía
fácil y cómodo.
. ¡Hija! ¡Cuánto has crecido! – dijo
Zeus al verla
-
Lo natural en una niña fuerte como yo – contestó Palas y, en tono de reproche, añadió – aunque tú lo notas más, porque llevas bastante tiempo sin verme.
-
Hija ...
-
Ya sé. Tus obligaciones de gobierno no te permiten ocuparte de tu familia. Pero no te preocupes. Lo entiendo. También sé que soy tu hija preferida, por eso no me molesta que no vayas a verme, porque sé que estoy en tu pensamiento.
-
Eres muy inteligente y también mi hija preferida y sé que tú lo sabes. Te he hecho venir para explicarte cuál es tu misión en Thera. No quiero que nadie oiga lo que tengo que decirte.
-
Supongo que quieres que prepare el ambiente para llegar a ser Jefe del Clan de la Lanza. Para ello tengo que organizar el ejército y llegar a ser general en jefe.
-
Me dejas asombrado, eso es exactamente lo que quiero – empezó a decir Zeus – y su hija lo interrumpió, como si no le hubiera oído.
-
Pero, como todavía tengo poca edad, debo ir ganándome la voluntad de todos los habitantes de Thera, para conseguirlo cuando tenga los 14 años, edad en que ya seré mayor de edad. Lo haré como tú quieres. Y sabes que seré fiel a ti.
Nadie sabía quién era la madre de
Palas, aunque se rumoreaba que era una mujer tan inteligente que Zeus
la hizo desaparecer, para que no le hiciera sombra a él. Palas
estaba decidida a averiguar quién era su madre y a poner las cosas
en su sitio, aunque respetaba y quería a su padre.
Palas estuvo varios días con su padre,
presenciando sus asambleas y tomando nota de todo lo que veía y oía:
ella sería una buena reina de Thera, como su padre había dispuesto,
aunque sabía que, para ello, tendría que quitarle el puesto a la
familia del Clan de la Lanza, que dominaba en Thera en ese momento. Y
eso no le parecía justo. Ya vería cómo se sucedían los
acontecimientos y lo hablaría con su amiga Gnome, a la que
consideraba como a una hermana y que siempre le daba buenos consejos,
aunque era sólo un mes mayor que ella.
Cuando llegó el día de su partida de
vuelta a Thera, Zeus la acompañó hasta la nave y, mostrándole su
bastón de mando, la égida, le dijo:
-
Tú llevarás algún día este bastón de mando, porque mi intención es que me sucedas en el mando general de las islas cuando yo esté ya cansado de gobernar.
-
Tú no te cansarás nunca de gobernar, porque te encanta el poder – rió la niña.
-
Estoy harto de pelear con todo el mundo incluida mi esposa, que siempre intenta llevarme la contraria y no entiende mis motivos para actuar
-
Porque la engañas con demasiada frecuencia – contestó Palas.
-
Es que me aburre mucho, siempre con sus intrigas y sus celos. Pero me extraña que tú la defiendas, porque me parece que no te cae bien.
-
Una cosa es que me resulte necia y aburrida, y otra cosa es que no entienda sus motivos.
Cuando llegó de nuevo a Thera, su amiga
Gnome la estaba esperando. Las dos amigas se contaron lo que habían
hecho durante los días que habían estado separadas, pero Gnome
tenía algo importante que contar a Palas: había descubierto quién
era su madre, escuchando los comentarios de las chicas mayores y de
los jóvenes que intentaban ya empezar a conquistarlas.
Tengo algo que contarte y creo que es
importante – dijo Gnome, hablando directamente del tema, como era
característico en ella
-
Supongo que es realmente importante – rió Palas, viendo el rostro serio y preocupado de su amiga.
-
Creo que sé quién es tu madre.
-
¿Qué?
-
Y creo que estoy en lo cierto, porque todos se callan cuando paso y procuran cambiar de tema de conversación.
-
Dime lo que sepas, ya sabes que soy fuerte, aunque me digas algo desagradable.
-
Creo que tu madre es Metis y que tu padre se deshizo de ella, para que no le estorbara en sus planes de dominio.
Tras diversas conversaciones entre las
personas mayores, preguntando sutilmente a unos y a otros, Palas, por
fin, descubrió que su madre era Metis, hija de Océano y Tetis, a
los que Zeus temía porque podían arrebatarle su poder, siendo más
inteligentes que él y siendo de una familia más poderosa. Metis era
la inteligencia personificada. Ahora entendía por qué ella era
inteligente, como su madre.
5.-
Medicina natural
El día que cumplió los siete años,
Febo fue llevado por su madre Leto a la isla de Sérifos. Ella
volvería a Delos, con su hija Artemis, para ayudarla a ser una buena
reina y aconsejarla el día que decidiera elegir un esposo. El viaje
fue tranquilo, duró más de lo que esperaba, por culpa de una
tormenta, pero, por fin, habían llegado a una pequeña playa. El
niño había estado todo el tiempo en silencio. No entendía por qué
su madre obedecía las órdenes de Zeus y lo alejaba de ella y de su
hermana.
-
Madre, no puedo creer que vayas a dejarme aquí solo – dijo Febo muy serio.
-
No voy a dejarte solo, hijo. Tendrás a varias jóvenes que te ayudarán y te educarán, para que seas rey de esta isla, cuando llegue el momento.
-
No quiero ser rey, madre. Y nadie puede cuidarme mejor que tú. Además, ¿quién va a cuidar de mi hermana y de ti, cuando tengáis algún problema?
-
No te preocupes, hijo. Podemos visitarnos cuando queramos. No estamos lejos. Yo vendré cada vez que cambie la luna.
-
¿Por qué no puedo quedarme con vosotras?
-
Aquí serás feliz, hijo, te lo aseguro. Aquí reina el Clan de la Lyra. Los habitantes de Sérifos se dedican a la música y te admirarán por tus dotes de músico. Casi todos son artistas especiales; estarás como pez en el agua entre ellos. Ahora vamos a ver a la reina, que ha prometido adoptarte como hijo y nombrarte su heredero, porque no tiene hijas.
Febo no dijo nada. Sabía que su madre le
quería más que nadie y que debía fiarse de ella. Además le había
prometido visitarle todos los meses. Se preguntaba quiénes eran las
hermanas que iban a cuidar de él y si tendría que querer a la reina
como a su propia madre. Leto le sacó de dudas, adivinando lo que
estaba pensando su hijo.
-
Yo no te dejaría en manos de cualquiera, Febo. Estamos aquí porque tu padre quiere que todos los reyes de clan sean hijos suyos. Es la mejor forma de controlar el bienestar de todas las islas. Estamos al oeste de las Cícladas. Las hermanas que van a cuidar de ti son tus tías, son tres de las Musas, precisamente las que pueden ayudarte a desarrollar tus dotes musicales. Son hijas de Crono, el padre de Zeus.
-
Yo no necesito a nadie para mi música – dijo el niño – Prefiero ser autodidacta. ¿Y qué pasa con mis medicinas?
-
Aquí tienes gran variedad de plantas para preparar tus medicinas. He pensado en todo para elegir el lugar del que serás rey. Y Zeus no ha puesto ninguna pega.
-
No creo que cambie de opinión, madre. No quiero ser rey.
-
Ya veremos cuando pasen unos años. Me quedaré unos días contigo, para ver cómo organizamos tu vida en esta isla.
Llegaban ya a la casa de la reina. Estaba
construida con piedra, a diferencia de las otras casas de la isla,
que eran de adobe o ladrillo. Las personas con las que se encontraban
por el camino sonreían y los saludaban. Por lo menos esta gente
parecía agradable y feliz, pensó Febo. La propia reina salió a
recibirlos en persona.
-
Estaba deseando conocer a este jovencito – dijo la reina Mnemósine, acariciando la dorada melena del niño.
-
¡Qué alegría volver a verte! – contestó Leto, abrazando a su amiga.- Aquí tienes a mi hijo. Espero que se comporte como un príncipe heredero.
-
Buenos días, señora – dijo Febo, inclinando la cabeza en señal de respeto.
-
¡Y qué bien educado está! Creo que nos vamos a llevar muy bien. ¿Quieres comer algo? ¿O quizá beber un zumo? El viaje es cómodo, pero el mar produce sed.
-
Gracias – contestó el niño. Me gustaría beber agua fresca, si es posible.
-
Por supuesto, hijo. ¿Puedo llamarte hijo?
El niño asintió con la cabeza.
Enseguida centró su atención en tres jóvenes que estaban en la
sala en la que acababan de entrar; eran tres chicas bellísimas, con
túnicas de color violeta. Las acompañaba una mujer mayor, de
aspecto digno: era la nodriza Eufeme, que las había cuidado desde
que nacieron. Las tres hermanas corrieron hacia Febo y lo cubrieron
de besos. El niño empezó a sonreír. Le gustaban sus nuevas
cuidadoras.
-
Te voy a presentar – dijo la reina, en cuanto vio que Febo se separaba tranquilamente de su madre. Ésta es Calíope. La llamamos así porque su voz es la más bella que jamás hemos oído. Ésta es Melpómene, la melodiosa, porque habla con tal dulzura que parece que canta. Y ésta es Urania, la astrónoma. Creemos que te llevarás muy bien con ellas y que te enseñarán todo lo que debe saber un rey del Clan de la Lyra.
-
Y ésta es Eufeme – dijo Urania – nuestra nodriza, que también te cuidará a ti.
-
Y ¿qué significa su nombre? – dijo Febo.
-
“La que habla bien”, contestó Urania. Parece que será fácil enseñarte, porque escuchas.
-
Es que me habéis dicho el significado de vuestros nombres y pensé que lo decíais siempre, al presentar a una persona.
La reina Mnemósine le miraba encantada y
sonreía a Leto. Era un niño precioso y sensato. Sus súbditos
estarían bien gobernados.
Febo miró con curiosidad a las tres
jóvenes y a la nodriza, pero su atención se centró en Urania. ¡Qué
interesante sería aprender astronomía y poder adivinar lo que los
astros ordenaban que sucediera!. Urania era rubia, como sus hermanas,
pero sus ojos eran de un color azul oscuro, tan profundos que se
podía ver en ellos todo un mundo de luz y sabiduría.
-
Urania, ¿me enseñarás a interpretar los astros?
-
Pues claro, Febo. Ellos nos dicen lo que ha sucedido y lo que sucederá. Sólo hay que saber interpretar sus señales.
-
¿Y cómo sabes que te dan señales?
-
Los observo a diferentes horas del día y de la noche. Ya te enseñaré cómo hacerlo. ¿Te interesa conocer el futuro o el pasado?
-
Creo que me interesa más el futuro, porque el pasado ya lo conozco.
-
A veces vemos cosas del pasado en las que no nos habíamos fijado. Si piensas en ello, te darás cuenta de que el pasado nos enseña para situaciones futuras.
El niño se quedó pensativo, ante las
palabras de la joven. Tenía muchos recuerdos y todos estaban
presentes en su cabecita.
-
Es cierto. Recuerdo que tuve que defender a mi hermana y a mi madre, poco después de nacer. Eso me hizo saber que tendría que defenderlas siempre.
-
¿Y de qué las defendiste? – preguntó Urania divertida.
-
De una enorme serpiente pitón que nos amenazaba a los tres.
-
Esa es una historia interesante y que me contarás con más detalle.
-
Por supuesto, dijo Febo. Ahora sólo te diré que sé que la pitón fue puesta allí por alguien, que no quería que nosotros viviéramos.
-
¿Sospechas de alguien?
-
Creo que fue la reina de Creta, Ira, porque no le cae bien mi madre.
-
Ya analizaremos eso con más detenimiento y sacaremos conclusiones. Es importante sacar conclusiones de todo lo que sucede.
-
Estoy de acuerdo y ¡me gusta mucho hablar contigo!.- dijo el niño muy serio.
Urania observó al niño con cariño. Era
inteligente, como le habían dicho, y cariñoso. Sería un buen rey
en un lugar donde la sensibilidad era fundamental para la felicidad
de los habitantes de la isla, casi todos músicos. Febo saludó a
Calíope y Melpómene, mostrándoles su lira y habló después con
Eufeme.
-
A mí me gusta buscar y encontrar plantas.
-
¿Y para qué las quieres, si puedo preguntártelo?
-
Para usarlas como medicinas. Es increíble lo que puede ayudar una planta, cuando te duele algo o te haces una herida.
Sólo con mirar sus ojos, sabía que ella
le enseñaría a encontrar plantas medicinales en la isla de Sérifos
y le diría cómo utilizarlas. Empezaba a gustarle el lugar donde iba
a vivir de ahora en adelante. Su madre, como siempre, tenía razón.
Andros era una isla con costas escarpadas y abundante vegetación. Había buenas playas en el sur de la isla, pero tan recónditas que sólo las conocían los habitantes de la isla y no solían mostrárselas a los visitantes, para que no turbaran la paz que llenaba sus vidas. Tampoco decían a nadie la existencia de fuentes medicinales que surgían en las laderas de las montañas y que ellos disfrutaban y utilizaban, reuniéndose cada vez que la luna cambiaba, para intercambiar productos con sus vecinos, y presentar a sus nuevos hijos. Eran como una gran familia y se ayudaban unos a otros.
Eupálamo había pensado muchas veces hacer figuras con ese mineral, en lugar de hacerlas con madera, porque había observado que el oro era resistente al fuego, que no lo destruía, pero lo fundía y se podía moldear. Se encontraba oro en abundancia cerca de las fuentes medicinales. Quizá se podrían vender mejor las figuras de oro en el puerto sur de la isla, a donde llegaban los mercaderes de las otras islas del grupo de las Cícladas.
Pasaron cuatro años. Las dos parejas y sus hijos eran ya como una sola familia y compartían alegrías y penas tanto como las ganancias que conseguían vendiendo sus productos a los mercaderes. Los niños, Dédalo y Naucrates crecían juntos y se querían como verdaderos hermanos. Ambos habían aprendido el oficio de orfebrería de sus respectivos padres y hacían competiciones para ver quién hacía una figura mejor y más rápido. Cada día se planteaban un nuevo reto y ya habían hecho tallas de todos los animales y plantas que conocían.
Cuando llegó el siguiente fiel, su madre le dijo que actuara ella. Era la primera vez que lo iba a hacer sola, pero creía que podría hacerlo. Era una mujer muy joven y dejó sobre el altar un cabrito, un tarro de miel y un cestillo con cereales. Desde detrás de la cortina, Sibila preguntó:
Los cestos que
ellos fabricaban eran impermeables, puesto que les daban una doble capa de
brea, parecida a la que daban a sus balsas, para hacerlas resistentes al agua
del mar, y luego lo recubrían con hierbas frescas, que quitaban cualquier mal
sabor a las mercancías líquidas. Algo tendrían pensado para transportar agua.
Así se cerró
la asamblea. Enviarían mensajeros para tantear la opinión de los otros jefes.
La vieja Tana hacía la comida para ellos y limpiaba su cabaña, para que pudieran descansar después de todo un día al aire libre. La isla de Siros era pequeña, pero alegre. Situada en el grupo de las Cícladas, tenía hermosas playas, donde Vulcan corría y quería estar todo el día. Sethlas tenía que ponerse serio si quería que Vulcan se pusiera a trabajar con sus manualidades. De todas formas el niño era trabajador y, en cuanto se ponía con su trabajo, se olvidaba de todo lo demás.
Sethlas
aprovechó que el niño mencionaba a sus mejores amigos para preguntarle:
- Ahora hay que esperar a que se haga líquido.
Cuando todos estuvieron en el palacio real, Periplos se encargó de ir presentando a cada pequeño rey, siguiendo las indicaciones de Ira: Selene pudo ver antes a su amigo Febo, que venía con su hermana melliza Artemis. Periplos presentó a los tres juntos. Zeus observaba a los recién llegados con un interés relativo. Sólo le interesaban en la manera en que pudieran servir a sus propósitos. De todas formas no dejaba de admirar la belleza de sus hijos.
- Está bien – empezó a decir Zeus – ya os conocéis todos. La idea es la construcción de unos puentes que puedan unir nuestras islas, para facilitar el comercio y la comunicación entre nosotros.
Viendo que el acuerdo podía irse al traste, intervino Palas. Todos la respetaban, por su inteligencia, pero también la temían, incluso más que a su madrastra o a su padre.
6.-
Dédalo y Naucrates
El joven Eupálamo, hijo de Zeus, y su
esposa Alcipe, hija de Ares, contemplaban embobados a Dédalo, su
bebé de un año. Era el colmo de la felicidad para ellos desde que
nació.
-
Me parece asombroso que nuestro hijo sepa qué juguete quiere, entre todas las figuras de madera que le has hecho – dijo Alcipe.
-
Es lógico que elija la flor y el pez, no sólo porque lo ha visto en la realidad, sino porque son más suaves que otros juguetes. – contestó Eupálamo, ofreciendo al niño unas figuritas que representaban unas ardillas con larga cola, que había hecho con la piel de un conejillo silvestre. – ¡Mira cómo le gustan también estos animalitos!
-
Tienes razón, pero ¿por qué siempre tiene el caballito en la mano? Nunca ha visto un caballo de verdad, pero parece su preferido.
-
Quizá sea porque mi padre, desde lejos, influye en su espíritu. – dijo Eupálamo pensativo y algo preocupado.
-
No exageres. No creo que tu padre quiera influir en los gustos del niño, aunque, pensándolo bien, puede ser tu padre o el mío.- reflexionó Alcipe, también algo preocupada.
-
Dejemos de pensar en ello. Hoy es un día luminoso y feliz. El niño está contento y nosotros también. Vamos a la fuente termal para bañarlo y, de paso, nos daremos un baño también nosotros. Hoy me he levantado con dolor en el brazo derecho y quizá las aguas minerales me puedan ayudar a mitigar el dolor.
-
Voy a preparar al niño en un momento y nos vamos.
La relación de la pareja había sido
bastante difícil, por las presiones que habían soportado por parte
de sus respectivos padres, que se negaban a su matrimonio. Así que
decidieron casarse cuanto antes, para no tener que dar explicaciones
a nadie. Y también decidieron irse a vivir lo más lejos posible de
la influencia de la familia. Ellos harían su propia vida. De hecho,
Eupálamo sólo tenía 16 años y Alcipe, 15. Pero vivían de la
pesca y de algunas figuras de madera que solía hacer Eupálamo como
distracción desde que era niño y que ahora le reportaban algunas
monedas, que les permitían comprar telas, con las que Alcipe
confeccionaba la ropa para ambos. Ahora también hacía la ropa para
su bebé y disfrutaba con ello. Casi todos los habitantes de la isla
eran orfebres y tallaban metales, conchas marinas o piedra. Sólo
Eupálamo tallaba madera, por eso tenía éxito.
Cuando
llegaron a la fuente de la Naturaleza, sus amigos ya estaban
esperándolos. Panos y Cloris eran los jefes del Clan
del Toro y Panos se
dedicaba a tallar objetos de adorno, como collares o brazaletes. Su
pequeña hija Naucrates ya daba sus primeros pasos y se acercó
sonriendo al ver al pequeño Dédalo.
-
¡Qué pronto habéis llegado! - Dijo Alcipe
-
Sí, - contestó la joven Cloris, con una sonrisa. Hoy mi esposo ha traído fruta fresca para desayunar y la niña se ha despertado antes. Como le gusta mucho la fruta, ha comido enseguida.
-
¡Panos! – se acercó Eupálamo, saludando a su amigo - ¡Qué alegría veros!. Pasaremos un buen día. ¿Qué me cuentas de nuevo?
-
Que la niña ya tiene otro diente. – contestó Panos orgulloso.
-
Pues Dédalo tiene sólo cuatro. No sé por qué tardan tanto en salirle.
-
No te preocupes – dijo Cloris – Ya le saldrán. Cada niño es un mundo diferente.
Andros era una isla con costas escarpadas y abundante vegetación. Había buenas playas en el sur de la isla, pero tan recónditas que sólo las conocían los habitantes de la isla y no solían mostrárselas a los visitantes, para que no turbaran la paz que llenaba sus vidas. Tampoco decían a nadie la existencia de fuentes medicinales que surgían en las laderas de las montañas y que ellos disfrutaban y utilizaban, reuniéndose cada vez que la luna cambiaba, para intercambiar productos con sus vecinos, y presentar a sus nuevos hijos. Eran como una gran familia y se ayudaban unos a otros.
Tenían un sistema de llamada para pedir
auxilio, si se encontraban en peligro, que consistía en hacer caer
los rayos del sol sobre un mineral que abundaba en la isla, el oro,
de modo que los rayos se refractaban y podían verse desde casi todos
los rincones de la isla. En todas las casas había en la entrada un
trozo plano de oro, para ser usado en caso de emergencia.
Eupálamo había pensado muchas veces hacer figuras con ese mineral, en lugar de hacerlas con madera, porque había observado que el oro era resistente al fuego, que no lo destruía, pero lo fundía y se podía moldear. Se encontraba oro en abundancia cerca de las fuentes medicinales. Quizá se podrían vender mejor las figuras de oro en el puerto sur de la isla, a donde llegaban los mercaderes de las otras islas del grupo de las Cícladas.
Cuando nació el niño, decidió empezar
a trabajar el oro. Solía cubrir las figuras de madera con el metal
y, cuando se enfriaba, quitaba la base, de modo que quedaba sólo la
figura de oro hueca. Enseñaría a su hijo su mismo oficio, si
conseguía vender sus figuras. Eupálamo y Alcipe impusieron al niño
el nombre de Dédalo, para que, de alguna forma, influyera en su vida
y en su destino.
Pasaron cuatro años. Las dos parejas y sus hijos eran ya como una sola familia y compartían alegrías y penas tanto como las ganancias que conseguían vendiendo sus productos a los mercaderes. Los niños, Dédalo y Naucrates crecían juntos y se querían como verdaderos hermanos. Ambos habían aprendido el oficio de orfebrería de sus respectivos padres y hacían competiciones para ver quién hacía una figura mejor y más rápido. Cada día se planteaban un nuevo reto y ya habían hecho tallas de todos los animales y plantas que conocían.
-
He pensado que podríamos tallar a nuestras familias, - dijo un día Naucrates,- así nos acordaremos de cómo éramos de pequeños y de nuestros padres jóvenes.
-
Buena idea, dijo Dédalo – lo guardaremos en secreto y, cuando hayamos terminado, les daremos una sorpresa. Además voy a tallar un toro, símbolo de nuestra isla. Él también nos ayudará durante nuestra vida.
-
Me parece bien – dijo la niña, que siempre admiraba a su amigo y estaba de acuerdo con lo que él decía.
La vida transcurría felizmente, hasta
que un día, dos años después, todas las planchas de oro de la zona
sur de la isla empezaron a reflejar los rayos solares. Algo estaba
sucediendo y debía ser grave, pensó Alcipe, cuando lo vio y fue a
despertar a su esposo rápidamente. Desde su casa se veía mucho
humo, como si toda la vegetación hubiera empezado a arder. Mientras
Eupálamo se levantaba, Alcipe fue a despertar a los niños. Esa
noche Naucrates se había quedado a dormir con ellos, porque sus
padres iban a ir muy temprano al puerto a vender sus obras a los
mercaderes.
-
Lleva a los niños a la fuente de la Naturaleza – dijo Eupálamo a su esposa. Yo iré al puerto a ver qué sucede.
-
No te acerques demasiado. Esto me parece que es obra de piratas y matarán a todo el que pueda ser testigo de lo que han hecho.
-
Quédate tranquila. Tendré cuidado y volveré pronto.
Dos días más tarde, se reunieron. Sólo
eran diez personas adultas y tres niños. La pequeña Naucrates no
podía entender que sus padres ya no estaban y no se separaba de
Dédalo en ningún momento.
-
Creo que debemos organizarnos y buscar un nuevo jefe de clan, dijo Eupálamo a sus compañeros.
-
Tú serás el mejor jefe de clan. Eres el mejor orfebre y debemos mantener nuestro oficio para salvar la economía de la isla – dijo el joven Licos. Además, tu padre Zeus no permitirá que vuelva a pasar otra vez lo mismo.
-
Supongo que ya le han llegado noticias de lo sucedido – contestó Eupálamo. Tengo la sospecha de que no han sido los piratas los que nos han atacado, sino las tropas de mi padre, o quizá las de mi hermana Palas, desde la isla de Tera.
-
¿Para qué? – se asombró Dorcas, otro amigo que había sobrevivido.
-
Para demostrarnos que pueden llegar aquí cuando quieran y que debemos acostumbrarnos a su poder.
-
¿Y por eso matan, queman y roban?
-
Tengo que pensar en ello, pero creo que no me equivoco. De momento, nos quedaremos en las montañas. Nadie conoce este lugar.
-
Menos mal que hice una imagen de mis padres, así podré recordar cómo eran, - dijo la pequeña Naucrates, llorando.
-
No llores, - dijo Dédalo – cogeremos las figuras que hicimos y las llevaremos con nosotros. La diosa las habrá guardado.
7.-
El Oráculo.
La pequeña Sibila observaba a su madre
con los ojos muy abiertos. Ella era la heredera y tenía que aprender
incluso los gestos que su madre hacía cada vez que realizaba un
oráculo. Ya tenía siete años, edad en que las Sibilas empezaban a
aprender su oficio. Hasta ahora había vivido en una casa construida
de mármol, cerca de la cueva del oráculo, siempre con nodrizas y
sirvientes. A su madre la veía sólo por las tardes. Pero había
llegado el momento de aprender. Ahora pasaría día y noche con su
madre. La niña estaba contenta porque admiraba la belleza y la
inteligencia de su madre, y sobre todo, su carácter dulce y amable,
aunque firme.
-
Mamá, - dijo Sibila el primer día que salió con su madre muy temprano.-
-
Dime, hija. – respondió la madre, observando a la niña, a la que había vestido de blanco.-
-
Voy a intentar hacer todo bien, pero tendrás que decirme cómo hablar y cómo comportarme.
-
No te preocupes, hija. Todas las mujeres de nuestra familia hemos sido Sibilas y es algo natural para nosotras hablar y saber qué gestos debemos hacer, para que todo el que quiera preguntar nos entienda.
Pero lo que atraía a más personas era
su famoso oráculo, en el que confiaban todos, porque no se
equivocaba nunca en sus predicciones, o por lo menos nadie recordaba
que hubiera habido un error jamás.
En la isla había todo tipo de animales,
pero predominaban las serpientes. Los milios sabían manejarlos y
aprovechar sus posibilidades, sobre todo el veneno de algunos
ofidios, que utilizaban en pequeñas dosis, mezcladas con infusiones
de algunas plantas, para mitigar los dolores demasiado agudos como
para ser soportados.
La
jefe del clan era Sibila, a la que todos llamaban Sib., que había
dado al clan el nombre de Clan
del Ofidio, porque ella
había enseñado a su gente cómo utilizarlos en provecho propio.
Todas las jefes de clan se llamaban Sibila, porque el don de la
profecía pasaba de madres a hijas. Y cada Sibila sólo tenía una
hija, que se educaba con ella desde su nacimiento. Aceptaban un
esposo sólo el tiempo necesario para engendrar una hija. Luego lo
despedían y no volvían a tomar otro esposo.
-
Ahora sólo nos falta aprender a utilizar las plantas y los animales, para completar tu educación, - dijo la madre.
-
¿Y cómo aprenderé a utilizar las plantas?
-
Irás conmigo a buscarlas y, cuando sepas recoger las que más te convienen, viajaremos a Sérifos, donde vive el músico Febo. Es un chico encantador y enseguida te harás amiga de él. Él sabe cómo manejar las plantas mejor que nadie.
-
¿Vamos a viajar?
-
Pues claro. Así no te resultará tan aburrido estar siempre aquí conmigo. El aire del mar nos vendrá bien, para dar un poco de color a nuestra piel. Además en las islas, todos nos ayudamos y procuramos ser amigos.
La
pequeña Sibila no perdía ni una sola palabra de lo que decía su
madre. Sería bonito viajar por mar. ¡Qué suerte tenía de tener
una madre tan culta y tan buena!
-
Ahora escúchame bien, - empezó a decir la madre.- Lo primero que tenemos que hacer es saludar al Sol, nuestro padre. Él es quien nos inspira para dar nuestras respuestas.
-
¿Y nos dice lo que tenemos que responder?
-
No. Nuestra mente recibe su inspiración y nosotras adaptamos la respuesta, observando a las personas que preguntan.
-
Eso me parece muy difícil.
-
Ahora prepararemos el altar, para las ofrendas – siguió diciendo Sib – Los fieles entregan primero su ofrenda y luego hacen su pregunta.
-
¿Qué es una ofrenda, mamá?
-
Es algo que entregan al dios para pedir su favor.
-
¿Y qué entregan?
-
Generalmente traen cabritos o leche, miel o flores.
-
¿Sabes quién es?, - preguntó Sib.-
-
No, - dijo la sirviente- pero va vestido como un rey.
-
Haz que pase a la antesala y dile que me espere allí.
-
¡Hola, hermano!, dijo Sib corriendo hacia él.- ¡Qué alegría verte! ¿Ha sucedido algo para que hagas un viaje tan largo?
-
Desgraciadamente sí, - contestó enseguida Eupálamo.- Nuestra hermana Palas ha invadido nuestra isla y ahora está todo arrasado. Nos hemos refugiado en las montañas.
-
¿No querrás que te diga lo que va a suceder después?
-
No, hermana, ya sé lo que va a suceder: seguramente Palas hará incursiones en todas las islas, para dejar claro quién manda. He venido a avisarte.
-
No creo que se atreva a arrasar Milos, pero te agradezco que hayas venido. Vas a conocer a mi hija Sibila, que hoy empieza sus funciones como adivina. ¿Cómo está tu pequeño Dédalo?
-
Bien, cada vez es mejor artista, ahora trabaja con oro, además de con madera. Tengo otra hija, aunque ésta es adoptiva, porque sus padres murieron en la invasión. Es Naucrates y es como una hermana para Dédalo.
-
¡Sibila!, - llamó Sib, en voz alta para que la niña pudiera oírla – acércate, quiero que conozcas a tu tío Eupálamo.
-
Voy, mamá, - contestó la niña, que llegaba corriendo.-
-
Pero qué niña tan preciosa, - dijo Eupálamo – voy a traer también a tu tía y a tus primos. Quizá podamos pasar unos meses con vosotras, hasta que todo vuelva a su cauce en Andros.
-
Ya sabes que seréis bien recibidos, - se apresuró a decir Sib.-
-
Mamá, ¿Ya no vamos a trabajar hoy?
-
No hija, hoy vamos a celebrar la visita de tu tío. Mañana seguiremos con tu instrucción. Ve a casa y di a las sirvientes que preparen un banquete. Ahora vamos nosotros.
-
¿Por qué crees que ha empezado las incursiones por la isla más lejana?
-
Porque Zeus quiere demostrar a todos que nadie puede desobedecer sus órdenes, por muy lejos que esté.
-
Creo que tienes razón.
-
Lo más importante es mirar la expresión de sus ojos. Los ojos son muchas veces el espejo del interior de una persona. Si te parece que esa persona es buena, puedes hablar con el corazón.
-
¿Y si no me gusta lo que veo en su mirada?
-
Tendrás que tener cuidado con lo que dices, porque algunos vienen a intentar saber si van a ser ricos y poderosos y eso no es lo que quiere el dios.
-
¿Y qué quiere el dios?
-
Que todos actuemos como él, que regala su luz y su calor a todos los seres por igual, sin importar su riqueza o su poder.
Cuando llegó el siguiente fiel, su madre le dijo que actuara ella. Era la primera vez que lo iba a hacer sola, pero creía que podría hacerlo. Era una mujer muy joven y dejó sobre el altar un cabrito, un tarro de miel y un cestillo con cereales. Desde detrás de la cortina, Sibila preguntó:
-
¿Qué le pides al dios?
-
Quiero conocer mi futuro. Me gustaría saber si voy a casarme con quien yo quiero o tendré que hacerlo con quien ha decidido mi padre.
-
En primer lugar debes orar al dios. En cuanto me dé una respuesta, yo te la transmitiré, – dijo Sibila, tal como le había enseñado su madre.
8.- El Clan del Mar.
La isla de
Tinos, una de las Cïcladas, estaba también bajo el dominio de Creta, aunque no
abiertamente, como sucedía con las demás islas. El jefe del Clan de Pescadores
era Posidón, hermano de Zeus, que le había “regalado” la isla. Posidón tenía ya
20 años y estaba casado con Anfítrite, una mujer bellísima y de una finura
especial, que hacía que todos la miraran boquiabiertos y que la escucharan
atentamente, cuando se dirigía a los demás jefes de familia de pescadores y a
sus esposas, pues en la isla de Tinos, todos estaban presentes en las
asambleas, hombres y mujeres.
-
Vamos a reunir el consejo, - dijo Posidón a su esposa Anfítrite – creo
que vamos a tener un problema con mi hermano.
-
¿A qué te refieres? – dijo enseguida Anfítrite.
-
He tenido noticias de lo sucedido en Andros, y estamos muy cerca.
-
Yo también me he enterado de la invasión de tu sobrina Palas, pero no
creo que se atreva a venir aquí. Nosotros no dependemos de Creta. Somos
autónomos.
-
Eso será de palabra, pero no me fío nada de mi hermano.
La isla era
famosa por sus fuentes de agua fresca y clara, que poseían algún tipo de
propiedades minerales, puesto que muchos creían que curaban las enfermedades y
mantenía a sus habitantes con una salud envidiable. El único problema eran los
fuertes vientos, que obligaban a las familias a refugiarse en sus albergues, a
veces, durante varios días.
Ya habían
conseguido eliminar otro de los problemas de la isla, que era la gran cantidad
de serpientes que poblaban sus frondosos bosques y prados. Todos agradecían a
Posidón la hazaña, sin saber que a él le había ayudado su prima Sibila, que
sabía cómo manejar a las serpientes, y se había llevado a todas las que había
podido capturar, para utilizarlas ella en sus oráculos. Las pocas serpientes
que quedaron fueron desapareciendo y Posidón se había llevado el mérito.
-
Ya están llegando todos – dijo Anfítrite – Creo que todos saben de qué
vamos a hablar.
-
¿Has llamado también a nuestros hijos? – preguntó Posidón – Quiero que
quede claro que serán nuestros sucesores.
-
¿Cuál de ellos? – quiso saber Anfítrite – Yo creo que la más sensata
es Rhode.
-
Yo también.
-
Bien. Ya está todo el mundo esperando lo que tengamos que decir.
-
Mejor habla tú – dijo Posidón – te escucharán con más atención.
Anfítrite
sonrió. Era cierto que la escuchaban a ella con más atención, porque Posidón
era más rudo y se explicaba bastante mal.
Los
habitantes de Tinos se dedicaban sobre todo a la pesca, que realizaban a mano,
desde sus ligeras balsas. El propio Posidón había inventado otros métodos de
pesca, como una especie de gancho prendido de un hilo muy fino, en el que
ponían pequeñas lombrices, para que los peces quedaran enganchados, cuando
intentaban comerse la lombriz. Todavía eran pocos los que utilizaban este
método, pero la práctica iba extendiéndose poco a poco y los que lo conseguían
se consideraban importantes. Había que tener paciencia para pescar de esta
forma, pero era más seguro y los peces siempre se veían atraídos por el posible
alimento.
-
Hemos convocado el consejo, porque hay noticias importantes. Creo que
la mayoría de vosotros las conocéis, pero es mejor que tomemos decisiones,
antes de que tengamos que lamentarnos.
-
¿A qué te refieres? – dijo el joven Persis - ¿Crees que también vamos a ser invadidos?
-
Eso creemos. Y sería mejor que organizáramos una jornada comercial,
para ver qué saben en otras islas y qué piensan hacer.
-
Es una buena idea – dijeron varias damas, que se dedicaban a
confeccionar grandes cestos.
Los habitantes
de Tinos también cogían algas, que encontraban en el mar en grandes cantidades,
de forma que parecía que todo era verde en la propia isla, por su vegetación, y
en el mar que la rodeaba. Utilizaban las algas para comer y para hacer todo
tipo de utensilios de uso común, como cestos, cuerdas, etc. con las que
comerciaban, pues el pescado no podían utilizarlo para el comercio, por su
escaso tiempo de duración en estado fresco. Solían ahumarlo, cuando les sobraba
a diario, para hacer reservas para los días en que no había pesca, a causa de
las tempestades, frecuentes en la isla.
-
El problema es que conozco demasiado bien a mi hermano Zeus y me
imagino sus intenciones. Querrá apropiarse también de nuestra isla, como está
haciendo con las demás
-
Eso no podemos permitirlo – dijo Peltas, el jefe del pequeño ejército
de la isla – se supone que somos autónomos.
-
Por eso tenemos que enterarnos de lo que sucede y prepararnos para
rechazar cualquier intento de invasión – dijo entonces Anfítrite, que esperaba
la ocasión para convencer a todos de sus temores – Mi cuñado sólo piensa en el
poder y su esposa no ayuda demasiado con sus caprichos.
Después de
unas horas de cambiar impresiones, decidieron que la mejor idea era preparar
una jornada comercial. Enviarían mensajeros a todas las islas y ofrecerían sus
mejores productos.
La jornada
comercial fue un éxito, sobre todo, porque algunas mujeres se habían esmerado
en la confección de sus cestos y los habían decorado con espirales, un signo
que no sólo llamaba la atención por su belleza, sino que intrigaba a quienes lo
veían, por el misterio que parecía tener. Enseguida se convocó un nuevo
consejo. Esta vez fue Posidón quien empezó el debate.
-
Mi sobrina es muy inteligente. Esperábamos una invasión militar, pero
quiere invadirnos de forma civilizada.
-
¿Qué quieres decir? – preguntó el jefe militar Peltas –
-
Que Palas ha propuesto a su padre y los demás jefes unir las islas con
puentes, para “mejorar las relaciones y las ayudas mutuas” – dijo Posidón con
reticencia.
-
Explícate mejor, para que todos podamos sopesar las ventajas o
desventajas de esos puentes.
Posidón odiaba
a su sobrina. Había intentado conquistarla, como había hecho con su propia
esposa. A Anfítrite le envió unos delfines para que la trajeran y había
conseguido casarse con ella, pero Palas le había mirado con desprecio, lo cual
no pensaba olvidar. Tampoco Anfítrite soportaba la soberbia de su sobrina, por
lo que no intentó calmar a su esposo, como hacía otras veces.
-
Zeus ha dicho que él pagaría las obras de todos los puentes – continuó
Posidón – y se lo puede permitir, con lo que nos cobra a todos.
-
¿Y para qué sirven los puentes, además de tener a todos bajo su puño?
– preguntó el joven Pérdikas, que ya
veía un buen negocio para sí mismo, pues se dedicaba a la construcción de balsas.
-
Quiere unir a todas las islas y, de paso, aprovecharse de las
habilidades de todos, los tintes, las armas, la orfebrería, incluso el agua
termal, que llevarían en nuestros cestos.
-
Lo que está claro es que sus intenciones son de dominio absoluto.
-
Bien – dijo entonces la joven Rode, asombrando a todos con su sensatez
– ahora tenemos nosotros que pensar cómo evitar nuestro “puente”. Estoy segura
de que Eupálamo de Andros no lo permitirá.
-
Es cierto – intervino Anfítrite – No dejará que su padre siga
queriendo dominar su vida. Y nosotros, que somos los más cercanos, debemos
estar de acuerdo con él.
-
Bien, si todos consideráis que ésa debe ser nuestra actitud – dijo
Posidón – tendremos que convencer a los demás de que las intenciones de Palas y
Zeus no son tan buenas como quieren hacernos creer.
9.-
El símbolo de la vida
La cueva estaba tan oscura y húmeda que
la niña empezó a temblar de miedo. Había ido antes del amanecer, a
ver la Espiral grabada en la roca, que le había enseñando su amigo
Febo. Y se había perdido al querer encontrar la salida. Se sentó a
pensar cómo salir de allí o qué hacer. Y entonces recordó su
última conversación con Febo, el músico de Sérifos:
-
Esta Espiral es el símbolo de la vida. Nadie sabe quién la grabó en esta roca, ni cuándo.
-
¿Qué significa? – había preguntado la niña.
-
El origen de la vida y de la sabiduría. Si la miras fijamente, sabrás siempre lo que tienes que hacer. Ella te guiará.
-
¿Y también me curará, si estoy enferma?
-
Te dirá qué remedio debes usar.
-
¡Pero si no habla!
-
Hará que tu mente entienda y busque las soluciones.
Sé que has ido a la cueva de la
Espiral, lo veo en tus ojos – dijo la madre en cuanto la niña
entró en casa.
-
Pero si tú no crees en nada de esto.
-
La Espiral es diferente; es el origen de nuestro Clan. ¿Qué le has preguntado?
-
Sólo la he mirado y le he pedido que me dijera cómo salir. Y me lo ha dicho.
-
No vuelvas nunca a ir sola; podrías haberte encontrado con algún animal peligroso.
Selene empezó a llorar para calmar sus nervios, que aún tenía por
la situación por la que había pasado. Pero estaba decidida a seguir
investigando y a preguntarle a su amigo Febo. Ella sí creía en la
magia y pensaba que se podía saber el futuro, con ayuda de la
Espiral. Los habitantes de la isla de Amorgos apreciaban mucho a su
madre, porque era la curandera. Pero no había ningún mago, ni
adivinos. Ella sería la adivina, ya lo había decidido.
La isla de Amorgos estaba situada en la parte oriental del mar Egeo,
dentro de las Cícladas, pero muy cerca del grupo de islas del
Dodecaneso, un grupo de islas que aún no había intentado dominar
Zeus, porque quizá no veía grandes ganancias en ellas. Era una isla
sin recursos de ningún tipo y sus habitantes se dedicaban a tallar
la piedra caliza, que se podía arrancar de las faldas del monte
sagrado, en su vertiente más escarpada.
-
Acompáñame a recoger plantas – dijo Theia, la madre de Selene. Te enseñaré cuáles son las necesarias y cuáles son las que no debes tocar, porque son venenosas.
-
Estoy deseando aprender, mamá – dijo la niña – y me gustaría que tú me acompañaras a la cueva de la Espiral. Si tú la ves, entenderás cómo habla con todo el que cree en ella.
-
¿Y quién te ha contado todo eso?
-
Febo de Sérifos. ¿No te acuerdas cuando estuvieron de visita? Es un chico muy agradable y sabe mucho
-
¿Quieres que preparemos un viaje para ver a tu amigo Febo?
-
¡Sí! – gritó la niña emocionada.
-
Es un viaje largo, pero nuestros vecinos Hekas y Giorgos nos acompañarán. Ya lo hemos pensado muchas veces y sería el mejor modo de vender nuestras figuras talladas. Además la actual reina de Sérifos, la madre adoptiva de Febo, es muy amable siempre conmigo.
-
¿Pueden venir también mis amigas Calisto y Actea?
-
Pues claro – dijo Theia – o ¿pensabas que sus padres las iban a dejar solas?
-
¿Te has fijado que esta planta parece que está reclamando tu atención?
-
Sí, me ha fijado en ella porque su color rojo es precioso. Resalta sobre esa neblina gris que se forma con el polvo de la caliza.
-
Pues es la más peligrosa. Procura no tocarla, porque su savia envenena.
-
¿Qué es la savia, mamá?
-
Es como la sangre de la planta, que la hace vivir – Theia no sabía cómo explicar a su hija el concepto de savia.
-
¿Para qué utilizas estas hojas, mamá?
-
Para hacer infusiones para las personas que se sienten muy cansadas.
-
¿Y se curan?
-
No exactamente, pero se sienten aliviadas, sobre todo, si duermen un poco, después de haber bebido la infusión.
-
¿Y esto que parece corteza de árbol?
-
Esto es corteza de sauce, para aliviar los dolores y para bajar la temperatura de las personas que están enfermas.
-
Has vuelto a ir a la cueva de la espiral, ¿verdad?
-
Sí mamá – dijo Selene avergonzada por haber desobedecido a su madre – Es que parece que me llama y no sé decir que no.
-
Lo entiendo, pero la próxima vez, quiero ir contigo. Así me explicarás cómo preguntar a la espiral.
-
¿Es que tienes que preguntarle algo? – dijo Selene emocionada – ¿hay algo que tú no sepas?
-
Sí hija, hay muchas cosas que yo no sé – Theia pensaba en el destino de sus dos hijos Helios y Eos, a los que no había visto desde que nacieron. Quizá tú puedas ayudarme a adivinar dónde están tus dos hermanos.
-
¿Son mayores que yo, mamá?
-
Sí, Selene, son varios años mayores que tú. Antes vivíamos en Creta y el rey Zeus me los quitó y me mandó venir a vivir aquí.
-
¿Y no voy a conocerlos nunca?
-
Ojalá pudiera saber dónde están y cómo están. Ellos tampoco me conocen a mí, porque los separaron de mí al nacer.
-
Me parece que ese Zeus es malo, porque nadie puede separar a un niño de su mamá.
-
Ya hablaremos de esto, cuando seas un poco mayor.
-
¿Es ésta la espiral?
-
Sí, mamá. ¿a que es hermosa? Yo la llamo la Espiral de la Vida.
-
¿Por qué?
-
Porque Febo me dijo que era el símbolo de la vida.
-
¿Y ahora qué hacemos?
-
Yo me siento aquí, de frente a ella y la miro durante un buen rato. Luego cierro los ojos y veo las cosas que ella quiere decirme.
-
¿Qué le preguntas?
-
El primer día le pregunté cómo salir, porque tenía frío y miedo y me perdí. Pero los otros días le he preguntado cómo sería mi vida dentro de muchos años.
-
¿Y te ha respondido?
-
Me ha hablado de un viaje, en el que veía a mi amigo Febo y a sus amigas, las musas que le educan.
-
Eso es porque yo te hablé del viaje que podríamos hacer.
-
Supongo que sí – dijo la niña no muy convencida.
-
¿Vas a preguntarle algo?
-
Sí, Selene. Voy a preguntarle si tú te convertirás en una buena curandera.
-
Ya se lo he preguntado yo.
-
¿Y qué te ha dicho?
-
Me ha dicho que seré curandera y también adivina. Me ha dicho también que a mí me gusta más la noche que el día. Y es verdad.
-
También quiero saber quién es mi padre – dijo la niña, de pronto – porque tú nunca me has hablado de él.
-
Esa es una historia antigua. Ya te la contaré más adelante.
-
Por lo menos me podrías decir cómo se llama.
-
Se llama Hiperión y es un titán.
-
¿Qué es un titán, mamá?
-
¿No te cansas nunca de preguntar?
-
Así es como se saben cosas, mamá, preguntando.
-
Tienes razón, hija. Yo creo que ya es hora de que nos vayamos. Empiezo a sentir mucho frío.
10.- Niños especiales
El
pequeño Vulcan era habilidoso y cariñoso, aunque, a veces, se sentía tan solo
que parecía enfadado con todo el mundo. Tenía sólo cinco años y ya sabía lo que
era la soledad. Por eso estaba siempre intentando saber si alguien le quería de
verdad. Su preceptor, Sethlas, había vivido siempre con él y le había explicado
algo sobre su origen. Era hijo de Ira, la esposa de Zeus y, por alguna razón
que aún no comprendía, Zeus no le quería.
Sethlas sabía
que tampoco su madre ponía mucho interés en él, pero no podía comentar nada de
esto con el niño, que era dócil y necesitaba cariño y dirección, así que le
enseñaba a manejar los metales que había en las entrañas de la tierra de la isla
de Siros. Y el niño era buen alumno, porque ya sabía hacer muchas cosas que
otros niños de su edad ni siquiera habrían soñado conseguir. Hacía pequeñas
armas y escudos; le encantaban los escudos y, sobre todo, le gustaba labrar
dibujos en las pequeñas láminas de metal que Sethlas le iba dando para que se
ejercitara.
La vieja Tana hacía la comida para ellos y limpiaba su cabaña, para que pudieran descansar después de todo un día al aire libre. La isla de Siros era pequeña, pero alegre. Situada en el grupo de las Cícladas, tenía hermosas playas, donde Vulcan corría y quería estar todo el día. Sethlas tenía que ponerse serio si quería que Vulcan se pusiera a trabajar con sus manualidades. De todas formas el niño era trabajador y, en cuanto se ponía con su trabajo, se olvidaba de todo lo demás.
Los
habitantes de la isla vivían del comercio de cerámicas y estatuillas y para
todos era una novedad la forja de escudos y material de guerra, pues estaban
acostumbrados a modelar estatuillas con formas de dioses o personas en
distintas situaciones de la vida, incluso de la muerte. Principalmente tallaban
el hueso de los animales grandes, por eso los llamaban el Clan del Asta, aunque
no seguían el régimen jerarquizado de las otras islas de las Cícladas.
-
Tenemos que conseguir que más niños como tú aprendan a hacer armas y
escudos, así mejorará el comercio con las otras islas.
-
Algunos de mis amigos me han dicho que, si los admites, querrían
aprender conmigo.
-
¿Y a ti te gustaría compartir con tus amigos todo lo que yo te enseño?
-
Claro, así estaría más tiempo con ellos, sobre todo con Janos y Janis,
los gemelos.
-
¿Y por qué te gusta estar con ellos más que con los demás?
-
Porque ellos no se ríen de mi defecto en el pie.
Sethlas temía
que saliera el tema que Vulcan casi nunca mencionaba, porque sospechaba que
tenía complejo por cojear, aunque la cojera era casi imperceptible. El
preceptor solía darle poca importancia y sólo insistía en el hecho de que su
madre le había encargado su educación para que fuera jefe del clan de los
herreros. La isla no tenía jefe determinado. Todos actuaban después de reunirse
y ponerse de acuerdo para cualquier tema, sobre todo para el comercio, y luego
compartían las ganancias, de modo que todas las familias tenían lo suficiente
para comer y vivir con una cierta comodidad.
-
Y por qué los dos gemelos prefieren estar contigo?.- continuó
preguntando Sethlas.
-
Porque se sienten un poco diferentes a los otros chicos, como yo. Yo
creo que todos tienen miedo de ellos porque son iguales. Sólo yo puedo
distinguirlos.
-
Es verdad. Yo tampoco los distingo.
-
Y eso nos sirve para reírnos nosotros de los demás, porque a veces
Janos se hace pasar por Janis o al contrario, y luego nos divertimos con la
confusión de los otros niños y de los mayores.
Sethlas se
echó a reír. A él también le habían engañado alguna vez, a pesar de que Vulcan
le decía quién era cada uno. Decidió empezar ese mismo día con la enseñanza de
los dos hermanos, quizá así, otros niños se animarían a unirse a ellos y podría
formar una especie de escuela – taller, algo que siempre había querido tener.
-
Di a tus amigos que mañana empezamos con la enseñanza, pero ya en
serio, porque ya eres casi un hombre.
-
¡Vale! Gritó emocionado Vulcan. Pero me gustaría preguntarte algo, ya
que me consideras casi un hombre.
-
Dime qué quieres saber – contestó Sethlas algo preocupado por la
seriedad del niño y porque suponía lo que le iba a preguntar.
-
¿Por qué tengo este defecto en la pierna? Mi madre es guapísima y no
tiene ningún defecto.
-
Bueno – Sethlas intentaba hablar como si el hecho no tuviera
importancia – poco después de nacer, te caíste y te doblaste la pierna, de
forma que ningún físico pudo enderezarla del todo.
-
¿Y lloré?
-
Sólo un poquito, porque aún no sabías hablar y era tu forma de
quejarte.
-
Es que soy un valiente
-
Pues claro
Sethlas
respiró hondo. Quizá no le preguntaría más, parecía conforme con la
explicación. Temía contarle la verdad, que en realidad no se cayó, sino que Zeus,
el esposo de su madre, le había tirado al suelo con toda intención, diciendo
que era un niño horrible y que no quería volver a verle. Si el niño no volvía a
preguntar, dejaría para más adelante la cruda realidad. No quería hacerle más
daño del que le había hecho ya su madre, dejándolo solo en aquella isla,
agradable, pero lejos de Creta, donde ella vivía.
Ira le había
dicho que, cuando cumpliera los siete años, tendría que ir a visitarla, y que
le comunicarían que estaba destinado a ser jefe de clan en Siros. Y ya tenía
cinco años. Sethlas temía que llegara el momento de enfrentarse con Ira, a la
que odiaba y temía, porque no entendía su forma de actuar con su hijo.
Pensaba que
estos niños eran especiales, porque su mente era superior a sus problemas y
llegarían a ser realmente especiales por su habilidad, si conseguía enseñarles
todo lo que él sabía.
Al día
siguiente, aparecieron los dos gemelos, en cuanto salió el sol. Sethlas se
alegró al verlos. Ya empezaba a cumplirse su sueño de ser maestro herrero. Los
niños venían con una especie de delantal, hecho de piel y estaban decididos a
aprender.
-
Vamos a empezar, chicos. Tenéis que poner atención, porque lo que voy
a enseñaros es difícil.
-
Queremos hacer lo mismo que hace Vulcan – dijeron los dos niños a la
vez – Nos gustan los dibujos que hace en las láminas de metal.
-
¿Siempre habláis a la vez? ¿Siempre pensáis lo mismo?
-
Pues claro – dijeron de nuevo a la vez los dos niños – Siempre estamos
de acuerdo y pensamos lo mismo.
-
Está bien – dijo Sethlas – pero hablad más bajo. Y me gustaría que
hablarais por separado. Mirad.
Sethlas cogió
un trozo de hierro y lo echó en el fuego que ya tenía encendido desde el
amanecer. Los gemelos lo miraban embelesados. Nunca habían visto que el hierro
pudiera fundirse.
- Ahora hay que esperar a que se haga líquido.
-
¿Y qué haremos después? – volvieron a decir los dos niños a la vez.
-
Lo iremos vertiendo en estas cajas redondas pequeñas que tenemos ahí.
-
¿Y después?
-
Esperaremos a que se enfríe y ya tendremos hechos los escudos.
-
¿Y después?
-
Después empezaremos a grabar las figuras que he preparado en estos
moldes – dijo Sethlas sonriendo, al ver el interés de los niños y sus continuas
preguntas.
Pasaron dos
años. Al taller se habían añadido otros cuatro niños, casi todos los de la
misma edad que Vulcan. Sethlas no dejaba de pensar que tenía que organizar el
viaje a Creta. Vulcan ya tenía siete años y su madre quería verlo.
Un día, al
atardecer, con el sol en color rojo vivo, como el de la fragua de su taller,
Sethlas vio cómo se acercaba un barco enorme, el más grande que hubiera visto
nunca. De él saltaron dos marinos, que se dirigieron directamente a su cabaña.
-
¿Vive aquí el pequeño Vulcan?
-
Antes tendréis que decirme quién le busca.
-
Somos mensajeros de su madre Ira. Venimos de Creta, con la orden de
llevar al niño ante ella.
A Sethlas no
le gustó tener que separarse del niño, pero sabía que ese día llegaría. Decidió
que iría él también y quizá pudiera llevar a los dos gemelos, si había sitio
para ellos en el barco, para que Vulcan no se sintiera tan solo. Los marinos le
dijeron que no había inconveniente.
-
Vulcan, ven enseguida – llamó Sethlas – y se acercaron los tres niños,
Vulcan, Janos y Janis.
-
¿Qué quieres? Estábamos jugando y es nuestro tiempo libre – protestó
Vulcan.
-
Nos vamos de viaje. Prepara el regalo que le has hecho a tu madre,
porque han venido sus mensajeros a buscarte.
-
Pero yo no quiero ir – dijo Vulcan con un gesto de disgusto.
-
Iré yo contigo y podemos llevar también a tus dos amigos.
-
¿Y vas a cerrar el taller? – dijo Vulcan, intentando retrasar el
viaje.
-
Volveremos enseguida. No te preocupes.
Vulcan no dijo
nada más. Fue a buscar el pequeño trono que había hecho con finas tiras de
hierro, para regalarle a su madre. Esperaba que le gustara, porque le había
costado muchos días de trabajo y había hecho un trono, porque ella era la reina
de todas las islas.
11.- Zeus e Ira
-
Hay que convocar una reunión de todos los jefes de clan – dijo Zeus a
su esposa Ira – ordena que vayan mensajeros a todas las islas y que nuestros
hijos, que serán los jefes de todas ellas en un futuro, sepan cuál es el
destino que he preparado para ellos, y que todos estarán bajo mi dirección.
-
Algunos de ellos no se conocen entre sí – contestó Ira - Organizaré una especie de fiesta para que
pasen unos días juntos y les explicaré que ése es el motivo de la reunión: que
se conozcan.
-
Como siempre tan astuta, esposa. Por eso te elegí para que me ayudaras
en el gobierno. La mejor cualidad de un gobernante es la astucia, que presupone
inteligencia.
-
Pertenecemos al clan de Olimpo y nuestros padres nos han preparado
para esto. A veces, me gustaría ser más libre y no tener que estar pensando en
cómo engañar a los demás, sólo para que tú consigas tus propósitos.
-
Es tu obligación como esposa y reina.
-
A eso me refiero, querría haber elegido yo a mi esposo
Zeus la
fulminó con la mirada. Tenía razón, pero a él no le importaba. Ira se alejó y
mandó llamar a todos los mensajeros. Serían diez, para ir a cada una de las
islas. Había mucho trabajo que hacer, porque había que preparar y equipar diez
naves, grandes y lujosas, para que todos vieran el poder de los reyes de Creta.
Recordaba cómo
Zeus había querido casarse con Thetis, la diosa del mar, y sólo cuando Thetis
lo rechazó, recurrió a casarse con ella. Por eso estaba siempre de mal humor.
Nadie la entendía, pero el rencor vivía dentro de su mente y tenía que hacer
pagar a alguien su odio y su envidia. Lo malo era que los que recibían su odio
no eran culpables de nada.
-
Que las naves estén listas para la próxima semana – ordenó con la voz
chillona que la caracterizaba, cuando estaba de mal humor.
-
Así se hará, mi reina, - dijo el jefe de la flota real, el joven
Periplos – que adoraba a Ira, y del que decían que era un hijo secreto de la
reina.
-
Da las órdenes oportunas para que cada nave vaya a buscar a nuestros
pequeños reyes a cada isla – dijo Ira, mirando a Periplos con verdadero cariño.
-
Tengo aquí la relación de nuestros ilustres visitantes – dijo
Periplos, mostrando un trozo de terracota, donde había ido apuntando los
nombres – ¿quieres tú misma revisarlo?
Ira empezó a
leer la lista: Vulcan de Siros; Dión de Naxos; Posidón de Tinos; Hebe de Paros;
Artemis de Delos; Selene de Amorgos; Sibila de Milos; Dédalo de Andros; Palas
de Thera; Febo de Sérifos. Sólo el nombre de Hebe la hizo sonreír. Tenía ganas
de volver a ver a su pequeña.
-
¿Deben venir en algún orden
determinado?
-
Sería mejor que trajerais en primer lugar a Palas de Thera. Es la
preferida de mi esposo y querrá tratar con ella el tema de la confederación de
las islas, antes que con el demás.
-
¿Algo más? – preguntó Periplos.
-
De momento nada más.
-
Me encargaré personalmente de traer en mi barco a Palas de Thera.
El capitán
salió de la sala del trono, haciendo una reverencia a su reina. También él
tenía un cariño especial por Hebe, pero cumpliría las órdenes, trayendo a
Palas. Después de dar las órdenes oportunas, se hizo a la mar.
Cuando Ira fue
a comunicar a su esposo que su hija Palas había llegado, lo encontró con una
joven, su nuevo capricho, llamada Dánae. Ya estaba acostumbrada, pero seguía
molestándole que Zeus la engañara continuamente.
-
Ha llegado tu hija del alma – dijo a gritos, con lo que consiguió que
la joven Dánae se marchara corriendo.
-
¿A qué hija te refieres? – dijo Zeus divertido ante la reacción de
ambas mujeres.
-
¿A cuál va a ser? A Palas.
-
Dile que venga enseguida.
No hizo falta
que la llamaran, porque Palas ya se acercaba a su padre, sonriendo, cosa poco
habitual en ella, que parecía que había nacido seria. Llevaba puesto un casco y
una coraza y en su mano llevaba la égida de su padre. Ira la miró con desprecio
y con envidia: ¿por qué tenía que llevar el bastón de mando de su padre? – se
preguntaba.
-
Has tardado poco tiempo en llegar.
-
Porque ya estaba preparada, cuando llegó Periplos. Ya sabía que
mandarías a buscarme.
-
Siempre supe que, por tu inteligencia, no necesitas que te diga lo que
deseo.
-
Bien, supongo que quieres hablar de la confederación de las islas.
¿Así es como piensas llamar a tu dominio descarado sobre todas?
-
Hija, eres tan arisca que ningún hombre se acercará a ti para pedirte
en matrimonio.
-
Mejor. No quiero casarme. Los hombres son todos inferiores.
-
¿También yo?
-
Supongo que no – dijo Palas no muy convencida – De todas formas a ti
te respeto y te quiero: ¡eres mi padre!
Se reunieron
en privado durante varios días. Por fin
llamaron a Ira, para comunicarle lo que habían decidido. Su plan de hacer una
fiesta, para que los hermanos se conocieran les había parecido bueno, pero
debían después reunirse con cada uno de ellos por separado para plantear el
tema de la confederación a cada uno según su carácter y sus posibilidades.
Cuando todos estuvieron en el palacio real, Periplos se encargó de ir presentando a cada pequeño rey, siguiendo las indicaciones de Ira: Selene pudo ver antes a su amigo Febo, que venía con su hermana melliza Artemis. Periplos presentó a los tres juntos. Zeus observaba a los recién llegados con un interés relativo. Sólo le interesaban en la manera en que pudieran servir a sus propósitos. De todas formas no dejaba de admirar la belleza de sus hijos.
-
¿Quién va a entrar ahora?
-
Ahora viene la preciosa Hebe. – dijo Ira, orgullosa de su hija.
-
Hola, hija – dijeron ambos a la vez. Estamos encantados de verte.
¡Cómo has crecido! Y ¡Qué guapa eres!
-
Gracias – dijo Hebe tímidamente – y fue primero a abrazar a su madre,
porque su padre le daba un poco de miedo.
Poco después,
Periplos hizo entrar a Sibila y a Dédalo, a los que había presentado
anteriormente. Ambos niños se miraron con respeto y empezaron a hablar, de modo
que al entrar en la sala del trono, ya eran amigos.
-
Qué pálida está esta niña. – dijo Ira enseguida – Parece que no toma
nunca el sol.
-
¿Es que sólo puedes ver lo negativo en los demás? – dijo Zeus, al ver
que la niña se estremecía de miedo.
-
Para eso hemos preparado este encuentro, para que todos se conozcan y
se hagan amigos.
-
¿Y tú ya has aprendido las artes de tu padre? – preguntó Zeus al
pequeño Dédalo, mirándole con curiosidad.
-
Sí, señor – dijo Dédalo enseguida – mi padre es el mejor orfebre del
universo.
-
¡Qué humos tiene el niño! – dijo Ira riéndose.
-
Sale a su padre. También él hizo lo que quiso con su vida, sin pedir
permiso – comentó Zeus – pero sigamos. ¿A quién vamos a conocer ahora?
Entraron
entonces un tímido Vulcan y un travieso Dión. Vulcan se acercó a Ira y le
entregó su regalo. Ella lo dejó a un lado, sin mirarlo apenas, lo cual hizo que
el niño estuviera aún más retraído. Dión, en cambio, miraba a todas partes con
una sonrisa descarada y empezó a hablar sin que nadie le preguntara.
-
Me gustaría saber qué hacemos aquí. Yo no quería venir. Estaba muy
tranquilo en la corte de Hierón.
-
Fui yo quien te envió con Hierón, para que aprendieras a gobernar –
dijo Zeus enseguida – y veo que no te han enseñado educación.
-
¿Y ésa es tu esposa Ira? – dijo señalando a la reina, que torció el
gesto al ver el descaro del niño.
-
¿A ti qué te importa? – dijo Zeus divertido, porque le hacía gracia su
hijo.
-
Se nota que es hijo de una mujer vulgar, por sus modales y por su
rostro – dijo Ira con desprecio.
Dión iba a
contestar, pero una señal de su querida nodriza Nefeli, le hizo callar y
retirarse, en el momento en que entraba Posidón.
-
¿Se puede saber qué quieres ahora y por qué me has hecho viajar con
tanta prisa? – preguntó Posidón, que dirigió su mirada directamente a Palas.
-
Hola, hermano, – dijo Ira.
¿Cómo estás?
Sin contestar,
Posidón exigió a su hermano Zeus que explicase el motivo de la reunión.
-
A mí no me engañáis con la fiesta de presentación. Algo os traéis
entre manos y espero saberlo antes de que me harte y me marche.
-
Lo sabrás a su debido tiempo – dijo Zeus, poniéndose en su papel de
rey – no antes.
-
Pues me voy.
-
Está bien – intervino Ira – tenemos planes comunes para todas las
islas y queremos comunicároslos.
-
¿Tienen que ver con la guerra?
-
¿Por qué dices eso?
-
Porque veo a Palas muy contenta y me da la impresión de que ella ya
sabe de qué se trata todo esto.
Zeus miró a su
esposa y ambos se dieron cuenta de que tenían que ir directamente al tema.
- Está bien – empezó a decir Zeus – ya os conocéis todos. La idea es la construcción de unos puentes que puedan unir nuestras islas, para facilitar el comercio y la comunicación entre nosotros.
-
¿Y quién va a pagarlo? – dijo rápidamente Artemis, que conocía las
intenciones de dominio de su padre, al que no apreciaba nada.
-
Nosotros lo pagaremos todo – dijo enseguida Ira – somos la isla más
rica y creo que es nuestra obligación pagar lo que no puedan pagar las demás
islas.
-
¡Qué amables! – dijo Eupálamo, que había acompañado a su hijo Dédalo,
con sorna. Nunca pensé que hicierais algo para ayudar a los demás.
-
A mí me gustaría escuchar lo que tienen que decir – dijo tímidamente
Selene – En mi isla de Amorgos no hay recursos ni agua. Un puente para
comunicarnos con otra isla nos ayudaría bastante.
Ira miró asombrada
a aquella niña débil y blanca. Acababa de proporcionarle el mejor apoyo para su
proyecto. Aprovechó la ocasión y dijo:
-
Ésa era nuestra idea, que todas las islas puedan ayudarse unas a
otras, con sus carencias y recursos.
-
Gracias, señora –dijo una animada Selene.
-
Con los puentes, nuestros viajes serán más cortos y más seguros, sin
tener que enfrentarnos a las tormentas del mar.
-
¿Y cuándo te has planteado tú el viajar a ver a los demás? Siempre
ordenas que vengamos los demás a verte a ti – dijo Posidón – Hermana, a mí no
me engañas. ¿Cuál es la verdadera razón del proyecto?
Viendo que el acuerdo podía irse al traste, intervino Palas. Todos la respetaban, por su inteligencia, pero también la temían, incluso más que a su madrastra o a su padre.
-
Nuestra confederación será pacífica, sólo de ayuda entre nosotros.
-
¿Lo mismo que hiciste con Andros? – dijo Eupálamo.
-
Eso fue un ejercicio de entrenamiento.
-
Un entrenamiento que destrozó familias enteras.
-
Yo era demasiado joven, para prever las consecuencias. Ahora es
diferente. Ya soy mayor y sé lo que hago.
La reunión
acabó. Se reunirían los días siguientes, para ultimar los detalles. Nadie
parecía estar convencido de los beneficios de unos puentes, cuyas obras harían
que casi todos los habitantes de las islas tuvieran que trabajar en ellos.
Habían prometido pagar a todos, pero ¿qué necesidad tenían de cambiar de
oficio, si eran felices como estaban?
Aquí termina el primer libro de la trilogía Atlantis,
seguiremos con el segundo "La Confederación"
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Hoy publicamos el último capítulo de "Querido César". Esperamos os haya gustado y disfrutado.
Lo dejaremos en el blog por si lo queréis copiar, imprimir o leerlo a vuestros hijos.
Gracias una y mil veces, todas son pocas, por vuestro interés por Eder y los cuentos.
Eder sigue muy bien, preparando ya tarea día a día para empezar el curso próximo en plena forma física y psíquica.
Esta semana Eder ha estado en Madrid para que le vea el Dr. Maroto, que ha corroborado que la evolución es extraordinaria y que todo va muy bien. Eder sigue mejorando día a día y sin ningún problema de saturación ni arritmias. Todo sigue su evolución normal, tiene que tener cuidado de no hacer esfuerzos y que las heridas internas se terminen de cerrar.
Ya está ilusionado con preparar el curso próximo y poder estar con sus compañeros en clase.
Después de la revisión del día 18, todos los resultados han sido muy positivos y ya hoy domingo están de vuelta en casa. Ahora a reposar y descansar para recuperarse del todo, la única recomendación es que no haga esfuerzos al menos en dos meses para que la heridas internas se curen del todo.
Eder sigue una buena evolución, sigue haciendo ejercicios de respiración y anda lo que puede,
todo sigue su curso y extraordinaria evolución. Ya no le duelen las heridas y está intentando adelantar el viaje de vuelta. Todo dependerá de los resultados del día 18, cuando le hagan las pruebas.
6 de junio:
A mediodía Eder estaba feliz y muy contento, "le han dado el alta en el hospital" con cita para volver a revisión el próximo día 18. Hoy hemos visto una gran sonrisa en su cara. Todos los médicos coinciden que su recuperación está siendo formidablemente rápida. Tan solo la acumulación de líquidos alrededor del pulmón izquierdo, que parece que va remitiendo a base de andar y soplar las bolas.
Su ilusión era cenar esta noche en la residencia unos huevos fritos con patatas.
A partir de ahora intentar engordar un poco, ha perdido algo de peso, andar, y seguir con las puñeteras bolas, que no le gustan nada, pero que da resultado.
Si sigue así, es posible que adelanten la vuelta a casa ...., en principio prevista para el día 29.
Gracias a todos por vuestro interés y apoyo, ha sido muy importante para Eder y la familia.
Hay un nuevo capítulo de "Querido César" más abajo. No dejéis de leerlo.
Hoy 03 de junio, le hemos podido ver por Skype, ya está en planta, y evolucionan muy bien sus heridas. Le han mandado andar, andar y andar y soplar tres bolas para recuperar pulmón, tiene un poco de líquido en el derecho. Tanto los padres como Eder y los médicos, están muy contentos con la evolución y a Eder le hemos visto muy bien. Ahora mucha paciencia y confianza en que todo va a ir bien.
Mañana le examinan en el laboratorio de electrofisiología para comprobar si el marcapasos funciona correctamente. Si no es así, le tendrán que conectar un cable a la aurícula.
22:30 en España, 30 de mayo, ya le han quitado los tubos de respiración y le están haciendo soplar para trabajar los pulmones. Todo parece ir bien, también le han quitado las vías. Ahora está ya respirando por si mismo y también su corazón está trabajando bien y sin ayuda.
Esperamos que la recuperación siga evolucionando. POR FAVOR, seguid enviando muchas energías.
.
15:55 las 9:55 de Boston, ha pasado muy bien la noche, acaba de despertarse y hoy poco a poco le irán quitando los tubos. Todo parece ir bien, ahora a esperar que se vaya adaptando su cuerpo a la nueva situación y despacio ir recuperándose. FUERZA. ILUSIÓN. APOYO. ESPERANZA. Eder, a pesar de su poco peso y lo pasado, o precisamente por lo pasado, cuenta con todo ello, aún así, tenemos que mandarle todas nuestras fuerzas para que le acompañe.
PENSAD un momento en él, postrado en la cama y con ilusión porque todo esto termine, ENVIADLE vuestras energías. (ya está mejor, estoy seguro). GRACIAS y ahora recomponte y sé feliz, así la próxima vez que hagas esto, le transmitirás mejores emociones aún.
A las 6:45, estaban en el Children´s Hospital, de Boston, esperando a que le ingresaran,
a las 14:10 hora española, 8:10 hora local de Boston, entraba en el quirófano, a las 21:06 hora de España recibimos un WhatsApp diciendo "la operación ha sido un éxito!!! "
Todo ha ido bien, ahora está en cuidados intensivos y la evolución del posoperatorio en el día de hoy es crucial. Confiamos en el buen hacer de los doctores, y, sobre todo, en las fuerzas y ganas de Eder. En unos días veremos los resultados definitivos de la operación. Estamos seguros que Eder va a superar una vez más este asalto y confiamos que definitivamente pueda llevar una vida "normal", pueda seguir jugando torneos de Magic y participando en torneos de ajedrez. aunque lo que realmente le gustaría es jugar sin limitaciones al fútbol e imitar a su líder Fernando Torres.
Seguiremos informando de su evolución
Gracias a todos por vuestro apoyo.
TERCER LIBRO DE LA TRILOGÍA DIEZ CUENTOS PARA EDER
Para Eder, "Querido César"
Faber suae fortunae unusquisque est ipse. "cada uno se labra su propia fortuna"
Éste
es el tercer libro de cuentos, dedicados a los personajes más
llamativos de la mayor epopeya conocida por nuestra cultura
occidental. En este grupo de cuentos, he intentado plasmar la
inteligencia de un hombre que, desde niño, sobresalió por su
agudeza mental y su visión de futuro: Julio César, descendiente de
Iulo. Presento a Julio César como un niño curioso y cariñoso, que
todo lo observa y todo lo comprende, porque su inteligencia es
superior a la de todos los niños que le rodean. Me gustaría pensar
que Eder llegará a ser como el “Querido César”, una persona a
la que todos siguen, porque le quieren, y a la que todos admiran (y a
veces envidian), porque su fuerza de carácter no deja lugar a otra
forma de actuar.
Eder
ya va demostrando su fuerza de carácter, porque ya es un
“preadolescente”, como él mismo se define. Este relato también
es para ti, mi nieto mayor, y en el que pienso a todas horas. Pero no
será el último. Ya estoy pensando en otras historias, que creo que
te pueden interesar, y, como a ti, supongo que a otros muchos niños,
que pueden alimentar su imaginación con la historia de personajes
que son mitad historia y mitad leyenda. Prometo seguir escribiendo
para vosotros. Quiero daros, aunque no os conozca, lo único que creo
que puedo dar: mi interés por adquirir cultura. Creo que es una de
las cosas más importantes para todos, porque donde hay verdadera
cultura, hay respeto por los demás, y el respeto es la base del
amor.
Os
adelanto que la siguiente trilogía tratará sobre la Atlántida, ese
misterioso lugar cuya ubicación todos creen saber, pero nadie sabe
con exactitud.
La
Giagia RHM
1.-
Varias lenguas
¡Caio, es hora de comer!
- Ya voy, mami, enseguida bajo; pero ya he comido.
- ¿No te he dicho muchas veces que no comas fuera de casa?
- Pero, mami, estoy en casa de Miriam; es como si estuviera en nuestra casa.
- Está bien, pero ven a casa conmigo; tienes que dormir la siesta, aunque sea un ratito...
Aurelia sonreía, mientras llamaba a su hijo; sólo tenía tres años
y ya hablaba como un niño mayor. Era un niño tan simpático e
inteligente que tenía encantados a todos los vecinos de la insula.
La casa, una insula, era propiedad de Aurelia y tenía varios pisos y
departamentos. Ella misma era la administradora y los vecinos la
consideraban una más entre ellos, más que una casera. Aurelia había
decidido comprar toda la insula con su herencia, para trabajar en
algo y que su esposo, un Julio, no se sintiera en situación
inferior, porque la familia de los Julios no tenía dinero, sólo
nobleza de sangre. En la insula vivían familias de varias regiones
diferentes, porque la casa estaba situada en un barrio a las afueras
de Roma, la Subura, donde los precios eran algo más asequibles para
los inmigrantes.
El
niño llegó corriendo y se lanzó a los brazos de su madre.
- Mamá, hoy he aprendido algunas palabras más en hebreo.
- Pero hijo, ¿no te parece muy complicado y muy diferente de nuestra lengua?
- Mamá, es que tengo que aprender a entender a todos los que viven con nosotros, porque así me escucharán, si ven que yo los escucho. Y ¿cómo voy a escucharlos si no los entiendo?
Aurelia miró a su hijo con preocupación. Era demasiado inteligente
para su edad. Quizá esto le traería problemas más adelante. Ahora
todos trataban al niño con cariño, pero, cuando se hiciera mayor,
las cosas podían cambiar. El niño siguió contando lo que más le
llamaba la atención:
- ¿Sabes, mamá? El padre de Miriam ha estado arreglando su jardín.
- ¿Cómo su jardín? ¿Dónde tiene un jardín?
- En la bajada de las escaleras y ha puesto flores que van a estar colgando de la barandilla; verás qué bonito va a quedar todo y cuántos colores vamos a poder ver todos los días, cuando nos levantemos.
- Bueno, Caio, ahora tienes que dormir, porque los niños pequeños tienen que dormir después de comer.
- Pero, ¡yo ya no soy un niño pequeño, mamá! Ya sé hablar y andar.
- Bien, esto no es negociable, Caio. ¡A dormir!
El niño se fue a su camita sin decir nada, porque sabía que su
madre no cedía en estas cosas. La esclava gala que le atendía se lo
llevó sonriendo y le guiñó el ojo, prometiéndole una golosina si
se dormía pronto. Cuando se levantara, pensó el niño, ya con los
ojos cerrados, tenía muchas más cosas que contar a su mamá. Sus
amiguitos y él habían decidido jugar a los maestros. Él era el más
pequeño, pero, como era alto, quería que todos le vieran como un
niño mayor. Ese día Miriam les había enseñado algunas palabras en
hebreo. Caio se preguntaba qué iba a enseñarles él, cuando se le
ocurrió que podía decir algunas palabras en galo, Gala se lo
enseñaría. A veces la oía hablar en su lengua y como no entendía
su nombre, Caio la llamaba Gala y ella ya se había acostumbrado a
ese nombre. Ya le preguntaría y sorprendería a todos, porque nadie
conocía esa lengua. O eso pensaba él.
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2.-
Una inteligencia superior
Pasaron dos años entre juegos y risas; el niño seguía creciendo y
ganándose las simpatías de todo el que lo conocía. Aurelia seguía
llevando la administración de la casa, aunque los tiempos no eran
buenos y su economía estaba bastante mal, lo mismo que la de sus
vecinos e inquilinos, que a veces no podían pagar el alquiler y ella
no pensaba echarlos de sus viviendas, porque ya eran como una gran
familia. Un día, decidió ir a consultar a toda la familia Julia. Su
marido había muerto y ella consideraba que su hijo debía recibir
una educación. Todos los profesores que habían estado enseñando al
niño, acababan diciendo que aprendía con tal rapidez, que ya no
tenían mucho más que enseñarle, así que los Julios debían
decidir qué hacer con el niño y con quién debía estudiar. Aurelia
sabía que tenía que pedir opinión a los hombres de la familia
Julia, aunque ella tenía bastante claro lo que quería para su hijo.
Caio no estaba de acuerdo con su madre; él quería jugar y
aprender, pero no entendía qué tenían que decir sus tíos y
abuelos. Era su madre la que tenía que decir la última palabra. Y
su madre era muy inteligente y siempre le aconsejaba lo mejor en
cualquier ocasión que se presentara.
- Mamá, a mí me gustan las lenguas; ya he aprendido mucho de nuestros vecinos
- Lo sé, hijo, pero hay que aprender otras cosas, sobre todo, siendo un Julio. Tú sabes que la familia es lo más importante y que tenemos que contar con la opinión de tus tíos y abuelos. Hablaremos con ellos, pero no te preocupes, porque seré yo quien decida tu futuro; y te lo comunicaré a ti el primero.
- Está bien. Pero ¿me dejarás estar un ratito con la tía Julia la Mayor? Me quiere tanto que me ayudará a conseguir que los tíos y el abuelo decidan para mi futuro lo que yo quiero.
- ¿Y qué es lo que tú quieres, hijo? - Sonrió Aurelia.
- Me gustaría escribir y poder ganar dinero para la familia.
- Tú no te preocupes por el dinero ahora, Caio. Tú tienes que aprender y luego, ya veremos.
- Siempre dices lo mismo, mamá, pero yo soy el hombre de la familia, por lo menos de la nuestra, de nuestra casa, quiero decir, y tengo que ayudarte a salir adelante.
Aurelia sonreía. Su hijo era como un hombrecito, a pesar de su corta
edad y quería emprender grandes proyectos, que tenía en su cabecita
y que a veces le contaba, cuando no quería irse a dormir demasiado
temprano.
- Ponte la capa, porque empieza a hacer frío. No quiero tener que cuidarte porque estés con catarro. Los hombres sois insoportables cuando os ponéis enfermos.
- Yo no soy insoportable, mamá. Lo que pasa es que me pone muy nervioso tener que estar en la cama o quedarme en casa. El padre de Miriam me ha enseñado cómo curarme el catarro y voy a hacer lo que me ha dicho.
Ya iban de camino a la casa de los Julios en el Palatino. Aurelia
miró a su hijo con sorpresa.
- ¿Y se puede saber qué te ha dicho?
- Sí, claro. Me ha dicho que tome un poquito de vino caliente por la mañana, al levantarme ...
El niño se quedó como en suspenso, esperando la reacción de su
madre. Pero Aurelia se echó a reír. ¡Su hijo de cinco años la
estaba probando, a ver si caía en la trampa y le daba vino por la
mañana.!
- ¿Y te ha dado él algo de vino caliente?
- No. Me ha dicho que surte más efecto si te lo da tu propia madre
- Ya -dijo Aurelia- sonriendo. Muy sabio, mi vecino Isaac, muy sabio...
Habían llegado a casa de los abuelos. Tras pasar el umbral de la
puerta, entraron en el hermoso atrio, en cuyo centro había una
especie de estanque con agua y algunos triclinios, donde estaban
sentados sus tíos y tías. Julia la Mayor se levantó enseguida, al
verlos llegar y alzó en sus brazos al pequeño Caio, haciéndolo
volar por los aires. El niño reía a carcajadas, pero notaba que su
tía estaba algo triste. Le preguntaría qué sucedía, porque su tía
era cariñosa y le daba todas las explicaciones que él necesitaba.
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3.- La decisión familiar
El niño fue enviado a jugar con sus primos, mientras los mayores hablaban. La impaciencia no le dejaba centrarse en el juego de las tabas, que ya los otros niños de la casa habían empezado. El juego consistía en lanzar los huesecillos (generalmente de cordero) al aire y comprobar en qué posición habían caído. Pero Caio ni siquiera quiso ver cómo había caído su lanzamiento: miraba a la habitación donde los mayores estaban discutiendo sobre su futuro. Bueno, su madre lo defendería, estaba seguro.
Por fin salieron riendo y Caio miró a su madre, que le sonrió; esto le tranquilizó y pudo esperar hasta que Aurelia dijo a la familia que su hijo y ella se marchaban a casa.
- Mamá, cuéntame qué han dicho mis tíos y mi abuelo, dijo Caio en cuanto salieron de la casa.
- ¿No quieres que demos un paseo antes? - Dijo Aurelia sonriendo.
- Mamá, estoy hablando en serio. Quiero saber qué va a ser de mi vida y de mi educación.
- Está bien, hijo. Han decidido que sigas estudiando; en cuanto acabes tus deberes diarios en casa, irás a casa de tu tía Julia la Mayor y allí empezarás a leer los libros de su biblioteca.
- ¿Y por qué no puedo traerme los libros a casa?
- Porque tu tía Julia no se encuentra bien y estoy segura de que le vendrá muy bien tu compañía. Ya sabes cómo te quiere.
- ¿Y podré comer las chuches que suele darme?
- Sí, pero debes decirme lo que has comido cuando vuelvas y prometerme que no comerás demasiado. Ya sabes que luego te sientan mal y no quiero que te pongas enfermo.
- Mamá, siempre estás preocupada de que no me ponga enfermo. ¿Por qué no dejas que tenga fiebre o esté en la cama como los demás niños?
- Ya hablaremos de ello cuando seas algo mayor. De momento, prefiero que no tengas fiebre ¿de acuerdo?
- Bien, pero ya sabes que se lo preguntaré al padre de Miriam y que me lo explicará.
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4.- El tío Mario
Al día siguiente, Caio inició sus visitas a la tía Julia. Lo que no esperaba era que la tía Julia le dijera que tenía que pasar la tarde con su tío Mario. Empezó a pensar que la verdadera razón de su estancia en la casa no era Julia, sino Mario.
- Bueno, muchacho, vamos a aprender algo de historia.
- Me gusta la historia. ¿Por dónde empezamos?
- ¿Tantas ganas tienes de aprender?. Me doy cuenta de que tu madre no exageraba cuando hablaba de tus cualidades intelectuales y de tu afán de saber.
- Tío, no hablemos sólo de mi madre, háblame de la historia de nuestra familia.
- ¿Sabes que te llamas Caio Julio?
- ¿Cómo no voy a saberlo? Ya sé que la familia de mi padre es la más antigua de Roma.
- ¿Y qué más sabes?
- Que la primera de mis antepasadas, mi Alma Mater, es la diosa Venus.
- ¿Y qué te parece la idea? ¿Crees que es real?
- No lo sé. ¿Tenemos que empezar desde Iulo, para conocer la historia de mi familia?
- Creo que vamos a empezar por los datos reales que conocemos. Yo soy un militar y no me dejo impresionar por las historias y leyendas del pasado.
- Me gusta, tío. Yo tampoco creo en historias para niños
Este niño era realmente inteligente. Sería interesante enseñarle y comunicarle sus experiencias
personales.
Caio volvió a casa feliz. Le había gustado pasar la tarde con su tío. Se lanzó a los brazos de su
madre, que estaba revisando sus cuentas en la biblioteca.
- Mamá, me encanta estudiar con el tío Mario. Es serio, pero sabe reír. Creo que me considera un niño mayor y que voy a aprender mucho con él. ¿Qué hay para cenar?
- Pasas de un tema a otro alegremente. Y yo voy a empezar por el tema que más me interesa. Hoy vamos a cenar un poco de ensalada y un pescado a la brasa. Ya lo tengo preparado.
- ¿Me dejas jugar un ratito con Miriam y mis amigos? Hoy no los he visto y a lo mejor han descubierto algo nuevo y yo no me he enterado.
- Bien. Vete a jugar un rato, pero, cuando te llame, ven enseguida.
- Te lo prometo, mamá, pero llámame Caio Julio.
- ¿Ya te ha contado tu tío la historia de la familia?
- Algo me ha dicho. Estoy deseando saber más cosas. Luego me confirmas todo lo que él me cuente, porque sigo fiándome más de ti que de nadie. Me voy a jugar.
hijo y pensaba con cierta tristeza que era demasiado pequeño, era su bebé y ya parecía un hombre.
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5.-Una enfermedad divina
Los días siguientes, Caio Julio fue a casa de sus tíos. Estaba cada vez más interesado en todo lo que le contaba su tío. Pero antes de pasar un mes, Mario tuvo que irse a su campaña militar. Y el niño ya no fue tan a menudo a casa de su tía Julia. Su curiosidad iba en aumento, sobre todo, porque quería saber más sobre la historia de su patria y de su familia, así que decidió que le preguntaría a su madre. Le gustaba mucho hablar con su madre, porque le parecía la persona más sabia que conocía, incluso más que su tío Mario. No comprendía por qué decían que los que sabían todo eran los hombres. Su tía Julia sabía muchas cosas y su madre más que nadie. Aprovechó el día en que cumplía los seis años, para pedirle a su madre que le dedicara un rato por las tardes y contestara sus preguntas.
- Estoy encantada de que quieras aprender. Te contaré la historia de la familia, pero tienes que seguir leyendo y aprendiendo lo que han escrito nuestros historiadores y poetas. Es importante que conozcas los hechos en la versión de varias personas, porque así podrás sacar tus propias conclusiones.
- Me gusta eso que dices, mamá. Ya sabía yo que no siempre hay que hacer caso de lo que dice una sola persona y que hay que enterarse de las cosas por varias personas.
- ¿Qué quieres como regalo para tu cumpleaños?
- ¿Te parecería una tontería si te pido un capítulo de Ennio?
- ¿ Sabes sobre qué ha escrito Ennio?
- Pues claro, mamá. Si quiero aprender historia tengo que tener los rollos en casa para poder consultarlos cuando quiera.
- Tendrás tus rollos, hijo. Pero tengo que esperar unos días, porque aún no he cobrado las rentas y no me llegará el dinero. De todas formas iré al mercadillo, en las nundinas y buscaré lo que haya de Ennio.
- Bueno, no te preocupes, quedan cinco días para las nundinas ¿no?
- Sí. Y para entonces, ya habré cobrado los alquileres. Por cierto, ¿sabes ya cómo tienes que contar los días y los meses?
- Me interesa mucho, mamá, pero, a veces, me hago un poco de lío.
- Pues lo siguiente que vamos a estudiar es el calendario, porque es importante que sepas situar los hechos históricos.
- Mañana, mamá, porque estoy un poco cansado y mareado.
- ¿En qué podemos ayudarte? – dijo Miriam, la esposa de Isaac.
- Estoy preocupada por Caio Julio. Últimamente parece cansado y come muy poco. ¿Qué opinas tú Isaac?
- ¿Qué le pasa a Julio? – dijo la pequeña Miriam. Hace varios días que no viene a jugar conmigo.
- Está cansado y no ha subido a jugar contigo porque ha estado yendo a casa de sus tíos. Pero mañana le diré que venga después de comer, para que juguéis toda la tarde. ¿Qué te parece?
- Estupendo – dijo Miriam, le esperaré. Ahora me voy a la cama, porque yo también estoy cansada.
- Ve a la cama, hija, así podremos charlar los mayores.
Cuando se quedaron solos, Isaac inició la conversación:
- ¿Sabes a qué llaman la enfermedad de los dioses?
- ¿Has notado si el niño pierde el conocimiento, cuando está demasiado cansado?
- Hasta ahora no, pero temo que pueda pasarle cuando no esté conmigo.
- Ya sé que es difícil de hacer lo que voy a decirte, pero tienes que intentarlo. Procura que se tome las cosas con tranquilidad y que no tenga tanta actividad desde que se levanta.
- ¡Ojalá pudiera conseguirlo! pero ya le conocéis, es como una guindilla, duerme poco, come poco y no para de hacer preguntas y de querer saberlo todo. Y ya no puedo obligarle a dormir después de comer, porque se considera ya mayor para dormir siesta.
- Si no duerme, que descanse. Quizá charlando contigo lograrás que esté sentado.
- Es posible, pero sus temas de conversación son siempre tan serios que dudo que se tranquilice.
- Bien, te voy a dar unas hierbas para que le des una infusión antes de irse a dormir. Quizá consigamos mejorar ese agotamiento.
- Gracias, amigos, espero que lo tome con gusto.
- Es melisa y manzanilla con un poco de valeriana. Seguro que le gustará.
6.- Solidaridad familiar
Pasaron tres años y Caio Julio seguía creciendo y aprendiendo. Cuando el tío Mario estaba en Roma, el niño iba por las tardes a escucharle y aprender de él. Se habían hecho muy buenos amigos. Toda la familia lo consideraba ya un hombre, por sus comentarios, sus preguntas y sus actos. En casa, ayudaba a su madre con las cuentas de la administración de la insula. Y seguía con la pandilla de amigos, sus vecinos y otros chicos del barrio. En la esquina de la insula había una taberna, cuyo dueño Daco quería a Caio Julio casi como a un hijo y le admiraba por su carácter y sus conocimientos; incluso hablaban de clases de vinos y, sobre todo, de las famosas empanadas que hacía Daco.
Un día, a la hora sexta (las 12 del mediodía), Caio Julio estaba ayudando a Daco, para ganarse unas monedas, cuando su madre le llamó con cierta urgencia.
- Caio, entra en casa en cuanto termines de ayudar a Daco, tenemos que salir.
- Voy enseguida, mamá.
- ¿Qué ocurre, mamá?
- El tío Mario no se encuentra bien y la tía Julia me ha pedido que vayamos lo antes que podamos.
- ¿El tío Mario? Pero si es fuerte como un roble. ¿Cómo puede estar enfermo?
- Ahora nos enteraremos. Ponte la capa para salir.
- Mamá, deja de preocuparte. Me encuentro bien.
- Déjame ejercer de madre, Caio. Si no me preocupo por ti ¿cómo me voy a sentir útil?
- Mamá, tú siempre eres útil para toda la familia, no sólo para mí.
- Julio, acércate
- Sí tío, dime, - dijo el niño-
- Julio – repetía Mario – tienes que ayudarme. Tengo que seguir con mis funciones en el gobierno.
- Sí, tío. Dime qué puedo hacer yo para ayudar.
- Ayúdame a poder andar.
- ¿Por qué me llamas sólo Julio, tío?
- Porque debes llamarte Julio, para que todos conozcan la nobleza de tu familia.
- Como tú quieras, tío.
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7.- El verdadero aprendizaje
Así lo hicieron. Julio estuvo yendo a ayudar a Mario durante varios meses. A veces, Mario demostraba su mal genio y no quería hacer los ejercicios físicos necesarios para recuperar el movimiento, pero Julio se mantenía firme y casi le obligaba a hacerlo, amenazando con no volver. Mario sonreía y se esforzaba por continuar.
- Tío, ahora tenemos que volver a montar a caballo.
- Creo que eso ya es pedir demasiado. No creo que vuelva a montar a caballo.
- Claro que volverás, tienes que demostrarme en la práctica todo lo que me has estado enseñando. ¿O es que me has contado una historia inventada?
- Por supuesto que no. Te demostraré que puedo hacerlo.
- Tío, ahora me gustaría que me explicaras cómo has vencido en tantas batallas y cómo se puede manejar un ejército tan grande.
- Es fácil, Julio. Hay que mantener la disciplina, pero a la vez, dar confianza a tus soldados y dar ejemplo. Porque tus hombres te seguirán a donde quieras llevarlos, si ven que tú te esfuerzas como ellos y los tratas como a iguales.
- Y ¿es difícil ser cónsul? Tú ya has sido elegido seis veces.
- Hay que tener personalidad, ser honrado y tener dinero. No te preocupes, que cuando tú seas mayor, lo conseguirás, porque es más fácil para un noble que para los que no lo somos.
- Yo quiero ser como tú. Quiero ser cónsul y quiero dirigir el ejército.
Todo parecía ir sobre ruedas, cuando, poco tiempo después, Mario sufrió otro ictus. Esta vez, además de una ligera parálisis, parecía que también su mente, siempre brillante, se había visto afectada. Y Julia volvió a recurrir a su sobrino, para que ayudara a Mario a recuperarse. Julio volvió encantado. Se acercaba el verano y estaba a punto de cumplir los diez años, exactamente dos días antes de los Idus del mes de Quintilis.
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8.- El primer problema serio
Esta vez Mario hablaba con su sobrino con cierta reserva. Julio trataba de ser paciente, pero se preguntaba por qué su tío ya no se fiaba de él. Decidió afrontar el tema y preguntárselo directamente.
- Tío, ¿Por qué ya no me cuentas todas tus estrategias militares? ¿Es que ya no quieres enseñarme?
- ¿Quieres que te diga la verdad?
- Por supuesto. Siempre quiero la verdad, aunque sea desagradable. ¿Es que he hecho algo que no te guste?
- No, Julio. Es que he consultado a una astróloga babilonia, que casi acertó cuando pronosticó que sería cónsul siete veces, algo que parecía imposible. Y he sido cónsul ya seis veces.
- ¿Y qué tiene eso que ver conmigo?
- Pues que esta vez me ha dicho que habría otro hombre que sería más grande que yo en cuestión militar.
- Esta vez no te entiendo, tío. ¿No pensarás que ese hombre seré yo?
- Pues sí. Creo que serás tú. Y no me gusta que alguien me supere en lo único que yo he sobresalido en mi vida.
- Tío. Eso son supersticiones y cuentos de ancianas. ¿De verdad te crees todo lo que te dice esa astróloga?
- Siempre lo he creído y hasta ahora ha acertado. ¿Por qué no iba a acertar esta vez?
- Aunque acertara, ¿Por qué voy a ser yo ese hombre?
Cuando Julio se marchó esa tarde, Mario se encerró en su biblioteca y dos horas más tarde salió con una decisión tomada. Nombraría a Caio Julio Pontífice Máximo, cargo vitalicio que prohibía a quien lo ostentara tocar las armas, además de otras muchas restricciones. Con quince años ya podía ser Pontífice, jefe de la religión y de las Vestales, con entrada en el Senado y poder decisorio en cuestiones importantes; pero lo inscribiría cuanto antes, para que nadie ocupara el cargo. Y le buscaría una esposa, porque el Pontífice debía estar casado. Al día siguiente hablaría con el actual cónsul Cornelio Cinna. Quizá pudiera prometer a Julio con la joven Cinilla.
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9.- Un futuro incierto
Cuando Aurelia se enteró de las maquinaciones de su cuñado, supo que la suerte de su hijo había cambiado. Decidió hablar con su otro cuñado Sila, que ahora estaba en el poder. Sila hacía poco caso de la familia. Estaba casado con Julia la Menor, pero no se llevaban bien; él prefería vivir su vida y sólo recurría a la familia cuando necesitaba dinero, que era casi siempre. Pero con Aurelia tenía una relación especial: la respetaba y le pedía consejo, no sólo en cuestiones personales, sino también en cuestiones políticas. Y seguía los consejos que ella le daba, aunque nunca admitía que ella le había convencido de algo.
- Estoy pensando que quizá podrías librar a Julio del cargo de Pontífice Máximo
- ¿Y por qué quieres librarlo? Es un buen cargo, tiene autoridad, poder, casa propia y puede estar en las sesiones del Senado.
- Pero a él no le interesa y Mario le ha obligado a aceptarlo.
- Ya veré qué puedo hacer. Mario se ha hecho viejo y su cabeza no funciona como antes.
- Yo no voy a juzgar los actos de nadie. Tampoco juzgaré los tuyos. Sólo te pido que ayudes a mi hijo.oo--------------------------------------------------oooo------------------------------------------------------oo
- Hijo- dijo un día Aurelia – creo que debes marcharte de Roma, porque Sila va a por ti. Creo que te ve como un posible rival político y militar.
- No entiendo cómo pueden cambiar tanto las cosas. Antes no era así.
- Sí, hijo, siempre ha sido así. Tú no te has dado cuenta, porque he intentado alejarte de él lo más posible. Desde que eras pequeño decía que en ti hay “muchos Marios”. Y son enemigos políticos y militares. Llega un momento en que los problemas no se pueden evitar y éste es ese momento. Te prepararé algunas cosas y debes irte. Quizá sea un buen momento para que vayas a Hispania.
- Me gustaría, porque no conozco nada de esa tierra y me gustaría saber cómo son los hispanos y cómo viven.
- Son como nosotros, Julio, mediterráneos, aunque su vida sea diferente, porque aún no conocen nuestras leyes. Yo creo que son un poco salvajes.
- Eso hay que comprobarlo, mamá. Ya te contaré cuando vuelva.
- Tienes razón, hijo, todo hay que comprobarlo personalmente.
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10.- Hispania
Aurelia le había encargado buscar a Sertorio, primo del tío Mario, que se había puesto a favor de los hispanos, rebelándose contra Sila. Julio César tenía ya 17 años y demostró enseguida su don de gentes encontrando a Sertorio, que lo recibió con los brazos abiertos.
- ¿Qué pasa en Roma?
- Las cosas no van bien. Mario ha perdido la cabeza.
- ¿Literalmente?
- No, hombre. Ha perdido el sentido común, y Sila ha aprovechado para sus manejos políticos. Ahora tiene el poder absoluto.
- Entonces tendremos también aquí nuevas confrontaciones. Espero ser digno lugarteniente de Mario. Puedes unirte a mis hombres y así aprenderás en la práctica todo lo que Mario te enseñó en teoría.
- Eso es lo que pensaba mi madre.
- ¿Por qué has tomado el cognomen de César?
- Porque ya lo han usado otros en mi familia y me han dicho que significa “fuerte como un león”; creo que su origen es etrusco; aunque otros dicen que significa “melenudo”, pelo largo, bien cortado o bien afeitado. De todas formas, me sonaba bien y a mi madre le ha parecido bien.
- ¿Te marchas ya? Me había acostumbrado a tu compañía y a tu extraordinaria visión de la estrategia militar
- Por la última carta de mi madre, creo que puedo volver a Roma. Yo sí que he aprendido cosas útiles de ti. Lo que más me ha llamado la atención es la estrategia de la guerrilla, y cómo conoces el territorio hispano.
- La necesidad es la que más enseña en cualquier situación. Me he visto obligado a aprender, porque así lo pedían las circunstancias. Seguiré manteniendo el partido político de Mario aquí. Me he dado cuenta de que los hispanos son nobles y valientes y de que no tienen por qué aceptar las normas de un extranjero que venga a conquistarlos.
- Creo que tienes razón. Volveré a Roma y aprovecharé que tengo un asiento en el Senado, para intentar modernizar a las viejas glorias.
- Que tengas suerte, primo. Puedo llamarte primo ¿verdad?
- Por supuesto.
- Estoy seguro de que algún día me sentiré orgulloso de ser tu amigo y tu pariente.
- Y yo de poder llamarte mi amigo.
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11.- Los piratas
La situación en Roma era alarmante. Había un ambiente de miedo y tensión que pocas veces había sentido Julio César. Aurelia le contó los sucesos. Había conseguido de Sila que pudiera utilizar armas y llevar, si quería, el uniforme militar. Cinilla había dado a luz a la pequeña Julia, que tenía la expresión dulce de su madre y la mirada vivaz de su padre.
- Por lo menos, puedes seguir asistiendo al Senado. Así irás informándote de todo y tomando nota para poner remedio a la situación, si está en tu mano.
- ¿Sigo siendo Pontífice Máximo?
- Sí. Tienes a tu disposición la Domus. Ya he ordenado que preparen todo para que te instales allí con tu esposa y tu hija.
- ¿Verdad que es la niña más bonita del mundo?
- Por supuesto. Es mi nieta y es tu hija. ¿Cómo podría haber ninguna niña más bonita que la pequeña Julia?
Julio César se trasladó a la Domus, su vivienda oficial, aunque le daba pena dejar a su madre sola en la insula del barrio de la Subura. Intentaría convencerla para que pasara el mayor tiempo posible con la niña, porque sabía que no se iría a vivir con ellos: era demasiado independiente.
Además de sus obligaciones como Pontífice Máximo, por ejemplo, ser el jefe de las Vírgenes Vestales, Julio César empezó a asistir a las sesiones del Senado. No todos le miraban con buenos ojos; era demasiado joven, tenía una nobleza más antigua que todos ellos y siempre parecía que quería poner el punto adecuado a las discusiones, como queriendo demostrar que él tenía más razón o era más sensato.
- ¡Senadores! – dijo el cónsul – El erario público está en la ruina. Necesitamos una ayuda inmediata. Creo que debemos pedir ayuda a Nicomedes de Bitinia.
- ¿Y quién se va a atrever a pedirla? – preguntó uno de los senadores del partido demócrata - Ya sabéis que Nicomedes es un tacaño y no da nada, a no ser que obtenga algo importante a cambio.
- Podemos enviar a nuestro jovencito. - Contestó otro senador del partido republicano, mirando a Julio César con sorna - Quizá Nicomedes le haga más caso a él, por ser un Julio y por ser joven y atractivo.
- Iré, si todos estáis de acuerdo. No creo que sea capaz de negar nada a un Julio.
- Ten cuidado – dijo un senador entre risas – Tiene fama de conquistador.
- No me importa. Yo conseguiré lo que necesitamos, dinero y barcos. Los rumores y las supersticiones sólo sirven para aprovecharse de ellos en favor propio. Y eso es lo que pienso hacer.
La embajada fue un éxito. La ayuda económica y naval llegó a Roma en poco tiempo. Pero en el viaje de vuelta, el barco donde iba Julio César fue atacado y capturado por los piratas que infestaban los mares conocidos.
- Nos han dicho que eres de familia noble. – dijo el capitán pirata – Seguro que pagarán lo que pidamos por tu rescate.
- ¿Y cuánto pensáis pedir? – preguntó Julio César.
- Creo que doscientos talentos es una cantidad adecuada. Mientras piensan si mereces que paguen tanto por ti, estarás con nosotros en nuestros refugios. Pasarás mucho tiempo con nosotros, así que ve acostumbrándote a nuestra forma de vida.
- Creo que me minusvaloráis. Pagarán por mí quinientos talentos.
- ¿Y quién va a pagar por ti una cantidad tan grande? – Dijo riendo el capitán pirata.
- Acercáos a Bitinia y pedid al rey Nicomedes mi rescate. Lo pagará encantado, porque quiere que yo me case con su hija y ya me tiene como yerno.
- Pero ¿no has dicho que estás casado?
- Sí, pero a los orientales les parece natural tener varias esposas.
Y volvió, a llevarse todos sus tesoros y a arrestar a los piratas.
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